Leonardo Padura: El fracaso de la Unión Soviética fue una derrota para la humanidad

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Antía Castedo, BBC Mundo|

En su libro “El hombre que amaba a los perros”, publicado en 2009 y recibido con entusiasmo tanto por la crítica como por los lectores, Padura se adentró en las causas que hicieron fracasar “la gran utopía del siglo XX”.

La ingente tarea le llevó cinco años, durante los cuales se sumergió en las vidas de Lev Davídovich Bronstein, León Trotsky, fundador del ejército rojo y líder de la revolución bolchevique junto a Vladimir Illich Lenin; y de su asesino Ramón Mercader del Río (su tumba en la foto), un militante comunista español que renunció a su identidad para matar en 1940 en México a quien José Stalin había convertido en el mayor enemigo de la URSS.

-Has explicado que, más que sobre el fracaso en sí de la URSS, lo que te propusiste investigar en “El hombre que amaba a los perros” fue la perversión de la utopía soviética. ¿Cuándo se pervirtió esa utopía?

-Yo creo que el hombre occidental está persiguiendo una utopía igualitaria desde la Antigüedad, desde que existe lo que pudiéramos llamar los principios de la civilización occidental. Y la Revolución Rusa, en su momento, fue la encarnación de la posibilidad práctica de establecer esa utopía.

Hubo al principio, como en todas las revoluciones, convulsiones sociales, políticas, económicas y unos niveles de violencia que fueron conmovedores. Lo mismo ocurrió en la Revolución Francesa. Este movimiento pudo ser por momentos violento, pero era necesario para cambiar un régimen y establecer otro completamente diferente y revolucionario.

Creo que había un sentido de caminar hacia una sociedad igualitaria donde hubiera un máximo de libertad con un máximo de democracia.

Pero cuando ya habían empezado las luchas en el interior del partido bolchevique, cuando ya se establece la Unión Soviética y el partido es prácticamente el único que tiene un papel activo en la vida soviética, ocurre la muerte de Lenin [en 1924].

A partir de ahí, esos enfrentamientos adquieren un carácter mucho más cotidiano. Se produce una lucha que va a terminar con el ascenso al poder absoluto de Stalin. Este es un punto climático en la evolución del proceso revolucionario ruso y el comienzo de esa perversión.

Porque empieza el momento en que se dice una cosa y se hace otra, se teoriza sobre la grandeza de lo que está ocurriendo y a la vez ocurren cosas miserables. Y eso marca toda esa década terrible que fue la década de los 30 del siglo pasado en la que había que estar con unos o con otros, y eso significaba estar contra unos o contra otros. Eso pervierte la idea originaria de la revolución y la posibilidad de establecer realmente esa sociedad de los iguales.

-¿Crees que el devenir de la sociedad soviética hubiera sido distinto si Trotsky hubiera vencido la lucha de poder que se dio antes y después de la muerte de Lenin?

-Es la pregunta que más veces me han hecho y que más trabajo cuesta responder porque es una especulación histórica. La historia hay que mirarla como lo que ocurrió y no como lo que pudo haber ocurrido. Tengo la idea de que tal vez con Trotsky los métodos hubieran sido distintos. Pero si ya había comenzado esta lucha de facciones, al final los resultados podían ser bastante parecidos.

Creo que tal vez, y todo esto es una pura especulación -no tengo ningún derecho, creo a veces, a emitir estos juicios-, pero creo que en lugar de 20 millones de muertos Trotsky hubiera llegado a lo mismo con “solamente” un millón.

Pero habría habido igual violencia, marginación yel establecimiento de un poder que ya no tenía que ver esencialmente con el principio revolucionario de este partido que pretendió ser democrático y terminó siendo tiránico.

La evolución de Trotsky hay que entenderla a partir de este momento en que se produce la lucha interna en el partido, la muerte de Lenin, su marginación e incluso, sobre, todo su exilio en México.

