Massa, candidato y ministro: mil tácticas y ninguna estrategia

Con un millón de amigos del poder mediático y económico y su innegable habilidad para reinventarse, Sergio Massa se convirtió en el candidato peronista a la presidencia argentina. Se sostiene en la idea de que la sociedad apoya la política de ajuste que encarna; un supuesto que, como demuestra la rebelión social en Jujuy, está lejos de verificarse.

XINHUA

Fernando Rosso |

El etiquetado frontal que el kirchnerismo estampó en Daniel Scioli en 2015, cuyo subtexto decía que el proyecto tenía poco o nada que ver con el candidato, en el caso de Sergio Massa se transforma en una literalidad: no hay nada mucho más allá del candidato, el candidato es el proyecto.

Las exposiciones con perfil de seminario académico que Cristina [Fernández de] Kirchner brindó en los últimos meses y en las que reclamaba un programa más allá de los nombres o las candidaturas se convirtieron en papel mojado en las vertiginosas horas del cierre de listas. Durante toda su carrera política, Massa siempre puso la mayor distancia entre él y algo parecido a un programa. Tiene todos los programas… porque no tiene ninguno. Fue a su manera un adelantado a su tiempo. Llegó temprano a su época y se encumbró tarde en la cima del poder cuando lo convocaron de urgencia para hacerse cargo de la papa caliente del Ministerio de Economía.

Sergio Massa, en su primera conferencia de prensa como ministro de Economía. (Xinhua)

Antes de que entraran en crisis las identidades políticas que caracterizaron al siglo XX, él ya se había desprendido de todas. El garrochismo siempre existió en la política tradicional, pero sólo en las últimas décadas se convirtió en una forma natural de ser y estar en ese universo. Massa siempre anduvo liviano de identidades.

Los cambios en la política, la economía y la cultura producidos en los años 1990 hicieron que las fronteras entre los partidos se volvieran más porosas. Cuanto más se debilitó el sistema político, más oportunidades encontraron los emprendedores de la utopía personalista.

En ese contexto emergió Massa como uno de los mejores representantes de la cría del menemismo para sacar de la cancha al referente de la generación diezmada (Eduardo Wado de Pedro) cuando se pinchó el globo de ensayo de la “fórmula que no fue” junto a Juan Manzur [gobernador de la provincia de Tucumán].

Massa fue menemista antes de Carlos Menem (1989-1999), si entendemos el menemismo no sólo como un gobierno sino como la expresión local de una nueva subjetividad política que pretendió dejar atrás los pueblos y las clases para construir su nuevo sujeto incombustible: la gente. Más específicamente, la opinión pública de cierta clase media siempre en peligro de extinción y a la que no le interesan las ideas, los conflictos o las luchas políticas y reclama buena onda: por eso Massa anda a los besos no correspondidos, a los abrazos impuestos, es toquetón al borde del fastidio, y tiene siempre a mano el chiste fácil a nada del bullying. Es como el hermano politizado de otro hijo putativo del menemismo: el [animador televisivo] Marcelo Tinelli de los 90.

Sergio Massa y el ex candidato presidencial Daniel Scioli.

Estuvo en los orígenes con la liberal Unión de Centro Democrático contra el peronismo y el radicalismo; con el menemismo contra el radicalismo; con el duhaldismo contra el menemismo; con el kirchnerismo contra el duhaldismo; con los renovadores contra el kirchnerismo; con el macrismo contra Cristina; con Cristina contra el macrismo; con Alberto [Fernández] contra Cristina; con Cristina contra Alberto, y to be continued… Eso sí: nunca hizo política, siempre fue peronista.

