Más espacio para el debate sobre Venezuela

MARK WEISBROT| Imagine que usted fuera a ver “Lincoln”, la película de Steven Spielberg, y se encontrara únicamente con el punto de vista de los blancos sureños propietarios de esclavos durante la Guerra Civil estadounidense. Es análogo a lo que usted está recibiendo por parte de casi todos los grandes medios de comunicación que hablan sobre Venezuela.chavez-constitucion

La semana pasada, el New York Times hizo algo que nunca había hecho antes: en su sección “Espacio para el debate”, ofreció diferentes perspectivassobre Venezuela. En los 14 años desde que Hugo Chávez fue elegido presidente de Venezuela, el Times ha publicado numerosos artículos de opinión y editoriales contra Venezuela –entre los que se incluye un editorial del propio periódico apoyando el golpe militar de 2002 (editorial del que después se desdijeron sin pedir disculpas de ningún tipo)–.

No obstante, nunca han creído necesario publicar ni un solo artículo de opinión que contrastara con su línea editorial (o, de hecho, informativa) sobre este país rico en petróleo. En esto se diferencia de casi todos los diarios de mediano y gran tamaño de Estados Unidos –desde el L.A. Times, Boston Globe, o Miami Herald,  hasta incluso el neoconservador Washington Post; y de decenas de periódicos locales de referencia que sí han publicado, al menos, algún artículo de opinión con otro lado de la historia.

Merece la pena repasar el debate que apareció en la edición electrónica delTimes porque ilumina algunos de los problemas que existen en lo que leemos y oímos sobre Venezuela.

Moisés Naím afirma que Venezuela, cuya economía creció alrededor del 5,5 por ciento en 2012, se dirige hacia “una crisis económica de proporciones históricas”. Bueno, por lo menos dice que “se dirige” a una crisis. Anita Issacs, una politóloga incluida en este debate, hace una extraña alusión al “hundimiento de la economía venezolana”, algo así como “el hundimiento de la economía de Estados Unidos” en 2004.

“La crisis incluye un déficit fiscal que se aproxima al 20 por ciento de la economía (en Estados Unidos, aterrado por el abismo fiscal, es del 7 por ciento), un mercado negro en el que un dólar estadounidense cuesta cuatro veces más caro de lo que el gobierno establece en la tasa de cambio oficial, una de las tasas de inflación más altas del mundo, un abultado número de empleos en el sector público, una deuda 10 veces mayor a lo que era en 2003, un sistema bancario frágil y la caída libre de la industria petrolera controlada por el Estado, la principal fuente de ingresos del país”.

Bien, ¡esto suena aterrador!  Sin embargo, el Fondo Monetario Internacional (a partir de septiembre) estima que el déficit fiscal de Venezuela es el 7,4 por ciento del PIB.

“¿Una deuda 10 veces mayor de lo que era en 2003?”. Es claramente un número sin sentido, pues no existe ninguna fuente de referencia para poder afirmar esto. Debido a que las economías crecen y la inflación también, normalmente se mide la deuda en relación con un denominador; un ejemplo de esto sería el ingreso total del país. Según el FMI (en septiembre, de nuevo), la deuda proyectada para Venezuela en 2012 era del 51,3 por ciento del PIB, lo que no es una cifra especialmente amenazadora (el promedio de la Unión Europea es del 82,5 por ciento del PIB).

[Una medida más apropiada sobre la carga de la deuda pública externa –la cual es mucho más importante que la deuda pública interna– para un país como Venezuela, donde cerca del 95% de los ingresos por exportación vienen del petróleo, y que tales ingresos son en dólares, sería el pago de los intereses del gobierno como porcentaje de las ganancias de sus exportaciones en el sector público. Este tampoco muy alto, alcanzando sus máximos en 2012 con alrededor del 3% de las ganancias por exportaciones. Vea aquí para más detalle].

