La venganza contra Cristina está a punto de caramelo
Eduardo Aliverti
Dan ganas de decir que el cierre de La Salada por un lado, y por otro el proyecto oficial para eliminar el control de evasión y lavado, es la foto definitiva de en qué consiste este modelo. Pero no. Si algo demuestran los libertaristas es su espectacular firmeza al sorprender, día a día, con el corrimiento de todo límite imaginable.
Si nos ponemos más rigurosos, la palabra sorpresa sólo remite a una impresión instantánea. Y está bien, porque, como nos permitimos reiterar con cierta regularidad, perder la capacidad de asombro implica anestesiarse. Sin embargo, a poco de hurgar en detalles y obviedades, es fácil advertir que se trata de ratificaciones.
La desesperación del Gobierno, a contrapartida de la solvencia financiero-estructural que dice exhibir, lo lleva indefectiblemente a manotazos que no son de fortaleza. El intento de que se eche mano a “los dólares del colchón” es un artilugio indispensable, ante una economía que no muestra signos reactivadores. Por el contrario, hay síntomas inquietantes en los consumos de canasta básica, cadena de pagos de las pymes y suspensiones de producción en fábricas varias.
Los números oficiales podrán expresar lo que quieran. Pero el vacío que se observa en los supermercados y en comercios de cercanía, junto con el incipiente aumento de morosidad en pago de créditos, cheques rebotados y otros datos similares de la vida cotidiana, son casi incontrastables.
El reparo, el “casi”, deviene de una fórmula que, en lo coyuntural, parece mantenerse invicta en cuanto a sus sensaciones positivas: inflación a la baja y dólar planchado.
En las expectativas de la clase media, y en los ingresos de bolsillo de los sectores populares, la experiencia demuestra que esa combinación es imbatible en las urnas. Aunque el poder adquisitivo de las mayorías corra muy de atrás, se naturaliza que al menos hay “estabilidad” para sufrir. Para saber a qué atenerse, qué resignar, qué acostumbramiento se impone frente a la ausencia de toda otra alternativa.
“Estoy peor, la plata cada vez me alcanza menos, no llego a fin de mes, pero… ¿qué vamos a hacer”. Lo otro ya no daba para más. Hay que aguantar y ver si se puede salir”.
En conceptos como ésos se encierra, en buena medida, la síntesis objetiva de lo que refleja el termómetro callejero. Ningún análisis debería tener la petulancia de señalarla con un dedo acusador. Vale prevenirlo porque, entre los esclarecidos de siempre que son viudos de entusiasmos mejores, se hace cada vez más habitual el “que se jodan por haberlo votado”.
Esa reacción también es comprensible como actitud embroncada e inmediata. Se le suma que en un país como éste, que tuvo y mantiene un bagaje cultural enorme, de resistencia admirable en sus minorías intensas, es inaguantable tolerar la brutalidad del experimento ultra, obsceno, neofascista, que encarna Javier Milei.
Pero enojarse a secas, frente a la necesidad de una edificación colectiva, no conduce absolutamente a nada. Habilita ubicarse en una zona de confort político-ideológica, que deposita en “desconcientizados” y “desclasados” el fracaso propio.
Es la derrota de construcciones y relatos con rasgos demodé, no por carecer de justeza diagnóstica: porque no emocionan. Apenas lo hacen en los núcleos duros que miran más hacia afuera que adentro. O en las individualidades que se dedican a tipear y vociferar consignas que, inevitablemente, tienen por destino el vacío.
La única fuerza en condiciones todavía aceptables de representar una opción es el peronismo, entendiéndose por tal cosa su variante progresista y no los cantos de sirena que, además de inexistentes en las elecciones, implican una interpretación “doctrinaria” ligadas a lo rancio. Y a lo sectario.
Aun con desconfianzas personales que ya no tendrían retorno, y con serias dudas acerca de cómo conformarán la “unidad” al integrar las listas bonaerenses, Axel Kicilllof y Cristina Fernández resolvieron hablarse después de mucho tiempo. Mucho. Sin intermediarios. Cara a cara.
Por ahora, salió articular una “mesa” que impida la división. No es un más. Es tratar de impedir lo menos que, visto el estado de las cosas, conlleva alguna esperanza.