Hay que entenderla como la evolución de un pensador que está fuera del poder. Y desde fuera del poder la actitud es completamente distinta a la que se tiene desde el poder. Y por eso, tal vez, se mira a Trotsky con una mayor simpatía histórica, porque su coyuntura histórica fue totalmente diferente.

-¿Por qué elegiste la figura de Trotsky para contar ese desmoronamiento moral del proyecto socialista? ¿Te planteaste desde el principio hacer esa investigación de cómo se cayó el sueño o partiste de la figura de Trotsky y eso te llevó a hacer la novela que finalmente escribiste?

-Las novelas tienen orígenes bastante raros y después, cuando uno trata de mirarlas en perspectiva, casi que puede explicar esos orígenes, pero en el momento en que está surgiendo la idea es un proceso muy extraño. Hay líneas del subconsciente que se están moviendo a veces sin uno tener una noción exacta de hacia dónde van.

Yo creo que el origen de todo estuvo en mi ignorancia, la ignorancia forzada que existía para un joven estudiante universitario cubano que quería saber algo de un personaje del cual se decían las peores cosas sobre su papel dentro de la historia y del movimiento revolucionario del siglo XX.

Trotsky era el enemigo por excelencia y cuando quise saber algo sobre él, me di cuenta de que aquí en Cuba era prácticamente imposible obtener información sobre su figura, que fuera al menos balanceada. Por eso cuando fui por primera vez a México quise visitar la casa de Coyoacán [en Ciudad de México] donde lo habían asesinado.

En esa visita sentí una conmoción muy fuerte. Ese lugar me impresionó físicamente y empecé a entender un poco el drama de lo que había ocurrido allí: un hombre que estaba refugiado, autoencarcelado prácticamente, él mismo decía que el sonido de las puertas de hierro que habían hecho instalar en Coyoacán le recordaba el de una celda donde había estado preso antes de la revolución, y cómo hasta allí llegó la mano de Stalin para matarlo, en el momento en que Trotsky tenía menos poder efectivo.

Esto me hizo pensar hasta qué punto Stalin había pervertido las ideas del socialismo y hasta qué punto tenía una personalidad enferma.

Yo creo que el origen de todo estuvo en mi ignorancia, la ignorancia forzada que existía para un joven estudiante universitario cubano.Y encontré que dramáticamente era un momento muy revelador, muy ilustrativo.

La literatura tiene que tratar de buscar eso. Uno puede escribir de las vidas más comunes y corrientes, pero si te encuentras una vida extraordinaria, en un momento extraordinario, en una situación altamente dramática, mucho mejor.

A esto se sumó después el saber que Ramón Mercader, el asesino de Trotsky, había vivido en Cuba los últimos cuatro años de su vida, había muerto en La Habana en el año 78 en esa misma época en que yo estaba estudiando en la universidad, y que yo pude haberme encontrado con él y no hubiera sabido quién era.

Todo esto me impulsó finalmente a escribir la novela con estos dos personajes y a contextualizarla con un personaje cubano que de alguna forma tiene una experiencia generacional y vital similar a la mía [se refiere al personaje ficticio de Iván Cárdenas, un escritor frustrado que en 1977 conoce a un personaje que le cuenta la historia de Mercader y el asesinato].

-Y tras toda la investigación que hiciste, ¿cuál es tu percepción sobre la figura histórica de Trotsky?

-Te podrás imaginar que yo estuve dos años investigando, leyendo, luego tres años escribiendo sin dejar de leer e investigar, porque es un tema infinito, inagotable.

A la hora de escribir, yo tenía una condición: necesitaba al Trotsky vivo, no al que se mira en la perspectiva de la Historia, sino al cercano a su momento histórico vital. Y por eso trabajé con la biografía de Isaac Deutscher, que empezó a escribir unos años después del asesinato, cuando todavía estaba viva Natalia Sedova [la segunda mujer de Trotsky].

Y al final me doy cuenta de que Trotsky también fue un fanático, era un empecinado que tuvo la capacidad de evolucionar en algunas de sus ideas precisamente porque estaba en la oposición.

