La victoria de Sheinbaum en México es una lección para las izquierdas latinoamericanas
Marcos Salgado
La contundente victoria de la candidata oficialista en México, Claudia Sheinbaum, en las elecciones presidenciales del último domingo debería ser leída con atención por la izquierda latinoamericana, en estos tiempos donde parece campear a sus anchas la neoderecha disolvente y fascistoide.
La candidata de la alianza oficialista alcanzó casi el sesenta por ciento de los votos, superando por más de 30 puntos porcentuales a la candidata de la alianza de derecha, Xóchitl Gálvez. Sheinbaum incluso superó en votos duros y en porcentaje al actual presidente, Andrés Manuel López Obrador, convirtiéndose en la persona más votada de la historia de México.
Hasta la prensa conservadora del continente admite que con la nueva correlación de fuerzas que dejan estas elecciones a nivel del congreso, Sheinbaum podría avanzar incluso en reformas constitucionales que impulsa AMLO, conocidas como el Plan C, aunque el actual presidente aclaró que eso deberá decidirlo la nueva gobernante.
La rotunda victoria de Sheinbaum deja varios elementos interesantes. El primero es que no alcanza con el accionar de las derechas políticas asociadas a los medios de comunicación, por más hegemónicos que parezcan, junto a las descontroladas redes asociales para definir agenda y voluntades electorales. En México, claramente, no ocurrió.
La segunda anotación parece verdad de Perogrullo, pero no lo es: la victoria de la izquierda en México muestra que, lejos de la monserga ultraderechista, las mayorías están dispuestas a apoyar al progresismo si verifican en su vida diaria que las cosas están mejor, y pueden estar aún mejor.
Ausencia de relevos, mal de la izquierda
La tercera nota es sobre un tema álgido, mal discutido y peor encarado por los progresismos del continente, y es la cuestión de los relevos en los liderazgos. La coyuntura actual en México muestra cómo esto no necesariamente es un gran problema, si se resuelve con claridad, de cara a la sociedad y con respaldo de movimientos políticos fuertes.
La derrota en Argentina de Daniel Scioli a manos de Mauricio Macri en 2015; la defección temprana de Lenin Moreno traicionando a Rafael Correa en 2017; la derrota electoral de Fernando Haddad en Brasil en 2018 y la crisis que termina en el golpe de Estado a Evo Morales en 2019 son cuatro ejemplos de cómo la falta de liderazgos emergentes complican los procesos políticos progresistas.
En Argentina esa ausencia de un relevo genuino para Cristina Fernández terminó en ensayos cosméticos y una cuesta abajo que sigue y que tiene al país como laboratorio de la ultraderecha, con el pueblo como víctima (y Scioli en el gobierno de Javier Milei). En Ecuador, algo parecido: en dos elecciones presidenciales el correísmo no pudo reconstruirse lo necesario para vencer en segunda vuelta.
En Brasil debió ser Lula el que retomara el gobierno. A la luz del apretado resultado de las presidenciales de 2022 es difícil imaginar que otro que no fuera el mismísimo Lula hubiera podido vencer a Jair Bolsonaro. En Bolivia el MAS retomó el gobierno en 2020 pero hoy el cisma entre Luis Arce y Evo es terminal y amenaza, incluso, con la posibilidad de una derrota a manos de la derecha el año que viene.
Decepción del progresismo, caldo de cultivo de las derechas
El ex vicepresidente boliviano, Álvaro García Linera, definió con precisión en un artículo más o menos reciente algunos elementos que explican el crecimiento de las derechas autoritarias en el mundo y en América Latina también. Entre otros aspectos, Linera indica que las derechas extremas crecen por las decepciones de las izquierdas y los progresismos gubernamentales.
“Que no se crea que es el aumento del consumo de los sectores populares emergentes lo que los puede conducir a posiciones de derechas: es la incapacidad que a veces muestra el progresismo y las izquierdas para comprender las nuevas expectativas, aspiraciones y formas organizativas que adquieren estos sectores populares emergentes lo que eventualmente los empuja a abrazar posiciones conservadoras”, postula Linera.
“La gente apoya a las izquierdas y los progresismos porque ha experimentado en carne propia el maltrato y el empobrecimiento neoliberal. Pero si el progresismo que llega al gobierno prometiendo bienestar y protección no cumple lo que prometió o empeora las condiciones de vida de las clases populares, lo que se produce inicialmente es un colapso cognitivo de las adhesiones y las esperanzas”, continúa Linera.
Para este referente, ese “colapso cognitivo” va a diluir las creencias, mientras “el desánimo y la desafección lo inundan todo”. Para Linera “el apoyo de los sectores populares a soluciones de derecha autoritaria será la vía para exteriorizar ese enojo colectivo”.
Después del quinquenio AMLO, esto no ha sucedido en México. Todo lo contrario, la victoria de Claudia Sheinbaum demuestra que se puede renovar la confianza si hay razones poderosas para seguir confiando. En nuestra opinión, también demuestra que los liderazgos fuertes no son indispensables si se construyen relevos sólidos.
Está claro que los progresismos del continente latinoamericano (los gubernamentales y no), son sometidos a enormes presiones y campañas de desinformación. También hay circunstancias exógenas, como la reciente pandemia de la COVID 19 que complican todo.
Aún así, sería saludable leer con atención lo sucedido en México. Tal vez allí haya respuestas para repensar cuán importantes son (o no) los personalismos y los liderazgos fuertes con ínfulas de perpetuidad.