Golpe de estado en Bolivia: la tiniebla encendida
Juan Alberto Sánchez Marín
Tumbaron a Evo Morales, sí. Y al vicepresidente García Linera, sí. Y a la presidenta del Senado, Adriana Salvatierra. Y a todo el gobierno. Y a todos los militantes y partidarios del Movimiento al Socialismo, MAS. E irán por los que aún queden adonde fuere, y por lo que ellos representaron en donde algo perdure.
Sí, tumbaron a Evo y al gobierno legalmente elegido. Y cuando a los golpistas de punta no se les ocurría a quién poner ni adónde, la muy ladina Jeanine Áñez los sacó del apuro y en un tres minutos se autoproclamó presidenta de Bolivia, sin juramento, sin el quórum de la Asamblea Legislativa Plurinacional.
Otra autoproclamada
Biblia en mano, Dios de labios para afuera, las credenciales de racista consumada le bastaron a Jeanine para que un acucioso jefe militar le impusiera la banda presidencial y le entregara de afán un bastón de mando en un rincón de la desolada Asamblea. En todo caso, la sucesión ipso facto la avaló el Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP), mismo que habilitó a Evo Morales para buscar la reelección. Un ente controversial y canalla en 2016, que ahora dijo la última palabra y fue ley consentida y sin chistar.
En la sepulcral mudez de la Asamblea, la senadora Jeanine pidió compungida un minuto de silencio por los muertos que ellos mismos, los golpistas, provocaron. En el incoherente balbuceo de posesión, la señora se comprometió a “convocar a nuevas elecciones lo más pronto posible” y con instituciones independientes. No dijo que lo más pronto posible son, como máximo, noventa días, según lo exige la Constitución.
Claro, la Constitución les vale huevo y lo más pronto posible es quién sabe cuándo, en todo caso, no antes de que los golpistas aseguren y negocien el triunfo en unos comicios de pantomima. Las instituciones independientes son la institucionalidad tomada.
Otra golpista autoproclamada que se agrega al descolorido Juan Guaidó en Venezuela. Éste era presidente de la Asamblea Nacional cuando se trepó a una improvisada tarima callejera para hacerlo.La señora Añez sólo alcanzó a ser una segunda vicepresidenta. Pero es regla cuantitativa para estos golpistas de farsa no superar la barrera de cien mil votos: Guaidó se creyó presidente con 97 492 votos; Añez se lo cree con 91895. Cero y van dos en menos de un año en la atormentada América del Sur. Ambos mandatos, igual de abusivos y hueros.
La autoproclamación de Añez es tan burda que hasta El Nuevo Herald, el periódico predilecto de la gusanera cubana de Miami, la llamó presidenta autoproclamada, lo cual, en ese medio, es lo más cercano a un lenguaje subversivo, castro-chavista. Claro, el periodismo militante de CNN no llegó a tanto y con zalamería la denominó, desde el primer momento, presidenta interina. No esperaron siquiera la solicitud perentoria de la Oficina de Prensa de la Casa Blanca en tal sentido, como una vez ocurrió con Guaidó. Definitivamente, CNN no es un medio sedicioso ni sus periodistas serán perseguidos por los abusadores que se tomaron el poder el Bolivia.
¡Hágase la represión!
La autoproclamada y los líderes opositores hablan de pacificar el país. Y tiene claro que lo harán a sangre y fuego. ¡Cómo no van a pacificarlo si ellos son quienes lo han venido incendiando día tras día! ¡Cómo no van a pacificarlo cazando con policías, militares, paramilitares y otros perros de presa a quienes protestan! Ahora viene la paz a la brava, que no es otra que la del terror.
Quedan ahora en la ruta hacia la próxima presidencia dos tunantes sin mucha forma ni fondo: uno, Luis Fernando Camacho Vaca, que tiene la virtud de ser desconocido, pero que todos entienden de las salvajadas que es capaz; el otro, Carlos Diego de Mesa Gisbert, con la gracia de ser conocido y que, por lo tanto, todos tienen claro cuán incapaz es para todo, en especial, para gobernar.