No tiene programa colectivo, tiene objetivos personales; no tiene compañeros, correligionarios o camaradas, tiene amigos y, sobre todo, socios. La política no es para Massa una herramienta para cambiar la realidad, es una escalera al cielo (o un tobogán al infierno). No tiene oferta política, responde a la demanda: seamos realistas, hagamos lo que mida. Por eso lo más importante en cualquier evento en que participe, aunque tenga lugar en Beijing, Washington o González Catán, es la foto. Esa que su equipo de comunicación comandado por Santiago García Vázquez trabaja con cuidado para que el encuadre, la perspectiva y las proporciones siempre favorezcan su posición ofensiva.

De Massa se dice que cuanto más barato está, más caro se vende; que pone plata en todas las gomerías pero nadie le cambia las cuatro cubiertas y que tiene un día de la lealtad porque los otros 364 se dedica a otros menesteres. Cuando todas las chicanas calzan como anillo al dedo, dejan de ser burlas y se transforman en una tendencia.

Cuando la grieta parecía agotada, Massa quiso construir la “ancha avenida del medio”; cuando no pudo con la polarización, se unió a ella. Ya sea del lado de Mauricio Macri (2015-2019), a quien acompañó al Foro Económico de Davos, donde fue presentado como el nuevo líder de la oposición racional. O del lado del Frente de Todos cuando el proyecto cambiemista entró en colapso.

Un millón de amigos

Se le atribuye a Néstor Kirchner haber afirmado que Massa iba a llegar: “Primero, porque es un hijo de puta. Segundo, porque tiene amigos con plata”. El respaldo de Daniel Vila y José Luis Manzano (con posiciones empresariales en medios y energía), las relaciones con la familia Brito (Banco Macro), Gerardo Werthein (Grupo Werthein), Marcelo Mindlin (Pampa Energía) o Sebastián Eskenazi así lo confirman.

Massa en el Congreso, con Alberto y Cristina.

Massa también construyó lazos muy estrechos con figuras de peso del Poder Judicial: fue amigo del fallecido Claudio Bonadio, el principal verdugo de Cristina [Fernández de] Kirchner; también cultivó una relación estrechísima con Guillermo Marijuán, el fiscal que mandó a perforar los campos de Lázaro Báez en la Patagonia en busca de dinero enterrado; y mantiene un vínculo muy cercano con Carlos Stornelli. Todos graduados con honores en la escuela del lawfare local. Cuando en algunos de sus brotes de furia antikirchnerista Massa afirmó “los voy a meter presos, porque no les tengo miedo” o prometió “terminar con los ñoquis de La Cámpora”, creía contar con las herramientas para hacer efectivas sus promesas. Presume –y con razón– estar entre el grupo de invitados selectos a cualquier evento que tenga lugar en Avenida Colombia al 4300 de la Ciudad de Buenos Aires, donde tiene su sede la Embajada de Estados Unidos.

Fue un aliado clave del macrismo durante el 50% de la gestión nacional de Cambiemos y durante el 100% de la administración bonaerense de María Eugenia Vidal. Aliada a Massa, Vidal pudo construir una mayoría en la Legislatura luego de un pacto gestionado y organizado por Horacio Rodríguez Larreta en su propio domicilio, al comienzo de su gobierno.

La breve estadía en el Ministerio de Economía en esta última etapa le permitió ganarse una mayor confianza del establishment, un poder económico que alguna vez prefirió a [Daniel] Scioli por considerarlo más flexible y con menos propensión hacia cierta “autonomía de la política” que percibía en Massa. Al frente del Quinto Piso, Massa fue garantía del ajuste: sobrecumplió las metas de recorte fiscal que exigía el Fondo Monetario Internacional y mantuvo a raya los salarios, con la consecuente licuación de ingresos. Desplegó un perfil ortodoxo con concesiones al agronegocio (“dólares soja” 1, 2 y 3) y a otros sectores concentrados y de alta rentabilidad (bancos y sector energético). Mirado desde la perspectiva de los números fríos, el candidato es el ajuste.

