Labio de liebre

Luis Britto García|

Suponga usted que le mochan la cabeza y luego la patean.
Imagine que es la madre que tiene que suplicar por la vida de sus hijos y al poco tiempo advierte que por la que tiene que suplicar es por la propia.

Póngase en el lugar de la niña que delata y de repente comprende que su suerte será la misma del delatado.

Figúrese que es la comunicadora a quien por preguntar demasiado le acaban de dar un tiro en la mano y cuando dice ¡Basta! entiende  que ya nada basta.

Represéntese que usted cometió todos esos delitos o que no, que mandó que se cometieran y por más que lo  oculte a los demás, usted lo sabe.

Ahora elimine de los anteriores párrafos todas las expresiones que los relegan al imaginario, como suponga, imagine, póngase en el lugar, figúrese, represéntese, y asuma el desamparo de saber que todos y cada uno de esos hechos ocurrieron, ocurren, quizá ocurrirán todavía, no una vez, no mil veces, sino centenares de miles de veces.

Agradezcamos que esta pieza que abre el Festival de Teatro de Caracas, Labio de Liebre, del dramaturgo y director de colombiano Fabio Rubiano, sea una representación, y aliviémonos con la idea de que podremos desprendernos de ella como de una butaca hasta que advirtamos que no, que vamos a seguir teniéndola tan presente como los fantasmas que en escena importunan al infame.

No, la realidad es tenaz, y no podemos renunciar a lo que ha ocurrido, ocurre y quizá seguirá ocurriendo. Vivimos en el mundo de las guerras no declaradas, que pelean ejércitos no reconocidos en nombre de intereses que no se atreven a decir su nombre y donde lo único real son las víctimas, es decir, usted y yo.

Llevo una vida escribiendo sobre países cuyos nombres han devenido sinónimos del escalofrío:  Chile,  el Cono Sur, Indonesia,  Afganistán,  Irak, Libia, Ruanda, Salvador, Honduras, Colombia y, como decía Vallejo, digo, es un decir nomás, Venezuela.

En todos, poderes foráneos decidieron que el camino más corto pasaba por sobre la vida del prójimo y perpetraron largas hecatombes eternizadas en el tiempo y en el recuerdo.

Este es el relato de muerte que nos revive Fabio Rubiano para que no olvidemos; para que no tengamos nosotros ni nuestros descendientes que existir atormentados por los que ya no existen.

De este suplicio no alivian ni el realismo, que documenta la atrocidad, ni el surrealismo, que la eufemiza con bromas macabras sobre el manso sacrificio de gallinitas y vacas, ni la desilusión, pues ni víctimas ni victimarios son idealizados, sino presentados en lo más desamparado de su condición contingente.

A ver: releamos los párrafos iniciales de esta crónica precediéndolos de un buen Nunca, pues si el pasado es la patria del remordimiento, el futuro es la utopía de la esperanza.

Nuestro único homenaje a los que se fueron es evitar que sean forzados a irse quienes todavía nos acompañan.