Las redes sociales: algunas lecturas
Hoy, el globo entero se desarrolla en pos de formar un gran panóptico. No hay ningún lugar afuera del panóptico. Este se hace total. Ningún muro separa el adentro y el afuera. Google y las redes sociales, que se presentan como espacios de la libertad, adoptan formas panópticas. Hoy, contra lo que se supone normalmente, la vigilancia no se realiza como ataque a la libertad. Más bien, cada uno se entrega voluntariamente a la mirada panóptica. A sabiendas, contribuimos al panóptico digital, en la medida en que nos desnudamos y exponemos. El morador del panóptico digital es víctima y actor a la vez. Ahí está la dialéctica de la libertad, que se hace patente como control. (Byung-Chul Han)
Comencemos diciendo que sobre las redes sociales se han generado los típicos maniqueísmos entre quienes las defienden a ultranza (“histeria pretecnológica”) y los que la consideran como algo diabólico y causante de todos los males (“histeria antitecnológica” según el escritor alemán Peter Sloterdijk). En todo caso: “La tecnología es inerte por sí misma, necesita de los humanos para poder desempeñar un uso. Por lo tanto, la tecnología no es buena o mala en sí misma, está sujeta a la moralidad de los que la utilizan” (Antonio Cantó Gómez y Rafael Carrió Pérez).
La sociedad de control
Las redes sociales se inscriben dentro de las llamadas sociedades de control, que serían aquellas en las cuales el control no necesita de la modalidad del encierro para ejercer la vigilancia sobre los sujetos, como ocurre con la sociedad disciplinaria (Pablo Esteban Rodríguez).
La vigilancia en la era del control está más relacionada con tecnologías que con instituciones, al punto de que las primeras rompen los tabiques de las segundas. En su vínculo con las tecnologías electrónicas, la vigilancia parece ser un fenómeno general que requiere ser problematizado: debe recordarse que en la teoría de Michel Foucault construía un armazón eficaz junto con el control del espacio, del tiempo y del movimiento de los cuerpos.
En las actuales circunstancias, la vigilancia ha podido soltarse del amarre institucional y reconfigura el paisaje de la disciplina. Al respecto, Michael Hardt y Antonio Negri en el texto “Imperio”, sostienen que la sociedad de control es “aquella en la cual los mecanismos de dominio se distribuyen completamente por los cerebros y los cuerpos de los ciudadanos. El poder se ejerce a través de máquinas que organizan directamente los cerebros (en los sistemas de comunicación, las redes de información) y los cuerpos (en los sistemas de asistencia social, las actividades controladas”.
Giorgio Agamben, en “Homo sacer: el poder soberano y la nuda vida”, dará cuenta del estado de excepción y del campo de concentración como los paradigmas propios de la vida contemporánea. La vida humana ahora es sustituida por la nuda vida, vida biológica o vegetativa, despojada de todo atributo político, moral, jurídico. El ciudadano es igual al homo sacer, musulmán, no-hombre, a quien cualquiera puede matar sin cometer homicidio, porque la vida ha sido previamente deshumanizada por la exclusión, la excepción y el abandono. Por tanto, el campo de concentración ya no es el espacio cercado de alambradas y torres de vigilancia (sociedad disciplinaria) y en las sociedades de control la dominación es de tiempo completo.
Para Byung-Chul Han: “La sociedad del control se consuma allí donde su sujeto se desnuda no por coacción externa, sino por la necesidad engendrada en sí mismo, es decir, allí donde el miedo de tener que renunciar a su esfera privada e íntima cede a la necesidad de exhibirse sin vergüenza”.
Han dirá que en la sociedad de la transparencia, predomina la desconfianza y la sospecha, y ambas se apoyan en el control. Ante el reclamo por la transparencia, el fundamento moral de la sociedad se hace frágil y los valores morales, como la honradez y la lealtad, pierden significación. Es una sociedad del rendimiento, en donde el sujeto está libre de una instancia exterior dominadora que lo obligue al trabajo y lo explote.
Él es explotador y explotado. Así la propia explotación es más eficaz que la explotación extraña, pues va acompañada del sentimiento de libertad. El sujeto del rendimiento se somete a una coacción libre, generada por él mismo. Por tanto, la desaparición de la instancia dominadora no conduce a una libertad real y a la franqueza, pues el sujeto del rendimiento se explota a sí mismo. Esta dialéctica de la libertad se encuentra también en la base de la sociedad del control, con nuevas técnicas de poder -Bio y psicopolítica-, y con el relato teleológico del neoliberalismo.
