“Hace dos días que sé quién soy, o quién no era”

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VICTORIA GINZBERG | El nieto de Estela de Carlotto aseguró que esperaba que la repercusión de su historia ayudara a que otros jóvenes recuperen su identidad. “Es maravilloso y mágico”, dijo sobre lo que está viviendo y señaló que se siente “convulsionado”.

Página 12

La primera vez que pudo decir en voz alta que tenía dudas fue en 2010, después de participar en una jornada de Música por la Identidad, el ciclo organizado por Abuelas de Plaza de Mayo con el objetivo, justamente, de acercarse a jóvenes que sospechan que pueden ser hijos de desaparecidos. Por eso, este año, el día de su supuesto cumpleaños, cuando se enteró de que quienes creía que eran sus padres no lo eran, las piezas encajaron. Y no tardó nada en presentarse en Abuelas para hacerse el análisis de ADN que estableció que era hijo de Laura Carlotto y Walmir Oscar Montoya, ambos secuestrados y asesinados durante la última dictadura militar. Su madre le puso Guido. Fue durante 36 años Ignacio Hurban. Hoy, en él, se conjugan los dos. “Hace dos días que sé quién soy o quién no era”, dijo. Su abuela Estela de Carlotto, la presidenta de la institución que desde hace 37 años busca a los niños, hoy jóvenes, que fueron apropiados durante la última dictadura militar, lo miraba y sonreía con todo el cuerpo.

“Doy la cara para que el inmenso colectivo de gente que está feliz pueda verlo”, explicó, porque entendía que su restitución era “un símbolo”, “una pequeña victoria en esta gran derrota que nos hemos dejado hacer”.

–¿Cómo te sentís? –fue la primera pregunta. Desde allí todos lo tutearon. Fue sincero, trató de escapar de los lugares comunes y explicar lo que le pasaba a sólo 48 horas de saber que su madre lo parió mientras estaba secuestrada. Explicó que no daba grandes definiciones, que ésta era la foto de hoy, dentro de un proceso que llevará tiempo.

–No te sabría decir. Tal vez en unos meses lo tenga más claro… Hay alegría. Sabía que si tenía una respuesta positiva traía alegría a mucha gente. Veo la alegría en sus ojos y disfruto la felicidad de los demás. Hay sensación de un trabajo cumplido.

El inicio

La sede de Abuelas de Plaza de Mayo desbordaba de micrófonos y cámaras de televisión. Los trece primos Carlotto y las dos primas Montoya se habían ido acomodando en la sala. Los dos pequeños bisnietos de la presidenta de Abuelas estaban a upa de sus madres y uno de ellos amagaba con desenchufar el cable que podía cortar el audio de la sala. Poco después, entraron Claudia, Remo y Kibo, los tíos, y la presidenta de Abuelas, Estela de Carlotto, junto a su nieto. Los periodistas gritaban, se peleaban. Estela pidió, amablemente, orden, como maestra que es, en todos los aspectos. Y lo presentó: “Mi nieto, nuestro, el nieto de todos”, dijo. “Que era conocido como Guido Carlotto y hoy también es Montoya.”

El estaba con una campera de cuero negra, sus rulos entrecanos y su nariz aguileña, al parecer heredada de su padre. Y con su compañera, Celeste, un pilar en el que se apoyó para sobrellevar este trastrocamiento (o acomodamiento) del mundo, y que no paró de sonreír al borde de las lágrimas durante toda la conferencia de prensa.

Parecía sereno. Hasta demasiado. Aunque dijo que no lo estaba tanto. “Estoy un poco convulsionado, hace muy poco que pasó esto. Es maravilloso y mágico y quisiera que esto que me pasa a mí sirva para potenciar la búsqueda. Que todos entendamos la importancia de cerrar estas heridas. Tengo la suerte de ser parte de este pequeño proceso de cicatrización.” Demostró que comparte con su abuela la voz clara y tranquila, la posibilidad de explicar en forma didáctica, sin contrariar ni enojarse, pero a la vez con la firmeza de quien tiene claro lo que quiere decir. Y lo que no.

–¿Cómo te sentís más cómodo, con Ignacio o Guido? –le preguntaron.

–Me siento más cómodo en la verdad.

Era el hijo de Laura Carlotto y Walmir Oscar Montoya, que nació en el Hospital Militar Central o en el Penal de Olmos. El bebé que Laura pudo sostener sólo cinco horas antes de que se lo sacaran con la falsa promesa de entregarlo a su familia. También era Ignacio, el joven que creció en Olavarría con los Hurban y se hizo músico desafiando el supuesto mandato familiar (aunque en realidad casi que lo estaba cumpliendo).

Respecto de su nombre, explicó que se identifica con el Ignacio que lleva desde hace 36 años, pero que entiende a su familia, que lo nombró Guido durante el mismo tiempo. “Para ellos soy Guido. Y esencialmente estoy feliz y agradecido. Agradecido por la lucha de mi abuela.” El “mi” generó más sonrisas. Sus tíos, parados detrás, le tocaban la espalda y le apoyaban la mano en su hombro.

Reencuentros

–¿Cómo fue el encuentro con tu abuela y tu familia?

–El reencuentro fue maravilloso. Cuando hay amor siempre es maravilloso. Para mí es diferente que para ellos. Hace dos días que sé quién soy, o quién verdaderamente soy o quién no soy.