Yo creo que ese manifiesto a los intelectuales del mundo [Manifiesto por un arte revolucionario independiente, 1938] que él redacta con André Bréton y que firman Bréton y Diego Rivera, en el que él le exige a Bréton que cuando se hable de la libertad del creador sea toda la libertad, hace que su figura tenga una perspectiva histórica mucho más revolucionaria, mucho más evolucionada que la de otros contemporáneos suyos e incluso de gente que vino después. Pienso que este tipo de cosas históricamente lo han salvado y han hecho que todavía hoy tenga seguidores en el mundo.

A lo largo de estos años me he encontrado con mucha gente que me ha hablado de Trotsky con simpatía e incluso me ha revelado que era o seguía siendo trotskista.

Pero rara vez me encuentro a alguien que todavía hoy se confiese estalinista. Creo que esa es una victoria histórica importante para la figura de Trotsky.

-Sin embargo, era una persona extremadamente ortodoxa en sus planteamientos.

Sí. Él era un revolucionario profesional, él era un hombre que vivía, desayunaba, almorzaba y comía revolución.

De ahí el sacrificio al que somete a toda su familia, el autosacrificio al que él mismo se somete, siempre en función de su proyección como revolucionario y como una figura que se sentía en el centro de la historia.

-Los personajes de tu libro parecen haber perdido la capacidad de ser dueños de sus propias vidas. ¿Crees, como afirman muchos liberales, que la libertad y la igualdad son en cierta manera excluyentes?

-Yo creo que la libertad debe ser un principio sagrado de los hombres, que toda la lucha y el progreso del hombre ha sido encaminado hacia la obtención de la libertad, en todos los sentidos y manifestaciones. Y es algo que nunca podemos sentir que es vano, la lucha por la libertad.

Por eso creo que la desaparición de la Unión Soviética y el fracaso político, social y filosófico antes de su desaparición fue una derrota para la humanidad en su eterna aspiración de crear un mundo mejor, y que de alguna manera los acontecimientos que han ocurrido con posterioridad lo demuestran, al igual que lo que estamos viviendo ahora en el mundo, una administración de Estados Unidos que no sabemos adónde va, una Europa que se está tambaleando, una Rusia fuerte, una China que lo devora todo… Y te hablo de las grandes fuerzas, eso se puede llevar a todos los extremos, lo que está ocurriendo en África, en fin…

Creo que de alguna manera hay que refundar una utopía. Cómo, quién, dónde no lo sé, no tengo la capacidad para poder predecirlo, estimarlo, considerarlo. Pero sí creo que el derecho del hombre a ser libre y a vivir en una verdadera democracia en la cual tenga derecho a ejercer su libre albedrío, es importante.

Fíjate si esta idea a mí me persigue que después de “El hombre que amaba a los perros” escribí “Herejes”, que es una novela que tiene que ver precisamente con el tema de la libertad, el ejercicio de la libertad y el precio que se paga por ejercerla. Y ahora estoy escribiendo una novela en la que hablo otra vez del tema del hombre y sus circunstancias.

Cómo la circunstancia, cómo la Historia, puede cambiar la vida del hombre, o de un hombre (lo que pasa es que en las novelas lo personificamos con los personajes), cómo puede alterar el destino de una persona y moverlo por caminos inesperados sin tener la opción de escoger libremente.

-¿Crees que tanto Trotsky, como Mercader e Iván comparten esa derrota?

Resultado de imagen para rivera asesinato de trotsky-Pienso que sí. Cada uno en su estilo, manera de pensar, contexto, propia evolución como individuos. Iván representa una generación cubana, la generación a la que yo pertenezco, que creció dentro del proceso revolucionario y que siempre estuvo a la expectativa de la llegada de un futuro mejor y ese futuro mejor, cuando parecía que se lograba, se volvía a alejar, se volvía a alejar, y siempre estamos persiguiéndolo y no logramos llegar a él definitivamente.

El final de Iván es el final de una ilusión. Es el personaje más dramático porque al fin y al cabo Mercader obedeció [las órdenes de Stalin] porque quiso obedecer, y Trotsky practicó su oficio de revolucionario a tiempo completo porque era su vocación.

