Los migrantes y el desespero final de la oposición venezolana
Marcos Salgado
La desesperante situación en la que el gobierno de Donald Trump ha puesto a miles de migrantes venezolanos es un escenario con muchas aristas. Una, es la de los (¿ya ex?) referentes de la oposición de ultraderecha, que, entrampados en el discurso fantasioso de la Casa Blanca, perdieron -seguramente para siempre – uno de sus principales argumentos de campaña: la vuelta a casa de los migrantes.
Recordemos cómo la vuelta de “nuestros hijos” fue la principal promesa electoral de María Corina Machado y su candidato Edmundo González en la campaña electoral del año pasado. Hay decenas y decenas de videos de MCM abrazando mujeres con aire compungido, y repitiendo la promesa perfecta: la vuelta a casa, ligada -claro- a la salida de Nicolás Maduro del Palacio de Miraflores.
Ya en aquel momento esa promesa tenía serios problemas a la hora de ser confrontada con la realidad. En rigor, desde 2020 es el gobierno de Maduro el que se ocupa con un plan especial hoy convertido en misión social, la Misión Vuelta a la Patria, de repatriar migrantes. Ya regresaron por ese mecanismo casi un millón. Pero claro, se sabe que una promesa electoral no necesariamente tiene que esta anclada a la realidad, muchos menos cuando apela -como en este caso- a las emociones.

Pero esto cambió en las últimas semanas, desde que el magnate presidente Donald Trump comenzó a expulsar Estados Unidos a migrantes de varios países, pero en particular a venezolanas y venezolanos, con la excusa de pertenecer al “Tren de Aragua” una banda criminal engordada en el relato mediático hegemónico y con la ayuda de gobiernos y referentes políticos de muy distinto corte (desde Iván Duque y Álvaro Uribe en Colombia, hasta Gabriel Boric en Chile).
Ese relato sobre el Tren de Aragua y su supuesta influencia decisiva en la criminalidad en Estados Unidos comenzó a desinflarse desde el comienzo de los vuelos de repatriados a través de la decisiva acción del gobierno venezolano y su Misión Vuelta a la Patria. De los más de 500 repatriados desde Estados Unidos que llegaron en cuatro vuelos de Conviasa (dos directamente desde Texas y otros dos con transbordo en Honduras) ninguno tiene algún registro que lo ligue al mentado Tren de Aragua.
Y las historias de los migrantes rescatados comenzaron a aparecer incluso en medios muy anti venezolanos, que aún haciendo piruetas para ocultar la transcendencia de la Misión Vuelta a la Patria, dieron voz a los repatriados y sus familiares. Las historias se repiten y dejan claro que en Estados Unidos no hay investigaciones serias abiertas sobre el Tren de Aragua. Quienes pueblan los aviones de Conviasa son simplemente venezolanos en Estados Unidos, y solo por eso terminan catalogados como peligrosos delincuentes. Insistir en otra tesis es solo un intento desesperado por mantener el agua entre los dedos.

Y si algo le faltaba al relato trumpista de los migrantes-criminales para disolverse en el aire fue el envío de más de 230 venezolanos a una cárcel de máxima seguridad y disque para terroristas del presidente salvadoreño Nayib Bukele. Lo que debía servir en el imaginario de la Casa Blanca para reforzar la historia de los peligrosos migrantes terminó fracasando a poco de comenzar.
Solo bastó con el desconsuelo de decenas de familiares en Caracas y otras ciudades de Venezuela, que encabezaron con las fotos de sus seres queridos secuestrados en El Salvador marchas numerosas. También se entrevistaron con el presidente Nicolás Maduro, quien prometió todos los esfuerzos de su gobierno para recuperar a quienes calificó como “secuestrados”.
Los secuestrados venezolanos de Bukele ya pasaron una semana en el Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT), cerca de San Salvador, la cárcel sobre la cual el mandatario salvadoreño erigió ante el mundo su fama de “mano dura”. Una impostura que contrasta con su total y absoluto silencio desde que la operación de los venezolanos apresados se reveló como un enorme paso en falso de consecuencias todavía impredecibles.
La única explicación a tanto desatino parece ser que detrás del acuerdo entre Bukele y el secretario de Estado de los Estados Unidos, Marco Rubio, no hay sólo motivos económicos, sino de supervivencia política: casi mezclado con los ciudadanos venezolanos, EE.UU. envió a El Salvador a varios jefes de las maras, a los que Bukele necesita en silencio, para no que no quede revelado lo que ya se sabe: que el salvadoreño pactó con los pandilleros durante su primera administración.

Mientras tanto, la estrategia del gobierno venezolano tiene tres patas: la denuncia pública internacional, la movilización interna con los familiares al frente y la batalla legal, que ya comenzó en El Salvador, con recursos de hábeas corpus que deberá resolver el Tribunal Supremo de Justicia del país centroamericano. El reclamo ante el TSJ demanda la libertad y/o deportación a Venezuela de los secuestrados, o el encausamiento judicial según pruebas y evidencias que, se sabe, no existen.
¿Cederá Bukele y enviará pronto a los venezolanos secuestrados a -por caso- la vecina Honduras para que desde allí regresen a Venezuela en aviones de Conviasa? A esta altura, lo único que lo impide es su orgullo herido. El error político ya está hecho, y no tiene marcha atrás.
Pero más allá de cuánto tarde Bukele en entregar a Venezuela a los secuestrados, todo el episodio ya es un torpedo en la línea de flotación para la ultraderecha venezolana, con consecuencias irreversibles. Su absoluta falta de reacción y la reverencia extrema que le deben al impredecible Donald Trump deja en total deriva a los migrantes que contenían solo desde lo discursivo. Y lo peor es que estos mismos migrantes, los que ahora están en peligro en Estados Unidos, ya se dieron cuenta. De ahí lo irreversible.
A ellos sólo les queda irse de Estados Unidos. Una nueva oleada se puede registrar en apenas semanas, cuando quede sin efecto el llamado parole humanitario de la administración Biden y más de 350 mil venezolanos -según algunos cálculos- en Estados Unidos queden a merced de una deportación, clasificados como peligros terroristas. Los que tengan más suerte, podrán volver rápido en aviones de Conviasa. Una realidad que va más allá de las simpatías políticas (extremas o no) y patentiza la orfandad en que la ultraderecha venezolana con sus espejitos de colores ha dejado -otra vez- a su electorado.