Los 90 de Noam Chomsky: cómo un anarquista estadounidense ha logrado mucho más que sobrevivir
Bruce E. Levine|
“Aquel que reivindica el carácter legítimo de la autoridad tiene además la obligación de justificarla. Y si no puede justificarla, es ilegítima y debería desmantelarla. A decir verdad, creo que el anarquismo no es mucho más que esto” —Noam Chomsky
El 7 de diciembre de 2018 Noam Chomsky cumplió 90 años. En un ranking elaborado en 2013 por el Reader’s Digest sobre “Las 100 personas más fiables [trusted] de América” (liderado por las celebrities de Hollywood), Noam Chomsky, que se describe a sí mismo como anarquista, ocupaba el puesto número 20 (por detrás de Michelle Obama, en el 19, pero por delante de Jimmy Carter, que ocupaba el 24).
Teniendo en cuenta que, a lo largo de la historia de los EE.UU., los activistas anti-autoritarios han sido continuamente marginados, económicamente castigados, psicopatologizados, criminalizados y asesinados, la supervivencia y el éxito de Chomsky son algo extraordinario.
A principios de los años 1960, cuando pocos americanos criticaban al gobierno estadounidense por la guerra de Vietnam, Chomsky fue de los primeros en desafiarlo y oponer resistencia, arriesgándose a pasar un tiempo en la cárcel y a poner en peligro su carrera académica en el ámbito de la lingüística, en la cual había ganado cierto prestigio por sus innovadoras contribuciones. Desde la posición que ocupa, Chomsky ha desafiado durante medio siglo toda autoridad ilegítima, incluido el gobierno de los EE.UU. y aquellos regímenes opresivos alrededor del mundo. Ha expresado un desprecio constante por las élites en el poder, por sus atrocidades y por su capacidad de subvertir la autonomía de la clase trabajadora.
Al mismo tiempo que aborrece cualquier culto a las figuras heroicas —especialmente a sí mismo—, Chomsky pone en valor todo lo que se puede aprender de nuestras experiencias personales y vitales. Asumiendo este espíritu, repasar la vida de Chomsky quizás ofrezca una guía de supervivencia para aquellos anti-autoritarios que quieran comprender mejor el mundo en el que viven.
Chomsky sabe perfectamente que la suerte ha sido un factor principal en su victoria contra las adversidades, pero ni siquiera esto es suficiente para explicar que un anarquista estadounidense sobreviva y acabe teniendo un impacto tan profundo. Chomsky también cuenta con una inteligencia extraordinaria, una racionalidad de tipo spinoziana y, desde luego, un saber y una capacidad de supervivencia enormes.
Investigando las vidas, tan trágicas como triunfantes, de los activistas anti-autoritarios de EE.UU. en Resisting Illegitimate Authority, me di cuenta de que, aquellos que prosperaron, contaron, además de con buena suerte, con un conocimiento sobre el cuidado de sí, además de sobre sus relaciones personales y económicas. Por el contrario, aquellos cuyas vidas fueron más trágicas acompañaron a menudo los asaltos autoritarios que sufrieron con otros de tendencia autodestructiva.
Chomsky describe a sus padres como unos “Demócratas pro-Roosevelt corrientes”, si bien otros miembros de su familia eran izquierdistas radicales. En su infancia, Noam comenzó —afortunadamente— a estudiar en Oak Lane, una escuela experimental Deweyita[1] donde se animaba a los alumnos a pensar por sí mismos y donde la creatividad era más importante que las calificaciones. Según Chomsky, si bien todas las escuelas podrían ser como Oak Lane, de hecho no ocurre porque ninguna sociedad “basada en instituciones jerárquicas y autoritarias toleraría un sistema escolar de este tipo durante mucho tiempo”.
En Oak Lane, cuando tenía diez años, Noam publicó un artículo en el periódico escolar sobre la toma de Barcelona por las fuerzas fascistas durante la Guerra Civil española, un episodio que le influyó a lo largo de toda su vida. Más tarde leerá Homenaje a Cataluña, el relato de George Orwell sobre la Guerra Civil española y las exitosas, aunque breves, experiencias sociales anarquistas en España. Su temprana comprensión de que la gente puede alzarse contra los sistemas opresivos y organizarse en cooperativas se convirtió en la base de su confianza en el anarquismo como una posibilidad real.