Iván no, es una hoja en el viento de la Historia que es arrastrada desde un lado hacia otro y no tiene control sobre sus propias decisiones y eso hace que sea el más derrotado y el más dramático de todos los personajes.

-¿Te sientes identificado con características de este personaje?

Yo creo que mucha gente de mi generación en Cuba, no tengo derecho a decir todos, pero creo que mucha gente de mi generación así lo siente.

Hay algo que ha sido mi mayor satisfacción como autor de esta novela, y fue que durante mucho tiempo, muchas personas aquí en Cuba, cubanos que vivían fuera de Cuba, me dijeron que gracias a esa novela habían entendido mejor su propia vida. Es una lectura que a cualquier escritor le provoca una enorme satisfacción. Incluso hay gente que me ha dicho que esta novela le cambió la vida.

No sé si será cierto o no, pero por lo menos creo que les hizo ver algunas cosas de otra manera.

-La URSS fue más que Stalin pero estuvo muy marcada por su figura. ¿Hay algo salvable en esa utopía?

-Las revelaciones de los últimos años son tan terribles… Para empezar creo que no hubiera podido escribir esta novela antes, sino hasta que se desvelaron toda una serie de verdades que no conocíamos sobre la Unión Soviética.

Hasta que se abrieron los archivos de Moscú, había un desconocimiento general, por ejemplo de lo que había ocurrido con la presencia soviética en España durante la Guerra Civil.

Cuando lees “El fin del Homo Soviéticus” de la Premio Nobel ucraniana Svetlana Alexievich, te das cuenta de que para muchas personas fue un momento glorioso de la Historia y así lo siguieron sintiendo incluso una vez que desapareció la URSS, y que para otros fue realmente un infierno en vida.

Y la cantidad de seres humanos que fueron sacrificados en la URSS por ese proyecto utópico, creo que fue algo que la condenó realmente, como proyecto, como país, como sociedad.

-¿Qué impacto tuvo el estalinismo en Cuba?

-El sistema soviético que se exporta y adopta en el mundo es un sistema esencialmente estalinista en la economía, en la política, en la forma de manejar la sociedad. No había otro modelo en aquella época para establecer un socialismo real.

Surgieron y se ensayaron otras posibilidades que fracasaron muy rápidamente, no tuvieron la solidez ni la capacidad para establecerse. Pienso por ejemplo en el proyecto de Salvador Allende en Chile, un tipo de socialismo que llegaba por vía democrática, u otras experiencias posteriores.

Pero en lo que se llamó el socialismo real, el modelo económico era profundamente estalinista, toda la estatalización de la economía, así como el sistema de partido único, la forma de hacer la política interior y exterior, tenía que ver con este modelo que Stalin estableció en la Unión Soviética.

Por suerte, en Cuba nunca se llegó a los extremos que ocurrieron en la URSS. Por ejemplo, aquí en Cuba en los años 70 del siglo pasado hubo lo que se llamó el “Quinquenio gris” o el “Decenio negro” de la cultura cubana, una época en que fueron marginados muchos intelectuales y artistas por creencias religiosas, tendencias sexuales, actitudes políticas, y fue una época muy dura. Pero esta gente no fue al gulag ni fueron fusilados, como sí pasó en la URSS.

En Cuba fueron apartados, lo cual es terrible. Que escritores como Virgilio Piñera o José Lezama Lima hayan muerto en ese ostracismo, creyendo que nunca sus nombres nunca iban a ser rehabilitados, que nunca iban a ser publicados, como de hecho no lo fueron hasta varios años después de su muerte…

Después de la desaparición de la URSS, Cuba mantiene un sistema socialista en el que todavía, por ejemplo, en el terreno económico hay una preponderancia de la economía estatal pero la forma de relacionarse de las personas, la forma de vivir, no sé si por una cuestión cultura, climática, política, social… Afortunadamente es diferente y hay espacios posibles.

