Los más grandes experimentos a escala global: redes sociales y capitalismo de vigilanciaistoria
Carlos Eduardo Maldonado
La humanidad atraviesa por dos experimentos a gran escala, es decir, a escala global: el uso de las redes sociales y el desarrollo del capitalismo de la vigilancia, en primer lugar, y el uso de las vacunas contra el covid-19, cuyas consecuencias a mediano y a largo plazo todo el mundo ignora. Las vacunas han sido, simple y llanamente, medidas de urgencia, impuestas en el mundo entero por políticas sanitarias claramente dirigidas y verticales.
Realidad que nos permite afirmar que nuestra época se caracteriza por la experimentación, descarnada y a escala global. En ese marco, las redes sociales emergieron como parte de las tecnologías convergentes –Nbic+S–, y las usan los grandes emporios de tal manera que, unos y otros, están aprendiendo en la marcha su uso, su aprovechamiento, sus consecuencias. Es como en los experimentos de química, de física o de electrónica, por ejemplo, se dice: “hagamos X a ver qué sucede”, o: “introduzcamos Y a ver qué pasa”, o bien, igualmente: “eliminemos Z, y observamos lo que sucede”.
Un experimento ampliado por doquier, que nos recuerda que el problema no es la tecnología y sí su uso, que es el tema de fondo y sobre el cual la humanidad también global está en mora de hacer sentir su voz como un solo cuerpo.
El otro experimento global, las vacunas contra la pandemia del covid-19, se caracterizan porque la casi totalidad de las mismas no han superado, en absoluto, las tres fases de la experimentación clínica. Se desarrollaron, se impusieron, pero se desconoce sus consecuencias a mediano y a largo plazo. Las vacunas no son la solución a la pandemia; son simples medidas de urgencia o de contingencia, como ahora reconoce sin vergüenza la propaganda oficial que circula por radio: “para reducir el efecto del virus”.
Los dos experimentos de escala global consisten, sin la menor duda, en refinado y sistémico aparato de vigilancia y control. De un lado, control y vigilancia de la información, Y de otra parte, al mismo tiempo, vigilancia y control de la salud y los comportamientos humanos en general. A la digitalización controlada de Google y las redes sociales le corresponde la sanitarización de la existencia misma. De la misma manera como prácticamente es inconcebible la vida sin tener celular, sin estar en una de las redes sociales, asimismo es impensable que alguien no esté vacunado. La vacuna –en este caso, contra el virus del Cov-Sars-2, es una imposición con impacto social, laboral, económico y, claro, también político.
¿Qué sucederá con el manejo vigilante de las redes sociales? ¿Qué acontecerá con las vacunas a mediano y a largo plazo? Nadie lo sabe. El capitalismo se caracteriza por su capacidad de improvisación y de aprendizaje sobre la marcha. Zuboff lo ha puesto suficientemente en evidencia en su libro1. Y sobre las redes sociales existen numerosos trabajos y documentales con igual claridad al respecto2.
Estamos ante una realidad que nos recuerda que las guerras de quinta, sexta y séptima generación no son directa y necesariamente contra un enemigo externo real o potencial. Además y principalmente, son guerras contra la sociedad. Los individuos, a pesar de ser quienes las padecen en todos sus efectos, lo ignoran. No obstante, existen, van apareciendo, son crecientes y robustas y bien documentadas, investigaciones, análisis y reflexiones sobre este dúplice problema. Emerge aquí la importancia de investigadores independientes y arriesgados, tanto como de la prensa independiente. Su unidad y aprendizajes recíprocos constituyen un motivo de optimismo frente a los controles panópticos y sistémicos. Otra democracia es posible.
Las redes sociales: experimentación y vigilancia
Las tecnologías cobran un papel fundamental, cada vez, en el orden y el decurso del mundo. Es imposible no incorporar una reflexión sobre la tecnología en general en cualquier programa político, social o económico hoy en día. Pues bien, la punta de las tecnologías es conocido como las tecnologías convergentes, llamadas así precisamente por su carácter convergente, esto es, por los múltiples bucles de retroalimentación positiva, entre sí.
Estas son las tecnologías Nbic+S, respectivamente, la nanotecnología, la biotecnología, las tecnologías de la información, las tecnologías del conocimiento, y la dimensión social de las tecnologías. Esta última es, por sus consecuencias, de lejos, la más importante de todas. Dicho de manera puntual, se trata de las redes sociales.
