Luis Britto: La guerra y la paz en Colombia/ Laura Restrepo: No hay no que por sí no venga

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col-botero-urnas-grandesLuis Britto García|

Que un electorado vote por la guerra no democratiza el exterminio; extermina la democracia.

El 65% del electorado se abstuvo para no elegir la muerte; ésta ganó con el 0,4% de ventaja entre quienes sufragaron y con un número inferior de votos a los que resultaron nulos; ganó en las zonas menos castigadas por la guerra: vale decir, el horror es aceptable mientras afecte a otros.

52 años de desesperado combate no empiezan ni se mantienen sin motivos, sino por una paz tan atroz que hace parecer preferible la guerra.

Lo que se debió pactar no fue el término del conflicto, sino el de las condiciones sin las cuales éste no existiría.

Veamos cifras de la CEPAL para 2006, en la época más cruenta de la contienda: el 49,2% de los colombianos está bajo la línea de pobreza, el 14,7% en condiciones de pobreza extrema y la pobreza rural asciende al 68,2%. Entre niños y adolescentes la magnitud de la pobreza e indigencia es del 62%, discriminada entre 45% de pobres y 17% de indigentes.

Hacia 2010 el 3,4% de los niños menores de 5 años sufría de desnutrición global, y hasta el 13% padecía de desnutrición crónica. Para 2015, el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas admitió que 27,8% de la población era pobre, y 7,9% estaba en pobreza extrema. La tasa de desempleo era de 8,9%, con un elevado sector informal. Son cifras oficiales, quizá optimistas. El Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos arruinó multitud de agricultores y empresas locales, y desencadenó una tormenta de protestas sociales.

Estas condiciones no han mejorado: para 2016, después de Honduras, Colombia, con un índice de Gini de 53,5%, es el país con mayor desigualdad de América Latina, la cual es a su vez la región más desigual del planeta.

Para mantener la injusticia, se extermina a sus víctimas: medio siglo de conflicto arroja un cuarto de millón de muertos; en cinco años se cuentan cerca de 50.000 desaparecidos; unos siete millones de campesinos son “desplazados” de sus tierras que después se reparten las oligarquías y las transnacionales.

El conflicto sirve de pretexto para mantener un desmesurado ejército de medio millón de efectivos. También, para la proliferación de paramilitares, paratraficantes, parapolíticos, paraempresarios, parasicarios.

Con el conflicto se agrava el lenguaje. Un léxico de pesadilla introduce palabras monstruosas: carteles, vacunas, serenatas de despedida, falsos positivos, casas de pique, narcopolítica, Águilas Negras, fosas colectivas, corbatas neogranadinas.

Según el presidente Maduro, 5.600.000 colombianos viven en Venezuela, quizá porque encuentran en ella mejores condiciones que en su propio país.

¿Puede haber paz en un país ocupado? ¿Cesa el conflicto mientras se mantienen 9 bases estadounidenses y millares de soldados ocupantes y agentes de la DEA, cuyos efectivos extranjeros son inmunes a las leyes colombianas e invulnerables a los tribunales que las aplican?

Cada desarme de un grupo insurgente ha sido seguido de su exterminio; en las últimas semanas se ha iniciado una liquidación masiva de disidentes incluso antes del referendo.

Démosle un chance a la justicia, que ella se lo dará a la paz.

col-paz-con-justicioNo hay no que por sí no venga

Laura Restrepo| Al parecer el triunfo del no en el plebiscito lleva a reconocer que a la hora de defender la paz colombiana, resultan decisivos los espacios amplios, la participación abierta y la movilización popular, que antes el gobierno dio por innecesarios o por descontados.

Es emocionante y aleccionador ver que ahora por todo el país, jóvenes del sí y del no están organizando manifestaciones conjuntas a favor de la paz. Juntos y revueltos, los del sí y los del no. Y lo hacen para conversar entre ellos, libres ya del sonsonete publicitario de los jingles oficiales por el sí, y libres también del odio y la manipulación de la campaña uribista por el no. Jóvenes del sí y del no que se reúnen espontáneamente para intercambiar opiniones, buscar entendimientos, tratar de indagar en las razones del otro para llegar a conclusiones conjuntas. Ellos van abriendo el camino que podría llevar a que pese al no en las urnas, en las calles pueda afianzarse un gran sí.

Borges decía sobre el diálogo algo así como que fusiona lo que dices y tú y lo que digo yo, hasta el punto de que ya no sabemos si lo que dijiste tú lo he dicho yo, o lo que he dicho yo lo estás diciendo tú.

Paradojas de la historia, siempre endiabladamente dialéctica: al parecer, el no le está abriendo las puertas a un poderoso y verdadero sí.

Un gran sí ya no sólo acordado en el papel, sino también como pacto de honor y convicción. Un pacto de paz y perdón, ya no sólo del gobierno con las FARC, sino además, y sobre todo, del país consigo mismo.

Para salir del atolladero, a partir de ahora la paz colombiana tendrá que ser callejera, campechana, incluyente, ampliamente debatida.

En un manifiesto que acaban de sacar varios grupos de mujeres y niñas en Cali, piden que de hoy en más se las tenga por pactantes y no por pactadas. Añadiría yo: Pactantes y por tanto Impactantes: factor decisivo; motor de la paz.

¿Será prematuro pensar que no hay no que por sí no venga?

Sería de justicia ya no sólo política, sino sobre todo poética, que al señor Álvaro Uribe, tan amigo de los tiros, por fin uno –éste– le saliera por la culata.

Esos viejitos de Estocolmo se las traen.

A veces las meten hasta el corvejón –como con aquel Nobel de la Paz a Kissinger, el cómplice de los dictadores asesinos en la Argentina–, pero otras veces dan en el blanco.

El presidente Santos tendrá la posibilidad de asumir su galardón como espaldarazo internacional para su proyecto pacífico, como verdadero matrimonio con la paz y como hoja de ruta, y no como ha hecho su homólogo Obama, que ha llevado su Nobel más que nada de pluma en el sombrero.