Milei y la cultura del desprecio

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Gustavo Veiga

El presidente  argentino Javier Milei instaló disfrazada de batalla cultural a la cultura del desprecio. El desprecio por el otro, por el diferente, por el que no tiene voz, por las minorías, que consiste en ensañarse con el débil pero nunca enfrentar o afectar los intereses del poderoso, al que le rinde pleitesía. Su acting posterior a la derrota electoral en la provincia de Buenos Aires no se lo cree nadie. Las encuestas ratifican que sigue en baja.

Javier Milei es algo más que un político de extrema derecha desligitimado por cómo ejerce el poder, los escándalos de corrupción y el autoritarismo que le imprimió a su gobierno. Un presidente que después de la aplastante derrota electoral en la provincia de Buenos Aires se compró una piel de cordero a medida para un narcista patológico como él.

Pero el león desmechado no reparó en la exactitud del talle – como mediocre economista que es – porque le queda mal ese ropaje de oveja recién esquilada. No le entra. Una multitudinaria marcha más frente al Congreso demostró que millones de argentinos ya no compran su acting. Empujaron el rechazo a sus vetos presidenciales en la Cámara de Diputados y lo dejaron groggy, sin reacción.

No les resultó creíble a sus votantes desencantados – ni mucho menos a sus opositores – su súbito respeto a las formas republicanas en un discurso por cadena nacional. Esa impostura por conveniencia que le hizo bajar los decibeles de sus gritos desaforados, sus maltratos acostumbrados y los insultos disparados a repetición.

Ese otro Milei es una caricatura que acusó el impacto de los repudios que recibe a diario, proporcionales a su mal uso de la motosierra que se va quedando sin filo. Las recientes y sucesivas derrotas político-electorales lo sacaron de su zona de confort en la quinta de Olivos o cuando acumula millas mientras viaja a Washington DC, Miami o la vieja Europa para mendigar aplausos de audiencias neofascistas.

Milei es mucho más que un personaje público sin rasgos de empatía, de una crueldad desinhibida, con escasos atributos de humanidad. Ha sido incapaz de mitigar el daño de los padecimientos que provocan sus distintas medidas de gobierno entre los ciudadanos que no caben en su lista de “argentinos de bien”.

Ese padrón de seres desechables, según el ideario libertario que pregona, alcanza a jubilados, discapacitados, médicos residentes, docentes, estudiantes, trabajadores fabriles de pymes que cierran, cuentapropistas, pobres de toda pobreza que no entran en su planilla de Excel o indigentes que son corridos o apaleados en las calles que nunca deberían ser un lugar para vivir. Su aliado Guillermo Montenegro, el intendente de General Pueyrredón que volvió irrespirable a Mar del Plata para los sin techo, conoce muy bien de qué se trata.

Milei instaló disfrazada de batalla cultural a la cultura del desprecio. El desprecio por el otro, por el diferente, por el que no tiene voz, por las minorías, que consiste en ensañarse con el débil pero nunca enfrentar o afectar los intereses del poderoso, al que le rinde pleitesía. Véase sino su obsecuencia sin límite con Donald Trump o Elon Musk. Sus modelos están afuera, no adentro de nuestras fronteras donde se siente y actúa como un monarca.

La cultura del desprecio que expresa Milei va a tono con esta época donde se desarrolla un genocidio que millones en el planeta siguen por las redes sociales y TV. Todos los días mueren palestinos bajo las bombas. Los niños desnutridos son un manojo de costillas a la vista. Las mujeres lloran por sus hijos entre los escombros de Gaza. La tragedia se agrava cada día y ahora más desde que comenzó la invasión final por tierra de la delgada Franja recostada sobre el Mediterráneo. Hacia allí se acerca una flotilla tripulada por héroes anónimos de 44 naciones en misión humanitaria. Netanyahu meets 'great friend' Argentinian President Milei

Mientras el mundo sigue impasible las imágenes del exterminio planificado, Benjamín Netanyahu y su gabinete de guerra continúan con su locura criminal en una fuga hacia adelante. Sus ejércitos aniquilan personas convertidas en blancos fáciles gracias a la inteligencia artificial y su sofisticado aparato de control y represión social al pueblo palestino.

Ese tirano que se abrazó con Milei en Jerusalén no puede salir de Israel porque correría el riesgo de ser detenido si se ejecutara un pedido de captura de la Corte Penal Internacional. Pero muy poco inciden en el debate público de la Argentina las decisiones en política exterior que toma el régimen de extrema derecha alojado en la Casa Rosada. Sería estimulante que se discutiera en el Congreso la negativa a reconocer la existencia del estado palestino, la ignorancia de las resoluciones de Naciones Unidas y la política de seguir al pequeño rebaño de países arrastrados por Trump y Netanyahu. Una geopolítica determinada por las fuerzas del cielo más que por cuestiones estratégicas de un proyecto de nación emancipador.

Una protesta de jubilados por los recortes de Milei desata la mayor ...
Una protesta de jubilados por los recortes de Milei desata la mayor represión

En este mundo anestesiado por los productores de sentido en Occidente – grandes medios, plataformas tecnológicas, la extrema derecha 2.0 –  la cultura del desprecio es un karma que afecta a millones de seres humanos. Los gazatíes, los inmigrantes, los perseguidos, los pueblos sin acceso al agua potable, los envenenados por las mineras o el glifosato, las mujeres pobres, las infancias desnutridas, las víctimas de hambrunas sucesivas en África. El presidente argentino es un abanderado de la cultura del desprecio.

Persigue la depuración ideológica de sus enemigos, aquellos que tiene más a mano, los zurdos, los kukas o cualquiera que proponga una vía hacia el socialismo, más o menos revolucionaria, más o menos moderada, desde la socialdemocracia a la Cuarta Internacional, el progresismo genérico o la cultura woke.

Está enfrascado en una cruzada que no terminará bien, igual que en las guerras religiosas que se extendieron como plaga en otros siglos. Las hubo con espadas o catapultas que derrumbaban muros de ciudades amuralladas. Hoy son con vehículos robots, drones explosivos y el apoyo clave de empresas tecnológicas que venden su know how para aniquilar sin dejar rastros. Palantir es un ejemplo de eso que ocurre en Gaza.

Las bombas atómicas todavía esperan su turno. ¿Habrá otra Hiroshima o alcanzarán para la destrucción definitiva los arsenales convencionales?Los padres palestinos escriben los nombres de sus hijos en sus cuerpos para poder identificarlos si los matan. La cultura del desprecio es la antítesis de una cultura humanitaria que asoma entre las ruinas. Aunque no tiene la misma fuerza, ni voces que la acompañen, ni tanta prensa.

* Periodista y docente por concurso de la carrera de Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires (UBA) en la materia Taller de Expresión III y de la tecnicatura de Periodismo Deportivo en la Universidad de La Plata (UNLP) en la materia Comunicación, Deporte y Derechos Humanos. Colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)