El primer día hábil luego de la nominación de la fórmula Sergio Massa-Agustín Rossi los mercados festejaron: los bonos y las acciones locales se tiñeron de verde y comenzaron la semana con alzas de hasta un 10%. Los papeles del Banco Macro se destacaron con una disparada del 10,3%, seguidos por Edenor (+10,2%), YPF (+7,8%), el Grupo Financiero Galicia (+7,8%) e Irsa (+7,1%), entre otros. Las apresuradas declaraciones del secretario de Agricultura, Juan José Bahillo, que no descartó revisar las retenciones en caso de que su jefe, es decir Massa, ganara las elecciones, sumaron dosis de optimismo entre los dueños del país.

(Xinhua/Martín Zabala)

Sucede que la conformación final de las listas hace prever que “la gran coalición del 70%” que reclamó el embajador de Estados Unidos en Argentina, Marc Stanley, en la 19ª Reunión del Consejo de las Américas en Argentina, tiene chances de concretarse, ya sea de la mano de Massa o de Rodríguez Larreta (1).

¿Massismo es más de lo mismo?

El aval de Cristina [Fernández de] Kirchner a Massa es coherente con las decisiones que viene tomando la vicepresidenta desde hace por lo menos una década: en 2013 eligió a Martín Insaurralde para competir con el mismo Massa porque tenía un perfil similar al de su oponente; en 2015, con las mismas premisas, optó por Scioli; y en 2019 el beneficiado fue Alberto Fernández.

Massa puede entenderse como una “reelección” conceptual del albertismo, más eficaz, más solvente y más decidido en el ejercicio del poder.

Sin embargo, la historia, aunque a veces rima, nunca se repite. Como escribió Diego Genoud: “El eventual ascenso de Massa como sucesor de Cristina en el peronismo representa para los círculos de poder financiero internacional una posibilidad muy concreta, que desean con tanta o más intensidad que sus voceros locales. Así como Macri ilusionó a medio mundo con el espejismo de que podía ser el nombre que dejara atrás a la Argentina populista con un proyecto sólido y duradero, Massa regresa como uno de los más firmes candidatos para decretar desde el peronismo el fin de ciclo kirchnerista. Lo que en Macri era una promesa de arrasar con los vicios del estatismo peronista aliado al PJ [Partido Justicialista] institucional que se le parecía demasiado, podría ser en este Massa reciclado una variante no traumática en la que el cristinismo cediera, manso y sin remedio, a su propia extinción” (2).

En este marco, la apuesta de Cristina [Fernández de] Kirchner se limitó a sostener un contingente legislativo y defender su baluarte bonaerense. 11 diputados sobre los primeros 15 de la provincia de Buenos Aires pertenecen a su corriente política, con Máximo Kirchner en el primer lugar, junto a De Pedro y Juliana Di Tullio en la boleta de senadores. La vicepresidenta decidió transformar la “conurbanización” del peronismo en una estrategia de supervivencia.

Lo nuevo, en contraste con las candidaturas presidenciales de 2015 y 2019, no es sólo la ausencia de un kirchnerista “puro” en la fórmula (aunque sea a modo de “comisario político”), sino el hecho de que en esta oportunidad Cristina [Fernández de Kirchner] enfrentó un desafío de parte del peronismo territorial. No sólo de la fantasmal “liga de gobernadores”, sino también de algunos coroneles del bastión bonaerense. El inefable Mario Ishii, intendente de José Clemente Paz, fue el primero en despotricar: “Armaron las listas a dedo y a espaldas de los compañeros”, afirmó (3) y exigió la renovación de la conducción del PJ de la provincia (en los hechos, el desplazamiento de Máximo Kirchner) en 2024.

Massa en China. Sonrisas.

Massa ya no dispone del peso territorial que había conquistado en 2013 cuando desafió al kirchnerismo representando el descontento de un amplio sector social bonaerense. Su imagen, según registran las encuestas, está lejos de ser buena; no es ni de cerca uno de los dirigentes mejor valorados de Argentina (4). Esto lo transforma en más dependiente aún de su arriba que de su abajo. Igualmente, a pesar de todo esto, Massa logró imponerse como árbitro en la relación de debilidades que caracteriza al presente del peronismo. Hasta el desangelado Alberto Fernández pudo imponer algo de sus intereses en el contexto de un viejo liderazgo que no termina de morir.

