Lula y el neoliberalismo
Juraima Almeida
Hoy en día, hay una discusión acalorada en todos los centros académicos internacionales, en los gobiernos de los países más grandes -incluso con Joe Biden-, para cambiar el modelo de “desarrollo”, trabajar en cadenas productivas internas, fortalecer el mercado interno. Y el debate se acalora en Brasil, cuando Lula da Silva vuelve al gobierno.
Desde sectores conservadores se repite que Lula cita como ejemplos de lo que pretende hacer con políticas como el contenido nacional, los incentivos a la industria naval, la construcción de refinerías y el mantenimiento de regímenes especiales para ciertos sectores. “No funcionó en el pasado, pero él no parece recordar o entender”, repiten los medios hegemónicos. Tratan de imponer el imaginario colectivo de que las inversiones en infraestructura, cultura y ciencia y tecnología son gastos superfluos.
Todo esto, quizá para tapar que desde el gobierno de Michel Temer, tras el golpe parlamentario contra Dilma Rousseff, ni siquiera se ha construido una nueva refinería, a pesar de las importaciones del producto. En cambio, la estatal Petrobras se limitó a vender refinerías a precios irrisorios: abrió grandes negocios para terceros sin aumentar ni un litro la producción de refinados.
El lulismo habla de “adoptar una estrategia nacional de desarrollo justo, solidario, sostenible, soberano y creativo, buscando superar el modelo neoliberal que llevó el país al atraso”. El centro de este proyecto es aumentar los gastos del Estado en supuestas inversiones para impulsar a empresarios brasileños y extranjeros, con el objetivo de aumentar la producción y reindustrializar el país. La pregunta es si es posible, en los marcos del capitalismo, desarrollar el país, resolver los problemas de los trabajadores y acabar con el atraso y las desigualdades sociales crónicas,
El de Bolsonaro fue un gobierno neoliberal, principal responsable de la tragedia social y económica del país. Lo que convencionalmente se denomina neoliberalismo es la política económica capitalista, impulsada a partir de la década de 1970, que va desde la privatización y desnacionalización de las economías de los países periféricos, hasta la exigencia de una política fiscal que limite las inversiones en áreas sociales, significando también, un desmantelamiento de los servicios públicos.
En Brasil no existe una burguesía nacional que se oponga a la imperialista. Pero, sí, una burguesía nacional asociada al imperialismo, que nació atada umbilicalmente a la burguesía internacional. El imperialismo explota el país directamente con sus propias empresas, e indirectamente a través de sus vínculos con las empresas brasileñas.
En Brasil, donde las 100 empresas más grandes controlan más de 60% del Producto Interno Bruto (PIB) del país, la burguesía se volvió parasitaria y financiera antes de haber completado varios aspectos del desarrollo industrial capitalista visto en otros países: se volvió reaccionaria incluso antes de haber sido progresiva en algún momento de la historia.
Por supuesto, el modelo que pretende desarrollar Lula no es perfecto, pero el desarrollo requiere una acción integrada, que involucre a las pequeñas y microempresas, las redes de proveedores, las políticas científico-tecnológicas, que aborden el entorno económico en su conjunto. Se intenta corregir el apoyo anterior a los líderes sectoriales, orientando el BNDES hacia el fortalecimiento de las PyMEs y preparándolas para el mundo digital.
¿No más neoliberalismo?
Los defectos del modelo neoliberal son más explícitos que nunca, señala Luis Nassif en un profundo análisis. El primer problema es la hiperconcentración de ingresos. Por un lado, condujo a un aumento de la pobreza y la exclusión social, mientras surgía la aparición de los hiperbillonarios, que interfieren directamente en el poder político y ayudan a difundir la superstición de que cualquier otra política, que no contemple la maximización de ganancias, es cosa de museo.
Otro grave problema es la amenaza a la democracia. La raíz del renacimiento del fascismo es el fracaso de las democracias occidentales, por alejar cada vez más al ciudadano común de las definiciones de la política y de los beneficios públicos, en favor de las corporaciones trasnacionales y las oligarquías nacionales.
Súmele el tema de la Seguridad Nacional. El premio Nobel de Economía Joseph preguntaba si cada país simplemente acepta los riesgos de seguridad como parte del precio que enfrenta por una economía global más eficiente. Europa simplemente dice que si Rusia es el proveedor de gas más barato, entonces deberían comprarle a Rusia, independientemente de las implicaciones de seguridad. Pero la respuesta de Europa fue ignorar los peligros obvios en la búsqueda de ganancias a corto plazo.
A todas las elucubraciones se sumó la pandemia de la covid-19, que reforzó la necesidad de estimular la producción nacional, no solo para abastecer de suministros médicos, sino por la interrupción de las cadenas de producción global y la polarización radical en curso, que opone a Estados Unidos y China.
Y está el problema del desarrollo. El capital que genera empleo, la recaudación de impuestos, la innovación, la generación de riqueza para el país es capital productivo,se utiliza directamente en la producción, en la creación de empleo, en la agregación de valor a los productos.
El modelo neoliberal orioriza al capital financiero, y quedó sepultado con las crisis de 2008, la Covid y la guerra de Ucrania, y fue responsable del estallido de burbujas especulativas en todo el mundo, empobreciendo a la humanidad, intensificando las disputas políticas y propagando la exclusión y el odio por todo el planeta. El interés del capital especulativo es la volatilidad del tipo de cambio y las enormes tasas de interés, no un tipo de cambio competitivo y estable ni tipos de interés estándar internacionales.
El capital financiero solo entra comprar empresas baratas, traer dólares baratos, no para apostar por el futuro del país.
Los especialistas exponen qu existe una enorme dificultad para definir las relaciones causales en la economía. Por eso mismo, hay una enorme explotación ideológica de estas interpretaciones. Por ejemplo, Lula de 2003 a 2007 siguió el modelo de política económica de Fernando Henrique Cardoso. La economía se movió lateralmente, a pesar de los esfuerzos de la diplomacia comercial para expandir los mercados extranjeros.
A partir de 2008, la crisis obligó a Lula a cambiar de estilo, a apagar incendios. Aprovechó en Banco Nacional de Desarrollo (BNDES), el Banco do Brasil y la Caixa Econômica Federal, los estímulos fiscales y el gasto público para irrigar la economía; creó incentivos fiscales bien pensados; actuó políticamente con un discurso destinado a infundir confianza en los consumidores, para que no redujeran el consumo.
El resultado fue el mejor desempeño económico en muchos años, desmantelando las teorías neoliberales, a las que la derecha califica de “modernas”, aunque tienen más de 50 años. Luego, el gobierno de Dilma, mantuvo por dos años o el ritmo de crecimiento.
A partir de mediados de 2013 hubo una caída en los precios de las materias primas y Dilma no pudo afrontar la nueva situación, que provocó desequilibrios en los precios del petróleo, afectando directamente la producción de etanol, promovió exenciones impositivas irresponsables, entre muchas otras cosas.
El gran desastre fue cuando, al inicio del segundo gobierno, cedió a las presiones de los “modernos” y aplicó el paquete de Joaquim Levy, un clásico programa neoliberal. Hoy, la malicia ideológica de la derecha consiste en atribuir los desastres de 2015 al legado de Lula de 2008/2010.No hay una relación causal posible. La política económica también es función de las circunstancias del momento.
Llega el 1 de enero, llega Lula sobrecargado de las esperanzas de un alicaído pueblo, para enfrentarse con la dura realidad, decidido a escribir una nueva historia.
* Investigadora brasileña, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)