Mitigan programas sociales en Venezuela los contrastes entre pobres y ricos

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LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO|  Ernesto Serrano tiene 23 años, es delgado, moreno y vive en la calle de El Placer de María en el barrio El Peñón. Su vivienda colinda con una escuela privada para niños de clases acomodadas. Desde sus ventanas puede verse el Country Club Prado del Este. Su barrio es una especie de pequeño gueto en una zona llena de edificaciones de lujo en Miranda, parte del área metropolitana de Caracas. Toda su vida creció en un mundo de escasez material cercada por un anillo de bienestar.

la Jornada

La vivienda que Ernesto habita es una de tantas. Consta de tres niveles y paredes de bloque, construidos poco a poco por sus moradores, como se hace en Venezuela. Originalmente perteneció a su abuela. Ahora viven allí sus tías y sobrinos. El duerme con su madre y sus siete hermanas y hermanos, en una sola habitación de unos cuatro metros de largo por tres de ancho, con una pequeña cocina y baño.

El resto de sus parientes que cohabita la casa vive en las mismas condiciones de hacinamiento que él. Cada cuarto es un hogar en el que hacen su vida entre seis y ocho personas. En toda la construcción hay filtraciones, humedad y carencia de ventilación adecuada. Lo que no falta es solidaridad contra la adversidad. La gente humilde siempre compartimos, dice.

Las familias de El Placer de María compran sus alimentos a precios subsidiados en las tiendas gubernamentales instaladas por el gobierno de Hugo Chávez. Pagan la mitad de lo que tendrían que sufragar si los adquirieran en tiendas y almacenes privados. Además, tienen su abasto usualmente asegurado, lo que no es poca cosa, en un país en el que cíclicamente se produce escasez de leche, azúcar, harina y hasta cerveza. La especulación alimentaria se ha convertido en una herramienta de presión política para provocar descontento social, y en expresión de la protesta empresarial contra el control de precios de mercancías clave.

En la vieja casa de la calle de El Placer de María no hay espacio pero sí electrodomésticos, focos ahorradores, una estatua de San Miguel Arcángel, estufa, televisión con antena parabólica, aparato de sonido y, en algunos cuartos, computadora. La pobreza en Venezuela es distinta a la de otros países.

Asentamientos como en el que vive Ernesto son muy comunes en Venezuela. En ellos habita más de 50 por ciento de la población urbana, es decir, unas 14 millones de personas, que ocupan una superficie de 180 mil hectáreas.

Ernesto necesita una computadora porque está a punto de terminar la carrera de análisis y diseño de sistemas en la Universidad Nacional Experimental Politécnica de la Fuerza Armada Nacional, una institución pública gratuita de educación superior. Él compró su ordenador portátil con su empleo en una pizzería. Va a la escuela de 7.30 de la mañana a las 5 de la tarde y trabaja de 6 a 11 de la noche. Para estudiar utiliza los libros de la biblioteca. Cuando tiene un rato libre ayuda a sus hermanos menores a hacer sus deberes escolares.

Ernesto quiere seguir estudiando. Está orgulloso de lo que ha conseguido. Y no duda ni un momento en que lo tiene no sólo es debido a su esfuerzo sino, también, gracias a la revolución bolivariana y al presidente Hugo Chávez, que nos ha enseñado a creer que es posible. Uno tiene que creer en lo hecho en Venezuela. Hay que estar orgullosos de ser venezolano. Y él nos ha enseñado a hacerlo. Nos hizo ver que podemos ser dignos. Apoyó a la gente que nunca había tenido apoyo. Él es uno de nosotros. Por eso, el próximo 7 de octubre irá a votar por el comandante.

Sabe de qué habla, Henrique Capriles, el candidato de la oposición a la Presidencia de la República, asumió la gobernación de Miranda en 2008. Sólo vino a vernos para pedirnos el voto, dice. Y luego ya no regresó. Los barrios no existen para él. Sólo tuvo ojos y oídos para los ricos. Todo lo que tenemos se lo debemos a Chávez.

