La historia del nieto 133 restituido por Abuelas
Abuelas de Plaza de Mayo comunicó la restitución del hijo de Cristina Navajas y Julio Santucho, el nieto de la Abuela Nélida Navajas. Nélida falleció en 2012 sin conocer a su nieto. Fue Miguel “Tano” Santucho, quien se puso al frente de la búsqueda familiar junto a la institución. El nieto 133 se reencontró con su papá, sus hermanos, su hermana y una familia enorme, atravesada por el terrorismo de Estado y también por una historia de lucha.
“Este nuevo caso es el resultado de una sociedad que, tras 40 años de democracia, sigue exigiendo saber qué pasó con las y los desaparecidos y con los cientos de bebés, niñas y niños apropiados, y apostando a la construcción de la memoria, la verdad y la justicia, para que nunca más se repitan crímenes tan horrendos”, describió Abuelas. En un comunicado a la prensa, la prestigiosa organización compartió la historia de los padres del nieto recuperado, además, describió cómo fue el proceso de búsqueda. Se reproduce íntegro a continuación.
La historia
Cristina nació en septiembre de 1949, en la Ciudad de Buenos Aires. Egresó como maestra del Normal N° 1 y luego estudió Sociología en la Universidad Católica Argentina (UCA). Allí conoció a Julio, el menor de la familia Santucho. Ambos integraban el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Cristina militó en Avellaneda y después tuvo diversas responsabilidades. Al momento de su secuestro, era docente de las escuelas del PRT, donde enseñaba Historia de la Revolución Latinoamericana.
En la casa paterna de los Santucho –una familia tradicional de Santiago del Estero– el clima era de mucha participación y discusión política entre los diez hermanos. Los debates ideológicos se superaron cuando Mario Roberto Santucho, el séptimo hijo varón, puso de acuerdo a la mayoría de los hermanos, que militaron en el Partido Revolucionario de los Trabajadores y el Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT – ERP). Julio era el décimo hijo, y para él se esperaba una carrera religiosa. Fue pupilo, se recibió de teólogo y estuvo a punto de ordenarse cura, hasta que en los pasillos de la Facultad, conoció a Cristina. En 1971 se casaron, en 1973 tuvieron a su primer hijo, Camilo, y en 1975 a Miguel.
Cristina fue desaparecida, embarazada, el 13 de julio de 1976. El operativo fue en un departamento de la familia Santucho, en Avenida Warnes 735, donde estaba viviendo su cuñada, Manuela, con su hijo Diego, de un año. Cristina se encontraba allí con sus hijos de casualidad. Además, estaba con ellas otra compañera de militancia, Alicia D’Ambra, también embarazada de un bebé que seguimos buscando.
Una patota secuestró a las tres mujeres y dejó a los tres niños solos en el departamento. Una vecina avisó a Nélida sobre lo ocurrido, pero nadie se acercó a auxiliarlos. Nélida fue a buscar a los chicos con Jorge, su hijo menor, y ya desde la entrada pudo escuchar los llantos y gritos de sus nietos. Allí encontró una cartera y adentro una carta que Cristina no llegó a enviarle a Julio, donde le mencionaba un atraso y se manifestaba convencida de estar embarazada. Así, Nélida se enteró que su hija estaba esperando a su tercer hijo. Más tarde, por testimonios de sobrevivientes, pudo confirmar que el embarazo de Cristina siguió su curso.
La misma noche del operativo, Nélida recibió un llamado de su hija, que aparentemente estaba en la sede de Coordinación Federal. Después fue vista en Automotores Orletti, centro clandestino bajo las órdenes del Servicio de Inteligencia del Estado (SIDE), en el barrio porteño de Floresta, por donde pasaron muchas víctimas del Plan Cóndor. Las tres mujeres estuvieron menos de un mes en Orletti, pero fueron torturadas con brutalidad, en especial Manuela y Cristina, por pertenecer a la familia Santucho. El día del operativo en que cae Mario Roberto “Roby” Santucho y secuestran a su compañera, Liliana Delfino –también embarazada–, es recordado por los sobrevivientes por su crueldad sin igual.
