La (des)nazificación de Alemania
Eric Calcagno – Tektónicos
…“Nos volveremos a encontrar
No sé dónde
No sé cuándo
Pero sé que nos volveremos a encontrar
Algún día soleado”…
Cantada por Vera Lynch, letra de Ross Parker y Hugie Charles, 1939.
Ya antes del final de la segunda guerra mundial, Estados Unidos y el Reino Unido reflexionaban sobre qué hacer con Alemania y los alemanes después de la derrota sobre los nazis. Ventajas de la planificación. Así es como Franz Neumann, de la muy marxista Escuela de Frankfurt, trabajó para la OSS (ancestro de la CIA) en el estudio de la sociedad alemana en tiempos nacional-socialistas. Neumann escribió el Behemoth, donde describe el funcionamiento de la bestia fascista, contraria al “Leviathan” de Hobbes, ese ser ficticio que sin embargo encarna la voluntad general. El 25 de abril de 1945, soldados norteamericanos encontraron a tropas soviéticas cerca de Torgau, sobre el río Elba, en el centro del Reich. El 30, Adolf Hitler cometía suicidio y el 8-9 de mayo terminaba la experiencia nazi con una rendición incondicional. Alemania fue dividida en cuatro zonas de ocupación, que correspondieron a la Unión Soviética, Estados Unidos, Reino Unido y Francia. Las potencias aún aliadas instrumentaron el imperativo de la desnazificación. Pero…
¿Juzgar a ocho millones del partido nazi?
Más de setenta millones de alemanes estaban en una situación terminal. Todo era caos. A la derrota militar se sumaba el desconcierto —el Reich iba a durar mil años— y la quiebra moral generalizada, con un fondo de escombros que terminaba por invadir toda la escena. Lo vemos en “El tercer hombre”, una película de 1949 de Carol Reed con Orson Welles, ambientada en la Viena de la inmediata posguerra donde florecen los tráficos, incluso de penicilina. Y consideremos “Alemania año cero” de Roberto Rosselini, realizada en 1947 en Berlín, cuando vemos una familia alemana con un padre enfermo, una hija que frecuenta los bares de soldados aliados, un hijo que regresa de la guerra, un niño de doce años que no entiende lo que pasa. O sí, al final. Es que juzgar a los ocho millones de alemanes miembros del partido nazi y examinar a los 23 millones de afiliados al sistema de trabajo del Reich parece una tarea imposible. Por eso Eisenhower decía por entonces que una necesaria reeducación podía tardar medio siglo.
Los juicios de Núremberg se desarrollaron desde noviembre de 1945 hasta octubre de 1946. Allí, el Tribunal Militar Internacional formado por los países aliados juzgó a los 24 más altos dirigentes nazis vivos. Fueron acusados de crímenes contra la paz; crímenes de guerra; crímenes contra la humanidad; asociación para comentar los mencionados crímenes. Doce fueron condenados a muerte y ejecutados —salvo Hermann Goering, que se suicidó en la víspera— tres recibieron prisión perpetua, cuatro diferentes penas de prisión y tres resultaron absueltos. Uno era Hans Fritzsche, publicista del Ministerio de Propaganda; otro fue Franz von Papen, excanciller de la República de Weimar, que favoreció el ascenso al poder de Hitler; el último fue Hjamlar Schacht, ministro de economía y luego banquero central del Tercer Reich. Quedaron impunes la palabra, la política y el dinero. ¡Mal augurio para la desnazificación!
Más resentimiento que arrepentimiento
Cada zona de ocupación podía llevar la purga de elementos nacional-socialistas del mejor modo que le pareciese. Por lo investigado para este artículo, la zona norteamericana fue la más dura de Occidente, con apenas 33% de exonerados ante las acusaciones; la zona francesa estaba en torno al 50% y para la zona británica había un 90% de blanqueados. Tampoco fue que las penas fueran duras, muchas veces era una multa. La zona soviética fue la más estricta, ya que no se trataba solo de desnazificación sino de construir el socialismo, aún a la punta de las bayonetas. Esto significó la reforma agraria y la nacionalización de las grandes empresas, con un anclaje severo y sangriento en los castigos a la mayoría de los nazis.
