José Gabriel Palma: ¿Neoliberalismo o neoparasitismo?, radiografía al ciclo político económico
“Así como ya se auto-regalaron los bosques nativos, los minerales profundos, el agua de lluvias, los deshielos de primavera, las vertientes naturales y los peces del mar, ¿por qué no darle una nueva vida a este modelo agotado con otra piñata que incluya los glaciares antárticos, las nieves eternas y los derechos a las nuevas fuentes de energía renovables como los rayos del sol, las olas del mar, las corrientes marinas, los vientos cordilleranos y el fuego de los volcanes? Seguro que nuestros distinguidos ya tienen grupos de consultores, llenos de neo-camaradas, trabajando en eso”, afirma el economista José Gabriel Palma, profesor de Cambridge y la Usachp.
-¿A qué asocia el difícil escenario político-económico que América Latina atraviesa en la actualidad?
Unos más, unos menos, el panorama es de cuesta abajo en la rodada. Nunca he visto a una América Latina tan malgastada y carente de ideas −y justo cuando más las necesitamos−. En política económica el discurso hegemónico es el mismo de hace 40 años y el mundo ya no puede ser más distinto. En política comercial todavía se repite lo mismo que antes del surgimiento de China e India; igual en lo financiero, a pesar del ahora mercado más parasitario y auto-destructivo de la historia; y en política industrial, igual de perdidos (por ahí alguna buena intención que jamás se concreta). Voces alternativas se siguen desechando como ruido. Nuestras economías están en un limbo y nadie parece tener idea cómo reenergizarlas, fuera de hacer más de lo mismo, ojalá mejor. Nunca países de ingreso medio se han podido desarrollar en esa forma “vegetativa”.
Quizás lo peor fue cómo nos farreamos el -mal llamado- “súper-ciclo”. Cuesta encontrar nuevas capacidades productivas −salvo más de lo mismo en lo extractivo−. Al menos algo subió el gasto social. Y ahora que los precios de los commodities vuelven a niveles más normales, el panorama es desolador: ajustes, desaceleración y más deuda. Nos farreamos una de esas oportunidades que, cuando mucho, llegan una vez por generación. Fue populismo con esteroides. Aunque un desastre como el actual es algo complejo y, de seguro, sobre determinado, si tuviera que identificar a dos prima donnas en la interacción de la indolencia, elegiría a nuestra elite capitalista (por su insustancialidad), y a la así llamada “nueva izquierda” (por su marchitamiento ideológico).
Epidemia: corrupción más impunidad
–Partamos por lo primero.
Bien. Parafraseando a Mario Vargas Llosa, la piñata de las privatizaciones y la de los recursos naturales, y la corrupción generalizada que les siguió, fue lo que jodió al modelo −como un árbol que nace chueco y nunca más se pudo enderezar−. Y como no hay nada más contagioso a todo nivel (incluida el ideológico) que corrupción con impunidad, hoy ya tiene carácter de epidemia. En mi país, familiares y amigos del dictador hoy son reyes del mercado y principales financistas de neo-camaradas, quienes están felices de que se siga premiando todo tipo de opciones cómodas para acumular, del tipo rentista, depredador, especulador y como “traders”. Pero esos espacios se agotan y el modelo topa fondo.
Por eso (como sugeriría Nicolás Guillén), así como ya se auto-regalaron el agua de las lluvias, los bosques nativos, los peces del mar, los deshielos de primavera, las vertientes naturales, los minerales profundos y las aguas de los fiordos, ¿por qué no darle una nueva vida a este modelo que se agota con otra piñata, una que ahora incluya glaciares del sur, parcelas del cielo, ventisqueros andinos, derechos a los rayos del sol, a las olas del mar, a las corrientes marinas, a las nieves eternas, a las mareas de la luna, a la humedad de las nubes, a los vientos cordilleranos, al agua dulce de los icebergs y al fuego y gases de los volcanes? Así ya se quedan dueños -y pueden rentar- de los cinco elementos del Godai. Seguro que nuestros distinguidos ya tienen grupos de consultores, llenos de neo-camaradas, trabajando en eso.
El problema de fondo, como diría Oscar Wilde, fue que en este modelo esforzarse para ganar plata haciendo algo útil en lo productivo no-puramente extractivo, pasó a ser signo de falta de imaginación. El año pasado, la productividad promedia por trabajador en la región fue igual a la de 1980 (US$34 mil, precios del 2015, PPP). Si bien hay diversidad entre países y sectores, ¡eso sí que es estancamiento promedio!: 36 años. El contraste con los países asiáticos es notable, partiendo por la forma en la que se hicieron las reformas: la productividad promedio por trabajador en el Asia emergente se sextuplicó en dicho período (pero seguro que todo es por salarios bajos…). Esto es, si nuestra productividad era entonces 9 veces mayor (1980), ahora es apenas un tercio más alta − y de seguir todo igual (nada indica lo contrario), en 6 años más nos pillan. Lindo modelito; ¡hay que ser muy gil! El menos dinámico del Asia emergente en esta variable (Malasia) tiene una tasa de crecimiento que es 50% mayor a la del más dinámico en nuestra región (Chile).
No por nada llega a ser insólito cómo nuestras corporaciones le hacen el quite a competir con sus pares asiáticos en cualquier cosa productiva. Tiran la toalla sin siquiera intentar. Les da lo mismo que a raíz de eso casi todo lo interesante para el crecimiento queda en Asia. Se conforman con enviar a Asia el petróleo en crudo, el cobre como concentrado, el hierro en bruto, la madera como astilla y la soja en poroto; hasta la nuez va con cáscara. Total, en la economía interna han construido toda una maraña de mecanismos compensatorios a su falta de dinamismo, como el poder extraer a gusto todo tipo de rentas que le subsidian −y ayudan a perpetuar− sus inhibiciones productivas. Y el mayor subsidio de todos, por supuesto, es nuestra gran desigualdad: el poder sacar un pedazo grande de una torta chica.
–¿Cuán diferente es nuestra distribución del ingreso respecto de la de Asia?
Miren a Chile, mi país. La información tributaria indica que el 1% más rico se apropia de casi un tercio del ingreso. Y por hacer las simplezas que hace, para lo cual sólo necesita invertir, innovar y diversificar en forma mínima. Dado su ingreso por habitante, la economía chilena −para muchos, el paradigma− es una de las menos diversificadas del mundo. Y el gran crecimiento de la inversión corporativa chilena en el resto de la región no es más que una forma de arrancar del país, tanto para ampliar el portafolio político, como para evitar tener que invertir en diversificar la economía nacional en lo productivo, pues obviamente es más fácil hacer más de lo mismo en el país del lado. El último ejemplo es una corporación chilena que acaba de ofrecer más de US$1.000 millones por 600 estaciones de servicio en Argentina; como en Chile ya no cabe una más, y para no tener que molestarse en hacer algo útil como industrializar el sector exportador, es más fácil pasar a hacer lo mismo elemental al lado. Además, desde un punto de vista tecnológico, venta de bencina en estaciones de servicio ya se acerca al límite de la molestia en cuanto al desafío que una oligarquía de este tipo está dispuesta a tomar.
Mientras tanto, en economías donde la elite capitalista no necesita que le subsidien su falta de imaginación y dinamismo diversificador, como la coreana y la taiwanesa, el 1% se lleva una fracción de lo que se llevan las de acá: alrededor del 12% del ingreso nacional. La diferencia distributiva con Corea es incluso más notable si se compara el 0,1% más alto: mientras en Chile esa pequeña minoría se cree con el derecho divino de llevarse un 20% del ingreso, en Corea se conforman con casi cinco veces menos (4,4%).
