Guerra híbrida contra Venezuela: Trump, la CIA y los publicistas

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Fernando Vicente Prieto|

Tras la masiva votación del 30 de julio y la creciente ilegitimidad interna de las violentas protestas opositoras, Estados Unidos incrementa la intervención en Venezuela. ¿Sanciones económicas y tambores de guerra en el horizonte?

Las amenazas venían sucediéndose desde hacía semanas y apenas habían pasado algunas horas de la elección para conformar la Asamblea Nacional Constituyente cuando la Casa Blanca anunció nuevas sanciones. En este caso, las represalias apuntan directamente al presidente Nicolás Maduro e implican más una medida de propaganda política que una penalidad económica real, puesto que se dispone el congelamiento de sus bienes personales (que se encuentren en territorio de EE.UU.) y la prohibición de realizar transacciones comerciales y financieras.

Al anunciar la medida el lunes 31 de julio, Herbert McMaster, asesor de Seguridad Nacional del presidente Donald Trump, señaló que Maduro “se une a un club muy exclusivo”. Sólo cuatro presidentes en ejercicio fueron sancionados de esta manera. Los otros tres son Bashar Al Assad, presidente de Siria; Kim Jong Un, de Corea del Norte y Robert Mugabe, de Zimbabue.

Se trata de la primera sanción de estas características a un presidente de América Latina y el Caribe, lo cual da una idea del estado en que se encuentran las relaciones. Ni siquiera contra Fidel Castro fue emitida una orden similar. Además, otros dos ex presidentes fueron objeto de represalias similares, previo a la invasión de fuerzas militares de EE.UU. y Europa: Saddam Hussein (Irak) y Muamar El Gadafi (Libia). Hoy estos dos países se encuentran destruidos y con una guerra que parece lejos de resolver la “pacificación” de la OTAN, la alianza militar liderada por EEUU.

Junto a McMaster se encontraba el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, quien calificó las elecciones del 30 de julio como “ilegítimas” y a Maduro como “un dictador que ignora la voluntad del pueblo venezolano”. Hasta donde se sabe, ningún periodista le preguntó su opinión sobre la monarquía que gobierna en Arabia Saudita, uno de los mayores aliados de Washington en Medio Oriente, donde no hay elecciones de ningún tipo y hasta las tímidas protestas son reprimidas con crueldad. Tampoco sobre la situación en Brasil, donde Michel Temer no fue electo por voto alguno.

“Un vocero del emperador Donald Trump dijo que no reconocen la Asamblea Constituyente. ¿Qué carajo nos importa lo que diga Trump?”, había anticipado Maduro el domingo, luego de la elección. “Nos importa lo que dice el pueblo de Venezuela”.

¿Sanciones económicas?

Durante los días previos, todas las especulaciones anticipaban que Trump tomaría una decisión de mucha trascendencia: en un extremo, bloquear las importaciones de petróleo desde Venezuela; en una medida intermedia, “sanciones económicas” que no se precisaron pero que también estarían referidas a la industria petrolera. En concreto, los trascendidos difundidos el mismo domingo por The Wall Street Journal apuntaban a la prohibición de las exportaciones de productos refinados estadounidenses hacia Venezuela y a restricciones en el uso del sistema bancario y el tipo de cambio estadounidenses para PDVSA.

El propio vicepresidente Mike Pence había anunciado el 28 de julio que las represalias serían aleccionadoras, tras informar de una conversación telefónica con Leopoldo López, ahora nuevamente en la cárcel tras incumplir las condiciones de prisión domiciliaria.

Sin embargo, hasta el cierre de este artículo las medidas económicas no se efectivizaron. Sucede que una medida que afectará la industria petrolera podría convertirse en un búmeran, erosionando intereses del propio poder norteamericano. Expresión de estas contradicciones internas es el pedido explícito de la American Fuel and Petrochemical Manufacturers (AFPM), uno de los gremios empresarios más poderosos del país, para que las sanciones no incluyan las importaciones de crudo venezolano.

“Esto perjudicaría a muchas refinerías estadounidenses, en particular a las de las regiones de la Costa del Golfo y la Costa Este, que se han optimizado para utilizar los crudos ácidos producidos en Venezuela”, explicó Chet Thompson, presidente de la AFPM, en una carta enviada al presidente Donald Trump el jueves 27 de julio, en plena ola de rumores, amenazas y -seguramente- un intenso “tira y afloje” entre diferentes lobbys.