No está claro a qué se refiere con “la caída libre de la industria petrolera controlada por el Estado”. Venezuela está adherida a las cuotas estipuladas por la OPEP, y no intenta sobrepasarlas incrementando su producción. Naím también advierte que “como resultado del propio boom petrolero de América, las importaciones estadounidenses de petróleo venezolano recientemente han alcanzado su punto más bajo en 30 años”. ¿Y? El petróleo se vende en un mercado internacional, no hay ninguna razón en particular por la que tenga que destinarse a los Estados Unidos. De hecho, para el gobierno venezolano es una alegría diversificar sus exportaciones hacia países más amigables de lo que ha sido Estados Unidos.

La inflación en Venezuela es claramente muy alta: aunque es mucho más bajaque la que había antes de Chávez. Pero la estimación más reciente [PDF], es del 19,9 por ciento en 2012, lo que está por debajo del 27,2 por ciento de 2010 –a pesar de la rápida aceleración del crecimiento desde que terminara la recesión en el segundo trimestre de aquel año. El gobierno querrá seguir reduciéndola, pero este nivel de inflación no es, por sí mismo, una amenaza importante para la economía de un país en desarrollo.

¡Ah! y por cierto, el “inflado número de empleos en el sector público de Venezuela” es, aproximadamente, el 18,4 por ciento de la fuerza de trabajo. Francia, Finlandia, Dinamarca, Suecia y Noruega tienen, todos, más de 20 puntos porcentuales en el sector del empleo público: desde el 22 por ciento de Francia al 29 por ciento de Noruega.

Vale, seguramente son más detalles de los que usted necesitaba, pero recuerde que esta visión catastrofista sobre la economía de Venezuela ha sido promovida por los oponentes al gobierno venezolano –incluyendo la mayoría de medios de comunicación venezolanos e internacionales– durante 14 años. Como las plagas que Dios envió a Egipto en el Antiguo Testamento, el colapso económico alejará a los venezolanos del malvado dictador, al que de alguna forma continúan reeligiendo por un amplio margen. El desastre siempre ha estado a la vuelta de la esquina, pero la verdad es que casi nunca ha llegado. Sólo ha habido dos recesiones en los últimos 14 años: una fue causada directamente por la propia oposición durante el paro petrolero de 2002-2003 organizado para derrocar al gobierno; y la otra, durante la recesión mundial de 2009, cuando la mayoría de los países del hemisferio entraron en recesión.

Francisco Toro es un bloguero de la oposición que, incluso más que Naím, ha pasado la última década augurando las peores catástrofes a la economía venezolana. Para él, el final del Chavismo llegará cuando el gobierno se vea obligado a desarrollar políticas de austeridad puesto que “el país se está quedando sin dinero y sin gente dispuesta a prestarle más”. Según Toro, “Chávez ha gastado todos los beneficios extraordinarios de las enormes exportaciones de petróleo Venezolano, y además: la deuda del país se ha quintuplicado en 14 años” (otro número sin sentido).

Por concederles su mejor argumento, lo que tanto Naím como Toro y otros agoreros están diciendo es que Venezuela enfrentará una crisis de balanza de pagos. Como ellos nunca llegan a predecir una hiperinflación, esa es la única cosa en sus fantasías que puede hacer colapsar la economía Venezolana. Poe ejemplo, tal como sucedió en la crisis asiática de 1997-1998, que hizo colapsar a numerosas economías de aquella región.

Pero Venezuela ha registrado superávits por cuenta corriente y comerciales durante la última década, desde que se recuperó de la huelga petrolera y alcanzó una estabilidad política. La excepción fue durante los seis meses en los que los precios del petróleo colapsaron a finales de 2008.

Los quebraderos de cabeza a los que se refiere Naím en materia de escasez de divisas, los que se habrían incrementado desde los comicios electorales de octubre, difícilmente constituyen una señal de colapso inminente. Al contrario, son el resultado de las medidas del gobierno para tratar de limitar la fuga de capitales, negando a las empresas dólares a tasa de cambio oficial cuando considera que no los usarán para fines legítimos. Si esto produjera demasiada escasez, el Gobierno cambiaría de estrategia. El tipo de cambio monetario actual es difícil de manejar, es propenso a ineficiencias y corrupción. En mi opinión, a Venezuela le iría mejor bajo un régimen cambiario distinto; por ejemplo, un tipo de cambio flotante o flexible que se mantenga por debajo del nivel real. Pero esto no tiene nada que ver con la idea o el deseo recurrente de los opositores catastrofistas de que estos problemas llevarán inevitablemente hacia una crisis de balanza de pagos que colapsará la economía.