En el libro de Frederick Taylor “Exorcizar a Hitler: la ocupación y la desnazificación de Alemania” (2011) queda claro que los alemanes de entonces se percibieron más como víctimas que como victimarios. Consideraron que las investigaciones aliadas eran inquisitivas y expresaban la voluntad del vencedor, lo que provocó más resentimiento que arrepentimiento. En el caos administrativo de la posguerra, los cuadros nazis medios y bajos fueron exonerados y no tuvieron problemas en volver a la vida civil. Es así como el cuestionario utilizado en zona norteamericana provocó un sentimiento de solidaridad entre los alemanes que estaban obligados a responder con los nazis más militantes o prominentes. Incluso los alemanes antifascistas eran percibidos como “colaboracionistas” de la ocupación estadounidense. Una vez que los máximos dignatarios fueron condenados en Núremberg, ya no había que buscar más en una sociedad que intentaba dejar atrás los crímenes cometidos. ¿En qué medida la desnazificación fracasó y permitió la construcción de una RFA basada en el olvido? Al parecer existió un mecanismo simbólico para identificar y limitar la responsabilidad en los jerarcas, y liberar así de toda culpa al pueblo alemán. Además, si había nazis, huyeron a América del Sur o algún otro lado, pero no más acá. En ese sentido, si los grandes militares de la Whermacht perdieron la guerra, bueno, tan mal no les fue en la paz. Es lo que conocimos como el “mito de la Whermacht limpia”. Veamos qué hay de cierto, pues el ejemplo es paradigmático de la época.
La Whermacht (fuerza de defensa) fue un elemento activo en las aberraciones del nazismo. Algunos de los crímenes que protagonizó fueron las ejecuciones en masa de judíos, partisanos y civiles, represión a la resistencia, uso de la hambruna como arma, práctica generalizada de la tortura y masacres punitivos, además del saqueo, destrucción y permanente violaciones de mujeres soviéticas. Los soldados rusos capturados fueron dejados morir en campos a la intemperie o asesinados en los campos de concentración. La Operación Barbarrossa —invasión de la Unión Soviética— fue una guerra de exterminio perpetrada por las fuerzas armadas alemanas. En 2006 fue publicado el libro “La Whermacht: historia, mito, realidad” escrito por Wolfram Wette. La tesis del libro es que no fue un instrumento apolítico y profesional en manos de Hitler, sino que demostró lealtad al Führer y compromiso con las ideas nacional-socialistas. No era del momento, ya que el racismo, antisemitismo y anticomunismo existían en el cuerpo de oficiales antes de la llegada de los nazis al poder. De hecho, sostiene Wette, la tradición militar autoritaria del ejército alemán duraba desde hacía mucho tiempo, por lo que la derrota en la primera guerra mundial, con la consiguiente frustración, dejó un vasto campo fértil para el ideario nazi. “La evidencia histórica”, refiere Wette, “muestra con claridad el conocimiento y la participación activa de tropas regulares en los crímenes de guerra y el genocidio”. Una vez más, las exigencias de la Guerra Fría servirían de manera admirable a la necesidad de blanqueo en materia militar. Allí destacan Erich Von Manstein, tal vez el Mariscal más capaz de Hitler, y Heinz Guderian, el inventor de la guerra relámpago que le dio tantos buenos resultados a los nazis. Ambos escribieron sendos recuerdos de guerra con notable éxito editorial, con relatos expurgados de cualquier evocación de los crímenes cometidos. Otra etapa importante fue la misión que los Estados Unidos le encargaron al Generaloberst Franz Hadler, quien se desempeñó de 1938 a 1942 como jefe del estado mayor del ejército alemán. Así es como Hadler coordinó un equipo de más de 700 oficiales alemanes, encargados de redactar informes sobre la experiencia de la guerra para uso del Pentágono. En lo que Hadler consideraba un “monumento al ejército alemán” no había lugar para los delitos, ni lo hubo. Comenta Wette que en ese trabajo “cubrieron las huellas de la guerra de aniquilación de la que era responsable el liderazgo de la Wehrmacht”. De hecho fue protegido —y más tarde condecorado— por los Estados Unidos. Por eso Wette critica a los gobiernos de la RFA que construyeron “una rehabilitación política sin contemplar la responsabilidad histórica”.
