Los rumanos digieren mal la lasaña de caballo

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NICU TEODORESCU| El sabor de boca que deja el escándalo de la carne de caballo sin duda es amargo. En primer lugar, amargo para Reino Unido y Francia, que han realizado una demostración perfecta de cómo no se debe gestionar una crisis así, desde las reacciones de la prensa a la de los (ir)responsables del Gobierno.rum caballo
  Revista 22
En el otro extremo del continente, resulta amargo para Rumanía, que se ha encontrado, hasta ahora sin razón, en el centro de las acusaciones. Y por último, también deja un sabor amargo para la Unión Europea, que ha vuelto a demostrar que aún le queda mucho camino por recorrer antes de lograr la solidaridad con la que poder construir el edificio federal tan soñado.

Desde el momento en que se supo que la carne picada, vendida a Reino Unido como ternera y utilizada en alimentos preparados, podía contener caballo, todos los británicos dirigieron sus miradas hacia el extranjero, en busca de culpables.

Hordas de rumanos

Los primeros en el punto de mira de la prensa y de ciertos responsables británicos fueron los irlandeses. Quizás porque sencillamente tienen muchos caballos, dirían las malas lenguas. Luego, por supuesto, los franceses porque, tal y como añadirían esas mismas malas lenguas, todo el mundo sabe que todos los males que atraviesan el Canal de la Mancha proceden de allí. A continuación, le llegó el turno al “the baddie of the day”, al malo del día: Rumanía.

Se sacaron de la manga teorías extravagantes, que atribuían por ejemplo el excedente de carne de caballo de los mataderos rumanos a la prohibición, hace unos años, de la circulación de carros de caballo por las carreteras de Rumanía. Esta imagen que tanto gusta a los medios de comunicación, que presenta a hordas de rumanos impacientes por invadir la isla en 2014, se volvía así más dramática si nos los imaginábamos llegando a lomos de asnos o de caballos salvajes, blandiendo máquinas para picar carne.

Es cierto que los franceses tampoco son los últimos en echar la culpa a los demás. En Francia, los que estaban directamente implicados se apresuraron a señalar a Rumanía, antes de haber ni siquiera analizado el circuito tan complicado de la carne, que sale siendo caballo de Rumanía y llega siendo ternera a Reino Unido. Fueron palabras vacías, porque nadie encontró irregularidades en la parte rumana de la red.

Antes pepinos, ahora carne

En realidad, el verdadero obstáculo de Rumanía es su imagen. Bucarest se ha visto envuelto en este escándalo por su imagen de “sospechoso habitual”, tal y como expresó el primer ministro Victor Ponta. Por decirlo así, desde el principio, Rumanía se vio obligada a demostrar su inocencia, antes de que los acusadores aportaran la más mínima prueba de su culpabilidad. Pero un país conocido por una corrupción que ha gangrenado los medios de comunicación, la policía, la justicia, el Parlamento y a un exprimer ministro Adrian Nastase, en este momento en la cárcel, un país en el que algunos roban un huevo, otros una tesis doctoral y luego juran no haber robado nada Ponta fue acusado de plagiar su tesis doctoral etc., difícilmente puede jurar no haber cometido faltas ni se le puede considerar irreprochable.

Cuando la Unión Europea finalmente puso freno al escándalo, demostró que disponía de los mecanismos necesarios para gestionar una crisis así. El mecanismo único de alerta demostró su eficacia y sin embargo, a Bruselas le volvió a superar el furor con el que los Estados miembros prefieren acusarse unos a otros cuando las cosas se tuercen. Recordemos cómo hace dos años, muchos agricultores españoles se quedaron desconcertados por el escándalo de los pepinos infectados por las bacterias E. coli, después de que Alemania se apresurara a echar la culpa más allá de los Pirineos. La acusación demostró ser infundada, pero los españoles se encontraron con montañas de pepinos sin vender.

Este año, en lugar de pepinos, lo que tenemos es carne de ternera. Y en lugar de agricultores españoles, podríamos encontrarnos con los carniceros y los exportadores de carne rumanos, a los que ya les afecta la desconfianza de los compradores. El Gobierno de Ponta tiene la oportunidad de realizar una prueba de ADN de su competencia, en un contexto extremadamente delicado, con posibles consecuencias a largo plazo para la zootecnia rumana. ¿Superará la prueba o buscará un culpable imaginario en otro lugar?