El 13 de agosto fueron llevadas al centro clandestino Proto Banco, donde permanecieron hasta el 28 de diciembre de 1976. Allí el testimonio de otra detenida confirma, una vez más, el embarazo de Cristina y su enorme fortaleza. Al ingresar al centro clandestino las pusieron en fila y ella le dijo a quien tenía a su lado: “Soy Cristina Navajas, militante del PRT-ERP, cuñada de Roby Santucho y estoy embarazada”. El mensaje traía implícita la determinación de que su hijo nacería y el pedido de que los sigan buscando.
El siguiente destino fue el centro clandestino Pozo de Banfield. Cristina llegó allí con un embarazo avanzado. Por el testimonio de la sobreviviente Adriana Calvo, se estima que Cristina estuvo en el Pozo de Banfield hasta el 25 de abril de 1977. Adriana llegó allí el 15 de abril de ese año. Acababa de dar a luz a su hija Teresa en una patrullero, mientras la llevaban desde otro centro clandestino, la Comisaría 5ta. de La Plata. Adriana contó que todas las detenidas querían tener a su beba, que ella pasaba de celda en celda para que la cargaran. También se refirió a la fortaleza de sus compañeras de cautiverio y cómo, cuando los guardias intentaron sacarle a su hija, las detenidas hicieron una muralla humana para impedirlo. A Cristina ya le habían robado a su hijo.
La búsqueda
Julio se enteró del secuestro de su mujer al día siguiente, 14 de julio de 1976, cuando llamó para saludar a su cuñado Jorge, por su cumpleaños. De inmediato, inició las gestiones para sacar a sus hijos del país. Su sobrino, Diego, ya había sido entregado a la familia paterna, con quienes se quedó viviendo. Camilo y Miguel salieron de la Argentina con dos militantes que se hicieron pasar por pareja. Susana Fantino, una compañera del Partido, simuló ser la madre de los niños, y tiempo después formó pareja con Julio. En 1980 tuvieron una hija a la que llamaron Florencia.
Mientras tanto, Nélida hacía todos los trámites posibles. Tocó contactos, políticos, religiosos, militares. Jamás consiguió nada por esa vía. Tampoco supo si buscaba un nieto o una nieta, sólo que debía haber nacido en febrero de 1977. Pero nunca perdió las esperanzas. Se unió a las Abuelas de Plaza de Mayo y puso su inteligencia y rigurosidad al servicio de la búsqueda colectiva. Recorrió el mundo cuando las Abuelas buscaban un método científico que les permitiera identificar a sus nietos en ausencia de los padres. Representó a nuestra Asociación en innumerables encuentros nacionales e internacionales. Siempre se la podía ver acompañada por su hijo Jorge.
Miguel volvió por primera vez a la Argentina en 1985, cuando Nélida ya era secretaria de Abuelas. Fue cuando comprendió por qué su abuela estaba en Abuelas de Plaza de Mayo. En 1993 se radicó finalmente en Argentina y pudo reconstruir la historia de su familia comprometida con la transformación de la sociedad, diezmada por la dictadura. Entre detenidos, asesinados y exiliados los Santucho suman casi una veintena, diez de ellos aún desaparecidos y un niño o niña aún buscado. En 1995 Miguel se unió a HIJOS, tuvo la necesidad de buscar a su hermano o hermana, y fundó la comisión Hermanos que acompañaba la búsqueda de Abuelas. Quizá por eso, Nélida pudo ver en él el legado de su lucha. Un día, simbólicamente, le entregó toda la documentación que había reunido.
