No hay ganadores, todos pierden en la guerra comercial entre EE. UU. y China
El mundo se encamina hacia la trampa de Kindleberger sin un líder que sostenga los bienes públicos globales o mantenga un orden comercial estable.
Kai He – Asia Times
Tanto EE. UU. como China sufren los efectos de su guerra comercial. Estados Unidos y China siguen en un punto muerto en su guerra arancelaria. Ninguna de las partes parece dispuesta a ceder.
Después de que el presidente estadounidense, Donald Trump, impusiera aranceles masivos del 145 % a las importaciones chinas a principios de abril, China respondió con sus propios aranceles del 125 % a los productos estadounidenses.
El secretario del Tesoro de EE. UU., Scott Bessent, afirmó esta semana que depende de China reducir las tensiones. Por su parte, el Ministerio de Asuntos Exteriores de China declaró que ambas partes no están dialogando.
La perspectiva de una desconexión económica entre las dos mayores economías del mundo ya no es una especulación. Se está convirtiendo en una dura realidad. Mientras muchos observadores debaten quién podría «ganar» la guerra comercial, el resultado más probable es que todos salgan perdiendo.
Un objetivo conveniente
La agenda proteccionista de Trump ha dejado a pocos fuera. Tanto aliados como adversarios han sido blanco de los aranceles generalizados de EE. UU. Sin embargo, China ha sido el objetivo principal, absorbiendo la reacción política de la frustración generalizada por el déficit comercial y el desplazamiento económico en EE. UU.
Los costes económicos para China son innegables. La pérdida de un acceso fiable al mercado estadounidense, junto con la creciente incertidumbre en el sistema comercial mundial, ha supuesto un duro golpe para los sectores chinos impulsados por las exportaciones.
La ventaja comparativa de China radica en su vasta base manufacturera y en sus cadenas de suministro estrechamente integradas. Esto es especialmente cierto en las industrias de alta tecnología y ecológicas, como los vehículos eléctricos, las baterías y la energía solar. Estos sectores dependen en gran medida de mercados abiertos y de una demanda predecible.
Las nuevas restricciones comerciales impuestas en Europa, Canadá y Estados Unidos a los vehículos eléctricos chinos, en particular, ya han provocado una caída significativa de la demanda.
El crecimiento del PIB de China fue superior al previsto en el primer trimestre del año, con un 5,4 %, pero los analistas esperan que el efecto de los aranceles se deje sentir pronto. Un indicador clave de la actividad industrial de esta semana mostró una contracción en la fabricación.
El crecimiento económico de China también se ha visto lastrado por dificultades estructurales, como el exceso de capacidad industrial (cuando la producción de bienes de un país supera la demanda), el envejecimiento de la población, el aumento del desempleo juvenil y las persistentes disparidades regionales.
El sector inmobiliario, que en su día fue uno de los pilares del auge económico del país, se ha convertido en una fuente de tensión financiera. La deuda de los gobiernos locales está aumentando y se avecina una crisis de las pensiones.
Las negociaciones con Estados Unidos podrían ser deseables para poner fin a la guerra arancelaria. Sin embargo, las concesiones unilaterales por parte de Pekín no son viables ni políticamente aceptables.
Coordinación regional
Las guerras arancelarias de Trump no solo han tensado las relaciones bilaterales, sino que han sacudido los cimientos del sistema comercial mundial.
Al marginar a la Organización Mundial del Comercio y adoptar un enfoque transaccional del comercio bilateral, Estados Unidos ha debilitado las normas multilaterales y ha envalentonado las tendencias proteccionistas en todo el mundo.
Una consecuencia involuntaria de esta inestabilidad ha sido el resurgimiento de los acuerdos regionales. En Asia, la Asociación Económica Regional Integral (RCEP), respaldada por China y centrada en el bloque de la ASEAN en el sudeste asiático, se ha convertido en una alternativa creíble para la cooperación económica.
Mientras tanto, el Acuerdo Integral y Progresista de Asociación Transpacífico (CPTPP) sigue ampliándose, con la adhesión del Reino Unido a finales del año pasado. También en América Latina, los bloques regionales están explorando nuevas vías de integración, con la esperanza de protegerse de los efectos del resurgimiento del proteccionismo.
Pero el regionalismo no es la panacea. No puede replicar la escala ni la eficiencia del comercio mundial, ni restaurar la previsibilidad de la que dependen los exportadores.
Peligros inminentes
El mayor peligro es que el mundo se adentre en la trampa de Kindleberger, una situación en la que ninguna potencia da un paso al frente para proporcionar el liderazgo necesario para mantener los bienes públicos mundiales o un sistema comercial estable.
El relato del economista Charles Kindleberger sobre la Gran Depresión sigue siendo instructivo: no fue la presencia de conflictos, sino la ausencia de liderazgo lo que provocó el colapso sistémico de la economía mundial.
Sin una coordinación mundial renovada, la fragmentación económica provocada por las guerras arancelarias de Trump podría dar paso a algo mucho más peligroso que una recesión: el aumento de las tensiones geopolíticas y militares que ninguna región puede contener.
El panorama político ya es tenso. El Partido Comunista Chino, por ejemplo, lleva mucho tiempo vinculando su legitimidad a la promesa de una eventual unificación con Taiwán. Sin embargo, los costes del uso de la fuerza siguen siendo prohibitivos.
La reciente designación de China como «fuerza extranjera hostil» por parte del presidente taiwanés Lai Ching-te ha agudizado las tensiones. La respuesta de Pekín ha sido calibrada: ejercicios militares más destinados a servir de advertencia que como preludio de un conflicto.
Sin embargo, la intensificación de la guerra comercial con Estados Unidos podría ser la gota que colme el vaso y agote la paciencia de Pekín, dejando a Taiwán como daño colateral en un enfrentamiento final entre Estados Unidos y China.
El papel del liderazgo colectivo
China por sí sola no puede ni quiere asumir el liderazgo mundial. Su atención se centra más en las prioridades nacionales —mantener el crecimiento económico y gestionar la estabilidad social— que en la política exterior.
Sin embargo, Pekín aún puede desempeñar un papel constructivo en la configuración del entorno internacional mediante la cooperación con Europa, la ASEAN y el Sur Global.
El objetivo no es sustituir la hegemonía estadounidense, sino apoyar un sistema más multipolar y colaborativo, capaz de mantener los bienes públicos globales en una era de incertidumbre.
Paradójicamente, un esfuerzo más coordinado por parte del resto del mundo podría, en última instancia, ayudar a que Estados Unidos vuelva al redil. Washington podría redescubrir el valor estratégico del compromiso y regresar no como líder único, sino como socio indispensable.
A corto plazo, otros Estados pueden tratar de sacar partido del enfrentamiento entre las grandes potencias. Pero deben recordar que lo que comienza como un choque entre gigantes puede acabar envolviendo rápidamente a los espectadores.
En este panorama tan volátil, el camino a seguir no pasa por explotar el caos. Más bien, las naciones deben avanzar con cautela en el interés común de restaurar un orden mundial estable y basado en normas.
Kai He es profesor de relaciones internacionales en la Universidad Griffith.