Normas internacionales del trabajo: se ratifican pero no se rectifican
Eduardo Camin|
Una campaña de la Organización Internacional del Trabajo para que los países ratifiquen las normas internacionales del trabajo, entre ellas la jornada laboral de ocho horas, la licencia remunerada de maternidad o el salario mínimo, está dando sus frutos, informó el organismo de Naciones Unidas.
Casi una tercera parte de los estados miembros de la OIT ha respondido al llamamiento, que se vio intensificado por la Campaña de ratificación de comienzos de 2019.La pregunta es si es cierto que se respetan las jornadas laborales, la licencia de maternidad, el salario mínimo, en un mundo en crisis donde crece el desempleo y la precarización.
Corinne Vargha, Directora del Departamento de Normas Internacionales del Trabajo de la OIT recordó que “A veces asumimos que la jornada laboral de ocho horas, la licencia remunerada de maternidad o el salario mínimo como algo natural, pero en realidad hay que tener en cuenta que el origen y fundamento de esas instituciones son nuestras normas internacionales”.
“Las nuevas ratificaciones indican que dichas instituciones añaden valor real a nuestra vida y a la de las generaciones futuras, pero también que sigue habiendo margen de mejora”, añadió. Las normas internacionales del trabajo forman parte de la esencia de la labor de la OIT. Desde su fundación en 1919, la Conferencia Internacional del Trabajo (CIT) ha adoptado 190 Convenios y 206 Recomendaciones sobre cuestiones tan diversas como el trabajo infantil, las horas de trabajo y los derechos de la gente trabajando a bordo.
Las más recientes son el Convencion y la Recomendación relativo a la violencia y l acoso en el lugar de trabajo, adoptados por la CIT del Centenario de junio de 2019.
Pese a que estas normas internacionales del trabajo han mejorado la vida de millones de personas, sigue habiendo muchos problemas en el mundo laboral, ya que nuevas fuerzas están transformando el lugar de trabajo, en particular el desarrollo tecnológico, el cambio climático, los cambios demográficos y la globalización. Por ello, las normas internacionales del trabajo son más pertinentes que nunca.
“La elaboración y la ratificación de estas normas, así como el control de su aplicación, son los instrumentos fundamentales de la búsqueda de justicia social de la OIT. Son una pieza clave para hacer realidad el compromiso de crecimiento económico duradero, inclusivo y sostenible, el empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos, conforme a lo previsto en la Agenda para el Desarrollo del 2030”, dijo Beate Andrees, Jefa del Servicio de Principios y Derechos Fundamentales en el Trabajo de la OIT.
En junio último se produjo la cifra récord de 23 ratificaciones durante la Conferencia Internacional del Trabajo del Centenario. Entre los instrumentos ratificados cabe citar el Convenio sobre la peores formas de trabajo infantil, de 1999 (número 182), al que le falta una ratificación para ser el primer Convenio de la OIT en lograr la ratificación universal, y uno de los primeros en la historia de la ONU. Cuando el Convenio sobre la seguridad social-norma mínima, de 1952 (número 102) logre las dos ratificaciones que le faltan, se habrá cumplido la meta de 60 ratificaciones para finales de 2019.
La otra cara del informe
Al leer este comunicado de la OIT, uno puede sentir que la norma es la guía suprema de la felicidad y que el simple hecho de ratificarla es el instrumento ideal de la justicia universal.
Sin dudar de la importancia regulatoria y el papel que desempeña la OIT, en la materia, no podemos dejar de puntualizar que detrás de cada Convenio, detrás del marco regulatorio, de tal o cual referencia laboral, hubo sudor, lágrimas y luchas fratricidas.
Quizás así se pueda entender mejor si estamos (o no) en un momento parecido de la historia, un momento de cambio. La historia parte de la Revolución Industrial, cuando las compañías del capitalismo incipiente intentaron maximizar la producción de sus fábricas manteniéndolas en funcionamiento durante tantas horas como fuera posible, por lo general implementando una jornada de trabajo “de sol a sol”.
Épocas difíciles de salarios sumergidos, por lo que los mismos trabajadores realizaban extenuantes jornadas solo para salir adelante, y esto incluyendo el envío de los propios hijos a trabajar en las fábricas, en lugar de educarlos.
Con tan poca representación, educación u opciones, los trabajadores de las fábricas también tendían a trabajar bajo unas condiciones horribles. Un día de trabajo típico duraba entre 10 y 17 horas al día, y, además, seis días a la semana. Así que, dada la situación, hubo un momento en la historia donde alguien decidió dar un paso al frente.
