La rebelión de una generación contra la corrupción en Nepal

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La Izquierda diario

Multitudes enfurecidas, frustradas por décadas de promesas incumplidas y corrupción descarada, prendieron fuego a las sedes de los principales partidos políticos, incluido el histórico edificio del Congreso.

Martes 9 de septiembre Katmandú, Las calles vibran de un modo pocas veces visto en la historia reciente del país: miles de jóvenes, muchos con los uniformes de sus colegios y con la voz ronca de tanto gritar, copan Maitighar Mandala en el centro de la ciudad y avanzan hasta el Parlamento. El olor a humo y ceniza se impone al incienso y las especias que normalmente impregnan el aire de la capital nepalí. Lo que comenzó como una protesta pacífica se transformó en una noche de furia al desatarse la represión policial.

Multitudes enfurecidas, frustradas por décadas de promesas incumplidas y corrupción descarada, prendieron fuego a las sedes de los principales partidos políticos, incluido el histórico edificio del Congreso. Las llamas iluminaron la noche, consumiendo no sólo muebles y documentos, sino también la ya de por sí frágil legitimidad de una clase política vista como una casta ajena al sufrimiento del pueblo. Las casas de importantes líderes políticos fueron asediadas, mientras la policía respondía con gases lacrimógenos, balas de goma y hasta munición viva contra una generación que dijo “basta”.

El saldo: al menos 19 muertos ese día, 22 en total tras nuevas jornadas de protestas, y cientos de heridos. Hospitales desbordados, relatos de disparos indiscriminados, abusos policiales incluso dentro de hospitales y casas. Influencers, celebridades y hasta Miss Nepal Earth 2022 denunciaron la masacre y la violación sistemática de derechos humanos. Pero la respuesta oficial fue la de siempre: balas para el pueblo, refugio para los políticos.

El origen inmediato de la revuelta fue la decisión del gobierno de bloquear 26 plataformas de redes sociales a fines de agosto, con la excusa de combatir el “mal uso” de internet, pero que en los hechos buscó acallar la bronca creciente en redes. Un golpe durísimo en un país donde el 90% de la población es usuaria de redes sociales y tiene una rica vida on line. Solo TikTok quedó exenta, después de cumplir la reglamentación local, lo que levanta sospechas de alineamiento político con Beijing. La censura digital fue la gota que rebalsó el vaso para una generación que vive y se organiza en internet. Sin embargo, el descontento venía de mucho antes.

Las protestas no parecen dirigidas por un partido o un líder visible. Son una explosión orgánica de rabia, coordinada a través de TikTok, Instagram y Facebook, y liderada por la llamada Generación Z, jóvenes que crecieron en una democracia que solo les ofrece desempleo, migración forzada y la certeza de que el futuro les fue robado por una élite rapaz. Su grito de guerra, “Contra la corrupción”, es simple pero resonante, uniendo a estudiantes, profesionales y ciudadanos comunes en un desafío sin precedentes al establishment que gobierna Nepal desde el fin de la guerra civil.

De la monarquía hinduista a una democracia frágil

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Unos 20 muertos por manifestaciones contra la restricción de redes sociales

Para entender la profundidad de la frustración actual, es necesario mirar atrás. Hasta 2006, Nepal era el último reino hindú del mundo, gobernado por una monarquía absolutista que sofocó cualquier disidencia durante décadas. Una sangrienta guerra civil (1996-2006) entre la monarquía y los insurgentes maoístas dejó más de 17,000 muertos y pareció abrir el camino para un cambio radical con la instauración de la monarquía parlamentaria.

Pero ni la guerra civil ni la democracia trucha de los ’90 lograron romper con la corrupción y el nepotismo. En 2008, la monarquía fue abolida y Nepal se declaró una república federal democrática. Para muchos se abrió un período de esperanza. Se redactó una nueva constitución en 2015, se estableció un sistema secular y se prometió una era de paz, prosperidad e inclusión.

Desde entonces, el país tuvo más de diez primeros ministros, casi todos de partidos “comunistas” adaptados al sistema capitalista y a la corrupción. En lugar de distribuir el poder, el nuevo régimen lo concentró en una nueva élite: los líderes de los partidos tradicionales, el Congreso Nepalí, el Partido Comunista de Nepal (UML) y los exmaoístas. Las mismas caras, como Sher Bahadur Deuba, K.P. Sharma Oli y Pushpa Kamal Dahal “Prachanda”, se alternaron en el poder una y otra vez durante los últimos 17 años, repartiéndose ministerios y privilegios mientras el país se estancaba. El “cambio de régimen” nunca llegó: la democracia burguesa terminó siendo una fábrica de privilegios para los de siempre.

La corrupción sistémica y el abismo social

El sistema que construyeron estos partidos opera sobre una red de patronazgo y corrupción profundamente arraigada. Los puestos en el gobierno y las empresas estatales se reparten entre leales, no en base al mérito. Grandes proyectos de infraestructura, muchas veces financiados por préstamos de China o India, están plagados de sobreprecios y retrasos interminables, enriqueciendo a políticos y contratistas mientras dejan a su paso autopistas sin terminar y aeropuertos fantasma.

