La guerra en Ucrania sume en crisis a la Unión Europea: un invierno encendido

Álvaro Verzi Rangel

Cuando se acerca un invierno que será obligadamente difícil por el desabastecimiento  energético, la desaforada alza en los precios de los combustibles y la inflación generalizada, el panorama político no pinta nada bien en muchos países europeos. Las consecuencias de la guerra en Ucrania han elevado notablemente el riesgo de disturbios civiles y desestabilización en un continente, donde retornaron las “colas de hambre”.

En Rumanía, los manifestantes hicieron sonar bocinas y tambores para dejar patente su desencanto por el aumento del costo de la vida. La ciudadanía salió a la calle en Francia e Italia  para exigir aumentos salariales acordes con la inflación. Los inconformes checos protestaron contra la gestión del gobierno en la crisis energética. El personal ferroviario británico y pilotos alemanes se declararon en huelga para reclamar sueldos más altos ante la inflación.

La guerra en Ucrania entró en una espiral internacional de consecuencias imprevisibles. La creciente agresividad rusa y la decisión del presidente estadounidense Joe Biden de plantarle cara, empujan a Europa al riesgo de ser escenario de un choque entre potencias nucleares. Washington trabaja en el escenario de una guerra larga. El dinero invertido, cantidad histórica de ayuda a un país extranjero, garantiza al menos, ayuda para cuatro o cinco meses más de conflicto, señalan altos funcionarios estadounidenses.

El Fondo Monetario Internacional (FMI) señaló a fines de octubre que el ritmo lento de crecimiento económico que se vive en partes de Europa podría convertirse en recesión en todo el continente, mientras la interrupción del suministro de energía amenaza con dificultades económicas y la crisis del costo de vida aviva las tensiones sociales.

“La perspectiva europea se ha oscurecido considerablemente, con un crecimiento que se desacelerará bruscamente y la inflación que se mantendrá elevada”, señala el informe que predice que Alemania e Italia entrarán en recesión el próximo año, convirtiéndose en las primeras economías avanzadas en registrar decrecimiento tras la guerra en el flanco oriental de Europa. Se espera que el crecimiento en las economías avanzadas de Europa se reduzca bruscamente a 0,6% en 2023,

Los 27 jefes de Estado y de Gobierno reafirmaron a fines de octubre que la UE estará al lado de Ucrania el tiempo que sea necesario, pidieron a Rusia que cese inmediatamente los ataques, desista de los crímenes de guerra y devuelva todos los territorios a Ucrania. Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, lo resumió en su último discurso en el edificio del Consejo: “Putin no puede ganar esta guerra. No debe ganarla”.

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La UE financió con 19 mil millones de euros la guerra en Ucrania y prometió 18 mil millones más para el año próximo, según la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.

Con la política de sanciones contra el gobierno ruso emprendida por la UE  a instancias de Estados Unidos, la Unión Europea se dio un tiro en el pie, pues significó la drástica reducción del abastecimiento energético (petróleo y gas) y alimenticio (granos y fertilizantes) procedentes de Rusia y con ello, un impulso a la inflación que ya estaba instalada. El de la Unión Europea parece un modelo agotado.

Ese modelo de integración multinacional y las políticas económicas neoliberales asociadas a él ya mostraba signos de agotamiento; sobre todo con la salida del Reino Unido (Brexit) de la unión continental.

El paradigma de democracia parlamentaria representativa perdió apoyo en importantes sectores de la sociedad y en la mayor parte de los países europeos la política es vista como un juego excluyente de clanes, tecnocracias y oligarquías que margina, golpea y reprime a minorías nacionales y a mayorías laborales. La pegunta (aún sin respuesta) es cómo Europa podría superar la crisis multifactorial en la que se encuentra.

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Una parte significativa de Europa se convirtió hacia fines de octubre en una olla a presión en la que empezó a calentarse la sopa del conflicto. De mantenerse prendida la cocina, el continente se dirige hacia una etapa muy tensa debido a las consecuencias directas de la guerra, entre ellas la creciente tensión social. Los bélicos gobiernos euroccidentales cantan himnos de guerra y prefieren no preguntar quién pagará la factura principal de la guerra Ucrania-Rusia y de la futura reconstrucción de Ucrania.

En este conflicto, en el propio corazón europeo, nada es gratis. La industria bélico-armamentista, la principal beneficiada por este rebrote de la “defensa de la democracia y el estilo de vida occidental y cristiano”, está feliz con la continuidad de la guerra. La ciudadanía europea, ya sancionada por el aumento estrepitoso de los precios de los combustibles y la energía, empieza a alzar la voz. Y la crisis política va estallando de a poco.

La crisis europea es sostenida y va en aumento. Los aumentos exorbitantes, especialmente en electricidad, combustibles y servicios, y la inflación generalizada, hacen explotar los presupuestos familiares y desencadenan la bronca sindical.

Antiguos enemigos pasan a ser entrañables amigos. En agosto, el presidente francés Emmanuel Macron advirtió descarnadamente a los ciudadanos que deben prepararse para “el fin de la abundancia”. Enseguida viajó a Argelia para “refundar” la relación con el país árabe, de pronto convertido en el proveedor alternativo al gas ruso.

Asimismo, la ministra de Relaciones Exteriores alemana, Annalena Baerbock, fue a recomponer las relaciones con Marruecos con el mismo objetivo de reemplazar las fuentes actuales de energía.  Un informe de la consultora Baringa Brothers considera que la crisis energética puede ser tener un impacto mayor que el de la crisis financiera de 2008.

La jefatura de gobierno del Reino Unido se encuentra vacante a partir de la renuncia de Liz Truss, quien duró 45 días y dos reinados (la fallecida Isabel II y Carlos III) en el cargo, mientras los laboristas piden elecciones anticipadas y en las calles de Londres tienen lugar protestas en demanda del regreso a la Unión Europea (UE).

En Roma, la neofascista Giorgia Meloni juró como primera ministra, lo que coloca a Italia como el primer país de Europa occidental que será gobernado por la ultraderecha, la cual ha realizado en meses recientes significativos avances en España y una Francia convulsionada por un nuevo ciclo de protestas sociales y de huelgas en demanda de incrementos salariales para paliar los efectos de la inflación.

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En Alemania, la ciudadanía no sólo reclama mayores subsidios a los hidrocarburos y un reparto más justo de los fondos públicos para hacer frente a los altos costos de la energía, sino también medidas para remediar el desastre que dejó la política que pretendía acelerar la transición hacia las energías verdes y que hoy tiene al país dependiendo del carbón y de las centrales nucleares para generar su electricidad.

Hungría, miembro de la Unión Europea y de la Organización para el Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ha caído en un desbarajuste económico a raíz de la inflación descontrolada y la caída en los pronósticos de crecimiento, lanzando a las calles de Budapest a miles de personas que reclaman ya un cambio político y la salida del primer ministro, el corrupto ultraderechista Viktor Orban, con más de 12 años en el cargo.

Y mientras tanto, el invierno se aproxima.

*Sociólogo. Codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia y analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)