Y para qué decir el contraste del 0,01%: mientras ese grupo ínfimo (unas 300 familias) acarrea en Chile con un 12% del ingreso, en Corea ese grupo −que incluye a algunos de los empresarios más exitosos del mundo− se quedan satisfechos con un séptimo de eso (1,7%). Al margen de los inevitables problemas de medición, ¿cuál otra que una falla tectónica de mercado podría ser la lógica de este contraste alucinante? Y una que sólo sirve para incentivar, resguardar y sustentar la falta de progresividad de nuestras oligarquías. Como ya lo analicé en otra publicación (ver columna de CIPER), muchas oligarquías en el mundo (incluso en Asia) también quisieran llevarse lo de sus pares latinoamericanas, y por hacer el tipo de cosas que ellas hacen, pero hasta ahora no han podido salirse con la suya. Quizás nuestros grandes empresarios (grandes en tamaño) deberían patentar su invención.
–En ese sentido, ¿por qué es tan relevante la comparación de Chile con Corea?
Pues hasta hace no mucho, ambos países tenían niveles promedios de productividad similares: en 1980 los dos llegaban a un quinto del de Estados Unidos: Chile 21% y Corea, 19% (medido en dólares normales constantes, no PPP, a precios del 2005). Desde entonces, Corea creció a una de las tasas más altas del mundo, mientras Chile solo logró el lugar 23 en la tabla de posiciones. Incluso, durante nuestro único período de dinamismo (1986-1998), Chile no logró alcanzar la tasa de crecimiento de la productividad en Corea. Pero la gran diferencia vino después de eso, pues mientras a nosotros se nos acabó el oxígeno, Corea continuó creciendo en forma acelerada −crisis financiera del ’97 y todo−.
Es el contraste entre ser corredores de maratón (Corea), y de media distancia (Chile). Y por tener tantos altos y bajos, de acuerdo a los datos ya citados, Chile pudo cerrar su brecha productiva con los Estados Unidos durante este período (1980-2015) solo en algo minúsculo (2 puntos porcentuales, llegando al 23%); mientras tanto, Corea fue capaz de avanzar como 15 veces más. De continuar estas velocidades, Corea no se demorará mucho en cerrar totalmente su brecha productiva, mientras nosotros vamos a necesitar (literalmente) más de un milenio para hacerlo. Que haya otros países donde las cosas estén peor, y a veces mucho peor (como en Brasil y Venezuela) −y que eso también pase en otras partes, como en Sudáfrica−, es sólo el consuelo del mal de muchos.
Manchester United, el prototipo
–¿Podría brindarnos algunos ejemplos concretos en esta comparación de Chile con Corea?
Como explicaba en la publicación ya citada, ¿cuál podría ser la racionalidad para que los Samsung se lleven una retribución relativa tanto menor a la de nuestros empresarios, a pesar de ser capaces de competir mano a mano con Apple e Intel, y de dominar junto a LG (otra corporación corana) el mercado de pantallas planas? Sus pares chilenos se llevan tantas veces más del ingreso nacional por hacer concentrado de cobre: un barro con un contenido de metal de aproximadamente un 30%, resultado de una flotación rudimentaria del mineral bruto pulverizado (si fuese factible exportar el mineral en forma aún más primitiva sin duda que lo harían, pues la apropiación de la renta de los recursos naturales se hace en lo más primario del producto; de ahí para adelante vienen los procesos industriales de elaboración, los cuales mejor dejárselos a los asiáticos).
¿O cuál podría ser la lógica que hace a los Hyundai tan pudorosos mientras construyen autos con tecnologías de punta? Sus homólogos chilenos demandan tantas veces más del ingreso nacional tan solo por echarles bencina a esos Hyundais. ¿Y por qué los dueños de astilleros en Corea serán igual de recatados, mientras construyen los barcos más grandes, complejos y tecnológicamente avanzados de la historia? Los criollos, en cambio, exigen tantos múltiplos más por molestarse en producir salmones de 3 kilos, con sus correspondientes piojos y extra dosis de antibióticos (500 veces más por pescado que en Noruega). ¿Y por qué será que hay tanta modestia entre los tech startups in Corea, cuando el Bloomberg Global Innovation Index los ha colocado como primeros en el mundo en cuanto a sus capacidades para investigación y desarrollo, densidad tecnológica y generación de patentes (entre otras áreas similares)?
Nuestros no tan modestos emprendedores, en cambio, requieren una retribución relativa tanto mayor tan solo por hacer astilla de madera y pulpa de tercera. Y nuestros oligarcas que se dedican a la pesca de alta mar se ríen de los peces de colores, pues en Chile siete de esas 300 familias del 0,01% tuvieron el derecho natural a llevarse gratis las mejores cuotas pesqueras del país, y (de facto) a perpetuidad −y con el aplauso cerrado de la barra brava neo-liberal de la nueva izquierda (bueno, unas cuantas propinas siempre ayudan). Usando el lenguaje del polo (después de todo, en Chile somos campeones mundiales de ese deporte; parece que no todo lo relacionado con la desigualdad tiene que ser negativo), ¿cómo puede ser posible que empresarios con un hándicap que cuando mucho llega a 5 (el mínimo para ser profesional), ganen proporcionalmente tantas veces más que los asiáticos, quienes a menudo se acercan al máximo de 10?
Sería interesante si en la dimensión empresarial también pudiésemos seguir el prototipo del Manchester United: si Inglaterra no produce suficientes jugadores de fútbol de nivel mundial, o entrenadores, ¿qué tal importarlos? En nuestro caso, importar empresarios asiáticos que son como pez en el agua para operar en mercados altamente competitivos; e importar policy-makers asiáticos, quienes parecen ser los únicos que todavía entienden la gran diferencia entre lo que es el interés corporativo y el nacional (en especial, entienden que es un delirio la idea esa que basta la disciplina de los mercados y su auto-regulación para que éstos, incluidos los financieros, funcionen en forma eficiente desde una perspectiva social).
–El último informe Forbes parece confirmar lo que usted dice.
Así es. A nadie le debería sorprender, entonces, que haya más billonarios en el desastre que es Brasil que en Corea; y más jeques de este tipo en Chile que en Arabia Saudita.
–Resulta interesante pensar este estado de situación en relación al desarrollo de la ciencia y la técnica.
Corea gasta 11 veces más en investigación y desarrollo (como porcentaje del PIB) que Chile. Pero para el tipo de desafíos tecnológicos que tienen las actividades a las que se dedica nuestros grupos económicos parece que esa insignificancia basta. Como dijo Miguel de Unamuno (en una polémica con José Ortega y Gasset): “¡Que inventen ellos!” (se refería al resto de Europa). ¿Cuál es el problema? Para luego agregar: “La ciencia quita sabiduría a los hombres” (¿y a las mujeres?). No por nada la tradición ibérica ha sido siempre mucho más creativa en pintura, escultura, música, teatro, literatura y cine, que en sus contribuciones al desarrollo productivo y al de las ciencias.
La falta de ilustración ibero-americana, más allá de las artes y las letras, también ha tenido un impacto negativo en las ciencias sociales; en especial, debido a la falta de sofisticación en el ejercicio del poder por parte del Estado. Aquí las ideas de Foucault son cruciales. El conocimiento y el poder están íntimamente interrelacionados, uno presuponiendo al otro. Aparte de su dimensión filosófica, la idea de Foucault intenta mostrar cómo el desarrollo de las ciencias sociales está interrelacionado con la necesidad de desarrollar formas más sofisticadas de poder. Éstas requieren un conocimiento más refinado de la sociedad y de sus formas de dominación. En el mundo ibérico, en cambio, ya que los Estados tienden a gobernar en formas más rudimentarias −en parte, para poder hacer sustentable estrategias de acumulación igualmente rudimentarias− se ha requerido de un nivel menor de desarrollo del conocimiento social. ¿Dónde está el Picasso del pensamiento económico iberoamericano; el García Márquez de su sociología; o el Neruda de su ciencia política?
