La Cumbre de la Tierra Río+20
LUIS BRITTO GARCÍA| ¿Qué pasó con la naturaleza? Se suponía que era lo natural, lo no tocado ni transformado por el hombre. Al parecer la hemos cambiado tanto, que debemos manipularla para que vuelva a ser lo que era. Aunque lo logremos, ya nunca volverá a ser natural ¿Cómo ha ocurrido este cambio? ¿Podremos revertirlo? ¿O revertirlo sin cambiarnos?
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Al parecer, la naturaleza no fue percibida como tal mientras era natural. Para las civilizaciones del Antiguo Oriente, consistía en una trama de relaciones estables de las cuales el hombre era apenas una parte. Para la tradición grecorromana, se convirtió en habitáculo de deidades hostiles que había que aplacar desde el recinto seguro de la ciudad. Para la Ilustración , la naturaleza era lo agreste: la toleraba sometida a la clausurada disciplina del jardín. Para el positivismo seguía siendo la sede hostil del Salvajismo, a destruir y superar mediante la Barbarie y la Civilización. Apenas el romanticismo valoró lo natural como reacción contra la Revolución Industrial.
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Pues la “Naturaleza”, desde el punto de vista de la economía, había pasado a ser conceptualizada como una de las tres fuerzas productivas, junto al Trabajo y el Capital. Un modo de producción es una organización de esas fuerzas que se mantiene relativamente estable mediante una superestructura ideológica. A tal modo de producción, tal cultura, pero también tal ecologia. El capitalismo presupone como paradigma la competencia y ésta exige la mayor aplicación posible de fuerzas productivas en el más corto plazo para el mayor beneficio. Librado a sí mismo, cumplirá la mayor devastación de recursos, la mayor explotación de la fuerza de trabajo y la mayor aplicación de las herramientas productivas. Curiosamente, el marxismo no alteró significativamente este paradigma. Postuló que todos los pueblos deberían acelerar su desarrollo capitalista según el modelo europeo hasta formar una clase obrera que tomara el poder mediante la revolución.
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Todas las formas culturales de la superestructura, ciencia, derecho, política, religión, estética contribuyen en forma más o menos unánime a imponer estos principios. El colonialismo y luego el imperialismo los expanden por todos los ámbitos del planeta. La circunvalación del globo evidencia que éste es limitado, y desencadena las guerras imperiales por su reparto. A tal modo de producción, tal ideología. Uno de los instrumentos del capitalismo es la contabilidad, inventada por Fra Lucca Paccioli a fines del siglo XV. El Capital reduce a todo a cifra y no tarda en cuantificar las restantes fuerzas productivas. Por el Trabajo no hay que preocuparse: Thomas Roberto Malthus postula que la población tiende a crecer en progresión geométrica y Adam Smith que su remuneración será reducida al mínimo mediante la ley de la oferta y la demanda. También aventuró Malthus que los recursos sólo crecen en proporción aritmética. Poco después Darwin formula su teoría de la selección natural que determina la supervivencia del más apto. El mundo sería, entonces, un juego suma cero cerrado donde la ganancia del Capital equivale a la inmolación del Trabajo y de la Naturaleza. El desarrollo de estos postulados culmina en catástrofe.
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Un sistema que se pretende global termina por formular teorías totalizantes. Ernst Haeckel acuña en 1866 el término Ecología para estudiar las relaciones entre los seres vivos; a principios del siglo XX Ludwig von Bertalanffy sistematiza La Teoría General de los Sistemas, la cual verifica que todos los componentes de un sistema interactúan e influyen entre sí. En 1972 William Behrens, Donella Meadows, Dennis Meadows y Jorge Randers sostienen en The Limits to Growth que la mayoría de los recursos estarán agotados a mediados del siglo XXI; en 2010, Norgard Peet y Ragnarsdóttir consideran que “su enfoque sigue siendo útil y sus conclusiones sorprendentemente válidas”. El juego está cerrado.
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Si hay que limitar el crecimiento y el desarrollo, el imperialismo ya sabe a quién limitar: a la población y los sistemas económicos del tercer Mundo. Así como destruyó la revolución contracultural de los años sesenta apropiándose de sus símbolos e invirtiéndoles el significado, también amenaza destruir el movimiento ecológico confiscándole sus consignas. Quien debe sacrificarse es la víctima. Un Imperialismo Verde y un Ecologismo Neoliberal pretenden arrebatar a los países en desarrollo sus recursos naturales transfiriéndolos, del control mas o menos democrático de los Estados Nación, a transnacionales, ONGs o minorías étnicas. La privatización de la naturaleza es el prólogo de la privatización de la humanidad. Sobre estos temas se debatirá en la Cumbre de la Tierra Río +20. De su solución depende si habrá más cumbres, y más humanidad.