Gilles Deleuze llama a las sociedades de control, las sociedades donde predomina la biopolítica (regulación de la especie), las redes flexibles y fluctuantes; donde las relaciones de poder están arraigadas por las innovaciones tecnocientíficas y tienden a envolver todo el cuerpo social sin dejar prácticamente nada fuera de control. “Las sociedades de control operan sobre (…) máquinas informáticas y ordenadores cuyo peligro pasivo es el ruido y el activo la piratería o la introducción de virus. Es una evolución tecnológica pero, más profundamente aún, una mutación del capitalismo”.
En este tipo de sociedad predomina el “síndrome” del dinamismo, la prisa, la creatividad, el desapego (no quedarnos quietos), etc., que se suman a los valores de realización personal, privilegio dado a la felicidad, libertad sexual y afectiva.
Es en este tipo de sociedad donde encontramos en su máximo desarrollo a las redes sociales, que son simultáneamente (y quizás) el principal medio o instrumento de información y comunicación mundial y, a su vez, se han convertido en un actor internacional de primera línea.
Las redes sociales medio o instrumento de información y comunicación
El periodista Ignacio Ramonet sostiene que: “El ciberespacio se ha convertido en una especie de quinto elemento. El filósofo griego Empédocles sostenía que nuestro mundo estaba formado por una combinación de cuatro elementos: tierra, aire, agua y fuego. Pero el surgimiento de internet, con su misterioso interespacio superpuesto al nuestro, formado por miles de millones de intercambios digitales de todo tipo, por su roaming, su streaming y su clouding, ha engendrado un nuevo universo, en cierto modo cuántico, que viene a completar la realidad de nuestro mundo contemporáneo como si fuera un auténtico quinto elemento”.
El mismo Ramonet afirma: “La generalización del acceso a internet y la universalización del uso de las nuevas tecnologías están permitiendo a la ciudadanía alcanzar altas cuotas de libertad y desafiar a sus representantes políticos. Pero, a la vez, estas mismas herramientas electrónicas proporcionan a los gobiernos (…) una capacidad sin precedentes para vigilar a sus ciudadanos”.
El escritor y filósofo italiano Umberto Eco nos dice: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos rápidamente eran silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles”.
El filósofo polaco Zygmunt Bauman sostiene: “Las redes sociales no enseñan a dialogar porque es tan fácil evitar la controversia. Mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para encerrarse en lo que llamo zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara. Las redes son muy útiles, dan servicios muy placenteros, pero son una trampa”.
El escritor portugués Boaventura de Sousa afirma: “Esta es una de las contradicciones de nuestro tiempo. Nosotros saludamos a las redes sociales y a internet como plataformas, como una forma de democratización del conocimiento y de la información. Pero en tiempos recientes, en el régimen de la posverdad, las redes sociales y el internet son utilizados para manipular la opinión pública con base en una cosa que es difícil de entender para una persona no técnica”.
En definitiva, las redes sociales como medio o instrumento de información y comunicación propician el desarrollo de dos tendencias sociales no necesariamente contrapuestas. Una, orientada hacia una mayor masificación de la información y la otra, un mayor control del ciudadano por parte de quienes manejan esas redes. Al respeto, el 25 de marzo de este año, el Comité de Energía y el de Comercio de la Cámara de Representantes de EEUU convocaron a Sundar Pichai, de Google, Mark Zuckerberg, de Facebook, Instagram y Whatsapp y a Jack Dorsey, de Twitter, para abordar en tema de la desinformación y el comportamiento de esas empresas en el asalto al edificio federal el pasado 6 de enero.
Estos admitieron que sus plataformas ciertamente jugaron un papel de suma importancia ese día e incidieron determinantemente en esos sucesos. Los legisladores republicanos acusaron a los empresarios de “censurar” las voces conservadoras (recordar que al mismísimo Trump le bloquearon twitter) y los demócratas dijeron que “su propio modelo de negocio se ha convertido en el problema y se acabó el tiempo de la autorregulación”.
Las redes sociales como actor internacional
Desde la firma de la paz de Westfalia en 1648, con el fin de la guerra de los Treinta Años, hasta la II Guerra Mundial, el Estado-nación fue el actor internacional dominante por excelencia. Después de 1945, este es acompañado de organismos internacionales de diversos tipos, algunos incluso que los trascienden, desde los típicamente económicos, pasando por los políticos y llegando a los relacionados con los derechos humanos, la lucha por la paz y los vinculados con el deporte.
Pero en la actualidad, con la globalización y/o mundialización en pleno desarrollo se encuentran otros actores como las transnacionales, movimientos y grupos sociales y actores supranacionales. Incluso también actores individuales con un peso internacional bien importante como los casos de Bill Gate, dueño de Microsoft; de George Soros, el mayor especulador financiero; de Julian Assange, el “revelador” del cinismo diplomático Julian; o del creador de WikiLeaks, Edward Snowden, que denunció los espionajes practicados por los Estados Unidos contra presidentes, primeros ministros y dirigentes políticos importantes del mundo. Por supuesto se encuentran también los dueños de las empresas de alta tecnologías, que han incrementado su poder en esta era de pandemia por el Covid-19.
