Geopolítica de la fragmentación global
Jorge Elbaum
El 26 de abril se realizó la primera reunión de los 40 países comprometidos en apoyar al gobierno de Volodímir Zelensky, remitir armas a las Fuerzas Armadas ucranianas y evitar que la Federación Rusa consolide su victoria militar. El encuentro se realizó en la base aérea de Ramstein –cuartel general de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos en Europa–, ubicada en Alemania. Sus anfitriones fueron el secretario de Defensa de Estados Unidos, Lloyd Austin y la máxima autoridad de la OTAN, Jens Stoltenberg.
Los acuerdos alcanzados por los ministros de Defensa se focalizaron en la necesidad de profundizar el aislamiento de Moscú, extender el conflicto en forma indefinida y desplegar una campaña global de información, confusión y tergiversación, destinada a invisibilizar la verdadera situación bélica que se concentra en el este y el sureste ucraniano.
Los participantes convinieron la realización de conferencias mensuales para hacer un seguimiento de los objetivos planteados, y conjeturaron la posibilidad de institucionalizar en los próximos meses el cónclave, con el objetivo de ampliar su incumbencia a la situación de China y el Sudeste Asiático.
Mientras diversos analistas internacionales conjeturaban que la reunión de Ramstein prologaba una nueva Liga de las Naciones con media docena de país socios –contribuyendo además a debilitar a las Naciones Unidas y el derecho a veto de Rusia y China–, Vladimir Putin advertía que “cualquier intervención externa en el conflicto recibirá una respuesta fulminante”.
En esa misma alocución ante la Duma, agregaba: “De ser necesario apelaremos a los misiles hipersónicos (…) No nos jactaremos de tenerlos. Los usaremos, de ser necesario”. En Ramstein, además, se esbozaron los próximos pasos que dará la OTAN en la cumbre de Madrid que se desarrollará entre el 29 y el 30 de junio. Para esa fecha, se especula, se podrán recibir las peticiones de integración de Suecia y Finlandia, cuyos parlamentos tratarán durante las próximas semanas sus postulaciones.
La saga de encuentros destinados a aislar a Moscú y darle continuidad a la rusofobia se completará el domingo 8 de mayo, cuando los líderes del G7 realicen una videoconferencia con el Presidente ucraniano.
En 1997 la organización atlantista contaba con 13 miembros. En la actualidad pasaron a ser 30. La única hipótesis de conflicto existente en sus documentos postuló –hasta la década del ‘90– a la Unión Soviética y luego a la Federación Rusa. La quimera atlantista, postulada entre otros por Zbigniew Brzezinski, siempre fue el debilitamiento del gigante euroasiático y/o su desmembramiento.
Pero ese postulado se hizo más perentorio –a los ojos del complejo militar industrial estadounidense– cuando Vladimir Putin inició un proceso de empoderamiento económico, energético y tecnológico, desde los inicios del siglo XXI, sustentado en la recuperación de la cultura y la religiosidad ancestral. Los alertas se hicieron aún más preocupantes para Washington cuando Moscú y Beijing concertaron líneas de cooperación estratégica a partir de 2018.
Uno de los compromisos asumidos en Ramstein, que actualiza un ancestral conflicto, fue verbalizado por el representante militar de Berlín, quien garantizó –luego de insistentes presiones ejercidas por Washington– el envío de artillería pesada a las Fuerzas Armadas ucranianas. El Bundenstag aprobó durante las últimas semanas el financiamiento de 100.000 millones de euros extra para renovar sus fuerzas armadas.
Por su parte, un portavoz del Pentágono confirmó a la revista Der Spiegel que Washington ya ha aprobado envíos inmediatos de armamento por valor de 3.200 millones de dólares, y se difundió el pedido realizado por Biden de un paquete de ayuda por 33.000 millones –para los próximos cinco años–, que incluirían 20.000 millones en asistencia militar y duraría cinco meses. Todas estas medidas lograron el incremento de las acciones bursátiles de las corporaciones dedicadas a la producción bélica en las pantallas bursátiles de Wall Street.