Origen de una posibilidad y un problema
Las redes sociales emergen a finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI. Con nombre propio, se trata, entre otras, de Facebook, YouTube, Instagram, WhatsApp, Tik-Tok, LinkedIn, Twitter, Pinterest, Dogster, WeChat, Flickr, QQ, Tinder, QZone, SinaWeibo y la cantidad de blogs, páginas web y sitios y micrositios, todas, estructuras formadas en internet a partir de intereses, valores y finalidades comunes entre diferentes actores sociales. Las hay prácticamente de todos los tipos y para cualquier finalidad. De acuerdo con una referencia, las más usadas son 101 redes sociales (https://josefacchin.com/redes-sociales-mas-utilizadas/).
Su importancia estriba en la posibilidad: a) de encontrar lo que se busca; b) encontrar más de lo que se busca; c) establecer una relación en la que las partes están de acuerdo; d) entablar una relación con personificación verdadera o a través de anonimatos; e) ampliar o profundizar las relaciones a voluntad. Internet permite en su versión abierta o bien en su faceta profunda (Deep web) establecer cualquier tipo de relación sin límites. Todo, según parece, depende de cada quien, y del entorno inmediato de cada cual.
Literalmente, se han creado dos espacios físicos. Uno, el tradicional, la calle, la plaza pública, el café y demás. Digamos, un espacio analógico. Y el otro, un espacio virtual, perfectamente digital. Al cabo, literalmente, existen dos mundos: el clásicamente llamado “real”, de encuentro físico entre personas, y el otro, el virtual de encuentros digitales. Es posible que ambos mundos se crucen y se traslapen; pero no es necesario.
El denominador básico de las redes sociales son los buscadores de internet y, con ellos, el aprendizaje de máquina, ambos perfectamente entrelazados. Existen diferentes buscadores, pero los más populares son Google, Safari, Mozilla, Bing, Firefox. La búsqueda de información en internet está mediada, a su vez por dos factores fundamentales: la búsqueda abierta, y el empleo de buscadores que permiten la privacidad o el anonimato.
En una palabra, las redes sociales –mediadas por los buscadores de internet y por el aprendizaje de máquina–, implican compartir información propia en la web, con esas mismas redes, y con los buscadores. De lejos, como es sabido, el buscador más importante es Google. Y a su vez, las más populares de las redes sociales pertenecen a un mismo dueño y conforman un mismo imperio: Facebook, Instagram, y WhatsApp, cuyo propietario es M. Zuckerberg.
El capitalismo de la vigilancia
Google ha sido declarado como una empresa de interés nacional para los Estados Unidos. La razón, evidentemente, no tiene que ver sólo porque sea el mejor motor de búsqueda en internet. Por el contrario, gracias al aprendizaje de máquina, Google capta en cada instante una enorme información sobre los seres humanos que lo usan. Literalmente, Google sabe los gustos, aficiones, deseos, fantasmas, preferencias, redes, afectos, costumbres, horarios, lugares, el dinero que cada quien recibe y gasta y cómo, en fin, la historia de cada uno mucho más y mucho mejor que cada quien. Lo mismo sucede, con Facebook, otra empresa declarada de interés nacional por parte de los E.U.
En efecto, de un lado, el motor de búsqueda de Google y de otra parte Facebook –incluyendo WhatsApp e Instagram– guardan los datos de todos y cada uno de los habitantes que los usan, o bien que son mencionados en ellos. Por ejemplo, cuando alguien hace una búsqueda o da un “like” (me gusta) a algo, lo verdaderamente importante consiste en la información que se deja de hacer; es decir, aquellas cosas a las que no les da “like”, aquellas cosas que no busca, las frecuencias y demás. Una autora destacada ha denominado a esta cantidad de información acumulada como “capital excedente”3.
El hecho elemental es que la información no pesa nada, puede guardarse por tiempo indefinido, es posible compartirla, compartimentar y distribuir a voluntad. Sólo se requieren dos cosas: una capacidad computacional mayúscula y una enorme memoria digital. Pues bien, tanto Google como Facebook disponen de ellas, y las amplían continuamente.
La paradoja consiste en que las personas contribuyen a ese acervo de información de forma cotidiana y muchas veces sistemática. Hay quienes ponen, literalmente, su vida en las redes: sus comidas y platos favoritos, sus alegrías y frustraciones, sus relaciones y movimientos, sus deseos y temores, en fin, sus amigos, familiares y hábitos de toda índole. Toda esta información queda, finalmente, en manos de Google y Facebook y de quienes ellos sean sus amigos, sus amos, sus aliados o sus benefactores; como se quiera.
Lo cierto es que las redes sociales son sistemas perfectos –mucho más que simplemente panópticos– de vigilancia. El tema ya no es, simple y sencillamente que “cuando el producto es gratis, tú eres el producto”. Mucho casi imposible de eliminar una vez digitalizada la información. Sólo la que permanece analógica, es decir, física, por fuera de internet, subsiste –a la fecha– al margen de la vigilancia mencionada.
