La guerra financiera contra Rusia: ¿fin de la globalización neoliberal yanqui?
Ekaitz Cancela
De entre las opciones posibles en el conflicto ucraniano, retrotraerse a un régimen autárquico al estilo soviético o plegarse al tutelaje económico de Occidente, Rusia se ha decantado por la primera. No pueden estimarse las consecuencias financieras, pero provocará una alineación total con la estrategia geoeconómica del hegemón chino.
Las sanciones iniciadas por Occidente tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia no tienen precedentes históricos. En tan sólo un par de días, las potencias europeas se han movido radicalmente: desde oponerse a, literalmente, aislar a los bancos más importantes del país del sistema de pagos internacionales hasta imponer sanciones al Banco Central de Rusia a fin de congelar sus activos y evitar que las reservas internacionales (el país tiene 630.000 millones en el exterior, las estimaciones dicen que cerca del 30 % están en Alemania y Francia) se utilicen para eludir las sanciones.
Sberbank, la entidad bancaria más importante de Moscú, ha sido excluido de la red de corresponsalía bancaria de Estados Unidos y no puede realizar o recibir pagos internacionales en dólares. Por así decirlo, los medios financieros rusos para continuar con la guerra se han congelado. Desde Washington incluso se ha especulado con imponer controles a las actividades en el mercado de las criptomonedas, en caso de que pudieran evitar parcialmente las sanciones.
Si bien ninguna de estas medidas afecta directamente al suministro de gas (la mitad de los ingresos del Estado ruso depende del sector energético), Vladimir Putin podría encerrarse a la interna en un sistema autárquico y utilizarlo como elemento de negociación con sus enemigos. Ello dañaría considerablemente las economías de dos actores clave en la Eurozona (Italia y Alemania), ampliamente dependientes de sus reservas, lo cual explica el anuncio alemán de que construirá dos nuevas terminales de gas licuado para reducir su dependencia.
Sin embargo, fuera de la intensa propaganda occidental, está por ver si las acciones de Estados Unidos y la Unión Europea tendrán éxito o si, por el contrario, promoverán la búsqueda de una mayor autonomía rusa, un contacto aún más estrecho con sus aliados euroasiáticos y la alineación geoeconómica con China, quien está extrayendo valiosas lecciones de este conflicto sobre cómo desafiar la hegemonía estadounidense.
La economía política del capitalismo financiero global
La caída del telón de acero significó el auge exorbitante de los flujos de capital transnacionales, quienes se vieron libres del control ejercido por las economías planificadas de los países soviéticos para fluir hacia todos los países del mundo. Ello dio lugar a la liberalización (democratización, en la jerga neocon del Consenso de Washington) de los sectores financieros de dichos enclaves geográficos y su dependencia sobre la moneda del hegemón yanqui (el dólar) que emergió como ganador de la Guerra Fría.
Ninguna televisión explicó en prime time a aquellos territorios vírgenes del Este que comenzaban a privatizar sectores estratégicos que la muerte del comunismo como alternativa sistémica al capitalismo también implicaría el nacimiento de una infraestructura de pagos internacional y la centralización del poder financiero en Estados Unidos, cuyos gigantescos bancos se convirtieron en los principales intermediarios para llevar a cabo las transacciones bancarias transfronterizas o registrar intercambios de una manera eficiente.
Esta ha sido una de las caras menos visibles –pero igualmente importantes– en el proceso de financiarización, es decir, la vía occidental por defecto hacia la integración en la globalización neoliberal. Si bien la potencia encabezada por Vladimir Putin ha tratado de fomentar un capitalismo interconectado estructuralmente con Estados Unidos y la Unión Europea, aunque con unas finanzas independientes de ambos en términos funcionales y un sector energético poderoso, tanto la apertura a los mercados internacionales de capitales como las sucesivas privatizaciones han colocado a Rusia en tierra de nadie ante la posible activación del botón nuclear financiero de sus antiguos aliados.
