La Cumbre: tensiones y adaptación

Leopoldo Puchi | 

En diciembre de 1994 acudieron a Miami los jefes de Estado y de gobierno de Latinoamérica y del Caribe para asistir a una reunión convocada por el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton. El encuentro, que se realizó bajo la denominación de Cumbre de las Américas, tenía como objetivo fundamental adaptar las relaciones entre los países del continente a las nuevas condiciones políticas, económicas y sociales surgidas del fin de la Guerra Fría.

La realidad geopolítica que nacía era la de un predominio de carácter unipolar: una potencia dominante, sin contrapesos. El nombre de su capital, sede del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro de EEUU, serviría para acuñar el término Consenso de Washington, que más allá de sus fórmulas sobre reformas económicas, se basaba en la idea de un entendimiento general sobre la propiedad capitalista, el mercado y las formas políticas democráticas, en línea con la ideología del Fin de la Historia.wpeD.gif (69895 bytes)

Sobre la base de esas concepciones, se desarrolló una suerte de fundamentalismo de mercado, restricciones extremas al papel del Estado y acoplamiento al peso estadounidense y de la globalización sobre la soberanía de los países. Se pensó entonces que a partir de estas doctrinas sería posible una integración económica de gran alcance en todo el hemisferio.

Fue un momento en el que, como lo indica Dani Rodrik, “estabilizar, privatizar y liberalizar’ se convirtió en el mantra de una generación de tecnócratas que se afilaban los dientes en los países en vías de desarrollo y en los de los líderes políticos a los que aconsejaban”. En este marco, la idea central de la primera Cumbre fue la de crear el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), que debía estar lista en 2005.

Desde 1994 para acá, el mundo cambió, ya no es el mismo. Pero lo que revelan las tensiones, embrollos y confusiones que se han presentado en la organización de esta novena Cumbre es que la élite dirigente en Washington no ha comprendido que ha habido cambios sustanciales, en la región y en todo el planeta, y que es necesario adaptarse a ellos.

En 1994 el mundo era unipolar, ya no lo es, ahora estamos presenciado la expansión productiva y comercial de China, cercana a convertirse en la primera potencia económica. Rusia no está en la situación postrada del momento de la disolución de la Unión Soviética y ha llegado a apelar a la guerra en función de sus intereses, como hasta ahora solo lo hacía EEUU. Y en la región latinoamericana se ha ido derrumbando, con altos y bajos, la mentalidad de subordinación geopolítica.

El silencio

Joe Biden busca en lo interno resaltar un contraste con el expresidente Donald Trump y sus seguidores, pero adaptarse a nuevas realidades no es sencillo. Biden hace poco para cambiar sus relaciones con los países de la región.

Mark Esper - Wikipedia, la enciclopedia libreUna ocasión extraordinaria para diferenciarse ha sido la declaración del exsecretario de Defensa, Marc Esper, quien confesó que durante el gobierno de Trump se había programado efectivamente una acción militar contra Venezuela, lo que ha debido generar de inmediato, por su inmensa gravedad, una condena y una orden de investigación. Pero en lugar de esto, se ha guardado el silencio propio de quienes no son capaces de entender las nuevas circunstancias.

Lo mismo ha sucedido con la organización de la Cumbre, una suerte de comedia de equivocaciones. El secretario del Hemisferio, Brian Nichols, informó hace unos días que ni Venezuela, ni Cuba ni Nicaragua serían invitadas, y todavía se desconoce si tendrán el mismo trato los presidentes de El Salvador y Guatemala.

López Obrador tocó la campana, como para que se dieran cuenta que estamos en otros tiempos. En varios escenarios insistió en que no hubiera exclusiones y finalmente informó que, de haberlas, no asistiría al evento.

Almagro usa el derrumbe de la Línea 12 del metro para atacar a Ebrard en vísperas de las elecciones | EL PAÍS MéxicoEn cuanto a la OEA, no ha sido solo Luis Almagro el que la ha hundido, sino que la vieja nave no responde a las realidades de hoy y debe ser inevitablemente sustituida por instituciones autónomas.

Esta dificultad para ver y adaptarse deriva de una idea de supremacía que no tiene sentido, pues se puede cooperar en términos de respeto. A su vez, no se ha entendido que el interés de cada país latinoamericano es distinto al de EEUU, por más que haya valores comunes. Al mismo tiempo, se ignora frecuentemente que cada nación tiene sus propias instituciones y que las de EEUU no rigen en el resto. Comprender es adaptarse.