¡Cayó Evo, al fin! Y con él cayeron los artífices de un desarrollo antes inimaginable para Bolivia y de una inclusión y unos avances sociales de los que se admiraron aun organismos e instituciones nada afines en ideología o política a lo representado por el gobierno recién derribado, como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Reconocieron una vez su acertado desempeño, y por eso era doblemente peligroso.
Se fue el gobierno de los indígenas, que son más del 60% de la población, aunque The World Factbook (El Libro Mundial de Hechos) de la CIA los sitúe apenas en el 20%. Arriban a despachos y pasillos gubernamentales los “cambas” de Oriente, notablemente encauzados por el 5% de blanquitos descendientes de migrantes europeos, entre otros, alemanes, austriacos, serbios, croatas, claro está, españoles, y hasta “Old Believers” (viejos creyentes ultraconservadores) rusos. No es sino atar cabos.
El vacío de poder se llenará a codazos. Entre ellos mismos se irán despellejando vivos. Ya cayó la cúpula militar golpista, incluidos Williams Kaliman, el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, y Vladimir Yuri Calderón, el comandante general de la Policía.Cae por blanda y para ir borrando de la opinión los rostros y los rastros del anticonstitucional asalto engendrado en las entrañas de la traslúcida metamorfosis democrática.
La cola para los cargos disponibles es larga porque en la pequeña élite abundanlos que quieren deshacer lo hecho y desandar lo andado como nación, y son muchos quienes ambicionan reactivar, trece años después, los malogrados negocios particulares y los lucrativos negociados transnacionales.
Viaje al pasado
El problema no es que hayan tumbado a Evo, a García Linera y al gobierno en pleno, sino que pronto el país sentirá cómo reaparecen de la sombra los dictatoriales gobiernos militares del pasado, con sólidos vínculos nazis, como los de Barrientos, Bánzer o García Meza.
O reaparecen como espectros los tiempos de Sánchez de Lozada, con sus guerras (del gas) y masacres (de octubre). No en cuerpo, pero sí en alma: militares deliberantes y soberbios; segregación discursiva y efectiva; injusticias de hecho y sin derecho; ejecuciones extrajudiciales con cara de suicidios o de fanáticas inmolaciones.
Grave no es que se vaya a acabar la enorme riqueza de hidrocarburos y minerales con la que cuenta Bolivia, que tiene para rato, sino que volverá a estar en unas pocas manos, y que esos ingentes beneficios serán espantados del ámbito social.
El gas, digamos, que ahora es un recurso de todos los bolivianos, hará de nuevo parte de los activos de la ilustre familia Camacho, de Santa Cruz de la Sierra. Sí, la familia del líder golpista recién bendecido, que a los pies de Cristo Redentor no oró tanto por la vuelta de Dios a Palacio como por la del gas a sus bolsillos, y que dará las gracias por la condonación definitiva de los veinte millones de dólares que su parentela le adeuda en impuestos al estado boliviano.
Y ni siquiera todo esto es lo más patético. Lo trágico es que luego de la apresurada depuración ideológica, política y económica, los esfuerzos se dirigirán a arrancar de raíz aquella ilusión determinada constitucionalmente y que se refiere a la construcción colectiva de un “Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario”.
Hace rato, es verdad, que las élites clasistas de Bolivia intentan eliminar del ambiente la concepción del estado unitario; nunca admitieron lo social ni los asuntos del derecho comunitario. Fueron primero por los símbolos y ya vienen por lo simbolizado. Anularán ahora lo que huela a plurinacional de la Constitución, y del ámbito jurídico-político esfumarán la Constitución que rige en la actualidad.
Biblias para un golpe
Un golpe de estado de superhéroes bandidos y chocantes, mercaderes que se creen cruzados y militares que proclaman como comandante general al Dios de Israel, pero no un dios cualquiera, sino el Jehova de los ejércitos (Isaías 37:16), específicamente, Jehova Gibbor (Dios fuerte y guerrero).
Un “Macho Camacho” (personaje de guaracha portorriqueña), un Carlos Diego (personaje de telenovela mexicana), un Kaliman (personaje de historieta latinoamericana), y un Barrenechea (que berrió porque su policía golpista podía ser rebasada por las víctimas).
