Gaza, ¿una tregua engañosa?

Álvaro Verzi Rangel

Luego de meses de estancamiento por la intransigencia israelí, finalmente Tel Aviv y Hamas alcanzaron un acuerdo para un alto el fuego en la franja de Gaza,  proceso tendrá una primera fase de 42 días en la que cesarán los bombardeos y ataques indiscriminados contra la población palestina.

Los gazatíes, por primera vez en más de 450 días, acarician la posibilidad de entablar una conversación, de caminar entre los escombros y de irse a dormir sin el terror de que un misil los aniquile a ellos o a sus familias. Pero, en realidad, la tregua está muy lejos de significar la paz. Difícilmente en los 84 días dispuestos se podrá poner en marcha la reconstrucción, cuando la casi totalidad de los 2.4 millones de habitantes perdió su hogar, su empleo, su centro educativo y todo lo que humaniza la vida.

Además,  no existe paz sin justicia, y ésta seguirá negada en tanto permanezca en el gobierno de Israel el grupo racista, integrista y apologista de la limpieza étnica encabezada por el genocida primer ministro Benjamin Netanyahu.

De acuerdo a lo acordado, en la primera fase, Hamas liberará a 33 rehenes israelíes con prioridad en mujeres (tanto civiles como militares), niños y adultos de más de 50 años de edad, mientras Israel soltará a 30 personas secuestradas a cambio de cada rehén civil y a 50 por cada mujer de sus fuerzas armadas.

En la segunda etapa, también de 42 días, se declararía una calma sostenible en la que Hamas pondría en libertad al resto de los rehenes en permuta por un número no negociado de rehenes palestinos y las tropas israelíes se retriarían de la Franja.

En la tercera fase, de duración aún indeterminada, se intercambiarían restos mortales, se aplicaría un plan de reconstrucción en Gaza y se permitiría la reapertura de los cruces fronterizos, actualmente cerrados por Israel a fin de convertir al enclave en el mayor campo de concentración y exterminio del mundo.

Tampoco se puede hablar de paz sin libertad, condición vedada a la nación palestina por el bloqueo israelí-estadunidense a la solución de dos estados, acorde con resoluciones de la ONU y respaldada por la mayoría de la comunidad internacional. La ausencia de cualquier medida para frenar el delirante armamentismo de Israel e impedir la reanudación del genocidio significa que, en realidad, el alto el fuego está sujeto a las conveniencias políticas de la camarilla ultraderechista del gobierno israelí.

Además, para consolidar una paz duradera es imprescindible terminar con todas las formas de violencia ejercidas por Occidente contra el pueblo palestino, incluida la violencia del lenguaje que llama terroristas a quienes defienden sus hogares de la maquinaria de aniquilación sionista.

También para Israel y las repetidoras de los medios hegemónicos occidentales, son terropritas los prisioneros y los miles de rehenes palestinos secuestrados indefinidamente por Tel Aviv. Y llaman autodefensa a la imposición de un régimen colonial tan racista y agresivo como los de los colonialistas españoles, británicos, belgas o franceses racismo a los antiguos imperios español, británico, francés, ni al empresario más sanguinario de la historia, Leopoldo II de Bélgica, o a los autores del apartheid sudafricano.

Sobre todo, es una bofetada a la humanidad llamar guerra al genocidio: no puede hablarse de guerra cuando un país ha sido arrasado por las bombas, los tanques y los buldóceres mientras el otro sale intacto de 15 meses de operaciones bélicas; no hay guerra cuando no existen dos ejércitos, sino uno solo que extermina de modo sistemático a un grupo humano y concentra su saña en mujeres y niños desarmados y famélicos. Llamar guerra a lo que ha ocurrido es una muestra de ceguera moral y decadencia civilizatoria.

Rechazar la confusión verbal es tan indispensable como garantizar la no repetición, y ello pasa por adoptar todas las medidas necesarias para que comparezcan ante la justicia todos los responsables de crímenes de guerra y de lesa humanidad, comenzando por Netanyahu, quien ya es requerido por la Corte Penal Internacional.

Si la comunidad internacional no cumple su obligación moral de aislar diplomáticamente a Israel y obligarlo a respetar lineamientos básicos de derechos humanos, devolver las tierras palestinas, sirias y libanesas ocupadas ilegalmente y reparar el daño a las víctimas, incurrirá nada menos que en la normalización del peor genocidio en lo que va del siglo XXI.

Un largo camino

Septiembre de 1993, marcó el fin de la revuelta popular palestina conocida como Primera Intifada, iniciada seis años atrás. En el jardín de la Casa Blanca, Isaac Rabin, primer ministro de Israel y Yasser Arafat, líder del movimiento palestino Fatah, se dan la mano ante la mirada satisfecha de Bill Clinton, entonces presidente de EEUU. Los líderes de Oriente Medio acaban de firmar la Declaración de Principios sobre Disposiciones relacionadas con el Gobierno Autónomo Provisional, conocida como los Acuerdo de Oslo. La fotografía quedó para la historia, pero el pacto se fue vaciando de contenido hasta quedar en papel mojado.