Nélida falleció el 2 de mayo de 2012. Miguel era un nieto asiduo en las actividades de Abuelas, pero la partida de su Abuela lo acercó aún más. Se integró a la Comisión Directiva y al trabajo cotidiano, representando a la institución, brindando charlas, visitas guiadas en Casa por la Identidad y poniendo todo su corazón y acción al servicio de la búsqueda.
Su búsqueda
El nieto 133 se acercó a Abuelas de manera espontánea. Fue anotado como hijo propio por un integrante de las fuerzas de seguridad y una enfermera, el 24 de marzo de 1977. Desde joven, tuvo dudas de su identidad, fue criado como hijo único, con una hermana 20 años mayor que ya no vivía con ellos. Fue ella quien le confesó que no era hijo de quienes decían ser sus padres. En dos oportunidades, se enfrentó con el apropiador para saber la verdad, pero el hombre sostuvo siempre ser su padre biológico. Llevó tiempo acomodar toda la información para tomar la decisión de acercarse a Abuelas, pero con valentía lo logró. Luego de la presentación correspondiente en la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (CONADI), se realizó la investigación documental para, finalmente, en abril de este año realizarse el examen de ADN en el Banco Nacional de Datos Genéticos (BNDG) que confirmó su verdadera identidad.
La restitución
EL 26 de julio, el nieto 133 fue citado por la CONADI para comunicarle que es hijo de Cristina y Julio. Recién entonces se comenzó a notificar a la enorme familia Santucho dispersa por el país y el mundo. Cristina tenía la voluntad de que buscaran a su hijo. Nélida honró de forma extraordinaria esa voluntad y murió buscando a su hija y a su nieto. Hoy sus compañeras, los nietos y nietas encontrados, los hermanos que –como el Tano– se ponen al frente de la búsqueda, honramos a Nélida y a todas las Abuelas que nunca perdieron la esperanza de encontrar a sus seres queridos. Y, por supuesto, honramos a nuestras hijas.
Seguiremos buscando al hijo de Alicia D´Ambra, al de Liliana Delfino y a todas las nietas y nietos que faltan. Porque cada restitución es un acto de reparación para las familias, de verdad y justicia para la sociedad, y de memoria para las futuras generaciones. Es la reafirmación de que la sociedad argentina decide no olvidar y sostener las políticas públicas que permiten conocer la verdad sobre lo ocurrido durante la última dictadura cívico militar. El origen de cada apropiación nos recuerda lo violento y asesino que puede ser el Estado al servicio de la opresión y el terror, pero las restituciones ponen de manifiesto el valor de la vida democrática, los derechos conquistados y las libertades ganadas.
Entre todas y todos, cada día, debemos defender, sostener y garantizar nuestra democracia, erradicando el odio, el negacionismo, la construcción del otro como enemigo, y poniendo el amor y el bien común como horizonte.
Addendo
Los Santucho, una familia diezmada por el terrorismo de Estado
Página12
La familia Santucho sigue librando batallas. A 47 años del asesinato de Mario Roberto Santucho, cuyos restos el Ejército expuso en su “museo de la subversión” en Campo de Mayo pero nunca se dignó a entregar a sus deudos, la recuperación de la identidad de un sobrino del jefe del PRT-ERP apropiado durante el terrorismo de Estado marca otro hito de una larga historia familiar signada por secuestros, torturas y ejecuciones con la marca registrada de las fuerzas armadas argentinas, de la que se consignan a continuación unos pocos capítulos.
Ana María Villarreal, militante del PRT-ERP y esposa de Santucho, fue acribillada por la Armada en la base Almirante Zar, junto con otros 15 militantes de FAR, ERP y Montoneros, el 22 de agosto de 1972. La Masacre de Trelew fue la respuesta de la dictadura de Lanusse a la fuga del penal de Rawson que la ridiculizó ante el mundo. Recién en 2012 un tribunal patagónico condenó a algunos de los homicidas. El fusilador Roberto Bravo, fugado a Estados Unidos, fue condenado en un juicio civil en Miami el año pasado, aunque sigue pendiente su extradición para juzgarlo en el país.
