La economía venezolana en el 2017: ¿como el Titanic?
15yultimo|
“El futuro no es lo que vendrá, sino lo que seremos capaces de hacer”, dijo el filósofo y escritor francés, Nobel de Literatura en el año 1927, Henry Bergson. Cualquiera con un mínimo de experiencia en los caminos de la vida sabe que eso no es así tan fácil. Sin embargo, la frase tiene la virtud de dejar sentadas dos cuestiones claves.
Primero, que cualquier pronóstico tiene en el fondo mucho de adivinación. Y segundo, que más allá de que las condiciones subjetivas no siempre puedan con las objetivas, sin nuestra capacidad para hacer que tales o cuales cosas pasen o no, difícilmente pasarán o no.
Pero con todo y lo primero, el hacer tampoco es una apuesta empírica basada en la nada, pues existen tendencias y factores identificables que pueden ser usados para orientarse en medio del devenir de los acontecimientos, incluso y sobre todo cuando –como ahora en nuestro país y en el mundo– el devenir resulta más incierto y hasta peligroso de lo habitual. En este sentido, el primer paso para encarar el panorama que nos presenta el 2017 pasa por asumir lo en extremo complejo que será.
Schumpeter, el gran economista austríaco, decía sobre este particular que la presentación sincera de los hechos nunca es tan necesaria como cuando nuestra situación está especialmente comprometida. Él usaba para ilustrarlo una metáfora marina: una falsa alarma de hundimiento de un barco no genera mayores consecuencias. Sin embargo, el no avisar que está pasando o que podría llegar a pasar, sí tiene consecuencias catastróficas. Pero adicionalmente, decía, no pueden tildarse de derrotistas a quienes notifican las alertas existentes, pues lo que en el fondo puede ser derrotista o no es el espíritu con que se recibe y procesa la información: la tripulación puede apostar al derrotismo, cruzarse de brazos y ahogarse; o puede ser evasionista y actuar como si nada ocurriese; pero también puede precipitarse a las bombas y hacer todo lo posible por mantener la embarcación a flote y no perder el rumbo. Este último es justo el espíritu de aquello que en su momento se llamó Golpe de Timón
De tal suerte, las metas planteadas para este 2017 en materia económica han sido delineadas por el gobierno a grandes rasgos del siguiente modo: recuperar el ritmo de la economía aumentando la producción de bienes y servicios, lo que a su vez se traduciría en una reducción de la dependencia de las importaciones y la renta petrolera. Para ello habría que estabilizar ciertas variables claves, como los precios, el abastecimiento y la situación cambiaria. Y a la vez, apoyarse en la esperada recuperación de los precios petroleros tras el acuerdo de recorte de producción que entró en vigencia el 1ero de enero de 2017. Esto último parece contradictorio con lo primero, pero en realidad no lo es, pues hasta nuevo aviso y dadas las características del “aparato productivo” privado venezolano, en que el gobierno deposita buena parte de sus expectativas de recuperación, sin ingreso de divisas petroleras no hay mucho qué hacer.
Por otra parte, y esta ya es una apuesta mucho más osada, que suponemos a mediano y/o largo plazo, se ha planteado que la reducción de la dependencia y vulnerabilidad externas, se vea apalancada no solo por una sustitución de las importaciones, dado un aumento de la producción local, sino además que dicho aumento alcance para exportar también, lo que redundaría en entradas de divisas adicionales no petroleras y una diversificación de sus fuentes. Por último, pero no menos importante, se ha incentivado la entrada de nuevos capitales, a los cuales se le han dado incentivos varios, siendo la devaluación del tramo cambiario DICOM el mayor.
Estas son las metas, ahora, ¿cuál es el cuadro sobre el que deben lograrse?
¿Dónde están los icebergs?
De todas las variables necesarias para que este plan funcione, la única sobre la cual el gobierno parece tener control e incidencia real es en la de los precios petroleros, dado el liderazgo de Venezuela a lo interno de la OPEP y los devenires de la geopolítica mundial, que en estos momentos soplan a favor de la reducción de las cuotas. Sin embargo, esto es relativo, pues existen dos cuestiones que escapan al control del gobierno, este o cualquier otro: y es que nada indica que, a corto o mediano plazo, la situación de la economía mundial –con una fuerte contracción del consumo, incluyendo el de combustibles– vaya a cambiar significativamente. Y por otro lado, aún está por verse cuál será la política energética de Donald Trump, pero, según sus propias declaraciones, buscará convertir –tal y como lo comenzó a hacer Obama– a Estados Unidos en una nación autosuficiente en materia petrolera, e inclusive, en un país exportador, lo que supone una apuesta fuerte por la explotación de los yacimientos de esquisto. Cualquiera que medio entienda del tema no tarda en darse cuenta de que ambos factores conspiran contra las expectativas respecto a qué tan sostenible o perdurable será el aumento de los precios del barril petrolero.
