Nuevas formas de vida en la Europa empobrecida

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JUAN GUAHÁN| En la mismísima Europa, donde la buena vida de lo que se conoce como burguesía parecía formar parte de la naturaleza, las cosas están cambiando y rápidamente. Buena parte de los pobladores de la otrora rica Europa están cargados con el miedo al futuro que –hasta ahora- era patrimonio de los pueblos excluidos del mapa de los que mandan en este planeta. Algunos protestan, otros padecen, una ínfima minoría festeja.

La inmensa mayoría tiene dos miradas. Una corta destinada a ver cómo resuelve los problemas cotidianos y la otra más larga, muchas veces perdida en el infinito, oteando el horizonte buscando encontrar la dirección de lo que se viene. Mientras muchos “jóvenes indignados” protestan por la plata que sigue fluyendo a los bancos, los grandes beneficiarios de esta crisis. Otros -la mayoría-, sin dejar de compartir esa crítica, confían que ese dinero permita a los banqueros –y a ellos- mantener los actuales créditos. Esos créditos son para muchos la delgada línea que separa el actual bienestar, por el que transitan, a una anunciada miseria, que ya golpea sus puertas y quiere colarse por las hendijas de la ventana.

Los efectos de esta situación son de lo más variados.  Vistos desde nuestros pueblos también tienen manifestaciones diversas. Están los amigos, familiares o conocidos que -nos vamos enterando- están planificando su regreso. Están las muchas familias donde la periódica remesa de dinero de sus parientes, residentes en Europa, era parte de un ingreso imprescindible para darle un poco más de dignidad a sus vidas en estas tierras.

Visto desde la mirada política la mayoría observa atónita la falta de respuesta de la dirigencia de las viejas instituciones. A partir de allí muchos jóvenes se atreven a pensar que lo que tenían no había sido siempre así y la realidad les muestra que tampoco ya lo es. Con su rabia, a flor de piel, procuran reapropiarse de su propio destino. El tumulto de las manifestaciones es la forma de hacer oír su voz –por décadas- apagada o inexistente.

Pero la crisis también golpea sus formas cotidianas de vivir. Italia y España que proveyeron la mayoría de la inmigración que está poblando nuestro territorio, están –junto a Grecia- a la cabeza de esta crisis.

Prácticas que solo estaban en la memoria de los viejos abuelos recuerdan la miseria que los empujó hacia estas orillas o los dolorosos años de la guerra.

Así es como en el interior de España muchos están desempolvando a la vieja peseta para restablecerla como una  moneda de cambio para el trueque que empieza a crecer. Para combatir el frío del invierno europeo el precio de la energía va haciendo cada vez más popular el clásico “enganche”, en los centros urbanos, o procurarse leña en el interior.

Los comedores populares están reapareciendo, comienzan a verse no solo en estos países sino también en  Francia, Alemania y la orgullosa Inglaterra.
Se va reduciendo la tendencia a tener varios coches por familia y su uso se está restringiendo.