Quizás ni el estructuralismo latinoamericano de la posguerra realmente se salva, pues como dijo uno de sus principales letrados, su substancia estaba “en la originalidad de la copia”. Como ya explicaba en otro lado, el pensamiento Cepalino tomó lo fundamental del estructuralismo francés de la posguerra (y luego prefirió olvidar sus raíces). Mientras nuestros caciques sigan creyendo que tienen el derecho divino a tanto, por tan solo recolectar la fruta que está al alcance de la mano, y puedan seguir saliéndose con la suya, y en democracia, no solo nuestra economía sufrirá las consecuencias. Darwin desarrolló el concepto de “fósiles vivientes” para referirse a especies que sobreviven a pesar de que sus parientes cercanos en otros lugares ya están extintos. Especies que perduran por haber estado expuestas a menor competencia. Creo que este concepto es particularmente apropiado para nuestras oligarquías.
–Por tanto, ¿para poder entender nuestra gran desigualdad hay que mirarla en un contexto más amplio?
Sin duda. Mi argumento central en esta materia es que nuestra verdadera trampa del ingreso medio es nuestra extrema desigualdad; y que todos aquellos que la justifican (o magnifican sus logros) son vendedores de ilusiones. ¿Será pura casualidad que Corea (junto a Taiwán) tengan, junto a su asombroso éxito económico, unas de las mejores distribuciones del ingreso “mercado” del mundo, aquella antes de impuestos y transferencias? Una que es mucho más equitativa que la de cualquier país de la Unión Europea −Alemania incluida−, o incluso que la de los famosos países nórdicos, célebres por su equidad. ¿Chile? Ranking 120 en esa variable; y eso aún después de cinco gobiernos de la así llamada “centro-izquierda”, que al menos al nivel del discurso decían querer hacer algo para mejorarla. Y desde el punto de vista de la distribución después de impuestos y transferencias, (según las encuestas de presupuesto familiar) el “Coeficiente Palma” nos indica que el 10% más rico en mi país se lleva alrededor de 3 veces más que el 40% más pobre.
En Corea, este coeficiente es 1. Esto es, mientras en Corea el 10% más rico se lleva prácticamente lo mismo que el 40% más pobre, en Chile pone el grito en el cielo si no se lleva 3 veces más de la torta. Como resultado, en Chile el 10% más rico se lleva casi 20% puntos porcentuales del ingreso por sobre lo que se apropia su par en Corea. ¿Alguien podría argumentar que ese “segundo plato” del decil más rico en Chile (equivalente casi a un quinto del ingreso nacional) refleja fundamentos objetivos y no artimañas políticas y fallas de mercado, especialmente diseñadas para ello? En el menú de ese “segundo plato” se destaca la apropiación gratuita (y muchas veces ilícita) de las rentas de los recursos naturales. También la regulación financiera al dente (que legitima la usura); y todo tipo de fallas de mercado que permiten la degustación de una amplia gama de rentas artificiales, como las que provienen de una concentración oligopólica ilimitada y la posibilidad de explotar dicho poder de mercado casi sin contrapeso. También se encuentra la facilidad para coludir y fijar precios; para la fuga de capitales; y la creación de institucionalidades hechas a la medida para extraer todo tipo de rentas artificiales (muchas veces con el carácter de extorsión) en la salud, pensiones, infraestructura y educación.
Y en cuanto a esta última, entre tanta falla artificial de mercado hechas a la medida para generar y sustentar nuestra extrema desigualdad, una de las más evidentes es la segregación artificial del mercado de la educación en cuanto a su calidad.
A nuestras oligarquías (verdaderas máquinas aspiradoras de rentas) se les beneficia además con tasas impositivas bajas, regresivas y llenas de artificios; y con estados que creen que el ser “subsidiario” significa la obligación de tener que subsidiar y subsidiar al gran capital de este tipo. Difícil tarea tienen quienes intentan explicar todo esto desde la perspectiva de la teoría económica ortodoxa. Al menos los de la tradición austríaca, y los de la de Adam Smith, a diferencia de los neo-liberales à-la Chicago (y sus neo-camaradas en la nueva izquierda), entienden que dichas rentas son artificiales, altamente ineficientes y un modelo para “how to get the prices wrong” −y que estas rentas no tienen nada que ver con el laissez faire−. En realidad, son su antítesis. A su vez, quienes critican dicha falla distributiva de mercado solo desde una perspectiva ética, pierden la noción del movimiento que lleva a generarlas.
–Por lo tanto, parece claro que hay formas diferentes para globalizarse.
Lo que queda en evidencia es que dentro del capitalismo globalizado hay formas muy diferentes de hacer las cosas. Una es con eficiencia, mayor equidad, empresarios schumpeterianos y un Estado capaz de disciplinar al gran capital −esto es, si quieren ganar plata, ningún problema, pero en su país y en algo socialmente útil, para lo que se requiere controles de capital a la salida y política industrial que reorienten la asignación de recursos a actividades con el mayor potencial de crecimiento de la productividad en el largo plazo −incluido el transformar “lo verde” de problema en solución. También uno con derechos muy bien definidos a los medianos y pequeños productores. En Corea, por ejemplo, para poder instalar un supermercado había primero que compensar a los almacenes del barrio (¡qué poca modernidad la de estos coreanos!). La otra forma de globalizarse, la nuestra, aquella que exuda modernidad neo-liberal…
Por supuesto, tampoco hay que idealizar Asia. Allá, por ejemplo, hay tanta corrupción como en nuestra región. Pero en el último escándalo de ese tipo en Corea terminó preso el heredero y alto ejecutivo de Samsung. En Chile, mientras tanto, una palmadita en la mano basta. Lo absurdo es que la nueva izquierda nunca quiso entender que ese tipo de legislación (recordemos que fue un gobierno de la nueva izquierda el que cambió la legislación para que no se pudiese mandar preso a ningún empresario condenado por colusión, u otros delitos de ese tipo) va en una dirección ortogonal a lo necesario para la eficiencia y el crecimiento de la productividad (a la comisión respectiva se le olvidó ese punto). En Asia, las oligarquías saben muy bien que para continuar con su poder y privilegios tienen que invertir, generar nuevas tecnologías, diversificar las economías. En América Latina, en cambio, lo que yo llamo “nuestras oligarquías con tenure”, creen que tiene el derecho divino a estar donde están, y a perpetuidad, y en forma totalmente independiente a su dinamismo productivo.
–¿Qué políticas económicas sugiere para salir de todo esto?
Como si todo lo anterior no fuese suficiente, un problema adicional a nuestra forma pueblerina de globalizarse es que no hay que ser demasiado optimistas respecto del rol que podrían tener políticas económicas más ilustradas. Por ejemplo, una cosa es estar a favor de un tipo de cambio estable y competitivo (como en Asia); otra es creer que si se lo implanta aisladamente en medio del modelo neo-liberal actual −misma ideología, mismo comportamiento parasitario por parte de nuestras oligarquías, mismos policy-makers− éste podría por sí solo tener un impacto transformador. Por decir lo obvio, las políticas económicas solo pueden operar dentro de dinámicas institucionales específicas, y su efectividad depende de eso.