El político de extrema derecha, Luis Camacho, ha sido el principal impulsor de un golpe de estado que se escuda en la acusación de un fraude que nunca demostró en una contienda electoral en la que no quiso participar. Un Camacho grotesco, un tipo elemental y ordinario con plata, que haría soltar carcajadas de no ser por la temible aventura que sus convicciones e ideario suponen para el país y para la mayoría de los bolivianos. Un individuo cuyas ansias de poder son tan mal disimuladas tras la voluminosa Biblia que porta como evidentes lucen en sus arengas rudimentarias ante las cámaras.
En ninguna parte del planeta, al menos en corrido del siglo, Jesucristo, la fe, las iglesias, la simbología religiosa y los credos habían sido tan manoseados y utilizados como recurso político para enfrentar a los ciudadanos de una misma nación. Algo inaceptable, como lo señala la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina (Aciera), que agrupa a más de quince mil iglesias, en un comunicado emitido ante la crítica situación, en particular, de Bolivia y Chile (Infobae, 14 de noviembre de 2019).
Mesa sin manteles
Carlos Mesa, el otro opositor golpista, dijo desconocer la legitimidad de la candidatura de Evo Morales, pero participó en la disputa electoral, y, como él mismo y todos lo sabían, perdió. Entonces, se dedicó a exigir cosas inauditas que insólitamente le fueron siendo concedidas, y que, a medida que el Gobierno se las otorgaba, él, una a una, las iba rechazando. Negación tras negación, hizo manifiesto que sus propósitos no eran otros que secundar el golpe.
Mesa pidió una auditoría internacional, y cuando la obtuvo no la aceptó. Demandó una segunda vuelta, que rechazó cuando el presidente Evo admitió, incluso, el insostenible dictamen de la OEA. Se sumó, eso sí, con retraso al pedido de renuncia del presidente Morales, y cuando el presidente y el vicepresidente y la cúpula del gobierno renunciaron a la fuerza él no supo qué decir ni qué pedir. ¡Cómo iba a saberlo! Su incompleta copia del guión de Washington sólo llegó hasta ahí.
Pero Camacho sí lo supo y lo dijo: “Mesa busca ‘su propio interés’” (o sea, la segunda vuelta, que habría dejado a Camacho por fuera). Nosotros (“yo”), expresó Camacho, “queremos un nuevo proceso eleccionario” (o sea, otras elecciones en las que él sí pueda participar). Y participará, pues aunque dice una verdad está mintiendo: es cierto que no ha sido un político, al menos, no en el sentido común del término, pero miente al asegurar que no le importaría que el gobierno próximo fuera cualquiera distinto al suyo.
Él comprende que el desapego fingido es el mejor camino para hacerse a algo. No le interesan los ministerios, pero se ha cerciorado de tenerlos. Ha intuido cuándo era preciso quemar la whiphala, símbolo de la diversidad del país y de identidad de los indígenas, y en qué momento ha sido apropiado abrazarla. Supo que ayer era adecuado hablar de una Nación Camba liberada, y que hoy lo es hablar de una Bolivia unida (unida en torno a las ideas de ayer). Hubo unos días aguerridos contra la Santa Cruz “bolivianizada”, ahora brega por una Bolivia cruceña. No es político, es un recio empresario, y como tal negocia posiciones y discurso con tal de apuntalar el liderazgo que no codicia.
No era un político porque un individuo incapaz de aparentar la bondad de la que carece,que nunca se esforzó en cubrir sus depravaciones, aún no lo es. Además, sin partido ni partidarios, sin seguidores en Twitter ni capacidad de convocatoria, sin confiabilidad ni carisma. No se lo permitían, seguramente, sus polifacéticas ocupaciones de empresario ladrón y dirigente fascista, contrabandista de armas y mafioso, ni sus violentas operaciones como supremacista, racista, separatista, falangista tardío, incendiario, terrorista y paramilitar.