Y creo que lo que demuestra el hecho de que mientras Vasily Grossman no pudo publicar “Vida y destino” en la URSS, y ese libro se salvó milagrosamente porque existía una segunda copia en papel cartón que la KGB no encontró (y hablo de la URSS de Nikita Kruschev, no de Stalin), yo acá en Cuba escribí y publiqué “El hombre que amaba a los perros”.

Puede que haya personas a las que no les haya gustado, creo cada cual tiene derecho de que le guste o no determinada forma de pensar, pero fue posible escribirla, publicarla, presentarla en público, que ganara el Premio de la Crítica Literaria de su año y que después yo ganara el Premio Nacional de Literatura. Esto en sí mismo demuestra que la forma de los sistemas fue diferente.

-¿Te encuentras más cómodo en tu papel de escritor en Cuba? ¿Ha habido una progresión en términos de libertades en los últimos tiempos?

-Nunca tenemos toda la libertad que deseamos ni toda la libertad que deberíamos tener. Hay incluso sociedades que se ufanan mucho de tener grandes espacios de libertad y al final uno entiende que hay límites para esa libertad que pueden venir de cualquier parte, de la economía, de la política, de la religión, de la cultura o de la Historia.

En el caso cubano, creo que no se debate en Cuba lo suficiente, no hay esos espacios que yo siento que debería haber, y todavía hay mucho que avanzar.

Todavía ocurren casos de censura lamentablemente, de películas, de libros que no se publican, de obras de teatro que se suspenden… Esto tiene que ver con un pensamiento burocrático acendrado, con el miedo de los burócratas al pensamiento y a la libertad.

Pero pienso que sobre todo los creadores han asumido esa necesidad de un ejercicio libre de su trabajo de una manera muy consecuente y la mayor parte de la creación artística que se hace en Cuba tiene ese carácter interrogador de la realidad.

-Algunos estudios de opinión en Rusia arrojan que los ciudadanos relacionan la idea de gran nación que promueve su presidente, Vladimir Putin, con la “gran Unión Soviética” de Stalin. Y se identifica su figura con esa grandeza que remite a los tiempos de Stalin. Incluso en algunos sectores de Europa y de América Latina hay cierta admiración por la Rusia actual y Putin. ¿Qué te parece?

Es un tema muy complicado y difícil de explicar y entender. Putin es una figura bastante compleja, por decirlo de la manera más suave y elegante.

Rusia siempre ha tenido esa voluntad imperial de ser una gran potencia y, en efecto, en la época la URSS decidía la suerte política del mundo. Creo que Putin ha manipulado muy bien o con mucha eficacia ese sentimiento y ha restablecido el orgullo perdido.

Sin embargo, algunos de sus métodos no son para nada recomendables ni admirables, pero es lo que hay, en un mundo en el que han ocurrido todas estas revelaciones de lo que sucedió en Estados Unidos y la posibilidad de que un espionaje ruso que haya influido en las elecciones y a la vez que un hombre como Trump al parecer vaya a establecer una relaciones menos intensas con Rusia… Uno se descoloca por completo y empieza a dudar de todo lo que cree y de todo lo que sabe.

Estamos viviendo una época muy caótica. Las crisis económicas de los últimos años, los problemas de la inmigración, los problemas del terrorismo han colocado al mundo en una situación muy difícil.

Y yo creo que lo de Putin tiene que ver con esa nostalgia que explica muy bien Svetlana Alexievich por un mundo donde las cosas se presentaban -no es que fueran, pero al menos se presentaban- en blanco y negro y era más fácil saber dónde uno se ubicaba.

Pero ahora hay una confusión ideológica y política que, realmente, cuesta mucho trabajo entender dónde estamos y hacia dónde vamos.

Contexto
Leonardo Padura s escritor y periodista cubano, galardonado con el Premio Nacional de Literatura 2012. Sus novelas han sido traducidas a más de 15 idiomas, y su obra El hombre que amaba a los perros, tiene como personajes centrales a León Trotski y a su asesino, el militante estalinista catalán Ramón Mercader. Su más reciente novela es Herejes.