Como señalaba Daniela Gabor, está de moda criticar a Putin ahora, pero la situación actual es una consecuencia histórica de la ideología neoliberal procedente de los muchachos de Harvard, con Jeffrey Sachs a cargo, y fue la doctrina del shock de Estados Unidos lo que destrozó la economía rusa en la década de 1990, cuando se contrajo a la mitad en solo tres años. En el primer año de la reforma de mercado, la producción industrial se derrumbó en un 26 por ciento.
El resto de los datos también resultan demoledores y dan cuenta de que la fallida integración del país en el capitalismo global bebe de Estados Unidos. Entre 1992 y 1995, el PIB de Rusia cayó un 42 por ciento y la producción industrial cayó un 46 por ciento, mucho peor que la contracción de la economía estadounidense durante la Gran Depresión. Los ingresos reales se desplomaron en un 40 por ciento desde 1991; el 80 por ciento de los rusos dejó de tener ahorros.
El desempleo se disparó, particularmente entre las mujeres. A mediados y finales de los noventa, más de cuarenta y cuatro millones de los 148 millones de habitantes de Rusia vivían en la pobreza (definida como vivir con menos de treinta y dos dólares al mes), mientras que las tres cuartas partes de la población viven con menos de cien dólares al mes. Los suicidios se duplicaron y las muertes por abuso de alcohol se triplicaron a mediados de los noventa.
En contraste, el capitalismo chino no ha seguido estas pautas en su integración hacia los procesos de financiarización global, como demostró ampliamente Giovanni Arrighi en Adam Smith en Beijing. El Estado que controla Xi Jinping, desde las instituciones monetarias hasta el Banco Central, ostenta un rol central en la gestión de las finanzas, la regulación del capital privado (un ejemplo reciente son las empresas de tecnología financiera, como WeChat y Alibaba), la basculación del poder de su moneda y la planificación de la economía.
Ello le ha permitido orientar la acumulación de capital hacia objetivos geoestratégicos más elevados que la obtención de beneficios a corto plazo, algo que los Estados capitalistas occidentales no pueden lograr debido a la privatización y liberalización de los sectores públicos.
Como muestran los estudios más recientes sobre la economía política del capitalismo global, tras la crisis del coronavirus, China ha asumido el papel de creador de mercados externos en el mundo, reforzando la creciente diferencia entre el carácter estatista y liberal en el espectro internacional, así como atrayendo a sus aliados hacia la primera órbita. Un dato: el comercio bilateral entre ambos se ha más que duplicado desde 2015, cuando Occidente impuso sanciones por primera vez tras la anexión de Crimea.
“Para que el régimen resista incluso a una versión más suave de un bloqueo al estilo iraní, tendría que moverse en una dirección autárquica, más cerca de una economía dirigida de sello soviético”, escribió Perry Anderson en la New Left Review hace siete años. “Regresión o humillación: tales, en términos del sistema construido por Putin, parecen ser las alternativas.”
Un software para el colonialismo y la vigilancia digital
Una de las infraestructuras más importantes que sostienen a las finanzas en su expansión global y dan forma a las armas económicas de Occidente es la Sociedad para las Comunicaciones Interbancarias y Financieras Mundiales (Swift, por sus siglas en inglés). Fundada en 1973, Swift es una sociedad cooperativa supervisada por los bancos centrales del G10, así como por el Banco Central Europeo y el Banco Nacional de Bélgica, país en donde está radicada la organización que representa aproximadamente a 3.500 empresas de todo el mundo.
En términos prácticos, el Swift sería una suerte de software para facilitar la comunicación entre las instituciones financieras de todo el planeta y la realización de transferencias o pagos transfronterizos minoristas, conocidos como remesas, que generalmente eluden el sistema bancario. En 2020, por ejemplo, se realizaron alrededor de 38 millones de transacciones cada día a través de esta plataforma, lo que facilitó movimientos financieros por valor de varios billones de dólares.