De todas maneras, todas las señales indican que la presión se agudizará. Y aunque es difícil prever la política exterior de Trump en detalle, el papel cada vez más influyente de figuras como el senador Marco Rubio no augura un clima de distensión, sino todo lo contrario.

¿Tambores de guerra?

El republicano Marco Rubio es uno de los nuevos halcones que tiene influencia directa sobre la política de Trump. Esta situación genera incluso críticas de publicistas del Departamento de Estado, como es el caso del operador de origen argentino Andrés Oppenheimer, quien en su última columna semanal -que replican los principales periódicos conservadores del continente- le pidió explícitamente a Trump que no “subcontrate” a Rubio para atender la política hacia el continente.

Tintori con Trump y Rubio

Rubio, junto a figuras como el demócrata Bob Menéndez y la republicana Ileana Ross Lehtinen, desde enero presiona en forma pública y privada para endurecer la política hacia el gobierno que encabeza Nicolás Maduro. Se trata de un sector de ultraderecha con sólidos vínculos con la CIA y la comunidad contrarrevolucionaria cubana que vive en el Estado de Florida.

En los últimos días, el senador Rubio actuó como un virtual vocero de Trump al señalar que el presidente está dispuesto a tomar las medidas “necesarias” si Venezuela avanzaba con la Constituyente. Por si quedaba alguna duda sobre el carácter de la amenaza, aseguró que “todas las opciones están delante del presidente y él está dispuesto a hacer lo necesario, sea lo que sea”.

Considerando la historia de EE.UU. en el mundo entero, y en nuestro continente en particular, difícilmente esas palabras no tengan un sustento concreto en cuanto a acciones de fuerza en el terreno. La guerra híbrida se caracteriza por la articulación de dispositivos de diferentes características: ideológicos, político diplomáticos, económicos, militares.

Acciones de guerra

Las acciones de guerra convencional siempre vienen precedidas por declaraciones y acciones político-diplomáticas. En el caso de las potencias con escala imperial también son habituales las sanciones o los boicots económicos, dentro y fuera del país.

Todas ellas, a su vez, son anticipadas por operaciones de prensa que invariablemente se mantienen hasta el final y a cada momento realizan balances y proyecciones de cara a la opinión pública.

Por debajo de la trama más visible se encuentra una tarea decisiva, que tiene que ver con el conocimiento y la operación sobre el terreno y los diversos actores. En este plano actúan principalmente las oficinas de relaciones exteriores, las agencias de inteligencia y las fuerzas especiales de los diferentes componentes militares. Si hablamos de EEUU, las más conocidas son el Departamento de Estado, la CIA, aunque hay varias otras estructuras y unidades involucradas, como los SEALs y Fuerza Delta.go-home.jpg

La guerra híbrida implica, básicamente, la combinación de todos los elementos mencionados hasta aquí, pero además le otorga un creciente peso relativo a las operaciones encubiertas. Es decir, a las que nadie reconoce como propias, porque la publicidad de estas acciones -tipificadas en el código penal de cualquier país como actos criminales- restaría legitimidad a los argumentos oficiales, que se refieren a nobles objetivos como promover la libertad y la democracia o atender crisis humanitarias.

En el libro Conflict in the 21st Century: The Rise of Hybrid Wars (2007), el teniente de marina retirado Frank Hoffman, con larga experiencia en academias de Defensa norteamericanas, es uno de los primeros en conceptualizar la nueva doctrina. “Las amenazas híbridas incorporan una gama completa de modos diferentes de guerra que incluye capacidades convencionales, tácticas y formaciones irregulares, actos terroristas con violencia e intimidación indiscriminada, y desorden criminal. (…) Estas actividades multimodales pueden ser realizadas por unidades separadas o por la misma unidad, pero generalmente son dirigidas y coordinadas (…) para lograr efectos sinérgicos en las dimensiones física y sicológica del conflicto”, sostiene allí.

La descripción cuadra exactamente con la situación que se desarrolla en Venezuela desde hace muchos años, y que tiene como momentos de máximo tensión al primer semestre de 2014 y a la actualidad.

Guerra económica, desconocimiento de las instituciones y llamados a la insurrección, sicariatos y acciones paramilitares, atentados con explosivos, destrucción del transporte público, entre otros, son ejemplos de acciones políticas encaminadas al mismo objetivo, que se realizan con el ocultamiento -o la justificación- de los medios más poderosos del mundo.