¿Obra de Dumbledore o Voldemort?
–Entonces, ¿cuál es el principal secreto de Asia?
Junto a lo que ya mencioné, yo siempre destaco su envidiable pragmatismo ideológico. Eso los lleva a ser los herejes del neo-liberalismo; y su increíble dinamismo les permite pecar sin miedo a las iras de las deidades neo-liberales (mercados financieros, FMI, agencias de calificación de riesgos, etc.). Mientras todo occidente (en especial, en el mundo anglo-ibérico) se tragaba la píldora de que las reformas neo-liberales eran la obra de Dumbledore, en Asia sabían instintivamente que si venía de donde venía, y favorecía a los intereses que hacía, solo podía ser una construcción de Voldemort. Por eso digo que nuestros economistas que ayudaron a diseñar este modelo mostraron ser buenos “ingenieros de sistema”, pues ayudaron a que la ideología neo-liberal en su versión más burda terminara conquistando nuestra América con la misma fuerza con la que la Inquisición conquistó a España. Otros, menos generosos, los llamarían sastres: expertos en hacer excelentes trajes a la medida.
–Su argumento entonces es que nuestro 1% se lleva tanto no “por ser los mejores”, sino porque el traje fue hecho a la medida.
Así es. Sin duda nuestra elite capitalista malentendió a Darwin, y cree que lo que él decía era que el que sobresalía lo hacía porque era “el mejor”. Para él, sobresalir nunca tuvo una connotación valórica; esa calificación se la dan siempre quienes, por cualquier razón, están arriba (y su inevitable enjambre de aduladores). Para Darwin, dado un medio ambiente específico, sobresalen aquellos que (muchas veces por razones puramente fortuitas) tienen las habilidades y energías relevantes. Cambie el medioambiente y el cuento es otro. Por eso, uno de mis intentos por descifrar lo que realmente es el neo-liberalismo, lo analiza desde esta perspectiva: es una ideología y una tecnología de poder que ambiciona imponer una praxis político-económica e institucional que genere, en forma totalmente artificial, un medioambiente hecho a la medida de las habilidades, singularidades e intereses −e insuficiencias− de un tipo específico de gran capital. Un medioambiente que le pueda dar todas las ventajas imaginables al capital rentista, al depredador, al financiero especulador, al extorsionador, al trader, y al de aquellos que se esconden de la competencia internacional operando en el sector no-transable de bajo desafío tecnológico. En la selva neo-liberal, ese tipo de capital es rey (y en él puede corroborar sus delirios de grandeza). En otros medioambientes más competitivos e ilustrados, a muchos no les daría ni para respirar.
–Pero, ¿a quién perjudica ese medioambiente?
Ese medioambiente, hecho a la medida de unos, tiene un gran costo económico para otros, pues no solo le hace la vida casi imposible a una parte importante de la población, sino también a otros agentes económicos mucho más dinámicos, como es el caso del capital más productivo, en especial el de la manufactura −y a todo aquél que tiene que vivir en un mundo realmente competitivo, como la pequeña y mediana empresa−. Ese mundo productivo donde hay que invertir e innovar constantemente solo para poder sobrevivir en el mercado; y solo si le va bien, ganar al menos un poco. Para nuestros empresarios neo-liberales, y sus neo-camaradas, ese tipo de mercado ya representa una etapa anterior (e inferior) en la evolución humana: aquella donde había que luchar por la subsistencia.
En el Brasil pre-neoliberal, por ejemplo, la manufactura representaba un tercio del PIB −cuando esta actividad producía más que la de China, tres veces más que la de India y cinco veces más que la de Corea−; hoy, en cambio, cuando tiene que enfrentar la nueva competencia asiática −y con las desventajas que además le da una macroeconomía antediluviana− con esfuerzo llega al 10% del PIB −con una producción que apenas llega a un 5% de la de China, a menos del 60% de la de India, y menos de la mitad que la de Corea−. ¿Tendrá por casualidad su desastre económico actual algo que ver con el hecho de que su oligarquía cambió manufacturas por finanzas, lo elaborado por lo extractivo y la innovación por el retail? Y que para poder hacer eso sin contrapeso (incluido el tener que neutralizar a la nueva izquierda), incrementó la corrupción de la política por un múltiplo de dos dígitos. ¿Tendrá ese desastre algo que ver con cambiar un modelo que (con todos sus enormes problemas) era productivo, por uno que solo premia estrategias rentistas, especulativas, depredadoras y la de los traders? La diferencia con Asia es que allá el Estado y la oligarquía usaron las reformas para fortalecer su modelo productivo, y no para cambiarlo por otro más placentero. Si la nueva izquierda tan solo hubiese entendido eso…
–Pero hay sectores que han tenido gran desarrollo.
Sí, sin duda en América Latina han surgido actividades cuya productividad llegó a nivel mundial, lo que nos lleva a una estructura productiva muy heterogénea; pero éstos se concentran en lo extractivo y en las multilatinas cuya base de rentabilidad muchas veces viene, junto a lo financiero fácil, de haber sabido coordinar a la perfección cadenas de producción de bajo valor agregado, compuestas principalmente por pequeños y medianos proveedores con el yugo al cuello. El error garrafal de nuestro modelo neo-liberal de acumulación y dominación −al que John Stuart Mill probablemente llamaría distópico− fue su ilusión de que podía ser sustentable en el tiempo sin necesidad de reorientarse a lo productivo.
Por eso, lo difícil de comprender no es por qué este ciclo político-económico neo-liberal comienza a desgranarse −en especial en su versión anglo-ibérica−, sino cómo pudo durar tanto tiempo sin desarticularse. Eso no significa que esté a punto de colapsar; para nada. Solo que su versión original se desintegra, y que eso, por ahora, nos lleva a escenarios aún peores, tipo Trump, Brexit, y el renacer de la burda ultra-derecha europea. También crea nichos para algunas izquierdas despistadas, las cuales en su impotencia frente al poder absoluto corporativo neo-liberal, cual meteoritos, se fragmentan en la atmósfera con discursos cada vez más principistas (como la necesidad de “decrecimiento”). Otras, aún más despistadas, glorifican violencias tipo lumpen. Menos mal que también surgen otras izquierdas, algo por lo que el 1% debería estar agradecido, al menos porque trae sanidad al debate. No por nada este modelo neo-liberal, junto con ser una forma tan ineficiente de organización económica, ha demostrado ser una de las tecnologías de poder más sofisticadas de la historia −en parte por esa increíble capacidad de cooptar o rayar a tanto opositor−. Cuando ando optimista pienso que las cosas van a tener que empeorar aún mucho más, antes de comenzar a mejorar.
Brasil: un millonario cada 27 minutos cuando la economía ya estaba en crisis
–Según su parecer, ¿qué hizo el Partido de los Trabajadores en Brasil, fuera de lo social, para cambiar las cosas?
Mucho ruido, pocas nueces. Una vez di una presentación en Cambridge en un seminario para altos ejecutivos de multinacionales. Eran los primeros años de Lula, cuando todo el mundo andaba alucinado con Brasil. Su título fue: ¿Is Brazil’s recent growth acceleration the world’s most overrated boom? Después lo publiqué con el mismo título. Enfatizaba que ese auge inicial del período del Partido de los Trabajadores (PT), dado sus políticas (o mejor dicho, su falta de políticas) era insostenible. A menos que el gobierno interviniera en la matriz productiva, no solo sus objetivos sociales iban a ser insostenibles, sino su crecimiento inicial iba a ser insustentable. Al final del curso uno de los participantes escribió como comentario al programa: “Ojalá Palma esté equivocado sobre Brasil; sino, acabo de cometer el error más grande de mi vida al comprar una empresa brasilera a un precio astronómico”. Pero en Brasil, ¿cuál podría ser el problema para los de arriba? (incluido para aquél que vendió tan bien su empresa a esa multinacional). Como muestra un informe de Forbes, durante el período del así llamado Partido de los Trabajadores se triplicó tanto el número de millonarios (aquellos con más de US$30 millones en activos netos, sin contar su residencia principal), como el de centa-millonarios y billonarios.
