Mis primeros días en el gobierno
REINALDO ITURRIZA | Comentaba con mis amigos más cercanos que formar parte del gobierno me hacía recordar a Hunter S. Thompson, el escritor y periodista estadounidense que escribió un célebre libro sobre los Ángeles del Infierno, luego de convivir con ellos durante más de un año. Con esto no quiero decir que mis colegas del gabinete se parezcan a los sujetos que integraban la mítica banda de motorizados. Me refiero a ese desplazamiento de la mirada que significa observar las cosas desde “adentro” y, más que esto, a la experiencia de ser partícipe en lugar de observador. Hay que vivirlo para contarlo.
No es casual que una de mis principales referencias sea un escritor. Además del tiempo junto a mi familia, especialmente la cálida y amorosa compañía de mis hijas, escribir es lo que más extraño. Teresita Maniglia me lo dijo el día del acto de juramentación: que iba a ser muy difícil mantener el ritmo de la escritura. Dicho y hecho: mi último artículo es del 17 de abril, hace larguísimos veinticinco días.
Chávez es mi otra referencia ineludible. Estás presente todo el tiempo, comandante. Lo decía nuestro Presidente, Nicolás Maduro, en algún discurso, y es completamente cierto: en cada caso, frente a cada problema, uno intenta pensar y actuar como lo hubiera hecho Chávez. Pienso en Chávez y recuerdo que uno no se puede tomar muy en serio esto de ser ministro, a riesgo de extraviarse y traicionarse. No me refiero a la responsabilidad que entraña el cargo, sino a los privilegios asociados al poder.
Vuelvo al asunto clave del desplazamiento de la mirada: no se ven igual las cosas desde aquí, pero eso no debe comprometer nuestro enfoque, nuestro punto de partida. Eso que algunos llaman el lugar de enunciación. ¿Desde dónde habla un ministro? ¿Desde la institución? ¿Desde un lugar que no es el pueblo? Si ser ministro es hablar desde “adentro”, ¿qué es lo que está “afuera”?
Sospecho que a eso se refería Chávez cada vez que decía que él era un subversivo en Miraflores. Porque estuviera en el lugar que estuviera, siempre estaba en contacto con el afuera, con lo popular, con las catacumbas, y desde ese lugar pensaba, hablaba, actuaba. Es nuestro deber seguir su ejemplo, y pelear cada día contra la inercia, pero también, y sobre todo, contra las fuerzas de atracción de la costumbre, de la dominación y sus reglas sacrosantas hechas costumbre.
En estos días de mucho desgaste físico y mental, de poco dormir y de mucho trajinar, recuerdo al Chávez que llamaba muy temprano por la mañana al programa de Ernesto Villegas, a mediados de 2011, y nos contaba de sus lecturas sobre Nietzsche y reflexionaba sobre la necesidad del cuidado de sí, y desde esta perspectiva analizaba el tema de la militancia política y pasaba revista de los aciertos y errores del gobierno, de todo lo que nos hacía falta para construir el socialismo. Pensar en ese Chávez lúcido, demasiado lúcido, me reconforta y me da fuerzas.
Y la calle. Allí donde se despejan todas las incógnitas de la política revolucionaria. La calle y el calor de las mujeres que están en todas partes. No puede entenderse la revolución bolivariana si no se valora en su justa dimensión el significado de la participación de nuestras mujeres de las clases populares. Debatirán los historiadores, pero me parece que su masiva incursión en la política es algo inédito. Ellas le imprimen a este proceso una fuerza, un empuje, una convicción realmente admirables.
Estoy convencido de que las incógnitas del momento histórico que nos tocado vivir se despejan no sólo desde la calle, sino partiendo de la premisa básica: se trata de ir reduciendo la distancia entre el “adentro” del gobierno” y el “afuera” popular. Hasta que la distancia sea igual a cero. Si mi “gestión” en Comunas y Protección Social no obedece a esa orientación política estratégica, puede que sea una gestión “eficiente”, pero no estaré contribuyendo en nada a la radicalización democrática del proceso venezolano, y hasta puede que ponga en riesgo la continuidad de la revolución bolivariana.
El Presidente Nicolás Maduro lo ha planteado reiteradamente: nuestra idea de eficiencia está asociada a la idea de cambio revolucionario. Era lo que planteaba el comandante Chávez cuando nos hablaba de “eficiencia o nada”. Nosotros no estamos aquí para “gestionar” un Estado decadente y corrompido, sino para hacer una revolución. Esos nos exige inventar (en sentido robinsoniano) nuevas formas de gobierno, experimentar. En esa andamos.
Clara la orientación estratégica, es necesario realizar innumerables movimientos tácticos. Adecuar las instituciones bajo mi responsabilidad directa, allí donde sea necesario, para que marchen al ritmo que nos exige no sólo el momento político, sino una nueva etapa histórica, plena de amenazas, retos y desafíos. Igualmente, habrá que estrechar las alianzas con el movimiento popular, que tiene muchísimo que aportar. Es urgente identificar las causas que han incidido en un cierto apaciguamiento de los consejos comunales, siempre en la perspectiva de fortalecerlos. Al respecto, ya hay un trabajo adelantado. El vasto campo de la “protección social”, en el que ha habido avances realmente notables, será abordado de manera tal que logremos superar definitivamente la lógica asistencialista. Y todavía no he dicho palabra sobre las Comunas. Pero esto es sólo un adelanto. Uno muy parcial, por cierto.
Termino por donde comencé: la diferencia entre observar y participar. ¿Una revolución no consiste precisamente en que los que antes sólo éramos espectadores invisibles pasamos a ser partícipes y protagonistas de su destino? Me gusta pensar que hoy asumo esta responsabilidad porque nosotros, los comunes, ahora tenemos un lugar, y no como antes, cuanto todos los espacios eran secuestrados por las elites.
Qué fortuna poder vivirlo y poder contarlo.