Milei festeja el éxito del fracaso

Eduardo Aliverti

¿Hasta dónde dura una ficción? ¿Hasta que termina la película porque se acepta el código de dejarse llevar por los giros argumentales? ¿O hasta que resulta obvio cuál es la trampa del guión, y entonces cabe esperar el desenlace como una letanía?

Transitoriamente, se festeja el éxito del fracaso.

Sucumbió llegar a las elecciones sin tocar al dólar y con una inflación que bajaría al 1 por ciento mensual. Los mandriles tuvieron razón. El tipo de cambio estaba retrasado y aún semeja estarlo, junto con la impresionante pérdida de reservas. El Fondo Monetario le hizo morir al Gobierno el polvo de la derrota. Y hay, en ese aspecto, contradicciones aparentes.

Es innegable que Washington volvió a proveer un respaldo a priori insólito, violando todo precepto de cuidado frente a un incumplido serial como la Argentina. El costo es un papelón, no de Estados Unidos o quizás también. Es de Javier Milei y sus econochantas. Juraron no devaluar. Lo hicieron día tras día, y en cada entrevista presidencial con sus mascotas vivas. Y los explosivos que iban a situar en el Banco Central se transformaron en fortalecerlo, convirtiendo una deuda en pesos, intraestatal, en otra en dólares. Otra más.

El texto que Ezequiel Adamovsky fijó en X ya fue profusamente difundido, entre la gente que conserva inquietudes de pensamiento crítico. Pero vale remarcarlo tantas veces como sea menester. Es decir, en forma permanente.

(Xinhua/Martín Zabala)

Cuando hay gobiernos de derecha no se devalúa: se flota. No se declara default: se reperfila. No sube la inflación: disminuye la velocidad en que baja. No aumente los precios: se corrigen. No suben las tarifas: se sinceran. Y se toman préstamos que no te endudan.

Luego, siendo que el Gobierno mantiene dosis de imagen positiva considerables y que en la semana del levantamiento parcial del cepo no hubo terremoto alguno, ¿hasta dónde ese papelón de su marcha atrás es visto en efecto como tamaña cosa? ¿O más bien es cuestión de que lo ficticio continúa enseñoreándose porque “en algo hay que creer”?

Sinteticemos lo objetivo de toda objetividad.

Los individuos, no las personas jurídicas, ahora pueden comprar dólares en el mercado oficial. Quedó habilitado remitir utilidades al exterior, pero sólo las generadas a partir de este año. Se accede más fácil al pago de importaciones. Y se enchufan bonos para la circulación entre acciones y empresas vinculadas. Punto, prácticamente.

Después se verá si los exportadores no amarrocan y si en agosto, cuando haya terminado la liquidación de la cosecha gruesa, queda un saldo comercial favorable para tirar hasta octubre y acumular reservas. O si empiezan a fumarse antes los dólares frescos del Fondo, que es de lo que el fugador compulsivo Caputo Toto sabe un montón.

A tono con el Día de la Marmota, para variar, no hay manera de que estas especulaciones tácticas no vayan a concluir en la tragedia perpetua.

Lo será a “largo” plazo porque la apoyatura estadounidense bancará los trapos financieros, así que pena de que el experimento argentino vuele por los aires cuando es su punta de lanza en la región. ¿De qué otro modo podría interpretarse la “ayuda” renovada e impactante de los Estados Unidos que, al igual que la inédita visita de Scott Bessent, tiene el objetivo mayor de enmarcar a Argentina en la disputa contra los chinos?

O bien, lo será en un período corto-mediano porque, por caso, lo pone en riesgo una escena electoral en que la inflación vuelve a decir lo suyo. Es un ingrediente desafiante para el Gobierno. A los pobres ya no hay mucho más que sacar. Ergo, como señala Carlos Heller, el botón es o vuelve a ser la clase media, que regula el comando del humor masivo.

En un artículo reciente publicado en La Tecl@Eñe , Ricardo Aronskind refuerza las dos percepciones que chocarán en las próximas semanas. O incluso, bastante más allá.

El secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent (c), sale del Ministerio de Economía de Argentina, después de una reunión con el ministro Luis Caputo. (Xinhua/Martín Zabala)

 

Por un lado, ahora “podemos” comprar dólares. La traducción a imaginario sería “lo que siempre quisimos hacer”. Por otro, están subiendo los precios, erosionando los ingresos, sin que nuestros salarios puedan alcanzarlos.