Algo parecido tuvo lugar en los otros países de la región con gobiernos “progresistas”. De hecho, en términos relativos ninguna otra región del mundo creó tanto millonario, centa-millonario y billonario como América Latina. Y arriba de la tabla están los países gobernados por la “vieja” y la “nueva” izquierda −Venezuela, Brasil, Chile y Argentina- que se ordenan de manera diferente según la categoría de millonario que se analice. Mientras tanto, en Brasil (como en casi toda la región) durante todo el período neo-liberal la inversión por trabajador ha sido sistemáticamente menor en términos reales a la que hubo en 1980 −la cual no fue particularmente alta−, incluido todo el período del PT y el boom de los commodities. Mientras tanto, en este período Asia multiplicaba la inversión por trabajador por factores que llegan hasta dos dígitos (China incluso por 26, mostrando que también se puede hacer demasiado de algo positivo). Así y todo, y cuando su economía ya estaba en plena crisis, en Brasil surgía un nuevo millonario tipo-Forbes cada 27 minutos. Y ahora todos se extrañan de que en un carnaval como ése algún día tuviera que llegar la cuenta.
–Y en particular, ¿cómo analiza la destitución de Dilma Rousseff?
Para mí, lo fundamental de lo que pasó es que en un país estructuralmente corrupto como Brasil, para encontrar una solución al “dilema hobbesiano” (cómo mantener la paz social), se requiere alternancia en el poder. Pero cuando un partido amenaza eternizarse en las alturas (el PT ganó cuatro elecciones seguidas y tenía la quinta en el bolsillo), los del otro lado pierden la paciencia −por mucho que el PT les haya hecho considerables “trickle-down” para apaciguar los ánimos−. Por eso, creo que lo fundamental del reciente golpe institucional en Brasil fue un ajuste de cuentas dentro de la Cueva de Alí Babá. Más de la mitad de los parlamentarios que votaron tenían ellos mismos juicios en contra.
Sólo en un caso de mega-corrupción (Odebrecht en Petrobras, compañía constructora que ya ha reconocido más de US$3 mil millones en corrupción) ya han sido implicados cinco ex-presidentes, varios excandidatos a la presidencia, 60 parlamentarios, incluido los presidentes de ambas cámaras legislativas, ocho ministros del actual gobierno, la mitad de los gobernadores, y muchos otros políticos (incluido el alcalde de Río durante las Olimpíadas). Y el que inició y lideró el impeachment contra Dilma (el presidente de la Cámara de ese entonces) ya fue entregado en sacrificio por sus correligionarios para apaciguar a las masas (a quien, según la grabación que delató a Temer, había que seguir sobornando en la cárcel para comprar su silencio). El pecado de Dilma (cuentas fiscales alegres) parece cuento de hadas al lado de lo demás.
–Volviendo a Asia que se desarrolla, ¿tenemos otra lección que aprender?
Sí, varias más. Una fundamental es que ellos fueron los que mejor entendieron a Darwin: “El que sobresale no es el más fuerte, ni siquiera el más inteligente, sino el que mejor se adapta al cambio”. Pero claro, en nuestra región es difícil adaptarse imaginativamente al cambio dentro de este modelo. ¿De cuántas formas se puede rediseñar este modelo pueblerino, sin desordenarlo en forma terminal?; sin que los potentados pierdan su derecho tipo-pernada a llevarse hasta un tercio del ingreso, año a año. Como diría un físico, ¿de cuántas formas se puede remodelar una estructura con tan poca entropía? ¿De cuántas formas se puede reinventar algo tan bondadoso para algunos y en democracia? ¿Cómo se puede cambiar un sistema que insiste tan efectivamente en reproducirse y mantenerse por sí mismo? Uno (¿autopoiético?) que aunque se intente cambiarlo estructuralmente, su red tiende a permanecer invariable, manteniendo su identidad. ¿De cuántas formas se puede limitar tan efectivamente el acceso de otros a las rentas, construyendo lo que Douglass North llamó acertadamente un “Limited Access Order”?
Fallas de la “vieja” y la “nueva” izquierda
–En otras palabras, ¿usted considera que nuestra dificultad para adaptarnos al cambio en América Latina es algo estructural?
Sin duda. Y a nuestras rigideces también hay que agregarle la ideología. Como nos decía José Ortega y Gasset: el problema de América Latina es que hay demasiados individuos satisfechos consigo mismo, que miran a la realidad como espejo de auto-contemplación. Toda la razón. Basta mirar nuestro 1%. Y el narcisismo nunca ha sido una buena receta para adaptarse al cambio; para tener aquella flexibilidad necesaria para poder adaptarse a esa tendencia natural del orden −tanto en el mundo físico, como en el social− de transformarse constantemente en desorden (y así subir su entropía). Es esa continua tendencia al desorden, precisamente, lo que genera nuevos desafíos políticos, económicos, institucionales e ideológicos, cuya solución requiere de una continua sofisticación de las formas de dominación y acumulación. Considero que ése es nuestro Talón de Aquiles colectivo; porque ahí fallan casi todos nuestros empresarios, políticos, intelectuales, y la vieja y la nueva izquierda.
–Resulta paradójico porque los de la nueva izquierda dirían que ellos sí se adaptaron al cambio.
Para nada. Ideológicamente solo multiplicaron por menos 1. Eso nunca ha sido adaptarse al cambio, es acomodarse. Un empresario comentaba recientemente en mi país sobre un evento con un candidato de la nueva izquierda para las próximas elecciones presidenciales: “No dijo nada, pero lo dice tan bien”. Sería difícil sintetizar mejor el discurso actual de la nueva izquierda. Como nos decía Antonio Gramsci, para que una ideología pueda seguir siendo hegemónica, tiene que ser capaz de absorber −pero en forma imaginativa− elementos de ideologías alternativas. Pero para la ideología de muchos en la izquierda, hechos como la caída del Muro de Berlín tuvieron un impacto terminal. Por lo tanto, las nuevas ideas, en vez de interactuar creativamente con las existentes, simplemente destruyeron el sistema anterior de creencias.
Y así, en la nueva izquierda, otro conjunto de ideas y dogmas simplemente terminaron reemplazando a los precedentes. Y no puede ser más revelador de la flojera analítica de la nueva izquierda (con sus conceptos tan inocuos como el de “la tercera vía”), que lo único que se le ocurra al actual gobierno “progresista” de Chile respecto de los problemas de la globalización neo-liberal sea querer firmar el vergonzoso Tratado del Transpacífico (TPP). Tratado cuya razón de ser es el consolidar nuevos derechos para cuanto parásito existe en este mundo. Todo esto dentro de un contexto místico llamado “defensa a la expropiación indirecta”, para lo cual estima necesario limitar el campo de maniobra de los gobiernos al espacio que las grandes corporaciones y timadores internacionales considerasen tolerable −tanto en áreas como la política económica, lo salarial y tributario, el medio ambiente, la competencia, los derechos de los consumidores, la salud pública y las finanzas−. Defensa que además exige que cedamos cuanta soberanía sea necesaria a cortes Mickey Mouse: con jueces elegidos a dedo y llenos de conflictos de interés.
