Las tres Venezuelas

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Marcos Salgado | 

El último cuatrimestre del año en Venezuela arrancó con masivas concentraciones de calle, como no se habían visto a la largo de todo el 2016. La oposición sorprendió con una capacidad de movilización que había perdido hace tiempo, mientras el chavismo mostró su absoluta vigencia, aún en el peor momento de la Revolución Bolivariana.

Se puede discutir cuántos miles movilizó la oposición y, en paralelo, cuántos otros miles el chavismo. La oposición se apresuró en afirmar que lograron movilizar un millón de personas, mientras la misma tarde del 1S el presidente Maduro redujo el número a 30.000.

Mientras tanto, referentes opositores tuiteaban fotos de una beatificación papal en Corea del Sur asegurando que se trataba de la concentración anti Maduro, mientras desde el chavismo se posteaban fotos de 2012 asegurando que se trataba de la Bolívar el 1S.

Anotemos dos datos: es técnicamente imposible movilizar a un millón de personas, aún plenando varios kilómetros de las avenidas relativamente estrechas que pisó la oposición. Tampoco la avenida Bolívar lució repleta -ni por lejos- como en el cierre de campaña del Comandante Chávez, en 2012.

¿Cómo logró la oposición semejante movilización después de meses de no dar pie con bola? La respuesta parece estar en la sencillez de la convocatoria: referéndum revocatorio este año. Al participar activamente en la recolección del 1 por ciento de las firmas para activar la iniciativa ciudadana para el referéndum y ahora en el 1S, el electorado de oposición había demostrado qué está dispuesto a hacer (reclamar mecanismos constitucionales de participación) y qué no (sostener la violencia callejera para apurar “la salida”).

Aún así, en la oposición hay quienes siguen apostando a una caída estrepitosa del “régimen”. La cara visible de este grupo es Voluntad Popular, el partido del preso Leopoldo López. Una agrupación con muy buena prensa en el exterior, pero declinante en lo interno, donde parecen estar perdiendo el pulso a manos de los viejos zorros de la política, como el presidente de la Asamblea Nacional Henry Ramos Allup, y otros no tan viejos pero ya zorros, como el gobernador de Miranda, Henrique Capriles,

Allup parece esconder detrás de su verborrea anti Maduro sus dotes de negociador. La linea directa con el jefe de los mediadores de UNASUR, José Luis Rodríguez Zapatero, es poco menos que inocultable. El diputado de Un Nuevo Tiempo Timoteo Zambrano parece ser una pieza clave en el acercamiento. Capriles, por su parte, apuesta a consolidar su presencia nacional mientras espera que la crisis económica socave todavía más al gobierno de Nicolás Maduro. La participación activa de efectivos de la policía de Miranda en el control de los pequeños grupos que intentaron calentar la calle en el este de Caracas el 1S es un dato nuevo y no menor.

Del otro lado el chavismo juega el juego que mejor juega: la calle. Las marchas y concentraciones que encabezó el vicepresidente primero del PSUV Diosdado Cabello en todos los estados del país (incluida una en Caracas, dos días antes del 1S) mostraron una composición distinta, hubo más chavismo espontáneo que organizada, tal vez confluyendo detrás de la figura de Cabello (el dirigente que más se ocupa de recordar a Chávez) y también autoconvocadas por el momento político. El chavismo ha mostrado muchas veces que sabe crecer en la adversidad, y sabe posponer sus debates internos si se percibe atacado “desde afuera”.

La decisión de la MUD de desmovilizar (dijeron que repetirían la toma de Caracas el 7S, pero 24 horas antes dieron marcha atrás), puede deberse a dos cosas: la oportuna llegada de Rodríguez Zapatero (está en Caracas desde el lunes 5) y la percepción inteligente de que ya no podrían repetir la formidable movilización del 1S, y hasta perderían la pulseada de la calle frente a un chavismo que sí marchará y que -con el orgullo herido- hasta crecerá en masividad.

Y mientras el juego político aparece trancado, hay otra Venezuela con el aliento contenido. Es la del descalabro económico. La de las colas interminables para conseguir alimentos a precios regulados, la de las mafias que controlan el contrabando en todos los niveles, la de las penurias para conseguir medicamentos.

La Venezuela del “no hay”, que incluye como cara de la misma moneda el “sí hay”. La Venezuela del vendedor de cauchos que no tiene cauchos, pero sabe dónde se consiguen a precio vil. La Venezuela de los vendedores ambulantes abastecidos y prósperos, que revenden lo que se trasegó del mercado formal, mediante el trabajo de hormiga de los de la cola, o mediante más redituables maniobras de contrabando macro.

En cualquier otro país de la región, la permanencia en el tiempo de semejante descalabro hubiera terminado con el gobierno de turno. Pero en Venezuela eso no sucede y conviene preguntarse desapasionadamente por qué. Seguramente hay más de una respuesta, o -mejor- una sola respuesta con factores múltiples. Nos limitamos aquí a anotar uno: el chavismo no es “un gobierno de turno”. Los cambios capitaneados por el comandante Chávez han sido lo suficientemente profundos como para permanecer aún en el peor momento. La ofensiva restauradora del neoliberalismo en América Latina ya se llevó puesto a Argentina y hasta a Brasil, antes que a Venezuela.

Pero claro, ningún cambio, así sea profundo, está vacunado contra la marcha atrás. Asumir que eso puede suceder también en Venezuela, es un buen primer paso. Pero solo eso.