Al momento de aparecer Las venas…, en 1971, todo estaba en transformación. El mundo y la manera de contarlo. El mayo del 68 en Europa occidental y el desafío de la Primavera de Praga en el campo socialista. La catalepsia autoimpuesta de China con la llamada revolución cultural. El violento asombro de Estados Unidos empantanado en Vietnam y atragantado con Cuba. Las guerrillas y los movimientos políticos de izquierda intentando mover los cimientos del Tercer Mundo. El impacto de la muerte del Che Guevara en Bolivia y del triunfo electoral de Salvador Allende en Chile.

Para descifrar lo que buscaba entender, Galeano tenía una caja de herramientas donde venían, entreverados y en partes desiguales, Carlos Marx y el José Artigas del Reglamento de Tierras de 1815, la teoría de la dependencia de Raúl Prebisch y el indigenismo rojo de Carlos Mariátegui. Para narrarlo estaba la versión criolla del “nuevo periodismo” que un joven Eduardo Galeano venía incorporando, intuitivamente o impulsado por sus maestros, a su trabajo en Marcha y en Época.

Anudados con maestría narrativa y poca atención a las reglas académicas, estos ingredientes fueron puestos en juego para escribir Las venas abiertas de América Latina, un libro que no es un tratado de historia ni de economía política, sino una enorme crónica periodística. Enorme en su extensión, en su vocación explicativa y en su intención, bien sesentista, de volverse un instrumento transformador. Enorme también en su resultado.

Hoy Las venas… mantiene su lozanía. Sigue atrapando a los lectores y movilizando contra las injusticias. Porque está muy bien escrito y porque la realidad, cada vez más compleja, sigue pidiendo una mirada que desmonte con inteligencia su trama menos visible. Como si aquella piratería que se dejaba narrar con imágenes electrizantes fuera ahora un juego de engaños más gris y lodoso. Baste pensar en las recientes elecciones peruanas, donde en lugar de los tanques en la calle, la candidata de la derecha, Keiko Fujimori, apeló a los abogados de los bufetes más caros de Lima para intentar anular los votos de las aldeas más pobres de la sierra.

Tanta actualidad contamina, como debe ser, las evaluaciones que acompañan este aniversario cinco veces redondo. El 26 de junio, en el dial de la radio El Espectador, el ministro de Educación y Cultura de Uruguay, Pablo da Silveira, dijo que el libro de Galeano es “una obra profundamente dañina”.

Una visión entendible desde el punto de vista de su opción política personal, pero sorprendente para las responsabilidades de su cargo. Así como el Ariel de José Enrique Rodó contribuyó a definir el rostro todavía borroso del continente, Horacio Quiroga fijó el canon del cuento por décadas, El pozo de Juan Carlos Onetti inauguró la nueva narrativa latinoamericana o, más recientemente, Mario Levrero y Marosa Di Giorgio fueron la superación más acabada del realismo social, del mismo modo que esos antecedentes, Las venas… es el clásico por excelencia de la literatura rebelde del continente. Cualquier país, cualquier ministro de Cultura, se sentiría orgulloso de tremendo portafolio.

“Creo que se hace la pregunta equivocada”, dijo el ministro sobre el libro. Y agregó: “La pregunta que se hace es: ¿por qué hay sociedades que son pobres? En realidad, si uno mira la historia humana, la pobreza es el estado natural de la especie humana. La pregunta es por qué hay sociedades que consiguen avanzar”.

La ecuación que no entiende el ministro es bastante simple, pero fundamental. Para que haya ricos ‒sean sociedades, sean personas‒ tiene que haber pobres. Explicarlo es más complejo. Se han ensayado justificaciones de todo tipo. Los que se esfuerzan y los que no. Los que son el pueblo elegido y los que no. Los que viven en gélidos climas desafiantes y los que habitan trópicos propicios a la molicie. Los que nacieron dueños y los que traen desde la cuna la herencia de la miseria. Los que excluyen y los que son excluidos. Sea cual sea la explicación que se elija, al final siempre se despeja la misma incógnita: saber si la explicación intenta justificar las desigualdades o cuestionarlas.

Al ministro puede no gustarle, pero si algo daña el libro de Galeano no es la literatura ni la cultura uruguayas. Muy por el contrario. Las venas abiertas de América Latina es un eslabón fundamental de esa tradición de libros que nacieron aquí para gravitar con potencia a nivel mundial. Para forjar, en su diversidad estilística y conceptual, más allá incluso de sus desiguales espesores literarios, la imagen del Uruguay como nación potente en términos culturales.