Esa es la base sobre la que se montan las declaraciones político-diplomáticas y en un extremo, cuando ya sea evidente o no quede ninguna otra opción, la declaración de guerra, convencional o como “fuerza de paz y estabilización”, que es lo mismo que la declaración de guerra pero con mejor cobertura, sobre todo si es asumida entre varias naciones y amparada por algún organismo multilateral.

¿Hasta dónde llegará Trump?

A la par de la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente y el debilitamiento en número (y crecimiento en violencia) de las protestas opositoras, en los últimos días se registró una intensificación de las amenazas de carácter militar por parte de EE.UU.

El 20 de julio, en el Aspen Security Forum 2017 realizado en esta ciudad estadounidense de Colorado, el director de la Agencia Central de Inteligencia, Mike Pompeo, aseguró que tenía que ser cuidadoso en sus palabras: “Estamos muy esperanzados de que pueda haber una transición en Venezuela”.

“Desde la CIA estamos haciendo nuestro mejor esfuerzo para entender la dinámica allí, para comunicársela a nuestro Departamento de Estado y a otros, como los colombianos. Acabo de estar en Ciudad de México y en Bogotá la semana pasada, hablando sobre este tema, tratando de ayudarlos a entender las cosas que ellos podrían hacer para tener un mejor resultado en su porción del mundo y en nuestra porción del mundo”, dijo.

Pompeo no hizo más que blanquear algo que era bastante obvio, y que se puede observar a partir de la ofensiva que estos países, acompañados por Brasil, Argentina, Perú, Chile, Paraguay y Honduras, entre otros, desarrollan en la OEA, en el Mercosur y en todos los foros posibles.

En este contexto es significativo analizar una entrevista a Eric Vergara, presentado como ex agente de inteligencia norteamericana y “experto en seguridad nacional”, realizada el 27 de julio por el canal El Venezolano TV, que tiene sede en Miami y filiales en Madrid y en Panamá.

Vergara aseguró que tiene fluida comunicación con varias fuentes de la “comunidad de inteligencia” y que EE.UU. se apresta a realizar una intervención militar junto a “unidades de asunto civil” del Departamento de Estado.

“En 72 horas tenemos a Venezuela controlada, tácticamente y estratégicamente con control de su gobierno, junto al Departamento de Estado, el de Justicia de EE.UU. y asuntos civiles comenzamos a implementar control de los gobierno locales y a meter lideres”, alentó Vergara, quien considera que esa es la única solución para impedir que Venezuela se transforme en una nueva Cuba.

“(Después del ataque militar) lo primero que se hizo en Irak fue mandar unidades de asuntos civiles”, relató. “Luego se establece un gobierno intermediario y allí el Departamento de Estado empieza a trabajar no solamente con líderes de la oposición en Venezuela, sino también con los que están en el exilio, para implementar un gobierno temporario y (después de todo eso) tener elecciones libres”, dijo. Nadie mencionó que en los últimos 18 años en Venezuela se hicieron 21 elecciones y que el período presidencial en curso, según mandato constitucional, recién finaliza en abril de 2019.

Pero si faltaba algún elemento para preocuparse, lo ofreció el New York Times el 1 de agosto. En un artículo firmado por Nicholas Casey, el influyente periódico analizó que las elecciones de la Asamblea Constituyente representaron “un golpe dramático a la oposición venezolana”, que “no había estado en un punto tan bajo” desde el fallido golpe de Estado contra Chávez en abril de 2002.

El análisis, que no considera como posibilidad el establecimiento de un diálogo sobre la base del reconocimiento del chavismo y el respeto a la votación popular, plantea que las alternativas de la oposición son “limitadas”, pero sólo desarrolla explícitamente una: intensificar las protestas en las calles.

“Aunque dado que el gobierno comenzó a prohibir las manifestaciones callejeras el fin de semana de la votación constituyente -afirma falsamente-, no queda claro si esa opción siquiera será viable”. Así finaliza el artículo, dejando abierta la pregunta de cuál será entonces la opción que “le queda” a EE.UU. para derrocar el gobierno de Venezuela, como en las últimas semanas han exigido Pompeo, el secretario de Estado, Rex Tillerson y el propio presidente Donald Trump.