No derrocarán al Gobierno. Pero es mejor activarse

JOSÉ ROBERTO DUQUE | El gobierno de Nicolás Maduro no caerá a causa de las tensiones callejeras actuales. Estas tensiones durarán unos días más y se disiparán sin que se produzcan ni el golpe de Estado ni la guerra civil que espera el antichavismo. Nos lo indica una clave de la que hablaremos más abajo. ¿Estrategia para mantener la atención del lector? Sí, definitivamente.

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Pero la tensión se siente, el acoso mediático es fuerte y las intenciones del fascismo empresarial son perversas.
Esas intenciones y ese estado (¿generalizado? rotundamente NO) de desasosiego probablemente ocasionarán otra u otras muertes aparte de las que ya previmos y lamentamos. Por lo tanto es necesario medir y tomar en cuenta su importancia. No hay que temer por el desenlace, pero sí prepararnos para los obstáculos y zancadillas que han de seguir metiéndonos en estos días (semanas, meses y años).

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Es mentira que la violencia y las protestas se han apoderado de toda Venezuela; tampoco se ha apoderado del 80, el 50, el 10 ni el 0,005 por ciento del territorio venezolano. Si Venezuela fuera Twitter, la plaza Altamira y un puñado de cuadras en media docena de urbanizaciones de clase media, habría que convenir que sí, en efecto: Venezuela sería el caos y la destrucción, y que el lema del momento es “sangre o mierda, venceremos”.

Pues no: incluso en la encolerizada Altamira usted puede ver a los muchachos quemando y fanfarroneando en tres avenidas, y luego caminar dos cuadras y encontrarse con gente que pasea a su perro, se toma los tragos o el café en los muchos locales de la zona.

Cierto: el caos no se ha apoderado de Venezuela. Pero este es un momento difícil para el chavismo en funciones de Gobierno. De hecho, es probablemente el tercer momento más difícil que hemos vivido como proyecto en construcción en lo que va de siglo. El primero fue, sin duda, el año transcurrido entre enero de 2002 y enero de 2003. El segundo, la crisis por la salida del aire de RCTV (2007).

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En 2002-2003 el fascismo consiguió derrocar al presidente Hugo Chávez y paralizar en buena parte, por dos meses, la economía y la distribución de bienes en el país. El empresariado, los sindicatos, los comerciantes, la iglesia, la autodenominada “clase pensante” y sus medios de información pujaban por el derrocamiento definitivo del presidente.

En una reunión más o menos privada en la que se hacía un balance de la situación, un camarada ministro quiso resumir su angustia, su preocupación y su desconsuelo con una sentencia que a él le sonaba monstruosa; la pronunció además con una cara pálida y un sudor del carajo: ”Miren compañeros, yo creo que estamos jodidos: lo único que tenemos es el pueblo y el Ejército”.

Los demás asistentes, que estábamos preocupados también, al oír el análisis soltamos la carcajada, y ya más nunca se nos desmayó el ánimo.

En 2007 la correlación de fuerzas era la misma, la aspereza de las contiendas callejeras iba en aumento y el clima generalizado era el mismo de siempre: el “Chávez, vete ya” se dejaba escuchar 24 horas al día en las televisoras, periódicos y cadenas radiales. El Gobierno fue arrinconado en el conocido callejón: si reprimes a los estudiantes eres un tirano, y si no los reprimes eres un blando que hay que derrocar.

Fue el momento de gloria de uno de los globos más rápidamente desinflados de la política venezolana: la generación Goicoechea-Stalin y demás pachucos sifrinos disfrazados de líderes de masas.

Tampoco en 2007 lograron darle el zarpazo definitivo al Gobierno, pero ocurrieron dos cosas importantes, dramáticas, una de ellas estructural y otra de ellas episódica. La estructural consistió en que el antichavismo, que hasta entonces se había dedicado a hacer televisión y no política (sus escenarios de batalla eran los estudios de radio y TV y no la calle) encontró fórmulas para subir al cerro y adentrarse en los poblados en busca de votos y militantes, y esto, junto con una serie de errores nuestros, los llevó a la otra “cosa”, la episódica: su victoria (“de mierda”, pero victoria) en el referendo para la propuesta de reforma constitucional.

