Las elecciones del Parlamento Europeo apuntan a un continente aún más conservador

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Sergio Ferrari

 

Esta semana, los ciudadanos de veintisiete países elegirán sus 720 diputados al Parlamento Europeo con una casi cantada victoria de las distintas variedades de derechas.

Las elecciones comenzarán en los Países Bajos el jueves 6 de junio. Continuarán en Irlanda el viernes 7 y en Eslovaquia, Letonia y Malta el sábado 8. En la República Checa el 7 y el 8, mientras que en Italia tendrán lugar el sábado 8 y el domingo 9. Los ciudadanos de los otros veinte países de la Unión Europea (Alemania, Austria, Bélgica, Bulgaria, Chipre, Croacia, Dinamarca, Eslovenia, España, Estonia, Finlandia, Francia, Grecia, Hungría, Lituania, Luxemburgo, Polonia, Portugal, Rumanía, y Suecia) concurrirán a las urnas el domingo 9 de junio. Los primeros resultados se conocerán a la noche europea de ese mismo domingo.

Los eurodiputados electos que portarán el mandato de 450 millones de sus compatriotas de la Unión (UE) deberán designar una nueva presidencia de la Comisión Europea para el próximo quinquenio, además de constituirse como el nuevo poder legislativo comunitario, rol que compartirá con el Consejo de la Unión, órgano con representación ministerial de los países.

El primer paso luego de la elección consistirá en formar los diferentes grupos o bancadas teniendo en cuenta las respectivas afinidades político-ideológicas. Para que un grupo pueda existir debe reunir al menos 23 diputados de un mínimo de 7 países.

El número de diputados que está en juego.

En estas próximas elecciones se elegirán 720 diputados, 15 más que en la votación anterior. Proporcionalmente, las naciones con más ciudadanos tienen la mayor representación. Tal es el caso de Alemania, con 96 diputados; Francia, 81; Italia, 76; España, 61 y Polonia, 53. Le siguen Rumania, con 33, Países Bajos, 31 y Bélgica, 22. Todos los otros Estados cuentan con 22 eurodiputados o menos. Sin embargo, lo más importante, a fin de cuentas, será la cantidad de congresistas con que contará cada una de las diferentes bancadas del Parlamento Europeo, que representan desde la extrema derecha a la extrema izquierda del abanico continental.

En la actual legislatura a punto de concluir su mandato, los grupos con mayor peso son el Partido Popular Europeo (la Democracia Cristiana), con 177 representantes. La actual presidenta del Parlamento Europeo, Ursula von der Leyen, pertenece al mismo. Le siguen la Alianza Progresista, mayormente socialdemócrata, con 140, y Renovar Europa (Renew Europa), una alianza de liberales y demócratas, con 102. Los Verdes constituyen la cuarta fuerza, con 72 parlamentarios. Y le siguen el grupo de extrema derecha CRE (Conservadores y Reformistas, que incluye entre otros a Hermanos de Italia de Giorgia Meloni y al español Vox de Santiago Abascal) con 68; la no menos derechista Identidad y Democracia (que incluye a Marine Le Pen de Francia y Matteo Salvini de Italia) con 59; y la extrema izquierda con 37 eurodiputadas/os. Cincuenta representantes sesionan individualmente, sin pertenecer a un grupo determinado.

 Todavía más a la derecha

A escasos días del inicio de las elecciones, los sondeos de muy diversas fuentes coinciden en un escenario marcado por un fortalecimiento del centro derecha, así como un significativo salto adelante de la extrema derecha más dura y radical. Las tendencias en los cuatro países de mayor población, y por lo tanto con mayor cantidad de diputados, puede servir de brújula indicativa.

La última semana de mayo, y basándose en pesquisas de la encuestadora alemana Politpro, el periódico Frankfurter Rundschau proyectaba una victoria cómoda en ese país de las fuerzas demócrata-cristianas (CDU/CSU), con, al menos, un 30% de la intención del voto. En segundo lugar, la extrema derecha AfD, con casi el 16%. Los socialistas y los Verdes estarían disputándose la tercera posición, con algo más del 14% cada uno. A la luz de otras encuestas, el cotidiano alemán proyectaba resultados en la misma dirección, con diferencias de porcentaje no significativas entre la segunda y la cuarta posición.

Sin duda la crisis reciente de la AfD, cuyo candidato a cabeza de lista Maximilian Krah fue penalizado por sus declaraciones abiertamente pro-nazis, puede perjudicarla, restándole expectativas electorales en relación a sus logros precedentes. Sin embargo, de confirmarse estos sondeos la hegemonía en Alemania quedará en manos de la derecha democristiana y de la extrema derecha xenofóbica. 

Las cinco cabezas de lista de los grupos parlamentarios debatieron a fines de mayo
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En Francia, según la encuesta Ifop-Fiducial publicada el 27 de mayo, el Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen, con el candidato Jordan Barella como primer candidato, obtendría el 33,5%. Muy por detrás, Renacimiento (Renaissance), de Emmanuel Macron, un 16%, mientras que la alianza Partido Socialista-Plaza Pública se quedaría con el 14,5% de los votos. Los Verdes, los Republicanos y la progresista Francia Insumisa oscilarían, según este mismo sondeo, entre el 7 y el 8% de los votos por cada fuerza. En el país galo, estos resultados significarían, por un lado, una dura sanción al gobierno actual; por el otro, una victoria incuestionable de la extrema derecha lepeniana.