Luego contaría cómo fue el momento en que recibió el llamado de su tía Claudia Carlotto, titular de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi), para contarle el resultado de su análisis genético. Aunque el protocolo seguido por las Abuelas y la Conadi establece que ese tipo de información se da personalmente, en este caso los datos se filtraron a través del juzgado, lo que hizo que hubiera que comunicarse de urgencia con él para que no se enterara por los medios de que su estudio de ADN indicaba que era el nieto de Estela de Carlotto. “Estaba tocando el piano, mate, bizcochos, amenazaba ser un día normal, hasta que me llama Claudia emocionada”, narró. Luego impostó la voz e hizo como un llanto agudo, que iba subiendo de tono, para cargar a su tía. “Me dice: ‘El resultado es positivo, sos Carlotto, el nieto de Estela y sos mi sobrino’. No se entendía mucho. Digo, bueno, bueno. Cuelgo, llamo a Celeste, a unos amigos y a partir de ahí estoy arriba de un auto, porque todos ustedes me estaban buscando.”

Le preguntaron cómo tomaba el hecho de encontrarse con una familia tan numerosa, ya que tiene trece primos por el lado Carlotto, más dos por el de los Montoya. “Sí, son un montón”, dijo, y levantó las cejas. “Es una familia hermosa, divina, pero yo me crié solo en el campo, el tema del abrazo lo tengo que desarrollar.” “No es muy agarrero, yo tampoco”, compartió Estela, en una de las pocas frases que dijo durante la conferencia de prensa. Pero los fotógrafos querían la imagen. Y comenzaron a arengar: “Abrazo, abrazo”. Así que ellos les dieron el gusto y compartieron con todos el gesto cariñoso que habían reservado para la intimidad.

Sobre su decisión de acercarse a las Abuelas para saber si era uno de los jóvenes que fueron apropiados siendo bebés durante la última dictadura dijo que tenía “algunos ruidos en la cabeza, algunas maripositas fuera del campo de visión” y que “hay cosas que no sabés que las sabés hasta que llega un indicio fuerte y arranca la búsqueda, en mi caso fue muy rápido”.

El indicio fuerte fue la confirmación de que no era hijo biológico de las personas que lo criaron, dato que le contaron a principios de junio, el día que festejaba su cumpleaños. Y lo que posibilitó que esa información le llegara fue la muerte de Francisco “Pancho” Aguilar. Ese hombre habría sido quien lo entregó a los Hurban, quienes trabajaban en un campo de su propiedad. “Tuve una infancia feliz. Y ahora también tengo una vida feliz. Y a esto se suma esta familia”, dijo. También dio a entender que no estaba dispuesto a hablar de la causa judicial en la que se investiga su apropiación.

Guido/Ignacio buscó escapar de las definiciones del determinismo genético, pero sí señaló que al saber su verdadera identidad le cerraba con algunas cosas que antes no podía explicar: “Me preguntaban de dónde viene tu pasión por la música. No sabía. Mi ambiente me destinaba a otra cosa”. Pero su padre, Walmir Oscar Montoya, era músico: tocaba la batería en una banda de Cañadón Seco, en Santa Cruz. Kibo Carlotto, su tío, es secretario de Derechos Humanos de la provincia de Buenos Aires, pero también toca la guitarra. “Ellos (Laura y Walmir) deben estar en algún lado, ser artista también es una actividad política”, señaló luego, cuando habló de la militancia de sus padres.

“Estoy en el lugar del que tal vez nunca debería haberme ido”, afirmó. También, que las “vueltas” que dio lo ayudaron a crecer. “Aunque hice esperar a Estela unos añitos”, agregó.

El nieto de la presidenta de Abuelas insistió mucho en que esperaba que la enorme repercusión que tuvo su caso ayudara a encontrar a alguno de los 400 nietos que aún faltan. “A los que dudan, les digo que vengan a Abuelas, que es extremadamente cariñosa la gente que atiende. Lo difícil es la incertidumbre, pero hay que hacerlo, no sólo para recuperar la identidad de cada uno, sino también para construir la identidad colectiva. Las Abuelas, a través del amor, buscan a sus nietos. Es una actitud loable. Hablar de las Abuelas es hablar de un acto de amor frente a la vida.” Luego, contó que su mayor miedo era no poder saber nunca quiénes habían sido sus padres.

–¿Cuál va a ser tu rol dentro de la institución? –fue otra de las preguntas, aunque sólo hacía 48 horas que había recuperado su identidad.

–Trabajo no me ofrecieron –contestó con una sonrisa.

También habló de la reunión del jueves por la noche con la presidenta Cristina Fernández de Kirchner en Olivos –anticipado ayer por Página/12– de la que participaron todos los Carlotto: “El encuentro fue maravilloso. Yo la veía en televisión… y estaba charlando con ella y hasta creía a veces que ella charlaba conmigo. Yo sabía que estaba comprometida con esta causa. Le agradezco no sólo por el gesto mínimo de recibirnos, sino por la voluntad para lograr que esto suceda. Hay que apoyar esta búsqueda desde lugares políticos y ella ha tenido la voluntad”.

Casi al final, contó que aquello de que pudo verbalizar sus dudas luego de participar en una jornada de Música por la Identidad y que tenía alguna sospecha de que podía ser Carlotto. Que su mujer comparaba las fotos con el Photoshop y que bromeaban con que si era hijo de desaparecidos, “tenía que ser de Estela o de nadie”. “Cuidado con lo que deseas porque se puede cumplir”, completó el chiste. Pero la abuela, en pleno uso de las facultades que su nuevo rol le otorga, no se lo dejó pasar.

–¿Pero para bien o para mal? –preguntó.

–Para bien, para bien –se apuró él en contestar.