A Ernesto le gustaría que su mamá, que es madre soltera y trabajadora de una clínica siquiátrica, tuviera un espacio más grande para vivir. Una casa como la que, desde hace unos cuantos meses, adquirió su tía, Adela Rojas, en La Limonera, en Miranda.

Adela es morena, tiene pelo negro corto, 43 años y seis niños sin padre. Aquí los hombres huyen cuando se dan cuenta de lo que se les viene encima, dice su vecina Milagros Pérez. Padece, además, un grave problema auditivo que le impide emplearse de manera estable y la obliga a trabajar a destajo.

Vivió toda su vida en la misma vivienda que su sobrino Ernesto. Durante años sus días se le iban en llorar y llorar. Sus hermanos la ayudaban pero no veía la forma de salir adelante. Cuando una no tiene trabajo ni pareja es una carga muy grande, dice.

Adela había vivido siempre en el mismo barrio, en la misma casa, en condiciones similares de hacinamiento a las de su sobrino Ernesto. Y de repente, después de trámites y gestiones y del apoyo de su hermano, se encontró, a pesar de no tener dinero, habitando un hermoso departamento de poco más de 70 metros cuadrados, con tres recamaras, dos baños y sala comedor, equipado. El edificio está enclavado en una nueva unidad habitacional dotada de parques, servicios, panadería y cultivos de traspatio.

Fue postulada para ocuparlo por encontrarse en pobreza extrema y enferma. Su hermano le auxilió en las gestiones. Su hijo mayor asistía a las juntas. Hasta que los sueños que nunca tuvo se hicieron realidad y recibió su departamento.

Chávez me reconoció derechos. Y me apoyó. Sin él yo no tendría nada, dice conmovida, y añade: Por primera vez sentimos que alguien se preocupa por nosotros.

Eso mismo piensa Donato Condori, autodidacta de origen indígena, también seleccionado para recibir una vivienda en otro proyecto, el Caribia. Antes de Chávez –asegura– los pobres no tenían esperanza. Trabajando las 24 horas del día, no tenían posibilidad de salir adelante. Su única esperanza es que sus hijos estudiaran y se volvieran profesionistas. Ahora llevan una vida digna. Hay un cambio enorme. Los pobres ya no estamos abandonados a nuestra suerte.

Donato desconfía de los viejos políticos. Antes de Chávez eramos vistos como seres de tercera clase. Los adecos (nombre con el que se conoce a los integrantes de Acción Democrática) sólo traficaban con la pobreza del pueblo. Pero ahora, los pobres no tenemos nada que envidiarles a los ricos.

Adela Rojas y Donato Condori son beneficiarios de la Gran Misión Vivienda Venezuela, que entregó 147 mil casas el año pasado, como parte del Buen vivir promulgado por Hugo Chávez. Su adhesión al chavismo es anterior a que recibieran un departamento. La vivienda que obtuvieron es, para ellos, la demostración de que hoy, la riqueza petrolera de su país les llega también a ellos, y no, como en el pasado, sólo a un pequeño grupo de privilegiados.

El programa de vivienda es tan importante para Chávez, que, durante el Consejo de Ministros previo a su viaje para someterse a una intervención quirúrgica, realizado el 23 de febrero y transmitido por televisión, el mandatario se refirió a él de manera destacada y detallada.

Para Adela, Donato y Ernesto, invisibles a los que Chávez hizo visibles, la salud del presidente es motivo de preocupación, como lo es para muchos otros pobres a los que la revolución bolivariana les ha traído educación, salud, dignidad y un horizonte de vida radicalmente distinto al que tenían hace apenas 13 años. Sin embargo, de manera similar a como piensa y siente una multitud de sus compatriotas, están seguros de que su presidente saldrá adelante de esta nueva adversidad y triunfará en las próximas elecciones del 7 de octubre.

**Periodista mexicano. Enviado de La Jornada a Venezuela