En el caso de Italia, según el sitio informativo helvético Swissinfo, a fines de mayo todo indicaba que la actual primer ministra Giorgia Meloni, de la extrema derecha, podría ganar con más del 27% del voto, superando así a la principal formación opositora, el Partido Democrático (PD) de centro-izquierda, que obtendría un 21%. En tercer lugar, y con 16%, quedaría el Movimiento 5 Estrellas (M5S). Las otras dos fuerzas de derecha aliadas a Meloni (la Liga y Fuerza Italia) se disputarían el cuarto y el quinto puesto con un 8% cada una. Al igual que en otros países, también en Italia la tendencia predominante apunta a muy buenos resultados en las urnas para la extrema derecha y el espectro de las derechas.

En España, y según el promedio de sondeos de DatosRTVE publicado el 23 de mayo, el opositor Partido Popular obtendría el 35,7% de los votos y 24 eurodiputados, muy por encima de su resultado en las últimas elecciones europeas, en 2019. De esta manera aventajaría por 7 puntos y 5 eurodiputados al Partido Socialista (PSOE), el cual obtendría el 28,2% de los votos y 19 eurodiputados. Vox, de extrema derecha, podría conseguir 6, en tanto que la progresista Sumar, 4. De confirmarse estos sondeos, también en España la derecha recuperaría posiciones y se proyectaría hacia adelante.

 Debate raquítico

Aunque es casi imposible evaluar cabalmente la dinámica política de cada uno de los veintisiete países de la Unión Europea previa a las próximas elecciones, la tendencia global señala un común denominador: un debate muy pobre sobre el proyecto común europeo debido a que ha cedido su espacio preelectoral a los temas más puntuales y polarizantes en cada uno de los Estados miembros. En otras palabras: dicho debate solo serviría para plebiscitar la relación de fuerzas internas en cada uno de esos países, no para consensuar un programa de futuro para Europa. La discusión de fondo de programas casi no se percibe a nivel nacional en la desabrida campaña, excepto algunos espacios institucionales televisivos.

En España, por ejemplo, estas últimas semanas las diversas fuerzas políticas han estado argumentando muy poco sobre sus proyectos estratégicos para el continente y siguen enfrascadas en una áspera disputa doméstica con una agenda centrada en la corrupción (de unos y otros), la amnistía en Cataluña y el reciente reconocimiento español del Estado Palestino.

La situación en Francia no es muy diferente. El martes 28 de mayo el sitio Web del cotidiano Le Figaro evaluaba el debate televisivo entre dirigentes políticos galos sobre las elecciones europeas de la noche anterior. Lo calificó como “angustioso espectáculo”, haciéndose eco del historiador Maxime Tandonnnet, quien opinó que dicho debate “ilustra el gran disparate de este inicio de campaña y la creciente desconexión entre ciudadanos y políticos”. Significativo el título del artículo de Le Figaro: “Un debate grotesco a imagen de una elección para desahogarse”.

Protesta de agricultores fuente a la Puerta de Brandenburgo en Berlín. Foto: WSWS.org
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Por su parte, en un artículo intitulado “Elecciones europeas: una campaña marcada por el declive de la ambición ecológica”, el cotidiano Le Monde del 23 de mayo afirmó que, “convertidas en chivos expiatorios o invisibles, las cuestiones climáticas están casi ausentes, relegadas a la periferia de los debates para las elecciones del 9 de junio”. Según Le Monde, dicha omisión muy bien podría “desesperar a científicos y activistas” en cuanto a la incapacidad de la política para actuar en favor del medio ambienteTal vez la discusión principal a nivel programático (el único de este tipo) fue la del 23 de mayo en Bruselas entre cinco de los candidatos cabezas de lista y con aspiraciones a presidir la Unión Europea. Pero, una vez más, los Estados miembros de la UE delegaron en esa superestructura política la discusión de contenidos exclusivamente comunitarios, prácticamente inexistentes en el plano del nivel nacional.

Este silencio político preelectoral con respecto a un proyecto europeo global podría desvirtuar aún más la imagen que el ciudadano corriente tiene de la UE: apenas una moneda en común, con un grupo de tecnócratas que la dirigen desde Bruselas, y eventuales fuentes de financiamiento para proyectos concretos como fue e la situación crítica de pandemia. Como mucho, una alianza militar para solicitar y asegurar más apoyo militar a Kiev en la guerra ruso-ucrania.

Todo muy lejos del concepto fundacional del Tratado de Maastricht de 1992, que cimentó esta construcción europea como “una nueva etapa en el proceso creador de una Unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa, donde las decisiones serán tomadas de la forma más próxima posible a los ciudadanos”.

Y aún más lejos del gran desafío de una nueva Europa Social que sindicatos y fuerzas progresistas percibieron entonces como una posibilidad en el marco de una propuesta para promover “un alto nivel de empleo y de protección social, la elevación del nivel y de la calidad de vida, la cohesión económica y social y la solidaridad entre los Estados miembros”.

Distancia histórica que en solo treinta años separa diametralmente de esa perspectiva de continente vigoroso a un continente envejecido. Una Europa, la actual, con retrocesos en su importancia geopolítica internacional, conservadora, y cada día más dispuesta a asegurar más espacio a las derechas extremas. Adicionalmente, que percibe la guerra intra continental como la única posibilidad de cimentar una unidad europea, hoy por hoy con pies de barro, casi suicida.

Esa Europa, además, seriamente cuestionada por las constantes movilizaciones contestarias, como, en los últimos meses, las masivas protestas agrarias; las concurridas manifestaciones en Alemania contra la extrema derecha o las últimas demostraciones en casi cada país contra la agresión del gobierno israelí en Palestina.