Aunque tiene su sede en Bélgica, Swift es propiedad de empresas privadas y su participación mayoritaria está controlada por bancos estadounidenses. Esto es, los protocolos de mensajes son abiertos y están disponibles como estándares ISO 20022, pero el software para utilizarlo está privatizado por el monopolio global bancario, que cobra una tarifa por cada correo electrónico enviado. Resulta curioso observar al respecto que se trata de una infraestructura privada que ofrece un bien público, pero que se ha nacionalizado para servir a los fines geopolíticos de Occidente.
Digamos que el objetivo de este software es canalizar buena parte de las transacciones transfronterizas del mundo e imponer un peaje que obliga a la intermediación de los grandes bancos mundiales estadounidenses, como JPMorgan o el Wolfsberg Group, un grupo de trece megabancos que realiza transacciones internacionales a través del Consejo de Estabilidad Financiera, órgano internacional que promueve la estabilidad del sistema financiero internacional ergo la dependencia a las potencias occidentales.
En palabras de Andrés Arauz, economista y ex ministro ecuatoriano, el sistema Swift es una expresión del colonialismo digital contemporáneo y representa las lógicas contemporáneas de vigilancia del imperio yanqui, ya que no solo está dirigido por empresas estadounidenses sino que también proporciona datos a las agencias gubernamentales de inteligencia de este país, un hecho ampliamente documentado en la literatura académica.
Han existido varios incidentes con el Swift que ponen de manifiesto la naturaleza geopolítica de este sistema, su encaje en la jerarquía del sistema financiero global y la manera en que se ha expresado la soberanía digital o monetaria a través de este.
El primer incidente con el Swift ocurrió entre 2006 y 2010, cuando la Unión Europea se vió obligada a compartir los datos de los ciudadanos comunitarios con un programa estadounidense que monitorizó la financiación de actividades terroristas (Terrorism Financing Tracking Programme). Si bien en 1990 se produjeron los primeros intentos por parte de los reguladores financieros estadounidenses para acceder a los datos presentes en el Swift, ello no se consiguió hasta después de los atentados del 11 de septiembre.
Entonces, Estados Unidos invocó el discurso de la seguridad para violar las leyes de protección de datos europeas. Ello fue posible porque Swift operaba en un centro de datos situado en el país norteamericano, donde todos los mensajes quedan registrados durante 124 días. No obstante, desde aquel incidente se ha trabajado en un acuerdo para regular el acceso de Estados Unidos a Swift en el marco de las operaciones de contraterrorismo.
El segundo incidente del Swift habla de cómo Estados Unidos lo ha utilizado como arma geopolítica para reforzar su hegemonía militar y como moneda de cambio durante las negociaciones sobre el programa nuclear de Irán. El think tank consevador Atlantic Council estimó que las sanciones financieras de 2012-2015 impuestas a este país, junto a la prohibición de acceder al Swift como punta de lanza de las medidas anteriores contra los bancos iraníes, provocaron una pérdida de 241.000 millones, equivalente al 64,8 % del PIB iraní en 2012.
Otros trabajos señalan que el costo de la implementación total de las sanciones (2012-15) para el PIB iraní fue, en promedio, de aproximadamente 60.400 millones por año, o alrededor del 16,2 % de lo que realmente fue el PIB durante ese tiempo y el 13,9 % de lo que habría sido si no se hubieran impuesto las sanciones.
Sea como fuere, cuando el Swift volvió a suspender el acceso de los bancos iraníes a su sistema de mensajes en noviembre de 2018, aquello que la literatura científica venía demostrando se mostró de manera clara: es una forma de hacer converger las sanciones y la agenda en seguridad internacional de Estados Unidos con las tecnologías de pago globales, privando a los ciudadanos y a las empresas de todo el mundo de la infraestructura básica para enviar dinero a Irán. Esto es, un asunto de soberanía digital y monetaria de primer orden.
Por eso, el Banco Central de Irán entró en acción a principios de este año, formalizando un sistema para permitir que las empresas realicen pagos en criptomonedas. Aunque posiblemente exista más ficción mediática que realidad geopolítica en esta visión, Estados Unidos y la mayoría de los gobiernos aliados han acusado durante mucho tiempo a este país de usar bitcoin para eludir las sanciones impuestas para castigarlo por su programa nuclear.