Mientras la clase política se enriquece, la vida para el ciudadano común es una lucha constante. El desempleo y el subempleo sonNepal, un país entre la pobreza y la inestabilidad | Internacional | EL ... endémicos, especialmente entre los jóvenes. Según las mediciones puede alcanzar el 20 o el 30% La economía formal es incapaz de absorber a los cientos de miles que se gradúan cada año. La única salida para millones de nepalies es la migración. Se estima que uno de cada cuatro hogares depende de las remesas enviadas por familiares que trabajan en condiciones a menudo precarias en Qatar, Malasia, los Emiratos Árabes Unidos o India. Es una hemorragia constante de talento y fuerza juvenil. En el último año solamente, unos 740 mil trabajadores abandonaron el país en busca de trabajo.

La educación y la salud, supuestos pilares de un estado moderno, son lujos inaccesibles para muchos. Las familias se endeudan para pagar una educación privada de calidad, ya que la pública es deficiente. La sanidad pública es insuficiente, y una emergencia médica puede arruinar financieramente a una familia para siempre.

Este panorama de precariedad choca violentamente con la opulencia de la clase política y sus allegados. Es aquí donde emerge la figura del nepobaby (un término adoptado del inglés nepo-baby, o “bebé del nepotismo”), que en Nepal adquiere una dimensión particularmente hiriente. Se refiere a los hijos e hijas de los poderosos líderes políticos que, sin mérito aparente, heredan escaños en el parlamento, puestos de liderazgo en los partidos, contratos con el estado y embajadas. Mientras un joven común debe emigrar para ser guardia de seguridad en Doha, los nepobabies acceden a una vida de privilegios y poder por el simple hecho de su linaje, perpetuando un sistema de castas políticas modernas que es tan excluyente como el antiguo.

¿Rebelión orgánica o juego geopolítico?

La naturaleza horizontal y descentralizada de las protestas, impulsada por las redes sociales y sin un liderazgo claro que pueda ser cooptado o arrestado, es el principal argumento para considerarla una rebelión orgánica. Como reporta The New York Times, los Nepal arde: 25 muertos y un Gobierno derrocadomanifestantes rechazan abiertamente cualquier asociación con los partidos existentes. Su enojo es genuino, nacido de la experiencia vivida de la decepción.

Sin embargo, como señala inteligentemente el análisis de The Times of India, en un país con la situación geopolítica de Nepal, nunca se puede estar completamente seguro. Nepal vive históricamente una delicada danza de equilibrio entre sus dos gigantescos vecinos, India y China. Nueva Delhi tradicionalmente ejerció una influencia significativa en la política nepalí, mientras que Beijing, a través de grandes inversiones en infraestructura bajo su iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda, incrementó su peso económico y político. Por su parte, Washington observa con atención la inestabilidad en un país que considera dentro de su esfera de interés para contener la influencia china en Asia.

Ante este panorama, surge la pregunta: ¿podrían actores externos estar aprovechando el descontento legítimo para impulsar un “cambio de régimen” que les sea favorable? ¿Están las agencias de inteligencia tratando de influir o dirigir las protestas desde las sombras? Si bien no hay evidencia clara de ello —y la furia popular parece demasiado auténtica como para ser un producto de fabricación externa—, la desconfianza y la posibilidad de injerencia son fantasmas que siempre planean sobre cualquier crisis en Nepal.

El propio ex primer ministro Oli acusó a “intereses espurios” de secuestrar la protesta, y circularon teorías varias sobre injerencias externas: si la CIA detrás de las redes, si maniobras chinas para proteger TikTok. Pero hasta aquí, los hechos muestran una juventud harta moviéndose por sus propios intereses, no por los de potencias extranjeras.Descubrir Imagem Nepal Ubicacion En El Mapa Planisferio | The Best Porn ...

La pelea sigue: un sistema que no va más

La caída de Oli, consumada tras la represión y el incendio de casas y edificios de la elite, fue celebrada como un triunfo popular. El gobierno levantó el bloqueo de redes, pero ya era tarde: el pueblo demostró que no va a bancar más la corrupción y el desprecio de los de arriba. El trasfondo, sin embargo, sigue intacto: Nepal es un laboratorio del capitalismo dependiente, donde la democracia sólo funciona para los ricos y donde la juventud y la clase trabajadora no tienen más opción que organizarse de manera independiente, sin confiar en los partidos tradicionales ni en las potencias que solo buscan su tajada. La rebelión de la Generacioón Z nepalí es, en el fondo, una lección para todo el sur global: cuando la bronca se organiza, ni la censura ni las balas alcanzan para frenarla.

Lo que es indudable es que Nepal ha alcanzado un punto de ruptura. La quema de los símbolos del poder político no es un acto de vandalismo sin sentido; es un ritual de purificación fallido, un intento desesperado de quemar el pasado para forzar un nuevo comienzo. La Generación Z de Nepal no lucha solo por un cambio de gobierno, sino por un cambio de sistema. Exigen el fin de la impunidad, un futuro que no dependa de un pasaporte extranjero y la oportunidad de construir su país sin el lastre de los “nepobabies” y los políticos corruptos. Su éxito o fracaso no solo redefinirá el futuro de Nepal, sino que resonará en todos aquellos países donde una joven generación se siente traicionada por las promesas rotas de la democracia.