Pero, claro está, esas son naderías que se solventan en un abrir y cerrar de ojos. Bastan algunos buenos donantes de ideas, fondos y estrategias, como la USAID, o multinacionales voraces, como Chevron, ExxonMobil, u organismos de tapadera, como la OEA o el cartel de Lima, o un Ustashe del alma y de armas, como el croata Branko Marinkovic. De mantenerse la actual incautación de la autoridad, Bolivia caminará por esa cuerda floja.
Mesa volvió a exhibir aquello que lo distinguió en los días de efímero presidente: una persona indecisa inclusive en sus dudas, a la que las certezas le llegan tarde. El mediocre candidato empañó aún más la mala imagen de expresidente ganada con su mediocre gobierno. Un paceño ventajista que retornó del desprestigio para hacer de idiota útil de riesgosos intereses cruceños. Y rápido será el estorboso mueble viejo que Camachohará a un lado. Por lo pronto, ya le desocupó varias gavetas.
La palabrería no tapa la palabra
Los reaccionarios comités cívicos piden ahora una transición democrática. ¡Vaya chiste! Primero: ¿qué diablos creen que significa la palabra civismo? Hasta donde dice el diccionario de la RAE, es el celo por las instituciones e intereses de la patria. O se refiere al comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia pública. Bueno, según lo muestran, incluso, aquellos medios que traslucen su afán por limpiarles la cara, los cívicos muchachos de Santa Cruz y del resto de la Media Luna han dado repetidas y desaforadas muestras de vandalismo, racismo, destrucción y violencia.
Segundo: ¿adónde carajos fue a dar esa cosa llamada democracia, que quienes han ejecutado un golpe antidemocrático y feroz abogan ahora por una transición democrática? La democracia es una vía en un solo sentido: del centro (derecha) a la ultraderecha. Todo vale para lograr que las sociedades se muevan en esa dirección, desde magnicidios y sabotajes, hasta masacres y golpes de estado.
Los delincuentes son los grupos que tratan de hacer valer el voto popular sobre las pavesas de la democracia de papel recién quemada. Se denominan “actos vandálicos” a las protestas contra la descarada usurpación del poder en el país.
Por más que los discursos lo nieguen, los medios dominantes lo enmascaren o los expertos lo acicalen y excusen, el golpe de estado contra Evo fue un desvergonzado golpe de estado, y el resultado de la injerencia brutal de Estados Unidos, alentada, gestionada y financiada por la tríada de senadores estadounidenses con alias latinos: Ted Cruz, Marco Rubio y Bob Menéndez, y secuaces desperdigados por toda la región.
Jamás las razones del descontento fueron ciertas ni a los instigadores de la revuelta contra el orden legal y constitucional les merecieron la pena las evidencias o los hechos. En ningún momento importaron los albures de un fraude inexistente, tampoco que se develara la falsedad de las acusaciones. La precipitación de los hechos giró en torno a la capacidad de desencadenar la ruptura del orden vigente a partir de escenarios simulados y realidades medio disimuladas. Una táctica que cuando no opera pone a los autores en aprietos, como en el caso de los gobiernos de Chile y Ecuador, y que de funcionar tumba presidentes y estructuras en cuestión de días, como en Bolivia.
Que carecían de relevancia cifras y resultados auténticos lo ejemplificaron los pronunciamientos de la OEA, que en un informe en el que el propio organismo indica que la victoria de Morales en la primera ronda electoral no solo fue posible, sino probable, se pronunció en el sentido contrario de sus propios hallazgos, y concluye y recomienda (“sugiere”) unas nuevas elecciones (CEPR, 10 de noviembre de 2019).
La firmeza frágil
No hay duda de que Evo y el MAS incurrieron en errores estratégicos a la hora de mantener en pie un gobierno bien ganado. Es fácil ver los toros desde la barrera y los sucesos del pasado, así sea a un instante de transcurridos. Pero la reacción tardía de todos frente a la bola de fuego que rodaba desde el Segundo Anillo, el Urubó de Santa Cruz o el sur paceño no se explica sólo por un exceso de confianza en la propia valía y en la solidez del armazón levantado durante casi catorce años en la jefatura del estado y varias década más en la consolidación de bases.
