La ONU, Cuba y Venezuela
ELEAZAR DÍAZ RANGEL | Ya los llamaban “los tres grandes”. Eran Franklin Delano Roosevelt, Winston Churchill y José Stalin, los jefes de los países aliados que ganaban la guerra contra el eje fascista que formaban Berlín, Roma y Tokio. Se reunieron en Yalta y terminaron de ponerse de acuerdo sobre la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que quedaría fundada en 1945 en San Francisco.
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En esos meses los embajadores de EEUU presionaban a los gobiernos latinoamericanos para que decretaran el rompimiento de relaciones y la declaración de guerra a Alemania. El presidente Medina Angarita, como todos los demás, accedió. Era el pasaporte para participar en la fundación de la ONU.
El caso es que en Yalta aprobaron que existiese un Consejo de Seguridad, con el derecho a veto para sus integrantes que, finalmente, fueron China, Estados Unidos, Reino Unido, Unión Soviética, y añadieron a Francia. Allí reside todo el poder de la ONU, y hoy se reclaman cambios, incluso en su estructura, para dar entrada a otros países.
En Moscú, en noviembre de 1943, los cancilleres de EEUU, China, Inglaterra y Francia “reconocen la necesidad de establecer a la mayor brevedad posible una organización general e internacional, basada en el principio de la igualdad soberana de todos los Estados, grandes y pequeños, para mantener la paz y la seguridad internacional”. Como se sabe, unos son más iguales que otros.
¿Cuántas guerras ha habido desde entonces? Incontables. Desde la guerra en Corea, donde se enfrentaron China y EEUU, las de Indochina y Vietnam, ambas ganadas por sus respectivos pueblos, las del mundo árabe y las posteriores invasiones de EEUU; en fin, se trata de una larga lista de conflictos que la ONU nunca pudo impedir, entre otras razones porque de nada valen las decisiones de la Asamblea General, donde participan y votan todos sus miembros.
Para recordar decisiones que nos afectan, están las resoluciones de la Asamblea General para tratar de impedir el golpe de Estado en Honduras y reponer al Presidente constitucional.
La más reciente de todas, y que se repite una veintena de ocasiones cada año, desde 1990 creo, es la condenatoria al bloqueo a Cuba y el levantamiento del mismo. En la última de esas sesiones hablaron cada uno de los representantes de los 193 países miembros, de ellos 188 condenaron el bloqueo, dos, que antes votaban contra, se abstuvieron, y sólo tres en contra: Palau, EEUU (que insiste en que se trata de una cuestión bilateral que no corresponde conocer a la ONU) e Israel, que paga así el incondicional apoyo a su política contra el mundo árabe y las peores causas internacionales. En esos 186 votos están todos los de América Latina, incluidos los más cercanos aliados de EEUU, así como del resto del mundo, sin exceptuar a los que de alguna manera dependen de la Casa Blanca.
Esta votación ha sido la más alta solidaria con Cuba y crítica de la política estadounidense contra ese pequeño país, cuyo canciller, Bruno Rodríguez, denunció que durante el gobierno de Barack Obama, respecto a un período anterior similar, se habían duplicado las sanciones a las empresas extranjeras que negociaron con Cuba con multas por 2 mil 259 millones de dólares.
Washington ha sido ciego y sordo ante ese clamor de toda la comunidad internacional que ha venido expresándose cada año, siempre creciendo en cada Asamblea General, independientemente del Presidente o el partido que gobiernen en EEUU. Menos caso hacen al propio pueblo estadounidense que, según las encuestas, se ha pronunciado por suspender el bloqueo.
Otra derrota. Tampoco tuvo éxito la diplomacia estadounidense activa desde hace meses para tratar de impedir una votación que eligiera a Venezuela al Consejo de los Derechos Humanos de la ONU. Hace poco, el embajador Jorge Valero denunció con detalle la lucha que debieron empeñar para impedir que se repitiera la experiencia de 2010, cuando no se alcanzaron los 93 votos necesarios. Ahora Venezuela fue electa con 154 votos (EEUU sacó 131). No deja de ser otra derrota de la política estadounidense en una misma semana.
Los avances del país en el respeto a los derechos humanos, la sensible disminución de la pobreza reconocida por la ONU a través de la FAO, el índice Gini más bajo de América Latina, que revela que es el país donde es menor la diferencia entre los más ricos y el resto de la población, los éxitos en el combate al analfabetismo y la alta matrícula universitaria, que coloca a Venezuela de quinta en el mundo, son factores que, se supone, son medidos a los efectos de una votación como esta.