La habladera de pendejadas

JM. Rodríguez

López Obrador, ante el desfile del poder militar del “Cartel Jalisco”, montado en vehículos blindados, camuflados y rotulados con las insignias de esa espeluznante banda delincuencial, llamó a no hacer apología de ello: llamamos a todos a portarnos bien, a que sean abrazos, no balazos… Es cuesta arriba aceptar ese mensaje. Pareciera, en vez de un jefe de Estado, el maestro de una escuela azotada por la miseria y el hampa.

Este tempranero anciano, cosa que le viene desde hace años, suena totalmente desfasado, como quien dice, fuera de tiempo y de lugar. Quiero pensar que lo hace de buena nota, como maestro de esas escuelas de la resignación. Sin embargo, más allá de mis interpretaciones, se trata de México, que no es un pequeño, pobre y olvidado paísito del subdesarrollo. Es la segunda economía de América Latina, tan lejana de dios como colgada de EEUU.

Hace algún tiempo escribí que el conservadurismo es una construcción ideológica cuyo designio irrenunciable, para quienes resultan electos como jefes del Estado, es plegarse al orden social vigente, a la estructura jurídica que lo respalda (que como dijo Marx, siempre será un instrumento de dominación de quienes detentan el poder) y también subordinada al poder hegemónico.

Lo contrario, aspirar a la libertad y soberanía de los pueblos, a construir una nueva estructura jurídica que los reconozca e incluya, y a una nueva forma de producción que les de sustento; obliga no sólo a ser audaz, decidido y consecuente con lo que el pueblo le pidió cuando votó por él, sino a confrontar las consecuencias de tal insubordinación.

Chávez rompió esos diques, sin embargo, la impetuosa corriente que se formó en nuestro sur, terminó convirtiéndose en esmirriados arroyos. El iluso Lula apostó a la conciliación de clases, tanto, que la triste señora que le siguió quedó extraviada. Kirchner no tuvo relevos de su talla. Mujica, se apoltronó como viejo cuentacuentos.

Lo poco construido por el engreído Correa, fue derrumbado por un discapacitado perversamente resentido. El indigenismo boliviano dejó la profundización de la democracia en manos de la sociología. Y Maduro decidió, desde el principio, como vaya viniendo vamos viendo