La participación de Biden en el atentado al gasoducto Nord Stream 2
El poder mediático desestimó su investigación por no citar fuentes y por hechos supuestamente imprecisos. Al cumplirse un año, Hersh acaba de dar a conocer otro informe en el que señala que fue el Presidente Biden quien ordenó el atentado al gasoducto.
Los hilos del poder
El acelerado cambio en la redistribución geográfica del poder y las tensiones que surgen entre las potencias en pugna ha dado lugar al diseño de estrategias de Estados Unidos para enfrentarlas. Con respecto a China, busca frenar los crecientes flujos de comercio e inversiones con el resto del mundo, así como su desarrollo tecnológico, mediante sanciones económicas. A Rusia, su rival como potencia nuclear, busca cercarla militarmente. Por ello, su estrategia explícita de defensa nacional desde 2018 considera que se requiere una inversión mayor y sostenida para enfrentar a ambas potencias, debido a “la magnitud de las amenazas que ello supone para la seguridad y la prosperidad de Estados Unidos”.
Para lograr sus objetivos con Rusia, Estados Unidos busca fortalecer la OTAN y lograr una Europa “fuerte y libre, unida por los principios compartidos de la democracia y la soberanía nacional”. En otras palabras, necesita a una Europa detrás de sus objetivos económicos y políticos, y a una OTAN ampliada como estructura para su defensa, inclusive a costa del bienestar de los europeos que han tenido una posición abyecta, aunque unida, con relación a la potencia norteamericana en el tema de la guerra en Ucrania. Pero nada dura para siempre y la ciudadanía empieza a sentir el impacto resultante de ese comportamiento.
El caso más palpable es la destrucción del gasoducto Nord Stream 2, que con una extensión de 1.230 kilómetros y un costo de 11.000 millones de dólares unía a Rusia con Alemania para, desde, allí, distribuir el gas natural a varias regiones del viejo continente. La relación entre Europa y Rusia en el tema energético es vista con recelo por el gobierno estadounidense, que es presionado por sus empresas petroleras para ganarse el mercado europeo desde que producen gas natural licuado con técnicas de fracking, extremadamente contaminantes, a lo que hay que añadir la correspondiente ganancia por los buques tanques que lo transportan por el Atlántico.
Por eso el gasoducto Nord Stream 2 generó conflictos desde que se acordó su construcción en 2015. A pesar de las sanciones impuestas por Occidente a Rusia en ese año, entre ellas su expulsión del Grupo de los Siete –al cual pertenecía desde 2008– debido a la anexión de Crimea, el gobierno de Angela Merkel consideró que era un excelente opción, no solo por el uso de energía poco contaminante y precios favorables, sino porque su gobierno había proyectado abandonar el uso del carbón y la energía nuclear y necesitaba el gas natural en su proceso de conversión al uso de energías limpias. Además, el suministro de gas natural ruso a Alemania tuvo lugar durante la Guerra Fría y fue uno de los elementos que impulsó la industrialización de ese país.
La realidad es que el gobierno de Trump, y también el de Biden, responden a los intereses de los lobbies de la industria petrolera estadounidense, que buscan desplazar a Rusia del mercado petrolero europeo. Lo han logrado. En agosto de 2017, Estados Unidos aprobó un instrumento llamado CAATSA (Ley para Contrarrestar a los Adversarios a través de las Sanciones) diseñado para impedir cualquier transacción con Rusia.
En virtud de esta ley, el gobierno estadounidense extendió en 2019 las sanciones al gasoducto Nord Stream 2 mediante la prohibición a empresas de prestar servicios y proporcionar instalaciones a los buques que participan en el Nord Stream 2, pues su construcción atentaba contra la autonomía energética de Europa. En ese momento, estas acciones fueron rechazadas por la mayoría de los directivos de la Unión Europea y fueron consideradas como un acto de injerencia en la política energética europea.
En efecto, la empresa suiza Allseas tuvo que retirarse del proyecto por temor a las represalias, muchos quedaron desempleados y otras compañías europeas (de Austria, Francia, Países Bajos, además de las alemanas y rusas), quedaron en suspenso ante las medidas anunciadas por Estados Unidos. Pero el Nord Stream se terminó de construir contra viento y marea en septiembre de 2021.
Biden dio la orden
Un año después de producido el atentado, Seymour Hersh ha dado a conocer nuevos detalles sobre la responsabilidad de Estados Unidos en el atentado y ha revelado que su fuente perteneció al pequeño grupo de planificación que trabajó en Oslo con la Marina Real Noruega.