En ese contexto las redes sociales están jugando un significativo papel en la arena internacional. Digamos que son uno de los principales actores internacionales, pero no son un deja vu como los otros actores internacionales; son, por el contrario, sui géneris.
A través de su “poder de convocatoria” se han producido muchos cambios políticos y golpes de estado, como las denominadas “revoluciones de colores” en ciertos países del este de Europa (“La revolución de las rosas” en Georgia en 2003, de “la naranja” en Ucrania en 2004 y la de “los limones o tulipanes” en Kirguistán en 2005). Nombres derivados de la masiva utilización simbólica de colores o nombres de flores, empleados como elementos de identificación por parte de sectores políticos de oposición que inscribieron sus actuaciones en la política de la “no violencia”, bajo las orientaciones del politólogo estadounidense Gene Sharp, autor del ensayo “De la dictadura a la democracia”.
En todas ellas el papel de Estados Unidos ha sido decisivo y para ello se utilizan organizaciones privadas (ONG, think-tanks, fundaciones, etc.) que son las encargadas de articular la lucha de la “sociedad civil” en aquellos países donde las circunstancias son propicias.
Las redes sociales también operaron en la “Primavera Árabe”, en particular en Túnez y Egipto. Incluso en países capitalistas, considerados blindados e inmunes, las redes sociales se convirtieron en vasos comunicantes para las manifestaciones que estremecieron sus cimientos. El ejemplo lo constituyó “La Primavera de España”, que comenzó el 15 de Mayo de 2011, con lo que pasó a llamarse el movimiento de los “indignados”, integrados mayoritariamente de jóvenes y del cual se formaría el partido Podemos.
O, en el caso de Francia, con el nacimiento y desarrollo de los “chalecos amarillos” (pero de muchos colores) que, desde el año 2018, le han generado muchos “dolores de cabeza” al presidente de ese país, Emmanuel Macron, y quienes han tenido como plataforma de convocatoria, comunicación y lucha a las redes sociales.
No es un secreto que además empresas como Google, Apple, Microsoft, Amazon y Facebook tienen “establecidos estrechos lazos con el aparato del Estado en Washington, especialmente con los responsables de la política exterior, hasta tal extremo que comparten las mismas ideas políticas y tienen idéntica visión del mundo” (Ignacio Ramonet).
A través de las redes sociales se ataca permanentemente a la revolución cubana, a Irán, China, Rusia, Corea del Norte, Siria; se ha intentado a través de ella dar al traste con la revolución bolivariana y la revolución sandinista; y estas también jugaron un papel estratégico en el golpe contra Evo Morales en el año 2019.
Conclusiones
Las redes sociales son ciertamente hoy por hoy el principal medio de información y comunicación del mundo, pero también constituyen un actor internacional de importancia capital.
Las redes sociales tienen una eficiencia mayor al de muchos otros actores internacionales, en la medida en que logran crear subjetividades. El internet, el wifi, el celular, están enraizados en lo cotidiano, en la familia y por tanto perturban lo privado, invaden lo individual, forman parte de la vida cotidiana segundo a segundo; esto es, forman parte del biopoder foucaultiano y la psicopolítica de Byung Chul Han.
Las redes sociales han generado lo que podría denominarse “la huelga de los cerebros”, que significa que hoy ya no se piensa por sí mismo, ahora se repite y repiten los mensajes que se reciben y al final no se sabe quién fue el autor de ese mensaje. Se acude al “me gusta” (Han) y al “acepto”, sin protesta alguna. Es la entrega total de la privacidad, y el anonimato ya es un tema del pasado. Mientras más público se construya y más personas lo sepan, en esa misma medida se incrementa el narcisismo y la satisfacción.
Los dueños de las redes sociales con mayor influencia (Facebook, Whatsapp, Instagram, Twitter, Google y Youtube) son de nacionalidad estadounidense.
Como corolario diríamos que son tontos o tontas útiles (“zombis modernos”) de las redes sociales, los y las que se dedican diariamente a replicar noticias o informaciones, sin confirmar su veracidad y sufren, además, lo que algunos psiquiatras llaman infofrenia, esto es, “intoxicar” el cerebro por cualquier cantidad de información variada, encontrada, confusa y disonante. Sus consecuencias no son nada agradables para el estado anímico y para la tranquilidad del ser humano.
*Sociólogo, doctor en ciencias sociales, ex director de la Escuela de Estudios internacionales de la Universidad Central de Venezuela y analista nacional e internacional.