Oscar Asdrúbal Santucho, uno de los once hermanos de “Roby”, murió en una emboscada del Ejército en Monteros, Tucumán, a mediados de 1975, en el marco del “Operativo Independencia” ordenado por el gobierno de Isabel Perón para enfrentar a la Compañía de Monte “Ramón Rosa Jiménez” del ERP. Había sido uno de los fundadores de la organización y antes del Frente de Izquierda Revolucionario Popular (FIRP).
Los chicos como rehenes
El 8 de diciembre de 1975 una patota del Batallón de Inteligencia 601 irrumpió en una casa de Morón donde se celebraba un cumpleaños infantil. Allí secuestraron a Ofelia Ruiz de Santucho (viuda de Asdrúbal) y a nueve niños: cuatro hijos del jefe del PRT-ERP (Ana Cristina, de 14 años; Marcela Eva, de 13; Gabriela Inés, de 12, hijas de Ana María Villarreal; y Mario Antonio, de nueve meses, hijo de Liliana Delfino, segunda compañera de “Roby”), cuatro sobrinos, hijos de Asdrúbal (María Ofelia, de 15 años; María Susana, de 14; María Silvia, de 12, y María Emilia, de 10), y Esteban Abdón, que cumplía cuatro años y era hijo del jefe de logística del ERP, Elías Abdón, secuestrado el día anterior.
Al frente del grupo operativo estaba Carlos Españadero, un oficial retirado en 1970 y reincorporado años después como personal civil de inteligencia del Batallón 601, donde se abocaría a armar una red de infiltrados en el ERP, según reconstruyó el periodista Ricardo Ragendorfer.
El primer destino de los flamantes rehenes del Ejército fue el centro clandestino Protobanco/Puente 12, donde el propio Españadero, que se hacía llamar “mayor Peirano”, se encargó de interrogar a niños y niñas para arrancarles información que permitiera dar con Santucho.
El derrotero de las víctimas siguió por el Pozo de Quilmes, pero la noticia del secuestro de nueve niños se difundió por agencias internacionales. Españadero los llevó entonces a un hotel del barrio de Flores, siempre con el objetivo de atrapar el jefe guerrillero, pero su cuñada logró contactarse con familiares y el PRT organizó un rescate que burló a la custodia y permitió trasladar al grupo a la Embajada de Cuba, donde estuvieron más de un año hasta poder exiliarse. En 2021 Españadero fue condenado a 16 años de prisión por los secuestros, tormentos y abusos.
Los Santucho desaparecidos
La etapa siguiente del calvario para la familia comenzó el 13 de julio de 1976 con el secuestro del contador Carlos Híber Santucho en la empresa donde trabajaba y el operativo en la casa de calle Warnes que ocupaba Manuela Santucho (abogada, docente) con su hijo Diego, de un año.
Allí también serían secuestradas Cristina Navajas (compañera de Julio Santucho y madre del hombre que acaba de conocer su identidad) y Alicia D’Ambra. Los familiares de Santucho fueron torturados con especial saña en Automotores Orletti, donde una semana después Manuela sería obligada a leer en voz alta la noticia del asesinato de “Roby”. La patota de la SIDE que operaba en Orletti sumergió una y otra vez a Carlos en un tanque de agua, hasta su muerte, y abandonó el cuerpo en un baldío.
Cristina y Manuela fueron trasladadas al centro clandestino Protobanco hasta fines de diciembre de 1976, y más tarde al Pozo de Banfield. Ambas permanecen desaparecidas. El 19 de julio de 1976 fue el operativo en Villa Martelli en el que acribillaron a Santucho y a Benito Urteaga. Entre quienes fueron secuestrados con vida y trasladados a Campo de Mayo estaba Liliana Delfino, última compañera de Santucho, quien continúa desaparecida.