Economía de las armas
Estados Unidos dispuso de dos guerras mundiales para relanzar su economía. Luego de la Primera Guerra Mundial, suplantó al Reino Unido como primera potencia global. En 1945 se instituyó como el máximo responsable de definir las reglas de las Naciones Unidas, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Durante el gobierno de Donald Trump, los funcionarios del Departamento de Estado insistieron en la necesidad de un mayor gasto en armas por parte de los países europeos, ante los retos planteados por la entente sino-rusa.
La suma del gasto en armamento de Estados Unidos y la Unión Europea expresa el 60% del expendio global. Solo los integrantes europeos de la OTAN desembolsan, en conjunto, 200.000 millones de euros en armamento, cuatro
veces lo que emplea Rusia. En 2021 el gasto militar global batió todos los récords al superar por primera vez los dos billones de dólares. El incremento en 2021 –respecto a 2020– fue del 6%. Estados Unidos exhibe un tercio de todo el estipendio global.
La crisis mundial generada por la pandemia, ahondada por el conflicto en Ucrania, genera incertidumbre sobre la posibilidad de sobrevivencia del modelo de globalización neoliberal liderado en las dos últimas décadas del Siglo XX por las trasnacionales estadounidenses y europeas. Esa primera fase se vio desafiada, a principios del presente siglo, por corporaciones coreanas y chinas.
El núcleo central del modelo –que convocó al debilitamiento de las soberanías y a la supremacía del mercado– consistió en la desregulación financiera, la deslocalización productiva, la concentración global de la riqueza y la proliferación de guaridas fiscales. Las corporaciones oligopólicas impulsaron una arquitectura geográfica de las cadenas de valor condicionada por los niveles de desregulación laboral ofrecidos, los salarios restringidos y las ventajas impositivas.
Las sanciones a Rusia y a China, promovidas por Washington durante la última década, se convierten en el último capítulo de una tendencia global al agotamiento del modelo que se inició medio siglo atrás. La desintegración global incipiente se inicia con la crisis financiera de 2008, se prolonga con el regreso (obligado) del estado keynesiano, durante la pandemia, y se profundiza con la superposición de restricciones arancelarias cruzadas, impulsadas inicialmente por el Departamento de Estado.
En este marco, la guerra en Ucrania preanuncia una desintegración horizontal, que complica la viabilidad de las cadenas de suministro y funda, al mismo tiempo, sistemas paralelos de (des)integración.
Entre las consecuencias más actuales se observa el incremento global de los precios de los alimentos y la energía: el neoliberalismo era válido hasta que algunos jugadores estatales se dispusieron a competir en esos productos y precios. Ahora se busca aislar (y excluir) a estos últimos mediante regulaciones bélicas de comercialización, consistentes en bloqueos, boicots, sanciones, dumpings enmascarados, confiscaciones y barreras arancelarias justificadas con pretextos fitosanitarios, ambientales o relativas a la “violación de los derechos humanos”, o la transgresión de las normativas impuestas por instituciones internacionales manipuladas por los mandantes de la OTAN, como la OEA.
Los países de América Latina y el Caribe son presionados en forma sistemática por los funcionarios estadounidenses para limitar y/o cortar los lazos comerciales, científico-tecnológicos o de cooperación con Moscú y Beijing. En Washington tienen claro que una victoria militar de Rusia supondría de forma automática una derrota relativa del atlantismo y una evidencia de la impotencia de quien se postula como el gendarme planetario.
El límite puesto por Vladimir Putin a la OTAN supone, per se, la segmentación del poder global y la posibilidad de ampliar los niveles de autonomía basados en relaciones multilaterales y no verticales.
El esquema neoliberal será forzosamente reemplazado por un modelo de mayor legitimidad estatal. En ese resquicio se instituirán ventajas para lograr mayores niveles de integración regional y se ampliarán las posibilidades de otorgarle a la política un rol más decisivo frente al mercado. “El futuro tiene muchos nombres –escribió Víctor Hugo–: para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad”.
*Sociólogo, doctor en Ciencias Económicas, analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)