Con doce años, Noam entró en el Instituto Central de Secundaria de Filadelfia, una escuela socialmente prestigiosa pero que odiaba: “Fue el lugar más estúpido y ridículo en el que he estado; era como caer en un agujero negro o algo parecido. Era, sobre todo, un lugar extremadamente competitivo. Esta es la mejor forma de controlar a la gente”. Permaneció en la escuela, pero perdió su interés en ella.
Al igual que otros tantos jóvenes inteligentes anti-autoritarios, el joven Noam detestaba los estándares escolares. A pesar de ello, tenía la inteligencia suficiente para no equiparar lo escolar con lo educativo, y durante su adolescencia compaginó sus obligaciones escolares con el aprendizaje autodidacta. Con 13 años Noam viajaba regularmente sólo en tren para visitar a sus familiares en Nueva York. Allí pasaba muchas horas con un tío que regentaba un quiosco de prensa en Manhattan, en la calle 72, un animadísimo “salón político y literario” donde el Chomsky adolescente entró en contacto con la política radical y la cultura de la clase trabajadora judía.
Con 16 años, Chomsky empieza sus estudios de licenciatura en la Universidad de Pensilvania, pero, como otros tantos estudiantes anti-autoritarios, pronto comienza a desanimarse. Así lo recuerda: “cuando eché un vistazo a la oferta universitaria estaba muy animado: muchos cursos, cosas interesantes. Luego me di cuenta de que la universidad era como una ampliación descuidada de la escuela secundaria. Después de un año pensé en dejarla, pero casi por accidente decidí quedarme”. Afortunadamente conoció a Zellig Harris, un carismático profesor de lingüística que hizo que Noam permaneciera en la academia y, en último término, se convirtiera en un lingüista de renombre.
En realidad, los primeros intereses de Chomsky eran políticos y no lingüísticos. “Desde la infancia siempre me había interesado la política radical y disidente, pero sólo en un sentido intelectual”, recuerda. Pero estar involucrado intelectualmente no era suficiente. “Soy un ermitaño por naturaleza —nos dice Chomsky— y habría preferido estar sólo trabajando que expuesto públicamente”.
En términos psicológicos, llama la atención que el carácter introvertido de Chomsky no le haya impedido comprometerse activamente con el mundo que le rodea. Me he dado cuenta de que una clave fundamental para entender a algunos de estos anti-autoritarios que raramente acaban triunfando es su voluntad de trascender su zona de confort más privada.
Con 30 años Chomsky era ya un lingüista muy estimado, y a principios de los años 60 fue uno de los primeros intelectuales en condenar públicamente la Guerra de Vietnam. Cuando el rechazo a la guerra estaba en cierto modo generalizado en los Estados Unidos, Chomsky recuerda modestamente: “Sabía que era excesivamente indulgente conmigo mismo si me limitaba a tener un rol pasivo en las luchas que estaban teniendo lugar. Y sabía que firmar peticiones, enviar dinero y asistir a reuniones era insuficiente. Pensé que era absolutamente necesario tener un rol más activo, y era perfectamente consciente de lo que esto significaba”. Durante diez años Chomsky se negó a pagar parte de sus impuestos, apoyó a los desertores, fue arrestado varias veces y fue incluido en la lista de enemigos oficiales de Richard Nixon.
Dada las posibles consecuencias de su posición política, Noam y su mujer Carol (estuvieron casados desde 1949 hasta la muerte de ella, en 2008) acordaron que era prudente que Carol volviera a los estudios y se doctorara para poder apoyar económicamente a la familia si él entraba en prisión. Más tarde Noam se refirió a ello: “De hecho, esto es lo que habría ocurrido si no fuera por dos acontecimientos inesperados: 1) la absoluta (y, por otro lado, habitual) incompetencia de los servicios de inteligencia…[y] 2) la Ofensiva del Tet, que hizo ver a la economía americana que el juego en el que estaban participando no valía la pena e hizo que los procesos de enjuiciamiento fueran desapareciendo”. Finalmente, Carol Chomsky obtuvo una plaza en la Harvard’s School of Education y también logró una carrera académica de éxito. Y así, con suerte y decisiones sabias, la familia Chomsky obtuvo dos fuentes de ingresos más que notables y seguridad financiera.