Desde luego, los augurios de catástrofe contribuyen a promover la fuga de capitales, al convencer a los venezolanos de que deberían llevar sus ahorros a cualquier otro sitio.

Pero aquí viene lo bueno: incluso si su sueño de una crisis de balanza de pagos se hiciera realidad, el gobierno de Chávez tiene amigos. Y algunos de estos amigos tienen muchos dólares. China, con más de 3 billones de dólares en reservas, considera a Venezuela un aliado estratégico y le ha prestado al gobierno 36 mil millones de dólares desde 2007. La mayor parte de este préstamo ha sido devuelto, y cerca de 20 mil millones de dólares de crédito se concedieron a tasas de interés extremadamente bajas (1-3 por ciento). Brasil y Rusia también están entre los países que consideran a Venezuela un socio muy importante en la región. Y también tienen cientos de miles de millones dedólares en reservas.

Estos países no querrían ver a su socio y aliado, el gobierno de Venezuela, derrumbarse por la necesidad momentánea de unos pocos miles de millones de dólares de moneda fuerte para pagar sus importaciones, por ejemplo, si los precios del petróleo se desplomaran temporalmente como sucedió en 2008. Hay muchas razones para esto, pero una es que probablemente un gobierno de derecha se aliaría con Washington. El apoyo del gobierno de Chávez a un “mundo multipolar”, descrito como “anti-estadounidense” aquí en los EE.UU., resulta más atractivo para la mayoría de otros gobiernos del mundo. Venezuela tiene las mayores reservas de petróleo y, excepto a Washington y a los gobiernos europeos (que ahora no están para muchos trotes), a pocos gobiernos del planeta les parece buena idea que el país que es conocido por todo el mundo como un poder imperial, que cuenta con el mayor ejército del mundo, controle también las mayores reservas de petróleo existentes.

La otra cara de la misma moneda es que precisamente las reservas petroleras de Venezuela han sido la razón por la que Washington ha sido tan hostil con este país, apoyando el golpe militar de 2002 e interviniendo siempre que puede para tratar de desacreditar, debilitar y deslegitimar al Gobierno. Si bien estos esfuerzos han tenido mucho éxito influenciando a la prensa y, por lo tanto, a la opinión pública en la mayoría de este hemisferio, no han funcionado tan bien con los demás gobiernos del resto del mundo, especialmente los de América. Y esa es la ironía: la batalla interminable de Washington contra Venezuela de alguna manera ha acabado reforzando al gobierno de Chávez y a su partido político, al introducir en el enfrentamiento entre izquierda y derecha una dimensión antiimperialista que acercaría a la mayoría de los gobiernos del mundo al lado de Chávez.

Por supuesto, la clave del continuo éxito electoral de Chávez se encuentra en la mejora del nivel de vida que la mayoría de los venezolanos ha experimentado durante la última década: la pobreza ha sido reducida a la mitad, la extrema pobreza en más del 70%, el desempleo se redujo a la mitad, se triplicó el número de beneficiarios de las pensiones públicas y se incrementó ampliamente el acceso a la salud y a la educación.

En el debate del Times, el historiador Miguel Tinker-Salas hizo la mejorcontribución –como suele hacerlo– al destacar la importancia central sobre quién tiene el control de las reservas petroleras de Venezuela. “Controlar el gobierno implica controlar la industria y la capacidad para dictaminar si se beneficia a la sociedad en su conjunto o a pequeños sectores privilegiados, como se hacía en el pasado”. Ciertamente así es, y lo será.

*Codirector del Center for Economic and Policy Research (CEPR), en Washington, D.C. Obtuvo un doctorado en economía por la Universidad de Michigan. Es también presidente de la organización Just Foreign Policy.