La solidaridad como estrategia frente a la guerra económica
Luis Salas Rodríguez
En Venezuela, no existen unos 400 mil patronos. Pero de alguna manera, esos 400 mil se las han arreglado para poner contra la pared a la gran mayoría de la población y vaciarles los bolsillos. Si tomamos como base las estadísticas del INE, en la actualidad se estima que en nuestro país habitan 30.620.404 millones de personas. Lo cual quiere decir que 400 mil patronos tienen acorralados a 30 millones 220 mil 404 personas.
E incluso son menos, si partimos del hecho de que -aunque parezca mentira- dentro de esos 400 mil no todos son especuladores ni se suman a la guerra económica, siendo en muchos casos también víctimas de ellas.
Ahora bien, la diferencia fundamental entre esos 400 mil y los treinta millones restantes, es que ellos están organizados y articulados a través de cámaras regionales y sectoriales diferenciadas según los rubros de actividad y de organizaciones tipo Fedecámaras y Consecomercio, a través de las cuales despliegan estrategias que las llevan a imponer sus intereses por sobre los del resto de la población, intereses que tal y como advirtió en su momento no Marx sino el mismo Adam Smith, son por lo general opuestos al interés público: Los comerciantes y los fabricantes son, dentro de esta clase, las dos categorías de personas que emplean, por lo común, los capitales más considerable y que, debido a su riqueza, son objeto de la mayor consideración por parte de los poderes públicos (…) Sin embargo, como su inteligencia se ejercita por regla general en los particulares intereses de sus negocios específicos, más bien que en los generales de la sociedad, su dictamen, aún cuando responda a la buena fe (cosa que no siempre ha ocurrido) se inclina con mayor fuerza a favor del primero de esos objetivos que del segundo. ven mercado
Los intereses de quienes trafican en ciertos ramos del comercio o de las manufacturas, en algunos respectos, no sólo son diferentes sino por completo opuestos al bien público. El interés del comerciante consiste siempre en ampliar el mercado y restringir la competencia. La ampliación del mercado suele coincidir, por regla general, con el interés del público; pero la limitación de la competencia redunda siempre en su perjuicio y solo sirve para que os comerciantes, al elevar sus beneficios por encima del nivel natural, impongan, en beneficio propio, una contribución absurda sobre el resto de los ciudadanos.
Toda proposición de una ley nueva o de un reglamento de comercio, que proceda de esta clase de personas, deberá analizarse siempre con la mayor desconfianza y nunca deberá adoptarse como no se después de un largo y minucioso examen, llevado a cabo con la atención más escrupulosa a la par que desconfiada. Ese orden de proposiciones proviene de una clase de gentes cuyos intereses no suelen coincidir exactamente con los de la comunidad, y más bien tienden a deslumbrarla y oprimirla, como la experiencia ha demostrado en muchas ocasiones.”
Si a esto le sumamos el accionar hamponil que en nuestro país han desarrollado estos sectores -desde las tradicionales “roscas” hasta la más recientes aparición de elementos de paramilitarismo y delincuencia organizada ligado al contrabando y bachaqueo- entendemos buena parte de lo que estamos enfrentando.
Frente a esto ¿qué hacer? pues en primer lugar se requiere una intervención mucho más activa y decidida del Estado, pero como hemos dicho innumerables veces el Estado -o el Gobierno Nacional, para ser más precisos- por más revolucionario que sea no podrá solo. En ese sentido, tan urgente como es que el alto gobierno pase a la ofensiva económica como bien lo viene haciendo en otros terrenos, es que los trabajadores y consumidores hagamos lo mismo, organizándonos no solo para la denuncia y la fiscalización sino para en terrenos como, por ejemplo los alimentos, bypasiemos a los especuladores y podamos encontrarnos con los productores, que bastante explotados y especulados son ellos mismos por parte de las roscas que hacen que un kilo de tomate que le compran al productor en 20 bolívares, el melón en 8 bolivares o el kilo de limón en 5 bolivares, lo terminemos pagando nosotros de 150 bolivares para arriba.
ven dentistaEn Caracas, como en otras zonas del país, ya se vienen generando estas iniciativas. Particularmente notable me parece la desarrollada por la gente del Colectivo Alexis Vive en el 23 de enero. Sin embargo, la Feria de Consumo familiar realizada por l@s comp@s Tiuna El Fuerte ayer en Valle, invitando a los productores asociados en la cooperativa CECOSESOLA, es digna de resaltar, pues no solo los asistentes pudieron acceder a hortalizas, frutas y verduras y otros alimentos a precios entre 100, 150, 200 y hasta 300 bolívares más barato que el promedio de la ciudad, sino que los productores pudieron vender mejor sus cosechas sin tener que regalárselas a unos delincuentes que terminan explotando tanto a unos como a otros.
Por cierto que CECOSESOLA no solo vende alimentos sino que prestas servicios médicos y terapéuticos, a los cuales también pudieron acceder los vecinos y vecinas de El Valle ayer. Sobre este tipo de experiencias nacidas en los 80 y 90 en nuestro país en la lucha contra el neoliberalismo y el saqueo cuartorepublicano, tomo cuerpo buena parte de la base social del chavismo, lo mismo que ocurrió en Argentina con el kirchnerismo, en Ecuador y Bolivia. Las ollas comunales son un buen recuerdo de ello. Y actualmente en Grecia, donde la población libra su propia lucha contra la barbarie del FMI, el BCE y la UE, se replican como estrategias de tejer la solidaridad allí donde el capitalismo y la guerra económica amenaza con acabar con todo.