Nazareth Balbás: “Una buena historia es posible si levantas el culo del asiento”

Roberto Malaver-Semanario CCS|
Casi periodista. Está haciendo su tesis de grado investigando el humor, la ironía y el talento de José Ignacio Cabrujas. Ha trabajado en AVN. Y ahora está en Rusia Today

—¿El periodismo venezolano es apegado a la ética, veraz, lleno de investigación, de excelente escritura, o todas las anteriores?
—Esos atributos en el periodismo venezolano son como las leyes de tránsito: se acatan pero
no se cumplen. Decir lo contrario es pecar de ingenuo o de cínico. Sin embargo, quiero
pensar que existen intentos honestos de contar las cosas, que buena parte de los reporteros
entendimos que no somos la noticia, que están pasando demasiadas vainas en este país
como para perder el tiempo en preguntas estúpidas, y que el lector merece de nosotros más
que una simple declaración de buenas intenciones.

Confieso que soy una quisquillosa, por no decir ‘crítica infeliz’, con lo que hacemos en Venezuela. Es que lo comparo con lo que se escribe en otras latitudes y siento que nos
quedamos rezagados, acodados en la comodidad de la polarización política y ateridos esperando que una voz declare para creer o desacreditar algo. En vez de ofrecer una lectura de lo que ocurre, repetimos al caletre lo que se nos cuenta desde el poder político o económico, con la chatura de cada caso.

El problema está en que ahora nos fijamos más en la caducidad de las formas (por la competencia con los videos virales, los tuits impactantes o el ‘post’ más compartidos) que en la calidad del fondo, que al final es lo realmente insustituible: la verdad.

—¿Las redes sociales sustituyeron al periodismo?
—Empiezo a pensar que los periodistas flojos se inventaron esa para ver si dejaban de
mandarlos a la calle. Las redes, más bien, nos han acercado a una nueva forma de ver la
realidad, de dudar permanentemente de ella. Siento que nos empujan a ser menos confiados.
En mi caso, que ahora me toca pasar más tiempo editando que escribiendo, me obligan a decirle al redactor: “¡Epa, constata esto! Huélelo, pálpalo, compruébalo”.

Entre las ‘fake news’ y una cotidianidad que parece cada vez más inverosímil, el periodismo
no puede satanizar una herramienta: debe aprovecharla. Y, claro, el reportero tiene que estar
al tanto de que una buena historia solo es posible si levanta el culo del asiento. Para los
demás están los ‘community managers’. Ahora, ¿nos pueden sustituir dentro de poco o
mucho? No lo sé. Pienso en el libro y me baja un poco la ansiedad. No sé cuántas sentencias a muerte lleva, pero cada año se edita más y más.

—¿Los cResultado de imagen para Nazareth Balbásorruptos tienen sus medios y sus periodistas que los defiendan?
—Siempre los han tenido, la cosa es que uno decida estar de ese lado. Yo, que soy ilusa, pienso que los periodistas tratamos de solapar nuestra perfidia con este trabajo. Escribimos y contamos como un acto de expiación, casi para redimirnos de nuestra vileza. Queremos ser buenos y nos esforzamos. Hasta el más mediocre de nosotros, después que lee a Kapuscinski, quiere irse a Ruanda aunque el impulso le dure dos minutos.

Por eso considero que, afortunadamente, no abundan los mercenarios a sueldo que ponen su nombre o su cara para defender a los rufianes de siempre. Sale más barato montar una empresa de maletín.

—¿Qué leen los jóvenes periodistas?
—Que los periodistas jóvenes respondan eso, con esta obsolescencia implacable, yo ya
estoy entre el grupo de millenials tardíos, casi del jurásico. A mí me gusta leer crónica, con
Martín Caparrós y Leila Guerriero a la cabeza, y también soy fanática del cuento. Ahora
mismo me he devorado ‘Repudiados’, de Osamu Dazai, y estoy con una antología del
Cuento Norteamericano, preparada por Richard Ford, que me voy comiendo de a poco.

Creo que para mí, que crecí leyendo el mundo hiperbólico garcíamarquiano con sus guayabas podridas, mariposas amarillas y doncellas que volaban, es fascinante la parquedad y sobriedad narrativa de una literatura menos caribe. También disfruto mucho la poesía. Soy un poco obsesiva con Fabio Morábito, Idea Vilariño y Wislawa Szymborska, aunque hace muy poco terminé el poemario ‘Gracias, niebla’, de Auden, y me maravilló.

Un buen poema es un artefacto perfecto en el que se junta la economía, la eficacia y la belleza de la palabra. ¿Acaso no es eso lo que debería aspirar el buen periodismo? Yo creo que sí.

—En el marco de las navidades, y específicamente en el fin de año, qué mensaje le da
usted al país para el 2019? (Nótese cómo manejo el lenguaje del periodismo de hoy).
—Nótolo, doctor. Ahora, si le soy sincera, lo que me gustaría es que el país me diera un mensaje a mí para ver si termino de comprender qué va a pasar en 2019. Es que cada vez que tengo que escribir de economía o política, me siento más farsante que Adriana Azzi. A lo María Bolívar, lo que quiero es que Venezuela me dé ‘una ayudaíta’. (Y un pernil a fin de año, si no es mucho pedir).