Al respecto, la consultora Elliptic estimó en su día que el 4,5% de toda la minería de Bitcoin tiene lugar allí, lo que le permitiría al país eludir algunos embargos comerciales y ganar cientos de millones de dólares en criptoactivos que pueden usarse después para comprar importaciones y eludir las sanciones.
De todos modos, medios de pago como Swift son aún una herramienta importante en la política exterior. Un estudio publicado este mes por Andreas Nölke, profesor de la Universidad Goethe en Frankfurt, analizaba la genealogía de este sistema para afirmar que el Swift es un elemento central en los llamados procesos de financiarización de las economías occidentales, pues entrega a los megabancos estadounidenses la centralidad en la globalización neoliberal. Indicaba además algunas consecuencias de que los países sino-eurasiáticos hayan otorgado al Estado y a los bancos de su propiedad un peso más importante en la gestión de estas infraestructuras geoeconómicas.
“No deja de ser irónico que el proceso de financiarización neoliberal [estadounidense] pueda comenzar y terminar con consecuencias no deseadas” para este país, avisa Nölke. Tras fallidas intervenciones militares en medio mundo, la hegemonía de la potencia yanqui se encuentra en plena crisis. Si bien una política exterior férrea con Rusia puede ahogar a este país, difícilmente pueda hacer frente a China, su enemigo directo y una de las fuentes de poder que explican sus enfrentamientos con Vladimir Putin.
Armamento nuclear financiero contra Rusia
Las sanciones no dejan de ser poderosas herramientas de los Estados Unidos y los países europeos para influir en el comportamiento de las naciones que no consideran aliados. Estados Unidos, en particular, trata de usar el Swift como una herramienta diplomática porque el dólar es la moneda de reserva mundial y se usa en pagos en todo el mundo.
Esto es lo que se llama el “armamento de las finanzas”, en palabras del FT Alphaville, “donde Washington usa el dominio del dólar para promover los objetivos de la política exterior de los EE. UU.” Los datos de un estudio pormenorizado sobre esta herramienta resultan cristalinos: el dólar representa el 62 % de las reservas de divisas asignadas, el mismo porcentaje de los pasivos locales en moneda extranjera de los bancos están denominados en dólares, representa el 40 % de los pagos internacionales y las estimaciones colocan la participación del comercio global facturado en dólares en alrededor del 50 %.
La administración de Joe Biden dio alas el martes a la hipótesis de aplicarlo tras promulgar nuevas sanciones con el objetivo de impedir su acceso al capital extranjero, aunque rechazó aplicarlo hasta considerar la magnitud de la intervención rusa. Rusia invadió Ucrania y nadie le tembló el pulso. El sábado por la noche, Francia, Italia, Grecia, Chipre, España y Hungría expresaron su apoyo a esta medida financiera, adoptada por el Reino Unido.
“Swift es el arma nuclear financiera y lo que permitiría a las instituciones financieras rusas aislarse de otras instituciones financieras en todo el mundo”, dijo Bruno Le Maire, ministro de Finanzas. Por su lado, el ministro de Relaciones Exteriores de Ucrania, Dmytro Kuleba también se sumó a los gobiernos occidentales al pujar para que la comunidad internacional saque a Rusia del sistema Swift. Y así ocurrió.
Estados Unidos y sus aliados tomaron la decisión el sábado de bloquear el acceso de ciertos bancos rusos al sistema de pago internacional Swift. Las medidas incluyen restricciones a las reservas internacionales del Banco Central ruso, paralizando sus activos y “congelando sus transacciones”, en palabras de Úrsula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea. Esto es un ataque histórico al rublo ruso. Así se desprende de un comunicado conjunto que contempla más acciones por venir.