En cuanto a la recuperación de la economía por la vía de aumentar la producción interna de bienes y servicios, el principal reto que debe enfrentar el gobierno es ¿cómo hacer que esto ocurra cuando la especulación abierta y desbocada ha hecho añicos la principal fortaleza alcanzada por la economía venezolana en la última década: la existencia de un mercado interno lo suficientemente dinámico que justifique un aumento de la producción? Es una cuestión de lógica formal que “nuestros” “expertos” económicos nunca han entendido, pese a que la realidad tercamente lo ha demostrado: cuando se deprime el poder adquisitivo de los consumidores, partiendo del prejuicio del ajuste necesario por “recalentamiento” y “exceso” de consumo, nunca ocurre la sustitución de la inversión “consumista” por la productiva, pues, si los niveles de consumo están cayendo ¿por qué habrían de invertir los agentes económicos para producir más bienes o servicios que menos certidumbre tienen de vender?
Para poner en perspectiva el asunto y no venga ningún neoliberal trasnochado (declarado o de closet) a decir que eso pasa porque el gobierno no ha acabado con las principales “rigideces” de la economía (entiéndase: el control de precios y el control de cambios), debemos tener presente que si bien eso no ha ocurrido formalmente, al menos en el primer caso por la vía oficiosa ya tal “rigidez” no existe. Pero además, allí tenemos el ejemplo de Macri, cuyo gobierno en un año hizo exactamente lo que pide el FMI y recomiendan los “expertos”, siendo el resultado el peor desempeño de la economía argentina en más de una década. La moraleja, simple para quien la quiera ver, es que sin control cambiario y de precios a la economía argentina le va mucho peor ahora que cuando los Kirchner.
Por otra parte, suponiendo que nuestros “empresarios” sean capaces y tengan la voluntad (que no es lo mismo) de ponerse a producir a niveles que permitan sustituir importaciones, “superar definitivamente el rentismo” y, de paso, exportar para reducir la dependencia en divisas del ingreso petrolero –lo que sin duda sería histórico–, para que lo último se logre tienen que darse conjuntamente varios factores que no solo escapan al control del gobierno, sino que de hecho no existen en el corto y ni siquiera en el mediado plazo. El primero ya lo nombramos a propósito de la recuperación y sostenibilidad de los precios petroleros: el estancamiento –cuando no franca contracción– de la economía mundial, que no vislumbra un escenario donde tal excedente productivo pueda colocarse.
Pero adicionalmente, al mal estado de la demanda global debe sumarse un exceso de oferta de bienes y servicios de mejor calidad, hecho por empresas que están acostumbradas a producir de verdad verdad con tecnología de vanguardia, y a competir de verdad verdad en mercados de verdad verdad y no como nuestros “empresarios”. De tal suerte, la apuesta por una industria exportadora venezolana competitiva, en el mejor de los casos, debe esperar un largo tiempo, salvo –quizás– en aquellas ramas donde tenemos ventajas asociadas no al talento de nuestros emprendedores sino a las bondades de la naturaleza, como por ejemplo el caso del granito y los minerales.
Por último, pero no menos importante, la contracción del mercado interno, así como no anima a las inversiones locales, tampoco lo hace con las foráneas, y menos aún tras las movidas últimas de la Reserva Federal norteamericana subiendo las tasas de interés, lo que causa una reorientación de los capitales sur-norte más que de norte a sur, para fines más especulativos que productivos. Y es que, repetimos: ¿por qué habrían de venir a invertir capitales foráneos en bienes y servicios a un mercado contraído por una fuerte caída del consumo, en la medida en que a la población le alcanza es para comprar alimentos y alguna cosa más?
Este es el cuadro. Ahora, ¿hay algo que se pueda hacer, o el barco está condenado a hundirse definitivamente en el mar de la recesión y la especulación sin fin?
Si tú saltas… ¿yo salto?