–Pero el Tratado del Transpacífico se presentó como un tratado comercial.
Ese era el anzuelo. En realidad, para las multinacionales el TPP no era más que un hedge tipo credit default swap, pues saben muy bien que tienen que resguardarse ya que tarde o temprano la gente se va a cansar del abuso de lo que se llevan y por lo poco que hacen −por lo que las reglas del juego pueden cambiar−. En los últimos 12 años solo las del cobre han sacado de Chile como repatriación de utilidades (en moneda de igual valor) más que todo lo que costó el Plan Marshall de la post-guerra (aquél programa para la reconstrucción de toda la Europa devastada por la guerra). Y se llevan eso por molestarse en hacer cosas como el concentrado de cobre. Como ya decía, ¡hay que ser muy gil! A su vez, todas las multinacionales juntas han sacado durante ese período utilidades por un monto superior al stock de todos lo ahorros previsionales de los 10 millones de chilenos forzados a cotizar en el sistema privado de pensiones (las AFP).
De hecho, entre 2002 y 2014 (durante la bonanza de los precios de los commodities) las multinacionales sacaron de Chile como repatriación de utilidades el equivalente a todo un PIB. Y los que no se cansan de aplaudir todo esto, y además quieren ofrecerles a las multinacionales aún más garantías vía un TPP, son el prototipo de izquierda “renovada”. Tan, pero tan renovada, que Gardel podría decirles: hoy tenés el mate lleno de infelices ilusiones / te engrupieron los otarios, las amigas, el gavión / la milonga entre magnates con sus locas tentaciones / donde triunfan y claudican milongueras pretensiones / se te ha entrado muy adentro en tu pobre corazón. Tanto así, que en este proceso, los renovados llegaron a convencerse de que su rol histórico era ser los nuevos consiglieri de la oligarquía. En Brasil hasta Fernando Henrique Cardoso dijo que no había nadie como Lula para complacer a la elite (y él sí que sabe de eso). Ya nos decía Adorno: “la forma más efectiva de dominación es aquella que delega en los dominados la violencia […] en la que descansa”.
–En esta perspectiva, ¿en qué se diferencia la “nueva” de la “vieja” izquierda?
En breve, partamos por lo que las une: a pesar de sus aparentes diferencias, las dos siguen igual de pegadas en el pasado. Una, la vieja, idealiza ese pasado y quiere construir un futuro que no es más que la copia feliz de ese pasado idealizado. La otra, la nueva, demoniza ese pasado y lo único que quiere es construir un futuro que sea el opuesto a ese pasado demonizado. Un futuro tan opuesto que en materias de política económica lo que antes era virtud, ahora pasa a ser vicio y lo que era vicio, ahora se entiende como virtud. Por definición, ideologías incapaces de dejar atrás los fantasmas del pasado carecen de creatividad. Son como aviones que pueden correr y correr en la pista, pero no pueden nunca despegar. Ahora, en cuanto a las diferencias entre ellas, hay una que distancia a la “vieja” de la “nueva” izquierda, y es que el nacionalismo es siempre inflacionario.
–Según su análisis, ¿qué hay en común entre nuestros problemas y los que llevaron a Trump y al Brexit?
Mucho más de lo que se reconoce. Antes se decía que los países desarrollados le mostraban a los más atrasados la imagen de su futuro. Si alguna vez fue así, ya no lo es. Muchos esperaban que la globalización nos llevara a una gran convergencia entre las naciones, con mayor similitud ideológica y en las instituciones. Lo que siempre intuí, es que si bien iba a haber convergencia, ésta no se iba a dar en torno a las características civilizadoras de los países avanzados. En cambio, con algunas excepciones notables en Asia, siempre he argumentado que la convergencia actual se iba a dar en torno a lo que nos caracteriza a nosotros, países de ingreso medio, altamente desiguales, poco dinámicos, con elites insubstanciales, Estados eunucos, ideologías fundamentalistas, y tanto académico y político encandilado por sus conflictos de interés.
En otras palabras, en dicha convergencia, realidades como las nuestras iban a ser “el norte magnético”. Me explico: no era que nuestros mercados laborales se iban a civilizar, sino que los hasta ahora civilizados se iban a latinoamericanizar. Lo mismo iba a pasar con nuestras bajas tasas impositivas, su asombrosa regresividad y porosidad, con nuestros niveles de desigualdad y baja inversión. Recordemos que cuando Reagan fue elegido en 1980, el 1% en los Estados Unidos ganaba menos del 10% del ingreso; para la crisis del 2008 ya llegaba a niveles latinos con su bananizante 24%. Y, al mismo tiempo, la inversión privada también seguía nuestros pasos, insistiendo en ser siempre menor que la pre-Reagan como porcentaje del PIB; hasta el punto en que en la actualidad la inversión privada neta llegó simplemente a cero. Esto es, mientras el 1% capturaba durante los últimos 20 años más de dos tercios del crecimiento total de los ingresos reales por familia, lo que devolvía de eso a la economía en forma productiva (inversión privada) disminuía significativamente en términos relativos al PIB (hasta terminar por desaparecer en términos netos). Por su parte, el decil más alto llegó a llevarse más de la mitad del total de los ingresos del país; un nivel mayor al de cualquier otro año desde 1917, superando incluso a 1928, año cumbre de la burbuja de los Roaring Twenties. ¿Suena conocido?
Trump: un Macbeth tropical
–En ese sentido, ¿qué es lo que representa Trump?
Trump no es más que un Macbeth tropical, que logró desahogar a los enrabiados proyectando su descontento hacia latinos indocumentados, musulmanes de todo tipo y la competencia asiática. Mi argumento es que él (y lo que representa) no solo es el mejor reflejo de la mediocridad actual, sino que Trump podría perfectamente ser un monstruo de Frankenstein, construido a partir de componentes de nuestros héroes visionarios, aquellos que desinteresadamente introdujeron las reformas en América Latina: Los Siete Magníficos, quienes marcaron para siempre el neo-liberalismo de la región. Su respeto por los derechos humanos, lo aporta Augusto Pinochet; su sentido estético, viene de Carlos Menem; su honestidad, de Carlos Salinas de Gortari; su apego a la democracia, de Alberto Fujimori; su profundidad ideológica, de Fernando Collor de Mello; su seriedad fiscal, de Alan García y su sanidad mental, de Abdalá Bucaram. El terror es que Trump ratifique la profecía de Hannah Arendt, aquella que ya se confirmó en el Chile de los torturadores y del grupo duro de los Chicago Boys: el peor mal lo hace gente insignificante.
–Fuera de su conocida fragilidad financiera, ¿por qué se hace insostenible el modelo neoliberal en
A riesgo que algunos ya abandonen la lectura de la entrevista (pues ya es algo más larga que un tweet), es importante destacar que entre los muchos aspectos de este modelo que ya están topando fondo, uno muy revelador es lo que pasa en los salarios. En los Estados Unidos, el salario promedio masculino ha estado estancado en términos reales desde la elección de Reagan en 1980 y el comienzo de la “modernidad” neoliberal. Pero como la productividad por trabajador continuó creciendo (a una tasa inferior al período anterior, pero al menos lo hizo a un promedio de un 1,5% por año), la diferencia entre el valor de lo que produce un trabajador y lo que se le paga subió en términos reales de un promedio de US$20.000 en 1980 a US$70.000 estos días.
