Damian Alifa|

El debate más trascendental en la vida política del país se libra a lo interno del chavismo. Es allí, en donde se pueden tomar las decisiones que muevan el engranaje del poder hacia un lado u otro en estos momentos. No obstante, la atención de medios y analistas se centran en la disputa gobierno-oposición, descuidando lo que ocurre puertas adentro de la coalición chavista.

Ésto es debido a que el chavismo se muestra celoso a ventilar sus problemas internos en polémicas públicas, pero también se debe a la mirada prejuiciosa de muchos analistas, que no logran distinguir los matices internos, descifrar sus lenguajes, sus símbolos y sus intereses. Ahora bien, es imposible llevarle el pulso a Venezuela, sin rastrear la dinámica interna en el campo chavista.

Hace nueve años el chavismo se preparaba para una elección presidencial y elaboraba un programa de gobierno, que después se llamaría el Plan de la Patria. Teniendo el excepcional liderazgo de Hugo Chávez a la cabeza, un precio del petróleo por encima de los cien dólares el barril, un enorme apoyo popular, los pronósticos eran bastante optimistas. Se hablaba de obras públicas de envergadura, empresas productivas, universidades, tecnologías, comunas, bajo el rótulo esperanzador de la “Venezuela Potencia”.

Para nadie es un secreto lo que ocurrió a continuación, la muerte de Hugo Chávez, la caída de los precios del petróleo y la relativa merma de la base electoral chavista (ha perdido alrededor de dos millones de votos con respecto al 2012), recompusieron la escena política en un abrir y cerrar de ojos. En este sentido, se abrió un escenario sumamente conflictivo, de choque con la oposición y tensiones políticas sin precedentes con los Estados Unidos. Aunado a esto, los gobiernos aliados del chavismo en la región fueron, en su mayoría, desalojados del poder y sustituidos por coaliciones de derecha hostiles al gobierno de Maduro.

En cuanto a los indicadores económicos y sociales de los siguientes años, se llueve sobre mojado cuando nos referimos a la contracción del PIB rondando el 70%, la producción petrolera disminuyendo en 90%, uno de los procesos hiperinflacionarios más prolongados de la historia de la región y por ende, un empobrecimiento general de la población. Esto sin hablar del grave colapso de los servicios públicos, la parálisis de obras, la disminución de subsidios y programas sociales, etc. Sin dudas, ésto se debe a errores macroeconómicos garrafales, errores administrativos y corrupción, fallas en las proyecciones, malas decisiones en el plano político y el agravamiento de este cuadro generado por las sanciones financieras impuestas por Estados Unidos como parte de la escalada del conflicto político.

Frente a estos torbellinos de problemas no calculados o consecuencia de errores, el bloque gobernante ha optado por verticalizar al chavismo, mantener la cohesión y disciplina de las bases que resisten y concentrar al máximo el poder político y militar. Asimismo, ha intentado, progresivamente y con mucha resistencia interna, una tímida reorientación de la política económica.

Esta nueva política económica se ha traducido en un mayor control de emisión monetaria, flexibilización del control cambiario, cierto “laissez faire” con respecto a la dolarización de facto, disminución del gasto público, aumento progresivo del cobro de los servicios, el levantamiento del control de precios y una mayor apertura frente a asociaciones con capitales privados extranjeros, esquemas gerenciales mixtos y/o privatizaciones graduales.

Este cambio de orientación ha sido visto con recelo por parte de las bases más ideologizadas del chavismo y cuadros medios del partido, abriendo un debate entre los que están de acuerdo con la nueva política económica y los que la cuestionan. Entre quienes la cuestionan, se encuentran los que advierten ésto como un desvió del plan más estatista de Hugo Chávez, los que no consideran que esta nueva política económica haya dado resultados y quienes simplemente piensan que el mayor peso de la apertura lo está absorbiendo el sector más vulnerable de la sociedad.

Por otra parte, las nuevas medidas económicas no cuentan con una narrativa que las

explique, acompañe, defienda. Tampoco con metas y proyecciones claras, que se hagan públicas y formen parte del debate. En este sentido, al no ser los cambios introducidos parte de un proceso de consulta y discusión, hace que se aumenten las tensiones entre partidarios y detractores de la nueva política. Ésto se viene expresando en debates públicos, intercambio de artículos, audios, comentarios entre dirigentes, que de alguna manera van dejando ver un malestar interno.

La dinámica interna del chavismo en los últimos años no cuenta con espacios de deliberación y gestión de las diferencias. Por tanto, el debate económico termina convirtiéndose en una amarga discusión, que deja fisuras y que es utilizada por unos y otros dentro del esquema de luchas por el poder entre los círculos militantes. Mientras tanto, la espiral de problemas en la calle sigue aumentando de manera vertiginosa, ahora agravados por la pandemia y sin que el discurso político genere pronósticos alentadores en el imaginario colectivo.

La renovación del chavismo, sus liderazgos, sus símbolos, pero especialmente su discurso, sus propuestas y sus ideas es urgente. La posición de este sector político se encuentra libre de amenazas no gracias a éxitos de su gestión, sino a que sus adversarios políticos no han sido capaces de presentar una alternativa sólida, creíble y esperanzadora al país. Sin embargo, hay un gran descontento, una gran inconformidad, incluso en las bases chavistas.

Si no logra reinventarse, seguirá perdiendo adeptos y generando nuevas oportunidades para que la oposición capitalice el descontento. Sin embargo, puede que entre los dirigentes se subestimen estos escenarios e incluso las aspiraciones de sus propias bases, lo cual podría generar nuevos problemas a futuro.

El chavismo por ahora le ha ganado el pulso político a la oposición, pero sigue teniendo en la economía un talón de Aquiles. Este problema es crónico, agudo y sumamente dramático para las mayorías. A todo esto se suma el desgaste natural de veinte años de gobierno. El gran desafío para el gobierno es elaborar una política económica eficiente en un contexto de sanciones financieras, bajo el peso de los errores propios cometidos durante años, en medio de un colapso general de los servicios y generando un mínimo de consenso interno entre aperturistas y estatistas, confianza en el sector privado y esperanza en la población.

Nada fácil, la interrogante abierta que subyace a este debate: ¿Es posible una “salida chavista” a la crisis venezolana o es necesario reconstruir un contrato social que incluya otras actores como el sector privado? La respuesta a esto, puede determinar la suerte del chavismo y la suerte del país en los próximos años.