Algo había roto en los parales para que el andamiaje se doblara con la primera ventisca, y varias conexiones claves debieron estar interrumpidas toda vez que no se anticipó el modo de enfrentar un golpe anunciado de tiempo atrás.
¿Qué fue? Ya irán saliendo a la luz las variopintas causas de la debacle, y más vale que las enérgicas estructuras indígenas, obreras, mineras y sindicales bolivianas, que esta semana se despertaron sobre la orilla del naufragio, las sopesen bien antes de cualquier salto al vacío, y que no se enfrasquen en las rencillas internas del poder que tuvieron y ya no tienen, ni se aferren de los salvavidas arrojados por los golpistas calculadores con el fin de fragmentar sus organizaciones.
Que no se olvide que ahora los necesitados de validación y empuje son quienes se arrogaron un mandato que no les corresponde con una representación que en lo cuantitativo acaba de evidenciar su minoría y que en lo cualitativo es amoral e ilegal.
Es innegable que sufre desgaste un líder o un partido continuados por varios períodos al frente de un gobierno, así sea vencedor en elecciones libres, beneficie a las mayorías y obre con limpidez y prudencia, más aún, con el potente empuje de los medios dominantes enfrentado y una persistente manipulación de la opinión pública.
No obstante, no creo que por ahí hallaremos el nido de las garzas. El colapso tiene que ver con los golpes asestados a círculos de capital demasiado enraizados en la economía y las finanzas del país, nacionales y transnacionales, resentidos e intrigantes, que nunca podrían ser asimilados o integrados a un ecosistema con nuevas prioridades y distintos esquemas de relación y valor.
La exigua progresión política o económica de un grupo social, un sector de la economía o una circunscripción territorial, indefectiblemente, implica variaciones, alteraciones y recortes en otro. No necesariamente por la aplicación de esquemas diferenciales, de predilecciones o sustracciones, sino aun de complementos o beneficio común.
Lo realmente malo de Evo fue que su gobierno ha sido bueno. De ahí que romperlo era una prioridad. De no haberlo tumbado el golpe tramado, los restantes dispositivos estarían en marcha. El gobierno estadounidense ya aprontaba un paquete de drásticas medidas económicas y financieras, parecido al que padecen Venezuela y Cuba, y a los que le aplicarán en unas semanas a México, y a la Argentina una vez que asuma el presidente Alberto Fernández.
En el contexto de agitación continental, los gobiernos insumisos son intolerables para los poderes hegemónicos. La insubordinación de los de abajo es violencia, la de los de arriba es una exigencia de libertad.
El deber incumplido
La matriz mediática puesta en marcha por los golpistas bolivianos y la prensa dominante en cuanto a que Evo Morales renunció a la presidencia tiene el mismo corte embustero y repulsivo de la teoría puesta en circulación por la Junta Militar golpista encabezada por Augusto Pinochet, en Chile, hace 46 años, que afirmaba que Salvador Allende se había suicidado.
No se llama renuncia a la dejación forzada de un cargo o a la dimisión ante la disyuntiva de que asesinen a la familia o acribillen a los copartidarios. Como nadie se suicida con dos disparos percutados con dos armas distintas o con una pistola empuñada, por primera vez, después de muerto.
“Ahora sí está usted en la potestad constitucional -conminó al traidor Kaliman, luego de que el presidente fuera obligado a renunciar, la senadora que horas después lo suplantaría-, conforme el Artículo 244 y el Artículo 6, incisos E y G, de su Ley Orgánica de la Fuerzas Armadas, de mandar a sus funcionarios a la calle para que le colaboren a la Policía”.
Otra tergiversada interpretación del Artículo 244 de la Constitución, que por ninguna parte habla de que las Fuerzas Armadas apoyen las acciones vandálicas y de intimidación de la Policía, y, en cambio, sí es categórica al establecer que las Fuerzas Armadas tienen por misión fundamental “garantizar la estabilidad del Gobierno legalmente constituido”. Lo que solamente cumplieron cuando ya no había Gobierno legal que preservar.
*Periodista, escritor y director de televisión colombiano. Analista en medios internacionales. Colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE). Fue consultor ONU en medios. Productor en Señal Colombia, Telesur, RT e Hispantv.