Agregado a eso, el fracaso antiinflacionario y el cambio se dan en el contexto de un año electoral. La derecha libertarista aún está robusta, y la macrista oscila entre ladrarle y acompañarla.

Es una gran atracción, para la política opositora, erigirse sobre el proceso inflacionario que el propio mileísmo había colocado como estándar de la máxima reivindicación posible para las masas.

“La paradoja es que hablar sólo de la inflación y desentenderse de los problemas estructurales del país, casi invisibles para la mayoría despolitizada y desinformada, es seguir reforzando los mantras que la derecha ha sabido imponer”.

La “baja de la inflación”, como añade el economista e investigador, sólo significa que los precios fijados por las empresas suban cada vez un poco menos. No importa a qué niveles ya llegaron, ni cómo quedó la capacidad de compra de las personas concretas.

Es así que el máximo anhelo argentino sería que la inflación no suba más (todavía), con lo cual se cristaliza una pésima distribución del ingreso.

Resulta muy interesante ese concepto paradojal de que detenerse únicamente en lo inflacionario, como zanahoria más a mano del discurso opositor, en verdad asienta a los espejos de colores del oficialismo.

Ocurre que no se trata “apenas” de una trampa cazabobos, sino que revela las graves carencias propositivas del conjunto de la oposición y, en particular, de la más combativa. De por sí, hay un elemento que no se presta a polémicas: quienes contienden contra el modelo reinante corren detrás, invariablemente, de todas las acciones y provocaciones que suscitan Los Hermanísimos y Compañía.

El Banco Central de la República Argentina, en la ciudad de Buenos Aires. (Xinhua/Martín Zabala)

Puede ser el “Che, Milei”, al margen de la certeza de sus apuntes, o casi cualquiera de las críticas que despierta el andar oficial. Nunca están por delante. Siempre a la zaga.

Eso lleva a la pregunta de cuánto incide la ausencia de propuestas alternativas en la falta de un liderazgo unificador, por parte de la oposición que se pretende auténtica.

Interrogado de otro modo y para reiterar por enésima vez, ¿habría la lucha por momentos desaforada, en torno a quién conduce al peronismo, si estuviera más claro qué es lo que quieren edificar como opción?

En ese sentido, y como ejemplo nada menor, el acuerdo impuesto por el FMI debería manifestarse como un parteaguas (para empezar a hablar, porque si mañana, por arte de magia, desapareciera la deuda con el Fondo, los problemas nodales del país seguirían allí, incólumes). Las minorías significativas, que al cabo son las que estipulan el cuerpo central de todo discurso político, inquieren acerca de qué se hará con el atroz endeudamiento externo. No hay ninguna probabilidad seria de formular un programa de gobierno, alternativo al vigente, si no se responde -entre otras- a esa incógnita.

Hace unas semanas, aquí mismo, se insistió en requerir contestaciones básicas, nada original, que son necesarias pero ya tan aburridas, o ¿paralizantes?, como el guión de la estabilidad milista.

Aquello de si se hace un pagadiós con cuál fuerza político-social. Si se convoca a quiénes para qué tipo de acuerdo nacional. Si se ofrece un esquema de pagos atado a ciertas posibilidades reales de generación de divisas, en función de alguna programática de mediano-largo plazo para diversificar exportaciones que no implica seguir primarizando la economía. Si se cambia bruscamente en las relaciones externas y se toma nota del mundo multipolar que llegó para quedarse.

En toda variante, qué clase de “contrato” social se impone para apechugar sus consecuencias. Quiénes están en condiciones más aptas para ofertarlo y convencer. Y mientras tanto, cuál programa concreto se ejecuta para asistir a los desposeídos eternos y para la producción de un mercado interno capaz de no depender de cabezas dolarizadas.

Si no hay quienes tengan esas respuestas, o quienes se animen ni siquiera a ensayarlas, a llorar a la iglesia cuando arriba un Jamoncito para reproducir, con métodos pornográficos, el mismo escenario de toda la vida. Con sus interrupciones “populistas”, que fue cuando los argentinos la pasaron mejor.

Como se leyó en un posteo, el odio antiperonista nos sale muy caro.