Guerra cultural y guerra cognitiva
Luis Britto García
Decían Marx y Engels en La Ideología Alemana que “Las ideas de la clase dominante son, en todas las épocas, las ideas dominantes; es decir, la clase que es la fuerza material dominante de la sociedad es, al mismo tiempo, su fuerza intelectual dominante. La clase que dispone de los medios de producción material controla, al mismo tiempo, los medios de producción intelectual, de modo que, en general, las ideas de quienes carecen de ellos están sujetas a ellas. Las ideas dominantes no son más que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, entendidas estas como ideas”.
Este párrafo magistral nos define de una vez la táctica y la estrategia de la guerra cultural. La táctica vale decir, la definición de los medios del conflicto, se centra en el apoderamiento, control, destrucción o sustitución de “los medios para la producción intelectual”. La estrategia propone la destrucción, modificación o suplantación de “las ideas dominantes” impuestas por quienes ejercen su fuerza intelectual dominante; convirtiéndose de hecho en dicho poder.
Sostuvo Emmanuel Kant que nunca llegaremos a conocer la cosa en sí, la verdad definitiva y última sobre la realidad. Conocemos solo imágenes aproximativas e inciertas del mundo, pero que nos confieren cierto poder sobre él. El propósito de la guerra cultural es modificar la representación del mundo de un grupo social e imponerle otra afín de los intereses del agresor.
Así como en las tácticas de la guerra convencional se proponen la aniquilación, captura y avasallamiento de las infraestructuras materiales —naturaleza, mano de obra, herramientas, fábricas, ciudades y fortificaciones— las de la guerra cultural apuntan fundamentalmente a la captura y sometimiento de los aparatos y operadores de las superestructuras ideológicas: sistema educativo, medios de comunicación y entretenimiento, redes de creación, circulación y distribución de productos culturales, institutos de investigación científica, instancias de legitimación, cultos y creyentes.
La guerra convencional persigue la destrucción o el apoderamiento de los bienes del enemigo; la cultural que el adversario adopte las creencias, valores, motivaciones, actitudes y conductas que el enemigo desea imponerles.
La convencional ocupa el territorio; la cultura, la conciencia, de modo que la víctima piense y opere como súbdito, soldado o policía al servicio de su enemigo.
Guerra convencional y guerra cultural se complementan como las dos caras de una moneda. La conquista de América consistió, en una parte significativa, en imponer a los invadidos la religión, lengua y manera de pensar de los invasores. Para ello se implantaron en el nuevo mundo los templos, las jerarquías sacerdotales, los sacramentos, las escuelas, las universidades, las academias, los docentes, las artes, las leyes de los invasores, hasta que la institucionalización de la obediencia permitió sustituir la violencia física por la mera amenaza de ella.
Todas las estrategias, tácticas y etapas de la confrontación violenta están presentes en la guerra cultural, aunque esta no se limita a ellas. La ofensiva cultural comienza muchísimo antes de la declaratoria formal del conflicto convencional, se intensifica durante él, y se prolonga casi indefinidamente después de su aparente decisión. La guerra convencional es intermitente: la cultural, perpetua. En la primera, las etapas de confrontación abierta tienden a ser limitadas; a través de la cultura no tiene tregua.
Muchos esquemas pueden ser aplicados para definir las categorías de la guerra cultural. El método de los roles actanciales, de Julien Algirdas Greimas, permite clarificar la naturaleza de la confrontación y de sus protagonistas.
Postula Greimas que en toda narrativa —sea filosófica, sociológica, ficcional o incluso poética— figuran un conjunto de actantes o protagonistas que la definen. Así, todo relato incluye: 1) un sujeto que desea 2) un objeto del deseo, es decir, la cosa, persona o situación que codicia el sujeto deseante 3) un oponente, que obstruye alcanzar el objeto del deseo 4) un ayudante, que contribuye o facilita el logro del objeto del deseo 5) un destinador, que opera la entrega de este último y 6) un destinatario, que recibe el objeto deseado.
El objetivo de toda guerra cultural —aunque también de la convencional— es definir estas categorías e imponer tales definiciones a los actores decisivos del conflicto, o por lo menos a su mayoría. Quien impone su imagen de la realidad decide la confrontación.
Apliquemos este método a un análisis sumamente simplificado del marxismo. En éste, un sujeto (la humanidad) desea un objeto (la sociedad igualitaria sin clases ni explotadores, la propiedad social de los medios de producción). Un oponente (las clases dominantes, sus ideólogos y los cuerpos represivos) obstaculiza su logro; un ayudante (el proletariado) lo facilita. Un destinador (la humanidad organizada como partido comunista y dictadura del proletariado) lo entregará al destinatario (la humanidad unificada como internacional).
Apliquemos el mismo método al capitalismo. Un sujeto (la clase capitalista) desea un objeto (total apropiación de medios de producción y de consumo del planeta). Un ayudante (cuerpos represivos, políticos, aparatos ideológicos) le apoya, un oponente (trabajadores, socialistas) le estorba; un destinador (total alianza de estado y capital monopólico) lo entregará a un destinatario (total concentración del capital). Así se clarifica todo.