Poco después del atentado, Hersh escribió un informe, el único que responsabilizó al gobierno estadounidense de las explosiones en el gasoducto. Pero los principales medios de comunicación deslegitimizaron su información y más bien destacaron los desmentidos que realizó la Casa Blanca. Hersh ha ganado premios a lo largo de su carrera por artículos publicados en The New York Times y The New Yorker sin identificar fuentes.
Es más, en la construcción del relato que se armó en marzo –más de medio año después del atentado– para que divulgaran los medios tradicionales, tampoco se citaban fuentes. Entonces se inventó una ridícula explicación según la cual el ataque al gasoducto en el mar Báltico estuvo a cargo de un grupo ucraniano mediante una operación de cuatro buzos a bordo de un yate.
En el segundo informe, aparecido a fines de septiembre, Hersh señala que el grupo de estadounidenses que de forma encubierta actuó en Noruega durante los meses que tardaron en planear y destruir el Nord Stream 2 no dejó rastro alguno. Ello, por sí mismo, denota el éxito de su misión. Al encargar la colocación de bombas a los noruegos, la Casa Blanca podía mantenerse apartada de los hechos. Desde el terreno de operaciones, la comunicación tenía lugar directamente con el director de la CIA, Bill Burns, quien era a su vez el único vínculo entre los planificadores de la operación y el Presidente Biden. Este último, según Hersh, autorizó el atentado.
Es importante destacar que, según lo relatado por Hersh, la destrucción del oleoducto ruso –cerrado desde principios de la guerra– formaba parte de una agenda política neoconservadora para evitar que el canciller alemán que reemplazó a Merkel, Olaf Scholz, “se acobardara y terminara abriendo el Nord Stream 2 con el invierno a la vuelta de la esquina”. Había que destruirlo.
Algunos miembros del equipo de la CIA que participaron de la operación encubierta consideraban entonces –y ahora también– que el dirigente alemán tenía pleno conocimiento de la planificación secreta que se estaba llevando a cabo para destruir los oleoductos. Durante la visita de a la Casa Blanca, en febrero de 2022, pocos días después del inicio de la guerra, él y su par Biden realizaron declaraciones políticas en la misma dirección.
Para entonces, la CIA ya había hecho los contactos necesarios en Noruega, cuyos mandos de la Marina y de las fuerzas especiales, dice Hersh, tienen un largo historial de colaboración en tareas de operaciones encubiertas con la central de inteligencia estadounidense. Es decir, fueron los marinos noruegos los encargados de colocar las bombas en el oleoducto y el Presidente Biden el encargado de ordenar su activación. Suecia y Dinamarca no vieron nada.
El especialista en derecho internacional Stefan Talmon señala que el gasoducto Nord Stream es un proyecto de infraestructura civil, y de acuerdo con los estatutos de Roma, del Tribunal Penal Internacional, “la destrucción de infraestructura civil es incluso un crimen de guerra”. Eso, en el caso de que hubiera sido obra de una de las partes beligerantes. El especialista agrega que si el atentado hubiera sido cometido por algún tercer país, “el asunto no podría ser evaluado en el marco del derecho de guerra, sino que sería en último término un ataque terrorista”.
Su destrucción, pero antes el cierre de sus operaciones tras el inicio de la guerra en Ucrania, ha tenido un impacto devastador en la economía alemana. Pero ello no es lo más grave. Finalizada la construcción del gasoducto, Alemania aceptó las presiones del gobierno estadounidense para comprarle el gas licuado de petróleo estadounidense extraído con las técnicas contaminantes del fracking, a un costo mucho más elevado. Las petroleras norteamericanas y el complejo industrial militar son los grandes ganadores de esta guerra.
Las drásticas sanciones económicas impuestas a Rusia por Estados Unidos y por la Unión Europea, nunca tan unida, están demostrando ser un fracaso. Rusia está volcando su gas natural a Oriente y los países del Sur Global empiezan a oponerse a recibir al Presidente ucraniano en foros subregionales y a condenar a Rusia con los términos enlatados que se producen en la mayoría de los organismos internacionales. A la larga, nada más grave para Estados Unidos que un número creciente de países intenten utilizar monedas locales y otras ajenas al dólar en su comercio internacional, lo cual empieza a corroer los cimientos del poderío estadounidense. El efecto boomerang es un factor importante del cambio de rumbo de la historia.
*Economista por la Universidad Humboldt de Berlín con maestría en procesos de integración económica por la Universidad de Buenos Aires.