Así, el peronismo queda situado en dos refugios. Uno es la imagen de acercar a sus dos únicos referentes. El otro, lograr que la eventual potencia de ese principio de acuerdo, aun atado con alambre, se expanda hacia los entramados del resto de las provincias.
Una relativa novedad de la semana es que, en la reunión del Consejo Federal de Inversiones (CFI), que agrupa a todos los gobernadores y al alcalde porteño, se manifestó enojo directo con la motosierra de Nación. El parate de la obra pública, la caída en la recaudación, la ausencia de giro de fondos, ya ponen en riesgo -por ejemplo- el pago de los aguinaldos. El quiebre circunstancial de sus bancadas, en la votación del miércoles pasado, algo indica. ¿La pusilanimidad de los mandatarios provinciales continúa siéndoles negocio?
¿Casa Rosada seguirá teniendo el concurso parlamentario para vetar un mínimo aumento a los jubilados, por ejemplo? ¿Persistirá tranquilamente que el enemigo es Ian Moche? ¿Jamoncito tiene con qué insistir en los ñoquis del Garrahan, después del episodio que protagonizó en TN una diputada indescriptible a quien la acusación de “gato” es lo más suave que puede pasarle? ¿Bastará un Gordo Dan, un Iñaki Gutiérrez, o cualquiera de los trastornados que protagonizan las redes mileístas, para ganar así como así en la provincia de Buenos Aires, incluyendo La Tercera? ¿Tan fuerte sería el resentimiento masivo contra la decepción que dejó el gobierno anterior?
Se verá. Lamentamos no disponer de recursos más optimistas que la formulación de preguntas como ésas.
El escenario resulta atravesado por la decisión que, a estar por todos los indicios, tomará la Corte Suprema respecto de Cristina.
El lobby mediático para que vaya presa es espeluznante, por parte de los gloriosos colegas independientes que en estas horas del Día del Periodista convocan a defenderse de las agresiones presidenciales. Algunos, valiosos, tienen respaldo de trayectoria ética. A otros debería caérseles el rostro de vergüenza.
En estas horas se agregó la detención de Juan Grabois sin orden judicial, lo cual es gravísimo en alcances constitucionales que una mayoría no puede aludir como ignorancia propia. O, peor, como un hecho que apoya.
De manera simultánea, el juez Jorge Gorini, a cargo de la ejecución penal en el proceso contra CFK, visitó alegremente una de las alcaidías a que la ex presidenta podría ser trasladada.
La causa Vialidad, en torno a Cristina para empezar a hablar, es un absurdo que comienza por el escándalo de que ella ni siquiera está mencionada en el expediente por fuera de comentarios de un par de implicados. Los peritos establecieron que no hubo irregularidades en la ejecución de las obras. Lisa y llanamente, es la imputación de que no podía no saber.
No importa. Es cuestión de revancha y no de probanzas. Y el cruce de intereses deriva en una puesta en escena surrealista, por poner un adjetivo.
La República Oligárquica del Poder Judicial, de sus tribunales federales, de sus acólitos mediáticos, quiere a Cristina desterrada. Muerta o presa, en efecto.
Pero Milei, sus mandates, sus periodistas, la necesitan en cancha para polarizar con ella. Para “clavarle el último clavo del cajón”, según la sutileza de Jamoncito y aledaños. El Gobierno hace todo lo posible a fines de dejarla en juego, mediante las operaciones de personajes que bien habrían sustituido a Jack Nicholson en El Resplandor.
Todo sugiere que la venganza de clase contra ella está a punto de caramelo. Si no es el martes próximo, como adelanta el aparato completo de la comandancia comunicacional, será o sería -salvo sorpresas que nadie prevé- cuando lo consideren más oportuno.
Y, en consecuencia, el desafío es tan espantoso como esperablemente movilizador.
En este tema resulta fuera de discusión lo que cada quien estime sobre Cristina y en torno a su rol en la interna peronista.
Que vayan a ponerla presa desde un disparate jurídico aberrante -exactamente análogo al que perpetraron sobre Lula- debería conmover a la parte indignada que le quede a los argentinos.