En 1810, Robert Owen difundió la idea de que la calidad del trabajo de un obrero tiene una relación directamente proporcional con la calidad de vida del mismo, por lo que, para cualificar la producción de cada obrero, es indispensable brindar mejoras en las áreas de salarios, vivienda, higiene y educación; prohibir del trabajo infantil y determinar una cantidad máxima de horas de trabajo, de diez horas y media, para comenzar.
Para 1817 formuló el objetivo de la jornada de ocho horas y acuñó el lema de «ocho horas de trabajo, ocho horas de recreo y ocho horas de descanso» (8 hours labour, 8 hours recreation, 8 hours rest). Desafortunadamente para muchos, esto no ocurrió del día a la mañana, aunque durante gran parte del siglo XIX se aprobaron una serie de leyes de fábricas que fueron mejorando constantemente las condiciones de trabajo y reducían las horas para los trabajadores.
Mientras tanto, a las mujeres y los niños en Inglaterra se les concedió el día de diez horas en 1847. Por su parte, los trabajadores franceses ganaron el día de 12 horas después de la Comuna de Paris 1848. Un día laboral más corto y mejores condiciones de trabajo fueron parte de las protestas generales y la agitación por las reformas de la época y, sobre todo, con la aparición temprana de los sindicatos.
Poco después, la Asociación Internacional de Trabajadores asumió la demanda de una jornada de ocho horas en su Congreso en Ginebra en 1866, declarando que “la limitación legal de la jornada laboral es una condición preliminar sin la cual todos los intentos posteriores de mejora y emancipación de la clase trabajadora deben demostrar abortivo”. El Congreso propuso ocho horas como el límite legal de la jornada laboral.
Karl Marx lo consideró de vital importancia para la salud de los trabajadores, escribiendo en 1866 que “al extender la jornada laboral, por lo tanto, la producción capitalista … no solo produce un deterioro de la fuerza de trabajo humano al robarle su condiciones morales y físicas normales de desarrollo y actividad, también produce el agotamiento prematuro y la muerte de esta fuerza de trabajo misma.”
A finales de mayo de 1886 varios sectores patronales estadounidenses accedieron a otorgar la jornada de ocho horas a varios centenares de miles de obreros. El éxito fue tal, que la Federación de Gremios y Uniones Organizadas expresó su júbilo con estas palabras: «Jamás en la historia de este país ha habido un levantamiento tan general entre las masas industriales”.
“El deseo de una disminución de la jornada de trabajo ha impulsado a millones de trabajadores a afiliarse a las organizaciones existentes, cuando hasta ahora habían permanecido indiferentes a la agitación sindical», añadió la Federación.
Las identidades asociadas al mundo del trabajo se reinventan en otras formas de agregación colectiva. En este sentido, la recuperación neoliberal del modelo privatista de la regulación jurídica de las relaciones laborales, sin otros límites que las reglas del mercado y la conversión del trabajo humano en una mercancía más, produce una dispersión y fragmentación total del modelo de estado social.
Y, como consecuencia, el debilitamiento del proteccionismo en el campo de los derechos laborales individuales, la seguridad social y el derecho colectivo, más allá de las ratificaciones, las cuales muchas veces no son mas que papel mojado.
La propia negociación colectiva dejó de ser un acuerdo bilateral para convertirse en un acuerdo de adhesión al ser el empleador quien establece las condiciones colectivas laborales por situaciones de facto sobre la base de la necesidad de la supervivencia del trabajador.
La organización sindical se ve presionada a firmar dado su progresivo debilitamiento, producto de la intolerancia cultural, el miedo a la pérdida del trabajo; bajo la aplicación del lema “prefiero tener un trabajo aunque mal pago, a estar desempleado” que rompe con la dignidad humana y el trabajo decente, convirtiéndose la empresa en una institución sin control que resiste a la intervención del Estado y a la injerencia de los sindicatos.
El proteccionismo laboral se transforma en un elemento abstracto, representado en los principios constitucionales del mundo del trabajo: del derecho de asociación sindical, de la negociación colectiva y el derecho a la huelga.
Por cierto, el primer país en adoptar una jornada laboral de ocho horas fue Uruguay, el 17 de noviembre de 1915 en el gobierno de José Batlle y Ordóñez, cuatro años antes de que naciera la OIT.
*Analista uruguayo, acreditado en la ONU-Ginebra, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)