Jerarcas, universitarios, empresarios y políticos
Es impactante constatar que la desnazificación en la administración de justicia, en las universidades y en el sector empresario siguió el mismo comportamiento. Grandes objetivos, que en menos de dos años quedaron en la nada. Ya para 1951 el 75% de los jueces durante el nazismo habían recuperado el cargo de entonces, así como 80% de los profesores y para qué hablar del empresariado. Los grandes grupos como Krupp, Flick, Thyssen, IG Farben (fabricante del Zyklon B), Volkswagen, Dailmer-Benz, BMW, Hugo Boss, Deustche Bank y tantos otros no sólo financiaron el asalto nazi al poder, sino que se beneficiaron con la destrucción de partidos de izquierda y la represión a los sindicatos a partir de 1933, aprovecharon la confiscación de bienes judíos, mantuvieron bajos salarios, utilizaron mano de obra esclava en los campos de concentración… y pocos, muy pocos recibieron leves penas de prisión. También serían beneficiarios del Plan Marshall, verdaderos artífices del milagro alemán de posguerra, ya que no se cambia un equipo que gana. Sobresale la figura de Schacht —“el gran mago” que le dio sustentabilidad económica al régimen en los años treinta, sin la cual jamás el nazismo hubiese financiado el rearme ni podido entrar en guerra. Veamos qué pasó con la política.
En 1997, el historiador alemán Norbert Frei publicó “La Alemania de Adenauer y el pasado nazi”. Intendente de la ciudad de Colonia, situada en el Conurbano Renanense, Adenauer resistió al nazismo e incluso conoció la prisión. Pero como primer Canciller de la República Federal Alemana (RFA) tomó la decisión de privilegiar la integración política, la estabilidad económica y la tranquilidad social, lo que permitió el regreso de los nazis en la “nueva” Alemania, antes que el reconocimiento de los crímenes y la reeducación moral. La prioridad de Adenauer, dice Frei, era la estabilidad y el alineamiento con Estados Unidos en tiempos de la Guerra Fría. Por eso hubo varias leyes de amnistía en la década de 1950, que permitieron liberar criminales de guerra y permitir el acceso de los nazis a la función pública. Era posible, nos dice Frei, por el hecho de privilegiar era silencio y la negación antes que la reflexión y la justicia. “La sociedad alemana de posguerra”, escribe, “estaba más comprometida con el olvido que con la rendición de cuentas”. “La guerra fría hizo que las purgas antinazis aparezcan como políticamente inconvenientes y moralmente innecesarias” para el gobierno de la RFA. El anticomunismo fue más importante ante la necesidad de contar con una burocracia experta, aunque tuviese pasado nazi. La “realpolitik” a corto plazo reemplazó a los principios democráticos, de modo tal que los altos funcionarios en el poder judicial, en el ministerio de relaciones exteriores y la policía estuvieron afiliados al partido nacional-socialista. “Esa continuidad en el personal aseguró la continuidad en las actitudes que duraron mucho más allá del final de la guerra”. Esto revaloriza el lema argentino de “Memoria, Verdad, Justicia”. Sin ese derecho que es también un deber, a la larga reaparece el fascismo incluso en nombre de la libertad, como bien lo advirtió George Orwell. Los juicios de Núremberg no fueron un punto de partida, sino un punto final. Y de esos barros estos lodos…
Una Europa de Goebbels con redes sociales
Hoy, la extrema derecha europea goza de buena salud, gracias por preguntar. Veamos un panorama, por orden alfabético. En Alemania la “Alternativa por Alemania” (AfD) es el segundo partido del país, sólo atrás de la CDU, que son liberales de derecha, por encima de los socialdemócratas, que son liberales de izquierda. Para combatir la AfD, que cuenta por un quinto de los votos, el actual gobierno alemán de la CDU retoma el discurso xenófobo de la AfD, entre otros temas. En Austria, el Partido de la Libertad de Austria (FPO) existe desde 1956, y en la elección de 2024 obtuvo un 28,8% de los votos, lo que le permitió ser el bloque más numeroso en el Consejo Nacional. En Portugal, la agrupación “Chega” (basta en portugués), fundada en 2019, es el principal partido de la oposición con 60 diputados en la asamblea nacional después de las elecciones de mayo del 2025, más aún que el Partido Socialista. En Francia, el llamado Frente Nacional fundado por Jean Marie Le Pen en 1972, obtuvo el 31% de los sufragios en las elecciones europeas de 2024 y mantiene ese tercio de las voluntades en los comicios franceses. Ahora estila en llamarse “Encuentro Nacional”. En Holanda, el Partido por la Libertad (PVV), que fue fundado en 2006 por Geert Wilders, pica en punta en las recientes elecciones con cerca de 25% del voto. También podríamos hablar de ese extremismo que también cunde en el Reino Unido, en Polonia, en Grecia. En Italia, Los “Fratelli d’Italia” que existen bajo ese nombre desde 2012, reagrupan los neofascistas del “Movimiento Social Italiano” y no pocos berlusconistas. Giulia Meloni es la primera ministra, lo que hace de esta formación la primera versión del “nuevo orden” en el poder.