Todas las alquimias electorales (y el optimismo de los mercados) se basan en un supuesto que, sin embargo, no está garantizado: la paciencia social eterna. El “ajuste con apoyo popular” del que habló alguna vez el economista Guillermo Calvo es el sueño húmedo del establishment.

El espejo de Jujuy

Pero esta perspectiva sufrió una fuerte impugnación en Jujuy, que no por casualidad es la provincia en la que la rebeldía se volcó hacia la izquierda bajo el liderazgo de Alejandro Vilca, el candidato del Frente de Izquierda. Sucede que en Jujuy ya existe la gran “coalición del 70%” (o quizá más) que reclamaba Stanley. El gobernador Gerardo Morales cogobernó con el massista Carlos Haquim, su vicegobernador durante dos mandatos. Además, tuvo como aliado estratégico a Rubén Rivarola, jefe del peronismo local, propietario del diario El Tribuno y empresario con intereses en algunos de los eslabones estratégicos que conforman la ambicionada ruta del litio en la provincia, el nuevo oro blanco.

Como parte de un plan para proyectarse a escala nacional, Morales encaró una reforma constitucional que buscaba limitar derechos democráticos y penalizar más aún la protesta social. Obtuvo como respuesta un fuerte rechazo social en el que se expresó no sólo el cuestionamiento a la reforma, sino una serie de malestares que no son privativos de Jujuy (salarios docentes de pobreza, precarización laboral). Tuvieron lugar masivas movilizaciones en San Salvador y otras ciudades, piquetes duros en Purmamarca y cortes de ruta protagonizados por integrantes de las comunidades originarias en toda la provincia (5), lo que conformó un escenario convulsivo de una magnitud que no se veía desde los tiempos del “Jujeñazo” de mayo de 1997, bajo el gobierno de Menem.

En la flamante Unión por la Patria en general –y en el camporismo en particular– hay conciencia de que con Massa a la cabeza (“El peor de los nuestros para enfrentar al peor de ellos”, dicen algunos en el universo cristinista, rascando en el fondo de la olla del mal menor) las fugas también pueden darse hacia la izquierda. La mejor demostración de este temor que acecha a parte del kirchnerismo es la habilitación de la candidatura de Juan Grabois (6) dentro de la coalición e incluso la autorización para que su boleta presidencial vaya adherida al resto de los cuerpos de la lista única (es decir, no sufrirá la desventaja de llevar una boleta corta en el cuarto oscuro), una concesión que no había conseguido Scioli (7). Más allá de las intenciones de Grabois y sus seguidores, la función de esta lista alternativa será contener eventuales fugas por izquierda y, en la ley de los grandes números, aportar votos críticos a Massa. Una última pieza en el tablero que usufructuó el elegido para conquistar una centralidad que casi nadie vio venir.

* Fernando Rosso es periodista. Colaborador de Le Monde diplomatique, edición Cono Sur.

Notas

1. NdR: Actual jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y precandidato presidencial de Juntos por el Cambio, oposición a nivel nacional.

2. Diego Genoud, El arribista del poder, Siglo XXI, Buenos Aires, 2023.

3. La Nación, 26-6-2023.

4. “Los tres candidatos con mayor imagen positiva son opositores”, El Cronista, 6-4-2023.

5. “Marchas, protestas y cortes de ruta en Jujuy”, Página 12, 27-6-2023.

6. NdR: Referente del Movimiento de Trabajadores Excluidos que había declinado competir en las primarias del peronismo y que anunció su regreso a la prepostulación al enterarse de la candidatura de Massa.

7. “Scioli accedió a declinar su candidatura por la unidad y volverá a Brasilia por la visita de Alberto Fernández”, Infobae, 24-6-2023.