A su vez, Washington ha impuesto sanciones de corresponsalía y cuentas de pago a Sberbank y 25 de sus subsidiarias, limitando severamente la capacidad del banco para realizar transacciones en dólares estadounidenses. Además, las instituciones financieras de este país deben rechazar formalmente (negarse a procesar) transacciones futuras que involucren a Sberbank o sus subsidiarias de instituciones financieras extranjeras. Este banco se suma a VTB Group, Sovcombank, Novikombank, Promsvyazbank y Otkritie, cuyos clientes no podrán usar sus tarjetas en el extranjero, ni realizar pagos en línea, prohibiendo así los servicios de Apple Pay y Google Pay.
La viabilidad de estas sanciones, sin embargo, ha sido criticada desde las páginas de la revista Foreign Affairs por ser demasiado poco efectivas. En su lugar se ha propuesto escalar las restricciones a las empresas financieras, energéticas y de defensa rusas, hasta el punto de incluirlas en una lista negra y el compromiso de la OTAN de acelerar la modernización de los ejércitos en el flanco oriental de la OTAN (como los que defienden Bulgaria, Polonia, Rumania y los estados bálticos), pues continúan dependiendo del material militar adquirido de entidades rusas.
¿La Primera Guerra Mundial en la era de las criptomonedas?
Si a la dimensión geopolítica del Swift se agregan las cuestiones relacionadas con el mundo digital, entonces vemos cómo el Gobierno de los EE. UU. y los reguladores belgas no sólo tienen un poder absoluto para determinar que las transacciones transfronterizas se efectúen en el marco del dólar, sino también acerca de las posibilidades que ofrecen las criptomonedas.
Una vez que se crea una alternativa al Swift, como puede ser el Bitcoin u otras monedas digitales de un banco central que permiten pagos internacionales transfronterizos sin estar registrados en la base de datos de este software, explicaba Andrés Arauz, los apostatas del neoliberalismo financiero y la liberalización comienzan a ponerse nervioso. Por eso, en el pasado decidieron fomentar alternativas al Swift, a saber, la stablecoin de Facebook (Diem) hace dos años y en la actualidad la de PayPal o JPMorgan, así como o iniciativas filantrópicas al estilo Better Than Cash Alliance, que incluyen a Visa y MasterCard, cuyo objetivo es reducir el uso de efectivo pero atar toda moneda digital al dólar.
Hasta qué punto podrá verse este hecho que la administración Biden se encuentra en las primeras etapas de exploración sobre cómo ampliar las sanciones hacia las criptoactividades de Rusia. Por ejemplo, otorgando a los gobiernos occidentales influencia, por ejemplo, para solicitar a las plataformas de intercambios y grandes corredores de criptomonedas que bloqueen transacciones en ciertos países o con ciertas monedas emitidas por los gobiernos, como el rublo.
La cuestión no es baladí. Según estimaciones rusas citadas por The Washington Post, habría más de 12 millones de billeteras de criptomonedas, donde se almacenan los activos digitales, abiertas por ciudadanos rusos y el monto de los fondos que gestionan es de aproximadamente 2 billones de rublos, equivalente a alrededor de 23,900 millones de dólares. Además, Rusia es el tercer país más grande para la minería de bitcoins.
Si bien el banco central del país propuso prohibir las operaciones con criptomonedas el mes pasado, pidiendo la prohibición de la emisión y bloqueando el intercambio de criptomonedas por monedas respaldadas por el gobierno, así como la prohibición de la minería de criptomonedas, algunos sectores en Rusia han visto en las criptomonedas una herramienta potencial para eludir otras sanciones que se enfocan en el sistema bancario y de pagos tradicional.
En octubre de 2020, representantes del banco central de Rusia dijeron a un periódico de Moscú que el nuevo “rublo digital” haría que el país fuera menos dependiente de Estados Unidos y pudiera resistir mejor las sanciones, pues permitiría a las entidades rusas realizar transacciones fuera del sistema bancario internacional con cualquier país dispuesto a comerciar con moneda digital. De momento, las criptomonedas sirven eminentemente para que los multimillonarios eviten las sanciones, ya que se pueden mover miles de millones de dólares fácilmente a través de las fronteras.