Es decir, lo que se podría llamar el “excedente bruto” por trabajador se multiplicó 3,5 veces en moneda de igual valor. Y en el caso de una trabajadora se duplicó de US$40.000 a US$80.000. En parte por eso, las utilidades corporativas están ahora en récord histórico, a pesar de los lamentables fundamentos económicos (el peor período de crecimiento desde la Gran Depresión, no obstante todos los mega-esfuerzos de reactivación). Lo mismo con la bolsa de comercio, cuya burbuja es la segunda mayor en 100 años; pero como es tan generalizada (es decir, tan indiscriminada), pasa a ser la mayor si se la mira desde el punto de vista del precio accionario mediano. Mientras tanto, la inversión privada también se acerca a un registro histórico, pero en el otro sentido: por lo poco que representa como porcentaje del PIB. ¡Hablando de trajes hechos a la medida! Parece que aprendieron de nuestras oligarquías a cómo ganar tanto con la ley del menor esfuerzo.
Y como si todo eso no fuese suficiente, la deuda corporativa también llegó a un récord histórico. Y con utilidades tan estratosféricas e inversión privada tan mínima, ¿por qué necesitará tanta deuda el sector corporativo? Como todos saben, para jugar en el casino financiero, para comprar sus propias acciones (y así subir artificialmente su precio y los bonos de fin de año), para repartir dividendos siderales, comprarse unas a otras a precios astronómicos, incrementar salarios de ejecutivos y contribuir a sus fondos de pensiones en formas nunca antes vistas ni soñadas: en los Estados Unidos los ahorros previsionales de los 100 CEOs de las mayores corporaciones son equivalentes a los de 116 millones de conciudadanos de la mitad más baja de ingresos del país. Esto es, esas utilidades récord y esas deudas récord se destinan a cualquier cosa, menos a hacer algo útil desde un punto de vista productivo (algo que ya es de mal gusto).
– ¿Pero cómo se logra la cuadratura del círculo: altas utilidades con tan poca inversión?
Los neoliberales, aparentemente, habrían logrado inventar la máquina del movimiento perpetuo, aquella que no tiene necesidad de que se le inyecte energía externa (inversión privada). Las ganancias podrían seguir creciendo per secula seculorum gracias a factores como una mayor supremacía de lo financiero, más concentración oligopólica, más colusión, más offshoring en busca de salarios cada vez más bajos y condiciones laborales cada vez más medioevales (como en lo textil en Bangladesh) y redes cada vez más amplias para poder atrapar más y más rentas bajo el concepto de propiedad intelectual (una de las tantas corporaciones parasitarias estadounidense patentó el nombre del arroz basmati, de tradición casi milenaria en la India).
Y el leitmotiv del TPP era legitimar ese parasitarismo. Las utilidades también podían seguir creciendo por el desarrollo de nuevas formas de extorsión en la salud, de endeudamiento en la educación y de nuevas formas rentistas de administrar pensiones e infraestructura. Por un deterioro en la calidad del producto y en la atención al cliente − en cuanto a esto último, la forma cómo la United Airlines trató a un pasajero por negarse a aceptar un abuso grosero, quien terminó con contusión cerebral, nariz quebrada y pérdida de dos dientes, es un buen reflejo de la naturaleza del nuevo business model en esta área−. También, por la forma como actuó, lo es respecto del lado en qué está en estas materias “la fuerza del orden”. En esta área, lo que le pasó hace poco a un compatriota ya sobrepasa todo en cuanto a monstruosidad corporativa. Por decir lo obvio, para que las corporaciones continúen ganando a esos niveles, y con tan mínimo esfuerzo inversor, tienen que entrar cada vez en forma más profunda en ese círculo vicioso de la ineficiencia y el abuso.
Oligarquías tipo fósiles-vivientes
–¿A dónde nos lleva todo esto?
Según Andy Haldane, economista jefe del Banco Central de Inglaterra (no precisamente un economista heterodoxo), somos testigos de un proceso de “auto-canibalismo” corporativo. Si antes los accionistas se repartían en promedio 10 de cada 100 libras de utilidades corporativas, hoy se llevan alrededor de 70. Y si antes un accionista se quedaba en promedio con una acción por seis años, ahora es por menos de seis meses (por lo que cada vez le importa menos la salud de largo plazo de la empresa). Tanto que nos decía Keynes (y muchos antes que él): un capitalismo desregulado y con exceso de liquidez (que en parte importante se debe al incremento de la desigualdad) se transforma inevitablemente en autodestructivo. Pero explíqueles eso (allá y acá) a quienes cuyos ingresos dependen de no entender…
Para mí, la actual convergencia mundial, en especial en occidente −aquella (como decía) en la que nosotros aportamos el norte magnético− tiene un elemento evolutivo adicional, casi surrealista: oligarquías de países desarrollados, que hasta ahora fueron las más ilustradas y desenvueltas, hoy buscan cerrar brechas “al revés” (esto es, hacer un reverse catching-up). Mi argumento es que las oligarquías de los países desarrollados viven hoy lo que en paleontología se llama “un taxón Lázaro”: un organismo, que por razones evolutivas ya estaba extinto, misteriosamente comienza a reaparecer.
En el caso de los Estados Unidos, por ejemplo, si bien es cierto que en lugar de plantaciones ahora rigen las todopoderosas finanzas parasitarias, el presente comienza a tener más que semejanzas pasajeras tanto con nuestras realidades latinas, como con lo que podría haber sucedido en ese país si el Sur hubiera ganado la Guerra Civil. En este proceso −y en lo que podría ser una de las ironías político-económicas supremas de la historia− nuestras oligarquías tipo “fósiles-vivientes” no solo ven resucitar a sus parientes supuestamente extintos, sino que estos Lázaros (que en su vida anterior las miraban con desprecio) ahora las tratan de imitar. Es como si desde un punto de vista evolutivo, nuestro tipo de oligarquía −y su homóloga en el Sur de los Estados Unidos antes de la Guerra Civil− fuesen a tener la última palabra. Esto, aparentemente, le podría dar la razón histórica a la naturaleza sub-prime de nuestras elite económicas.
Pasarían de fósiles vivientes a prototipo de oligarquía “moderna” −en el sentido del nuevo (para nosotros viejo) paradigma parasitario a seguir. Sus parientes, aparentemente extintos, ahora reaparecen y también quieren tener el derecho a la tajada del león en el ingreso nacional −y por hacer cosas igualmente triviales−. Para eso, ya amoldaron las instituciones necesarias, como tener un Estado que encuentre su razón de ser en el apoyo a su cruzada rentista. Y nuestras oligarquías, con la reaparición de sus parientes extintos, quienes ahora intentan hackearles el secreto de su comportamiento banal, pueden jactarse (y no sin razón): ¡el que ríe último, ríe mejor! Y a sus parientes que reaparecen en otras partes del mundo, aquellas que antes llamábamos desarrollados, ahora les pueden decir, con deliciosa ironía: ¡bienvenidos al Tercer Mundo!
–¿Qué opinan los asiáticos de todo esto?
Los asiáticos no pueden creer su buena suerte, pues todo esto les deja el camino libre para continuar desarrollándose en forma productiva, sin contrapeso. Como decíamos, basta mirar cómo se abren las brechas en cuanto a tasas de crecimiento de la productividad.
–¿Qué efectos tiene eso en occidente?