Digamos que estos partidos están unificados en sostener un nacionalismo de exclusión, por ejemplo cuando afirman que los servicios que subsisten del Estado de Bienestar deben ser reservados para los ciudadanos de origen bien certificado; practican una islamofobia de rigor, reflejada en el rechazo activo a los inmigrantes y el apoyo al Estado de Israel; desconfían de la Unión Europea, que consideran demasiado liberal; alertan sobre una peligro comunista tan inminente para ellos como inexistente en la realidad. En síntesis, hoy la identidad fascista en Europa está construida sobre la supuesta amenaza que representan los migrantes —los pobres— que buscarían reemplazas a la población de origen europeo, si tal cosa existe. ¿Raza es clase? Estos movimientos no reflejan los miedos de las sociedades europeas: lo fabrican. Puede ser bajo la forma de chivos emisarios, de teorías conspirativas, de usar la victimización, apelar al miedo, ejercer nostalgia de algo que nunca existió, lo que redunda en la normalización de los discursos de odio. ¿Se imaginan un Goebbels con redes sociales? Y además predican la libertad absoluta de mercado. Ah, bueno. Parece que, en efecto, la desnazificación no funcionó muy bien. Por eso el tema no es cómo pudo resurgir la extrema derecha, sino cómo pudo tardar tanto. Y qué hacer aquí y ahora.
Como Diputado Nacional fui parte de una comitiva parlamentaria que visitó Berlín en 2013. Por supuesto, nos encontramos con nuestras contrapartes en el Bundestag, donde pude apreciar el olvido que los alemanes tienen de las consecuencias del Tratado de Versalles de 1919 cuando mencionaban las obligaciones argentinas ante el Club de Paris, en el que la dictadura de Aramburu nos comprometió desde 1956. Con algunos ancestros alemanes, pensaba que “esto con el Káiser no pasaba”. Pero lo más interesante fue constatar que la amnesia germana también abarca los años nazis. Era como si no existieran, como si jamás hubieran existido, si tal cosa hubiese sucedido en otro país, época, continente. La amable guía de origen turco que nos deleitó en una pormenorizada visita al Congreso Alemán —Dem Deustche Volke, dice en el frontispicio— no pudo explicar lo que había pasado en el incendio del Reichstag en 1933, ni muy bien qué había pasado después de 1945. Al menos nos mostró el lugar donde ondeó la bandera roja ese citado año. Sale selfie. Fue en alguna recepción en la Embajada que pude conocer a un ingeniero germano-argentino que habló del tema. Contó que recién durante la guerra de Vietnam-Nam, cuya intervención norteamericana trasmitida en vivo y en directo por la telefunken mostraba los bombarderos masivos que realizaba la fuerza aérea estadounidense. “¿Acá nos pasó lo mismo?”, dijo que preguntaban. Me interesaba saber qué pensaban los padres que vivieron el tercer Reich. “Mi papá era un nazi de a pie, como todo el mundo”, contestó compungido. Al ser confrontados con la realidad luego de 1945, reconocieron el horror de los crímenes cometidos. Pero con la vejez volvieron a reivindicar esa gran Alemania, que vendió el alma por la supuesta grandeza, en un giro digno de Fausto y de Mefistófeles. ¿Qué hacer cuando el máximo poder de la propia nación es también el de la mayor abominación? Hay que decir que el Ingeniero, gran tipo, fue sorteado para el servicio militar argentino, pero parece que hubo algún problema y no entró. Pidió ser sorteado de nuevo, y sacó número bajo. Le hubiera tocado Malvinas. Se ve que las Valquirias no estaban ese día. “Soy el primero de mi familia que no va a una guerra”, remató con una media sonrisa. Gott mit Uns.
… “Lo que han visto estuvo a punto de dominar el mundo aún no hace tantos años.
Los pueblos terminaron por tener la razón,
Pero nadie puede cantar victoria antes de tiempo.
¡Todavía está fecundo el vientre que parió a la bestia inmunda!
Respetable público: aprendamos a ver,
En lugar de mirar como el cordero que marcha al matadero”.
“El resistible ascenso de Arturo Ui”, Bertold Brecht. Estrenado en 1958.