Sea como fuere, esta es una realidad que está ganando peso de manera apresurada en el escenario geopolítico. Recientemente, el Tesoro estadounidense revisó el último programa de sanciones y exigió una modernización de estos para mantener su eficacia tras afirmar que las monedas digitales podrían debilitar las sanciones de EE. UU. “El desafío para la economía rusa es que la inmadurez de las criptomonedas como parte de su sistema financiero no les permite eludir a gran escala las sanciones multinacionales que se imponen”, matizó Juan Zarate, ex secretario adjunto del Tesoro y asesor adjunto de seguridad nacional en la administración de George W. Bush.
Nada de ello ha evitado que el banco central de Ucrania tomara medidas sobre las transferencias de dinero digital, convirtiéndose en el primer Estado nación de la historia en aceptar bitcoin (BTC) ether (ETH) y la stablecoin o moneda estable Tether (USDT, en su versión de la red Ethereum) vinculada al precio del dólar estadounidense, para financiar la guerra contra Rusia.
Las entidades de blockchain de todos los tamaños también han comenzado a participar y a donar a la causa ucraniana. Además, las plataformas DAO más grandes como Aave ya han presentado propuestas a sus comunidades para donar cantidades significativas al pueblo ucraniano. Tampoco olvidemos que Ucrania es el principal actor europeo de criptomonedas y el cuarto más grande del mundo. En septiembre, el país legalizó las criptomonedas, y su nuevo Ministerio de Transformación Digital emprendió una enorme campaña de atracción de inversiones procedentes de empresas tecnológicas en este sector.
La contrahegemonía del eje asiático
Aunque no son tan importantes como otros acuerdos, los estudios en materia eurasiática indican que las iniciativas soberanas para impulsar sistemas de pagos conjuntos pueden ayudar a evitar o dificultar la captura de mercados rentables por parte de competidores occidentales y bloquear los intentos de ejercer influencia política a través de las finanzas. Desde hace varios años se viene reconociendo desde diversas instituciones que la cooperación económica de Rusia y China estaría sujeta a las percepciones de que existen amenazas para la acción antagónica conjunta mediante el uso de monedas digitales distintas a las de Estados Unidos.
No extraña, por este motivo, que ambos países hayan impulsado sistemas nacionales de pago. Por un lado, a medida que crece el comercio y la inversión con el resto del mundo, China ha reforzado su sistema de pagos para permitir transacciones transfronterizas en yuanes y no ha cesado en su esfuerzo para globalizar la moneda local.
También el renminbi transfronterizo chino se ha finalizado con éxito y, aunque la moneda en términos de valor está muy por debajo (menos del 3 por ciento) de las participaciones de las principales monedas de reserva occidentales en el mundo, los avances en soberanía monetaria de este país han atraído la atención mundial. Más aún desde que ha sido pionero en impulsar el yuan digital, una criptomonedas conectada al Estado chino.
A mediados de septiembre del año pasado, además, el Banco Popular de China envió instrucciones detalladas a 19 bancos para implementar cuanto antes el Sistema de Pago Interbancario Transfronterizo, administrado por el llamado CIPS Co. Ltd., lanzado por el banco central en 2015 para liquidar reclamos internacionales en yuanes, lo cual aumentará el número de bancos que utilizan el sistema a casi 80.
Por su parte, Rusia también ha estado trabajando en la implementación de su propio sistema desde que la tramitación del pago a través de Visa, Mastercard y otras tarjetas estadounidenses fueron incluidas en el régimen de sanciones de la potencia occidental contra Rusia en 2014. De hecho, un año más tarde impulsó su tarjeta de pago electrónico “Mir”, obligando a ambas tarjetas a participar del sistema de pagos ruso.
En este contexto también se entiende que desarrollara el sistema denominado como SPFS (Sistema para la Transferencia de Mensajes Financieros) para uso transfronterizo, el cual debería comenzar a utilizar tras quedar aislada del Swift. Si bien se limita principalmente a la utilización dentro del territorio ruso, el gobierno lo ha promovido intensamente su adopción en cumbres internacionales, como las de la Organización de Cooperación de Shanghái y los BRICS, donde negoció con Irán y Venezuela.