Poco tenía Hillary Clinton que decirle a los Millennials, que fuese convincente, de por qué este capitalismo aberrante los lleva a ser la primera generación más pobre que la de sus padres (desde que existen números relevantes). ¿Cómo podía Hillary explicarles a los menores de 40 años por qué ya estaban condenados a pagar solo por el servicio de su deuda educacional más que el PIB de Uruguay? (deberían, porque casi 8 millones ya están en moratoria). ¿O por qué el servicio de su deuda en otros ítems, como autos, ya era más que el PIB de Paraguay? ¿O por qué a tan temprana edad el servicio del total de su deuda, incluido la hipotecaria, ya era similar al PIB del Perú? Todo esto parte del hecho de que la deuda de los hogares ya está de vuelta al nivel pre-crisis de 2008 − por lo que ahora hablamos de un servicio actual de esa deuda mayor que el PIB de la Argentina, deuda que en buena parte no es más que una forma de compensar el estancamiento de los salarios. Y si agregamos la deuda de los otros agentes (como el corporativo y el gobierno), llegamos a que hoy en Estados Unidos ya se paga como servicio de deuda algo similar al PIB conjunto de Brasil y México −y eso que las tasas de interés están artificialmente bajas−.
Pero ahora en los mercados financieros nadie necesita padecer de vértigo, pues ya saben muy bien eso de que “si alguna deuda chica sin querer se te ha olvidado, en la cuenta del otario (subsidiario) que tenés se la cargás”− aquel que con su Quantitative Easing (QE), y otras formas creativas de subsidio, absorbe cuanto activo financiero basura existe en este mundo −el FED, por ejemplo, ya asimiló casi US$2 millones de millones tan solo en términos de hipotecas securitizadas, muchas de ellas sub-prime−. Mercados financieros que ahora lo único que tienen que hacer es rezar para que “el bacán que te acamala tenga pesos duraderos”. En realidad (como sugiere un sociólogo alemán), lo único honesto que Hillary Clinton le podría haber dicho a los menores de 40 para subirles el ánimo era que si votaban por ella iban a poder continuar endeudándose, y así seguir “coping, hoping, doping and shopping”.
–Pero los mercados han reaccionado bien a la elección de Trump.
Trump es el resultado de que la desigualdad tiene un efecto corrosivo en la democracia. Y corrosivo para todos lados. Llega a dar risa cómo los mercados y la elite internacional tipo Davos tratan de seducir a Trump para que sus nuevos parámetros políticos y económicos terminen siendo solo más de lo mismo. Pero aunque termine en eso, el retroceso es importante pues la nueva implementación “de lo mismo” es ideológicamente bastante menos sofisticada, y se nutre de un culto más burdo a la violencia. Si bien nunca es bienvenido tener que reajustar un proceso global de acumulación, hasta ahora la élite global se ha adaptado bastante bien a los nuevos acontecimientos −como una familia aristocrática que se ha visto obligada a dar de mala gana la bienvenida a un nuevo familiar de otra clase social− como en una novela de Jane Austen. Desgraciadamente en el Sur las cosas se ven hasta más complicadas, pues el descontento no solo nos ha traído a personajes similares −como Modi, Zuma y Duarte−, sino que ellos han podido implementar sus políticas con menos cortapisas. Y los “progresistas” siguen analizando profundamente la superficie de los problemas de este capitalismo parasitario (acumulando más información que conocimiento). Y como en lo económico sólo innovan en la ayuda para los pobres (aunque ni tanto) recuerdan a Oscar Wilde cuando decía: “El sentimentalismo es meramente el día feriado del cinismo”.
–¿Y el Brexit? ¿Con qué efectos irrumpe en este contexto?
El Brexit tiene un gran parentesco sanguíneo con el fenómeno que llevó a Trump a la Casa Blanca −y no es imposible pensar que hasta podría incluso llevar algún día a Le Pen al Palais de l’Élysée (¿o habrá algún límite a la estupidez humana?)−. El Brexit fue el triunfo de una extraña alianza de sectores que se sentían “perdedores” en esta globalización neo-liberal −sectores a los cuales, de repente, también se les acabó la paciencia− y muchos dejaron de desahogar sus penas en bares de mala muerte y pasaron a rebelarse en las urnas. En otra ironía notable de la historia, la misma derecha neo-liberal que con sus cantos de sirena había logrado romper la identidad de clase de los trabajadores, ahora (por su miopía) hacía exactamente lo opuesto, se las devolvía, al crear dos nuevos factores aglutinantes: la inseguridad y la falta de identidad.
En Gran Bretaña, mientras las ganancias corporativas están hoy también por las nubes, el salario real promedio no solo cae, sino que lo hace a una tasa nunca vista desde mediados del siglo 19. Lo que pasó con el Brexit fue que en el país donde me tocó vivir (por esas raras artes del destino), la mayoría le dijo al discurso hegemónico neo-liberal que justifica todo eso: ¡son puros cuentos! Y el error garrafal de la nueva izquierda británica, y la del resto de Europa, por su constipación ideológica, fue entregarle a la extrema derecha una parte importante de esa nueva clase de descontentos: aquellos que antes, cuando reinaba la manufactura, se identificaban como proletarios, pero ahora se sienten apenas “pobre-letarios”. No hay que olvidar que en Alemania, y también en parte por las deficiencias de la izquierda de entonces −el antagonismo fratricida entre comunistas y socialistas−, muchos de esos descontentos se transformaban en Sturmabteilung (el ala paramilitar del Partido Nazi).
–Para finalizar, ¿por qué centra tanto su crítica en la nueva izquierda?
En la nueva izquierda y en la elite corporativa. Pero mire lo que pasó en tres de los países de este tipo que sigo más de cerca −Chile, Brasil y Sudáfrica−; existían condiciones ideales para algo distinto, pues habían mayorías dispuestas a apoyar agendas ilustradas. Pero, en lo fundamental, creo que a la nueva izquierda la frenó el miedo a lo desconocido, y optó por lo más fácil −más de lo mismo−, pero tratando de humanizar la ineficiencia del modelo, y consolidando derechos individuales como los reproductivos y los de orientación sexual−. Freud nos hablaba de nuestra ambivalencia con la realidad, relacionada con un miedo a lo desconocido, un temor al retorno a un caos primitivo donde puede existir una fuerza desconocida que destruya la comprensión y elimine el significado. Eso tiene relación con que tengamos tanta predilección por las ilusiones y facilidad para creer nuestros propios cuentos, en este caso, porqué solo se podía seguir con más de lo mismo. Ya muchos han hablado de la naturaleza del contar este tipo de cuentos. Sartre recalcaba nuestra predilección por los “de mala fe” –no en el sentido común del término−, sino en el de contar cuentos tanto para convencer a otros, como para auto-convencerse a sí mismo. Una tribu de habitantes originarios de Norte América decía que quienes fuesen buenos para contar cuentos dominarían el mundo.
Žižek (con la nueva izquierda en mente), nos dice que la última derrota ideológica es cuando uno cuenta cuentos de los otros como si fuesen propios. Yo agrego que cuando dos piensan lo mismo, solo uno es el que está pensando −y ése no es precisamente la nueva izquierda−.
Hoy muchos se preguntan, con cierta ansiedad, si un robot podría reemplazarlos en su trabajo. La nueva izquierda llegó a ser tan predecible que debería estar preocupada. Y lo común a todos estos cuentos neo-liberales lo sintetiza muy bien Oscar Wilde cuando dice: “El vicio supremo es la superficialidad”. Nunca han hecho tanta falta sabios del desarrollo como Hirschman, historiadores económicos como Kindleberger (que nos ayuden a entender el presente), expertos en finanzas como Minsky, intelectuales de nuestras tierras, como Mariátegui −y en especial, políticos con la determinación de FDR (a ese si que no le contaban cuentos), intelectuales con la creatividad de Gramsci, y economistas con la lucidez de Keynes.
*Versión original: Revista Estado y Políticas Públicas, Buenos Aires.