En este sentido, conviene no digitalizar toda la información. O bien, importante pero aún más difícil, saber cómo digitalizarla. Este es el tema que remite al uso de sistemas operativos como Linux o Unix, el uso de VPN, y la navegación por incognito. Todos, temas, que merecen una consideración cuidadosa por sí misma.
Reiteremos, toda la información digitalizada puede ser rastreada, hackeada, vigilada, y utilizada con cualquier finalidad. Militarmente hablando, esto conduce a las guerras de quinta, de sexta y de séptima generación. Guerras civiles, guerras entre poderes, guerras entre Estados, en fin, guerra contra la sociedad misma.
Las vacunas no son la solución a la pandemia
La noticia es doble: en Europa, principalmente, hay grupos muy organizados de antivacunas y con periodicidad realizan marchas, demostraciones, protestas variadas. Al mismo tiempo, una red de camioneros que exigen respeto a sus derechos, entre ellos el de libertad, comienza en Canadá, pero se extiende luego a París, Australia y varios otros países protestando igualmente contra las vacunas. Entre tanto, la OMS, los gobiernos, Estados y empresas emprenden una campaña global de vacunación y exclusión a los no vacunados. Hay países que sólo aceptan un rango de vacunas para los viajeros internacionales; otro tipo de lista de vacunas exigen otros.
En este mismo orden de ideas, el problema principal no es ya el contagio con el Sar-Cov-2 o cualquiera de sus variantes; las más recientes Omicron y B.2. Por el contrario, para vacunados y no vacunados, y quienes sobreviven a la pandemia, el problema princilal es el covid persistente. Son numerosos (y prestigiosos) los académicos y científicos que se desgatiñan hablando de las variantes y las vacunas.
Desde ya, sin alarmismos, se anticipan otras posibles pandemias en el futro inmediato.
Pues bien, las vacunas constituyen un experimento mundial a gran escala. Manifiestamente, se trata de medidas de emergencia, pero nadie –ni los gobiernos, ni los Estados, ni las farmacéuticas, ni la comunidad de investigadores, por ejemplo–, tiene la más mínima idea de lo que pueda suceder a mediano y a largo plazo con las vacunas. Vacunas con base en ARN, unas, y con base en ADN, otras. Sencillamente, a tiempos de emergencia, medidas de emergencia, punto.
Un serio problema política, biológico, cultural y educativo se encuentra exactamente en el centro de este tema.
Pues bien, la solución a la pandemia consiste, por un lado, en una transformación radical de los sistemas de salud nacionales y, ocasionalmente de los sistemas de salud a nivel mundial. Y por otro en la transformación del modelo productivo, uno que no someta a la naturaleza ni cosifique al ser humano.
Es una realidad tal que invita a que a la discusión sobre la renta básica universal se ponga, al mismo nivel, la idea de una política de salud a nivel mundial básica, así como la del sistema productivo, sus características fundamentales y su finalidad última. (Ni los economistas ni los salubristas han entrevisto siquiera la importancia de este tema). La Unión Europea, por ejemplo, quedó al descubierto como una falacia: cada Estado hizo lo que quiso o pudo, y las banderas europeístas fueron desplazadas a lugares muy secundarias ante la crisis de la pandemia. El egoísmo es la marca distintiva del capitalismo o de la civilización occidental. La solidaridad, el altruismo, la ayuda mutua, existen, pero son marginales.
Esta pandemia u otras posibles en el futuro vendrán: pero no es el virus, éste o aquel, el que mata a la gente: es la inoperancia, la privatización, la burocracia y el espíritu de mercado de los sistemas de salud los que verdaderamente matan a las gentes. Hay un término preciso para ello: necropolítica4.
En fin, las redes sociales cumplen una función determinante en el control de los comportamientos y en particular, en los planes de vacunación. Al mismo tiempo, las vacunas mismas son experimentos cuyas consecuencias son perfectamente desconocidas. Estamos ante el imperio de la improvisación y la irracionalidad.
Notas
1 La era del capitalismo de vigilancia. La lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder, Bogotá, Paidós, 2021.
2 Cambridge Analytica; Facebook y Mark Zuckerberg, Las redes sociales, entre muchos otros.
3 S. Zuboff, op. cit.
4 Cfr. “Covid-19 y necropolítica: cuando los países ricos dejan morir a los pobres”, en: Desde Abajo, Año XIX, julio-agosto, Nº 210, pp. 10-11
*Ph.D. en Filosofía por la KULeuven (Bélgica), Post-doctorado como Visiting Scholar en la Universidad de Pittsburgh (EE.UU); Postdoctorado como Visiting Research Professor en la Catholic University of America (Washington, D.C.), Academic Visitor, Facultad de Filosofía, Universidad de Cambridge (Inglaterra). Profesor Titular Facultad de Medicina, Universidad El Bosque.