Chomsky también ha tenido la inteligencia de no caer en cierta tendencia autodestructiva presente en aquellos activistas anti-autoritarios que niegan toda su humanidad. Este tipo de inteligencia y buen hacer es algo psicológicamente valioso para los jóvenes anti-autoritarios: “Mira, no vas a ser un activista político efectivo a menos que tengas una vida satisfactoria”, dice Chomsky al público. “Ninguno de nosotros somos santos; al menos yo no lo soy. No he renunciado a mi casa, no he renunciado a mi coche, no vivo en una cabaña, no estoy 24 horas al día trabajando en beneficio del género humano o algo por el estilo. De hecho, ni siquiera me acerco a esto”. En un Perfil del New Yorker del 2003 sobre Chomsky, éste cita a uno de sus amigos: “Le gusta estar al aire libre en verano, le gusta nadar en el lago, ir a navegar y comer comida basura”.
Chomsky encarna la figura de un activista que no niega ni se autoflagela por las inevitables hipocresías financieras en una sociedad que exige tener dinero para sobrevivir. Cuando fue contratado por el Massachusetts Institute of Technology, Chomsky fue honesto con respecto al hecho de que, aunque el Departamento de Defensa del gobierno americano no lo financiaba a él directamente sino a otros departamentos del MIT, en el fondo esta financiación indirecta permitía al MIT pagarle un sueldo. “Con respecto a cuestiones o conflictos morales —destacó Chomsky— no se trata de pensar que hay dinero limpio en algún lado. Si estás en una universidad, estás rodeado siempre de dinero sucio; estás rodeado de dinero que viene de gente que trabaja en otros lugares y cuyo dinero se les está quitando”
Muchos anti-autoritarios acumulan grandes dosis de ira. Esta ira es el resultado de injusticias sociales y el efecto de una oposición política que ha sido ignorada; es el resultado de los ataques autoritarios que han sufrido; de haber presenciado la marginalización de otros amigos anti-autoritarios; también del resentimiento que produce ser constantemente vigilado. La manera en que los anti-autoritarios gestionan esta ira es fundamental para determinar su tragedia o su éxito. Si bien uno puede percibir la ira de Chomsky en su punzante sarcasmo, para la mayoría esta ira no le ha saboteado. Y si bien todos los anti-autoritarios han sufrido los efectos de la autoridad ilegítima, Chomsky no ha permitido que este dolor se traduzca en reacciones violentas o autodestructivas que faciliten a los autoritarios una justificación para continuar su opresión.
Con su sabiduría y algo de suerte, Chomsky ha logrado mucho más que sobrevivir, convirtiéndose en uno de los anarquistas más influyentes de la historia de los Estados Unidos y en un modelo inspirador para millones de activistas anti-autoritarios, especialmente para los jóvenes. Se ha hecho a sí mismo apostando por el pensamiento crítico y la verdad (y no por consignas manidas ni distinciones oficiales). Si bien las intervenciones teóricas de Noam Chomsky han supuesto un foco de resistencia valioso contra la sociedad autoritaria, es quizás el ejemplo de su incorruptibilidad personal el legado más valioso que nos deja, sobre todo para los jóvenes anti-autoritarios.
Notas
[1] Las escuelas Deweyitas se inspiraban en la filosofía de la educación de John Dewey (sobre todo a raíz de su artículo “Mi credo pedagógico”, publicado en 1897)
*Psicólogo clínico. Su libro más reciente es ‘Resisting Illegitimate Authority: A Thinking Person’s Guide to Being an Anti-Authoritarian―Strategies, Tools, and Models’ (AK Press, 2018).
Traducción: Iker Jauregui