Mi chavismo: un intento de trascender el orden social

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Chris Gilbert

Muchas personas de la izquierda creen que la situación política en Venezuela es muy sombría. La contrarrevolución y sus partidarios están ganando confianza (aunque afortunadamente todavía no han avanzado en el terreno real). En cambio, el Chavismo parece atrapado en una especie de repetición vacía de fórmulas y frases del último Chávez.

Pero recordemos que el Chavismo se puede interpretar de formas múltiples. La más peligrosa de éstas, aunque tal vez la dominante, es entender al Chavismo como una mera solución. Para muchos intelectuales y militantes venezolanos es así: imaginan que las masas formularon una pregunta en 1989, y a esta pregunta Chávez le encontró la solución. La solución es un conjunto de frases y fórmulas que hoy escuchamos repetidamente en nuestros medios de comunicación. Esta perspectiva también se replica en el Norte, donde nos encontramos reconocidos intelectuales que dicen que Venezuela y Chávez resolvieron la cuestión del socialismo para el siglo XXI, y la solución es… ¡la comuna!

Mi interpretación es aparentemente más pesimista, pero si vamos al fondo de la cuestión es mucho más optimista. No creo que el Chavismo sea la solución a una pregunta formulada en 1989. Creo que el Chavismo es más bien una búsqueda: es el rescate y la actualización de una pregunta que se remonta mucho más atrás (la cuestión de la emancipación humana). Cualquier persona de la clase popular en Venezuela reconoce por qué este punto de vista es más optimista, ya que las frases y fórmulas del Chavismo visible –-que tienen su fuente en el último Chávez (2009-2012) y son asumidas como la solución– suenan cada vez más vacías en nuestro presente.

Frente a esto hay que recordar al Chávez más temprano. En sus inicios éste planteó un acertijo con su Por ahora. El Por ahora de 1992 es un acertijo porque niega el presente mientras no indica nada sobre la forma o el contenido del porvenir. El Por ahora es una negación del pasado –y con ella se abren las puertas a un futuro diferente–, pero no define el carácter positivo del devenir.

Para los revolucionarios, la historiografía hegemónica es un instrumento demasiado burdo: es una criba gruesa que permite que todo lo importante, cual líquido, escape y queden sólo las concreciones tácticas. Hoy tenemos a la vista las concreciones que se toman como “soluciones” –que ya no son soluciones–, mientras se olvida el líquido en ebullición de las masas insurrectas entre 1999 y 2008. Me refiero a cientos de miles de sujetos activos, innovando en todo el país, participando en debates, consejos, fábricas ocupadas… Aquel fue un fervor popular y creativo de gran importancia.

Ese fervor representó la búsqueda de una solución, pero no era en sí misma la solución. Lo más rudo, pero también lo más correcto que podemos decir acerca de esa búsqueda es que fue un fracaso. Hoy todo indica que en la primera década de fervor del siglo XXI, el Chavismo como acción de masas estaba en condiciones de dar los primeros pasos hacia un nuevo orden –una ruptura violenta con el orden capitalista existente–, pero fracasó.

En la conciencia cotidiana todo fracaso es interpretado como algo negativo sin más. Pero concebido correctamente, un fracaso que representa una oportunidad perdida en la construcción de un nuevo orden debe ser motivo de gran optimismo, ya que demuestra que no tenemos que aceptar ni las voces huecas de la restauración neoliberal ni la complacencia del Chavismo de fórmulas. Estos dos puntos de vista quieren obligarnos a pensar que no hay alternativa ante el horizonte del presente, al estado actual de las cosas. Quieren que olvidemos que el Chavismo fue una búsqueda y un intento fallido de hacer algo grande, maravilloso, extraordinario, algo que trascendería el orden existente.

En Venezuela la mayoría de las voces (desde la izquierda y por supuesto también desde la derecha) plantean que no hay alternativa al orden actual. Este horizonte cerrado es algo que comparten la izquierda resignada y la vieja derecha; por lo tanto puede conducir fácilmente, a pesar de los discursos calientes de lado y lado, al pacto.

Recordemos que cuando Marx, tras la derrota de las revoluciones de 1848, vivió situaciones similares a la nuestra (en que todo actor visible buscaba cerrar el horizonte a un futuro diferente), inventó la figura del topo. ¿Por qué habló Marx del topo como actor revolucionario? Una respuesta es que mientras la izquierda resignada y la vieja derecha operan en el mismo plano (sobre la superficie y con lo visible), el topo (o el revolucionario) cava túneles: los revolucionarios sabemos que hay que escavar agujeros en el terreno de la resignación…

Hoy en Venezuela estamos obligados a cavar túneles que nos llevarán lejos del actual horizonte sombrío, hacia la recuperación del territorio de fervor y de búsqueda. Porque sólo regresando a aquel terreno de búsqueda podremos retomar, de nuevo, el proyecto maravilloso de transcender el orden capitalista… ¡con la esperanza de que la próxima vez, en lugar de fracasar, triunfaremos!

*Profesor de Estudios Políticos en la Universidad Bolivariana de Venezuela.