Nils Castro: El plato fuerte, en las dos últimas cumbres, fue el debate sobre la presencia cubana
Gilberto Lópes-Universidad
En estos últimos años “hemos visto muchas manipulación de la información sobre la lucha por el poder en América Latina”, afirmó Nils Castro, asesor de la cancillería panameña durante el gobierno del presidente Martín Torrijos, con quien sigue trabajando de cerca hoy en Panamá.
En vísperas de la celebración de la VII Cumbre de las Américas esta semana, en Panamá, Castro conversó sobre el escenario político regional en el marco de esas reuniones.
No hay que olvidar que la primera cumbre, en 1994, fue convocada por el presidente Bill Clinton y se realizó en Miami, pese a las protestas por la decisión de hacerla ahí, recordó Castro.
Las cumbres –agregó– “siguen siendo administradas por los norteamericanos, no es cierto que sean una iniciativa de la Organización de Estados Americanos (OEA). Fue por la decisión de Washington de llegar a una acuerdo con Cuba que ahora se invita a los cubanos. Pero esa fue también es una decisión suya, para no terminar aislados”, enfatizó.
– ¿Puede ser esta cumbre un escenario propicio para anunciar avances en el proceso de restablecimiento de relaciones entre Washington y La Habana?
–Lo que menos importa y lo que menos va a producir resultados es la agenda oficial de la cumbre. Lo que aparece en el temario oficial permite guardar las apariencias. Pero los gobernantes vienen por alguna otra cosa.
El plato fuerte, en las dos últimas cumbres, fue el debate sobre la presencia cubana y el arreglo de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Ya en Trinidad y Tobado, en 2009, se inició este debate y fue muy crítico en la siguiente cumbre, en Cartagena, el 2012. No hubo siquiera una declaración conjunta y algunos países amenazaron con no volver a participar si no se invitaba a Cuba.
Finalmente aquí se va a dar esa participación, pero en un grado menor al prometido, porque Estados Unidos no ha sacado a Cuba de la lista negra de países colaboradores con el terrorismo, ni se han restablecido los servicios financieros para el funcionamiento de la embajada y el consulado cubano en Estados Unidos. Por lo tanto las condiciones fundamentales para que los cubanos acepten la apertura de la embajada en Washington no se han cumplido. De modo que los logros serán algo menos de los prometidos.
Lo que podrá haber es algún género de diálogo entre Obama y Raúl Castro, que haga avanzar el proceso. Podría anunciarse alguna medida nueva en dirección a la normalización de las relaciones entre ambos países, pero la decisión de sacar a Cuba de esa lista “negra” requiere la participación del Congreso norteamericano. En todo caso, es a Washington que le toca resolver el escollo.
La convocatoria de la cumbre viene de ese tema, no de la situación en Venezuela, ni de ningún otro problema latinoamericano. Ni se trata de reconocer una política de Estados Unidos hacia América Latina, que no existe.
– ¿Qué será, en su criterio, el papel de esas cumbres en el futuro?
– A mí parece que la única manera de sobrevivencia de la OEA, luego de la existencia de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (CELAC), es ofrecer lo único que la CELAC no ofrece: la presencia de Estados Unidos y Canadá.
En la medida en que la CELAC deje de ser un foro y pase a ser un organismo internacional (no se pudo lograr eso en la reciente reunión de San José, pero sucederá en la próxima cumbre) ¿qué le queda a la OEA? Ser un lugar donde Estados Unidos y Canadá se sienten a dialogar con los países de América Latina y el Caribe.
Me parece que entonces será la OEA la que debe convertirse en un foro, algo así como lo que venimos proponiendo hace años: un lugar del diálogo norte-sur. Eso le daría un sentido a la Cumbre de las Américas, que pasaría a ser la instancia máxima de ese diálogo. De lo contrario, están destinadas a perecer. De hecho se están extinguiendo poco a poco.
– Independientemente de que haya tenido o no un papel en el origen de estas cumbres, ¿qué función le queda, en su opinión, a la OEA?
– La OEA es un dinosaurio agónico. Si no cambia su papel, se muere. Y las cumbres, ya no se sabe bien para qué son. Esta le interesa a los norteamericanos por el tema cubano. Para hablar de Venezuela, no necesitaban convocar una cumbre.
No olvidemos que, en este caso, lo que reemplazaría a la OEA ya surgió: son UNASUR y la CELAC.
La OEA nació con Guerra Fría, pero no se sabe qué hacer con ella una vez terminado ese conflicto. A la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) los norteamericanos y europeos le inventaron otras funciones al concluir la Guerra Fría. Aun así quedó muy cuestionada. La OEA, en el plano civil, no militar, enfrenta desafíos parecidos.
– Si esta es la última cumbre en la que va a participar el presidente Obama, ¿se podría hacer un balance de sus políticas hacia América Latina, en particular hacia Cuba?
– Todos creíamos que tenia un valor simbólico el que se hubiese elegido a un negro como presidente de los Estados Unidos. Pero todo indicaba que podría pasar a la historia como un presidente muy gris, que podría irse sin pena ni gloria. Sin embargo, a mediados de diciembre, sacó la carta cubana y, después, negoció el acuerdo con Irán sobre su política nuclear.
Pero ninguna de las dos cosas está concluida. La carta cubana no es todavía un hecho del todo concreto y el acuerdo con Irán también está sujeto a la aprobación del congreso de Estados Unidos, donde enfrenta una fuerte resistencia del lobby israelí. Lo cierto es que los dos éxitos finales de Obama todavía están por materializarse.
Todos aplaudimos que se llegue a un acuerdo con Cuba que abra la perspectiva del fin del bloqueo a la isla. El tema decisorio para América Latina no es el restablecimiento de las relaciones diplomáticas. Es que acabe el bloqueo. Mientras eso no ocurra, el problema no está arreglado.
Todos vienen a la cumbre para tratar de alentar que ese camino se pavimente. No vienen aplaudir un resultado, vienen alimentar una esperanza.
–¿Se puede intentar dibujar el escenario político regional que saldrá después de la cumbre?
– Es un escenario bien complicado. En este momento el progresismo latinoamericano está en peligro.
Desde hace tres o cuatro años venimos advirtiendo del recrudecimiento de la ofensiva de la derecha en América Latina, con un apoyo mediático fenomenal, muy orquestado. Los acontecimientos que estamos viendo en Brasil, con protestas callejeras supuestamente espontáneas, pidiendo la destitución de la presidente son un buen ejemplo de eso. No es fácil tampoco hacer un pronóstico de las próximas elecciones argentinas, por ejemplo. El kirchinerismo no tiene un candidato, pese a la proximidad de las elecciones.
Para resolver esto hay que resolver problemas de la propia estructura del progresismo. Para salir adelante hay que reformar los partidos.
El partido gobernante en Brasil, el PT, está discutiendo las reformas de sus estructuras. El presidente de Ecuador, Rafael Correa, reaccionó bien ante este problema. Llamó a un debate sobre la ofensiva conservadora y está discutiendo sobre la organización de su partido.
Tampoco los norteamericanos saben qué hacer con América Latina, como lo muestran las últimos declaraciones de la secretaria de Estado adjunta para el Hemisferio Occidental, Roberta Jacobson. Pero ella, lo que representa es la falta de una política de Estados Unidos hacia América Latina y una falta de entendimiento de que lo está ocurriendo en la región.
Pero, sin cuestionarse a sí mismo el progresismo no va a poder enfrentar esta ofensiva de la derecha, a la que no le faltan recursos.