Además de desarrollar el SPFS, Rusia también dispone de otras herramientas para protegerse contra posibles sanciones financieras, por ejemplo, acumulando enormes cantidades de reservas extranjeras y difundiendo de manera integral el sistema de tarjetas de crédito ruso (“Mir”) que limitaría las repercusiones de las medidas de Occidente. Al igual que China, Rusia ha desarrollado un rublo digital independiente de Swift que fue aprobado por el banco central en octubre de 2020 y testado como prototipo en la región de Crimea un año después.
Si bien las sanciones occidentales provocarán distintos inconvenientes para las transacciones con Rusia (por ejemplo, volver al arcaico sistema télex para la mensajería financiera internacional, y una enorme volatilidad), hasta los observadores de Sashington reconocen que la moneda digital del banco central, los sistemas de pagos transfronterizos que este país ha impulsado o la cooperación con China y el resto de la región euroasiática puede devolver el control de la economía al Estado, reducir la dependencia del dólar estadounidense, impulsar el rublo a nivel mundial y minimizar el riesgo de sanciones.
De hecho, algunos trabajos académicos afirman que “si los estados logran materializar este potencial emitiendo sus propias criptomonedas y convirtiéndolas en dinero de curso legal, estas herramientas podrían funcionar como medios de pago internacionales y medios de acumulación quizás de manera más eficiente que el dinero de crédito”. Aunque, de momento, Rusia recibe más euros que dólares por sus exportaciones a China, el nuevo dinero digital del país de Putin podría competir con el dólar estadounidense como moneda de reserva internacional.
Ahora bien, de fondo se encuentra la preocupación que comparten Estados Unidos y la Unión Europea: esta estrategia puede reafirmar la tendencia que muestran los estudios en economía política, es decir, que el sistema financiero de Rusia se haga más dependiente de China. Existen dos factores fundamentales que refuerzan esta hipótesis. Primero, porque la integración del país de Vladimir Putin a los mercados financieros globales (es decir, a la globalización neoliberal) se encuentra cada vez más subordinada a la potencia de Xi Jinping, lo cual aumentará la vulnerabilidad de las finanzas nacionales rusas, y más aún en medio de una escalada de las sanciones por parte de Occidente.
Segundo, como bien ha descrito el periodista Rafael Poch, los desastres del neoliberalismo en este país, la privatización en nombre de la “libertad de mercado” aceptada como dogma de progreso, así como la posterior restauración violenta de su sistema autocrático, tienen una relación directa con la dependencia sobre China, en lugar de hacia Estados Unidos. En otras palabras, la elección de una política macroeconómica abierta a la financiarización del sector bancario ruso, principalmente de propiedad estatal, dificulta la transformación de las entradas de liquidez en créditos para las empresas del Estado.
Qué tremenda paradoja, la implementación de la agenda deseada por el Consenso de Washington ha provocado que la mayoría de los sectores productivos de la economía rusa no sean capaces de competir en buenas condiciones. La farsa del dogma de la globalización neoliberal, junto a la extensión de las bases militares hacia su territorio, ha colocado a Rusia cada vez más cerca del modelo de capitalismo chino y el mundo post-dollar que tiene en mente.
La carrera entre las dos grandes superpotencias de nuestra era será larga, pero Putin tendrá pocas salidas distintas a la de atar sus finanzas, monedas y flujos de capital a la Ruta de la Seda china. La Unión Europea también ha confirmado quién será su aliado en este viaje, y probablemente solo Alemania gane con esa elección.
*Periodista que investiga las transformaciones estructurales del capitalismo, sus expresiones culturales y la posición de Europa en el mundo, y cuyos artículos aparecen regularmente en medios como El Salto o La Marea. Despertar del sueño tecnológico es su segundo libro, tras El TTIP y sus efectos colaterales (2016).