Ciertamente pensamos que hay mucho que se puede hacer. En primer lugar, una cosa que debería considerarse es mirar de forma más integral la cuestión del aumento de los precios petroleros y la capacidad de compra que genera el ingreso adicional de divisas que implica. Y es que este último factor no depende únicamente de que suba o baje el precio del barril petrolero. Esta es desde luego una condición necesaria, pero no suficiente, si no se revisan los precios a los cuales se está importando. Dado que puede pasar que aunque el precio del barril de petróleo aumente a 100 dólares (poco probable, pero supongamos), si crece al mismo ritmo el valor de las importaciones no estaríamos haciendo nada. Por el contrario, suponiendo que no aumente mucho más allá de los 40 dólares, si se hace una revisión profunda de los precios de las importaciones, el país en el corto plazo puede abastecerse mejor sin perjuicio de lo que podamos producir internamente.
Debe tomarse en cuenta a este respecto que entre 1999 y 2012 el precio promedio anual del barril del petróleo venezolano no fue 100 dólares,como se ha impuesto majaderamente en el sentido común mediatizado, sino poco más de 50, ya que los famosos 100 dólares por barril fue un fenómeno más bien de los últimos años de Chávez en la Presidencia (2010-2011-2012), el cual empezó con precios del barril en torno a los 8 dólares y cuando arrancaron las misiones apenas llegaba a 20. En la medida que las manipulaciones de la FED hacen que el dólar se revalúe en los mercados en un escenario de deflación mundial, eso significa que los “pocos” dólares que nos entran tienen mayor poder de compra en los mercados internacionales, claro está, si los sabemos aprovechar. Si esto se acompaña con una correcta, ordenada y transparente política de acupuntura de divisas, tanta veces anunciada por el gobierno, los resultados pueden ser óptimos a corto plazo.
Por otra parte, por donde quiera que se le mire, debe recuperarse el poder adquisitivo del mercado interno, porque en el reino de este mundo no hay economía que se reactive con el poder de compra interno tan golpeado como anda, y está visto que en nuestro caso los mejores períodos son aquellos en los que el poder adquisitivo de la población es mayor.Eso implica, desde luego, que hay que hacer un aumento general y sustancial de sueldos y salarios, pero no sin una política efectiva contra la especulación, lo que incluye, además de lo regulatorio, hacer más eficientes las redes públicas de distribución y la colocación de productos hechos por las empresas públicas, EPS o mixtas, algunas de las cuales lamentablemente también se han sumado al juego especulativo. Ahora, también deben hacerse más efectivas, expeditas y transparentes las compras del Estado, principal agente económico y consumidor de bienes del país.
Una excusa que inmediatamente será esgrimida en contra de la necesidad de este aumento –además de su supuesto impacto inflacionario– será que el mismo haría insostenible el empleo para la pequeña y mediana empresa. Eso puede ser cierto en algunos casos, pero también lo es y aún más que los principales afectados por la pérdida del poder adquisitivo de los asalariados son, precisamente, las empresas y comercios pequeños y medianos.
Lo que nos lleva a lo último que queríamos plantear, y es que en la medida en que la situación se ha complejizado al punto que ya no solo los trabajadores y trabajadoras estamos saliendo perjudicados por la especulación y el auge de la economía criminal, sino también y cada vez más los propios comerciantes y empresarios (pequeños y medianos) muchos de los cuales hasta no hace mucho se beneficiaban de las mismas, existen condiciones para que el Estado imponga un pacto de estabilización solidaria de precios y abastecimiento, a la vez que busque avanzar más agresivamente en la democratización de la producción y la distribución con nuevos actores y sujetos productivos que tengan relaciones de producción distintas a las actualmente dominantes, que es lo único que en el mediano y largo plazo garantiza el equilibrio de la economía venezolana, no solo porque se diversifican las fuentes de generación de bienes, servicios y empleo, sino además porque a través de dicha diversificación se hace contrapeso a los monopolios y oligopolios con poder de fijación de precios en el mercado nacional.
En fin, y ya para cerrar, lo que queremos decir es que por más tormentoso que luzca el panorama –tormenta a la cual hay que sumarle la radicalización del sabotaje ya anunciado por el oposicionimo con bombos y platillos para este 2017, para debilitar aún más al chavismo de cara a las próximas eleciones regionales y municipales– no hay por qué alarmarse. Hay que encender las alarmas, ciertamente, y tener bien claros los escenarios comprometidos, pues lo último que puede hacerse es negar o subestimar la realidad, sin embargo, al desesperado “si tú saltas… yo salto” de la famosa escena de la famosa película, hay que contraponer un solidario aquí nos quedamos todos y todas para mantener a flote la embarcación, y evitar así el naufragio tan deseado por los carroñeros que nos rodean.