Este gravísimo momento develó o volvió a develar una clave demasiado importante, decisiva; una clave tan grande y evidente que a veces la olvidamos. Luego de la insólita derrota chavista del 4 de diciembre de 2007 el antichavismo celebró y se atrevió a predecir que ya el declive y final del chavismo era irreversible, que habíamos llegado a un muchas veces anunciado “punto de no retorno”, en el que la gente se desbocaría a acabar con la presidencia de Hugo Chávez.

Pero entonces se activó la clave.

La clave. NUESTRA clave

Esa clave es la sensación de peligro o amenaza: siempre, cuando el chavismo parece estar desmotivado, desmovilizado, de capa caída, deprimido o asediado por nuestros propios errores e inconsecuencias, se detona ALGO, casi siempre en el otro lado de la acera, que hace que nos reactivemos. Muchos lo llaman terror o pánico a perder nuestros espacios o conquistas. El punto es que, después de aquella derrota que parecía el principio del fin, el chavismo acudió a la contienda regional de 2008 y el resultado fue aquella paliza en que obtuvimos 18 gobernaciones contra 5 de la escualidera.

Un año más tarde, con el eslogan “las regionales son una cosa y las presidenciales son otra”, la oposición decide enfrentar a un Chávez que convoca a un referendo para enmendar la Constitución, y la contundente victoria chavista les mató los argumentos a los agoreros.

Creo que estamos en uno de esos momentos en que a nosotros los chavistas nos han desalojado brutalmente de cierta sensación de confort y relax producto de las recientes victorias electorales, y se nos ha colocado en cierta zona de pánico, tal vez inducido o magnificado por el poderío emotivo y sensorial que destilan las redes sociales, pero está aquí: los chavistas sabemos que hay un riesgo que correr en las calles, sabemos que el enemigo ya no sólo viene transfigurado en el sifrinito perfumado escupidor de insultos sino en el desabastecimiento y en otras rémoras de esta etapa crítica.

A nosotros, que tanto nos gusta decir de vez en cuando “hace falta como un verguerito para estirar los músculos” pues nos llegó la hora del verguerito.

El haber demostrado que somos capaces de triunfar sin que entrara en batalla el Comandante tal vez nos envalentonó, nos relajó, nos (descargue aquí todo el contenido autocrítico que quieran) nos ABURGUESÓ. Llegó el momento de abandonar el chinchorro y volver a la calle de donde somos, y de donde no debemos salir nunca más.

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¿El escenario?

Hoy contamos con varios medios de información, buena parte del pueblo orgánicamente activado y la Fuerza Armada. Hay dos sectores, el empresariado y los comerciantes, que aunque conspiran y rezan o claman abiertamente por un derrocamiento, están desmovilizados: ya nadie arriesgará más nunca su negocio por una aventura golpista. Pero de que conspiran, conspiran, y ya sabemos de qué va eso de la “desaparición” de alimentos y otros bienes de consumo.

El inmenso poderío de la conspiración se mantiene vigente porque quien nos quiere poner las garras no son Leopoldo ni María Corina ni Capriles, sino una serie de entidades transnacionales. Dato: el antichavismo ahora tiene pueblo.

Esa porción de pueblo, aunque engañado, manipulado y desviado de su ruta histórica para ubicarse del lado de su enemigo (el rico, el explotador, el que lo convirtió y lo convierte en carne de cañón para las peleas sucias) sigue sin entrar en conexión efectiva con el plan “cierra tu calle y paraliza el país”.

Hay algo por allá adentro que le informa a nuestra gente humilde, incluso a la antichavista, que algo vital nos diferencia de los millonarios y sus hijos, y ese algo ha impedido que las batallas se trasladen abiertamente a los barrios y zonas populares.

Es apenas una interpretación. Así que mejor borren y olviden eso, entremos en pánico y activémonos, porque hoy, otra vez y como tantas veces, el sucio enemigo (que no es precisamente ese puñado de jóvenes enfurecidos) viene por nosotros.