Nicolás Maduro, el chofer del metro de Caracas

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Rafael Cuevas Molina|

Conocí personalmente a Maduro cuando Maduro no era aún Maduro, sino Nicolás. Fue en el apartamento de un viejo amigo y camarada paraguayo, que murió hace unos años exiliado en Caracas, Joel Atilio Cazal.

Como se sabe, el señor presidente de los Estados Unidos, el magnate Donald Trump, nombró como su asesor económico al presidente de operaciones de Goldman Sachs, Gary Cohn, y como secretario de comercio de su gabinete al multimillonario Wilbur Ross.

Al hacerlo, Trump dijo: “sencillamente no quiero a una persona pobre (en el puesto)”, y agregó que el de ellos es “el tipo de pensamiento que queremos”.

Goldman Sachs, que en 2008 era lo que se conoce como un banco de inversión, cometió entonces un gigantesco fraude en los Estados Unidos con lo que se conoce como “hipotecas subprime”, que llevó a una profunda crisis de mundial que sigue teniendo repercusiones hasta nuestros días en todo el planeta.

Eso no es todo; Goldman Sachs estuvo involucrado en el origen de la crisis de la deuda soberana de Grecia, ya que ayudó a esconder el déficit de las cuentas griegas del gobierno conservador de Kostas Karamalis, lo que en última instancia fue la causa de la debacle griega que, en este momento, tiene a ese país atravesando la más rotunda y feroz crisis de su historia.

No hilaremos más sobre los tentáculos de este aparato financiero que tiene a algunos de sus principales directivos en puestos clave de Estados Unidos y Europa (Mario Draghi, por ejemplo, actual presidente del Banco Central Europeo, fue su vicepresidente por Europa). Nos basta con que nuestros despreocupados lectores se hagan una idea de dónde provienen estas figuras que Trump lleva a su gabinete, y cuya visión de mundo y accionar económico ensalza: de una verdadera cueva de ladrones, frente a la cual Alí Babá y sus cuarenta compinches se queda pálido.

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Joel Atilio Cazal y Koeyu

Estos son, queridos amigos y amigas, los “hombres del presidente”; el crew con que los Estados Unidos se presenta ante el mundo y dicta cátedra sobre libertad y democracia. El team con el que tienen la desfachatez de pontificar y complotar en lugares como la OEA contra Venezuela. Es decir, un equipo de multimillonarios mafiosos que no han vacilado en utilizar las más sucias tácticas de salteadores de caminos para hacer sus fortunas.

Y del otro lado está Maduro, un chofer de autobús del metro de Caracas. Su madre, Teresa de Jesús Moros es de nacionalidad colombiana, y su padre, Nicolás Maduro García, líder sindical. Estudió en un liceo público en el populoso barrio de El Valle en las afueras de Caracas, donde logró graduarse pero no ingresó a la universidad, sino que más bien se dedicó a trabajar “en cualquier cosa” para ayudar a su familia.

A Nicolás Maduro y a Hugo Chávez, su mentor, las terriblemente clasistas y racistas clases media y alta venezolanas les han dicho de todo; al primero, lo tildaban de “negro” para arriba, lo que para ellos es sinónimo de insultarlo con los más soeces epítetos imaginables. Como Maduro es “blanquito”, los insultos atañen a su condición proletaria, que como Trump, esta gente considera un lastre.

Conocí personalmente a Maduro cuando Maduro no era aún Maduro, sino Nicolás. Fue en el apartamento de un viejo amigo y camarada paraguayo, que murió hace unos años exiliado en Caracas, Joel Atilio Cazal. Joel me dio posada en su casa mientras yo participaba en un congreso académico; dormí en uno de los sillones de la sala de su apartamento ubicado en El Silencio, en pleno corazón de la ciudad. En el otro sillón dormía Nicolás, que venía de terminar un curso sindical en el extranjero.

Juntos empaquetamos la revista Koeyú latinoamericano que editaba Joel Atilio, y compartimos para bañarnos el agua que la familia Cazal almacenaba en un tonel en el baño, dados los continuos cortes de suministro que se sufrían.

Resultado de imagen para joel cazal y koeyuLo recuerdo grandote, bonachón, buena gente y comelón. Ninguno de los dos sabíamos para ese entonces de los desmanes de Goldman Sachs ni intuíamos la debacle a la que llevaría al mundo capitaneada por los que después serían miembros de la tripulación de Trump.

Lo olvidé hasta que lo volví a ver en las primeras filas de la Revolución Bolivariana, y él no debe tener la más mínima idea de quién soy yo, pero no importa. Lo he recordado mucho esta semana que termina cada vez que veía a la caballería norteamericana cargando a arrebato de combate contra Venezuela en la OEA, y a todos los falderillos del imperio envalentonados lanzando improperios y volviendo a ver si el jefe sonreía y asentía.

Entre otras cosas, por eso firmé la carta en la que un grupo de latinoamericanos respaldamos a la Revolución Bolivariana hace unos días: porque es un gusto, un honor, un deseo cumplido ver a alguien como él, proletario de izquierda, enfrentarse al imperio más poderoso de la historia gobernado por bandoleros prepotentes.
*Presidente AUNA-Costa Rica