Recordando el apretón de manos Arafat-Rabin - Monitor De OrienteOslo era el compromiso asumido por las partes de llegar a un acuerdo de paz en cinco años. En primera instancia, el acuerdo posibilitó la creación de la Autoridad Nacional Palestina, una administración provisional que guiaría a los territorios palestinos hacia la creación de un Estado propio. as partes se encaminasen a la solución de los dos Estados –uno palestino y otro israelí– y obligaba a Arafat a reconocer, de facto, el Estado de Israel.

Sin embargo, el acuerdo no exigía el mismo compromiso a Rabin. De hecho, el término “Estado Palestino” ni siquiera aparece en el acuerdo. Para descarriar el acuerdo, en febrero de 1994, un judío israelí-estadounidense atentó contra una mezquita y acabó con la vida de 29 musulmanes. Como respuesta, Hamás lanzó su primer atentado suicida y asesinó a siete israelíes.

En 1995, Isaac Rabin, uno de los precursores del Acuerdo, fue asesinado por un israelí ultranacionalista contrario a la paz. El sucesor de Rabin, Shimon Peres, retomó los asesinatos extrajudiciales y ordenó la muerte de un líder de Hamás, a lo que siguieron nuevos atentados de la milicia islámica palestina. En paralelo, los colonos avanzaron en la ocupación de los territorios palestinos. Tel Aviv borró del acuerdo final todos los elementos que legitimaban la creación de una nación palestina y rechazó compartir el control de Jerusalén.

2000, cuando Yassir Arafat se negó a firmar el Acuerdo de Paz de Camp David (EEUU). Como explica el analista jordano Tareq Baconi, la esperanza que inicialmente habían despertado los acuerdos de Oslo se tornó rápidamente en resentimiento.Yasser Arafat, la leyenda que sobrevive al fracaso de Camp David « Diario La Capital de Mar del Plata

en 2001, tuvieron lugar nuevas revueltas populares en los territorios palestinos, conocidas como la Segunda Intifada. Y aunque inicialmente fueron pacíficos, rápidamente devinieron en un nuevo y desigual conflicto armado. Hamás tuvo un papel central en el curso de la Segunda Intifada y de las posteriores negociaciones, debido a su fuerte presencia en la Franja de Gaza.

En el nuevo intercambio de ataques, el entonces primer ministro de Israel, Ariel Sharon (Likud) aisló a Arafat y reprimió aún más a los palestinos.  Hamás continuó protagonizando atentados suicidas contra los israelíes, mientras la Autoridad Palestina trató de recabar apoyos para alcanzar algún acuerdo. Desde Washington, la Administración de George Bush promovió una desescalada del conflicto: todas las partes debían reducir progresivamente la intensidad del conflicto hasta alcanzar un alto al fuego. Pero, a cambio de rebajar sus hostilidades, Tel Aviv exigía el desarme de Hamás.

Las Torres Gemelas y después

El 11 de septiembre de 2001 dos aviones comerciales con cientos de civiles fueron secuestrados por miembros de Al-Qaeda y estrellados contra las Torres Gemelas en pleno corazón financiero de Nueva York. Otros dos, con destino al Pentágono y al Capitolio no lograron sus objetivos. El espectacular ataque fue la respuesta del grupo yihadista a la estrategia intervencionista de EEUU en Oriente Medio, a través de la cual la Administración Bush buscaba “democratizar al mundo árabe” y proteger sus intereses económicos.

La retórica occidental alrededor de los ataques creó una equivalencia entre “árabe”, “islam” y “musulmán”, y “terrorismo”. Dicha equiparación se extendió por todo el norte global y fue instrumentalizada por Ariel Sharon para deslegitimar la causa palestina, metiendo a todas las facciones –religiosas o laicas– palestinas en el mismo saco e ignorando las diferencias ideológicas entre Hamás y Al-Qaeda. Israel intensificó los ataques a los territorios palestinos, aumentó los asesinatos extrajudiciales y avanzó en la colonización de Cisjordania.

Israel mata a Yahia Sinwar, el líder de Hamas, arquitecto y ejecutor del ataque terrorista más letal de su historia | Internacional
Israel asesinó a Yahia Sinwar, el líder de Hamas

El derramamiento de sangre llevó a Hamás a aprobar un alto al fuego unilateral en diciembre de 2001, pero en enero de 2002, Israel interceptó un barco con munición que, supuestamente, tenía como destinataria a la Autoridad Palestina, lo que fue usado por Israel como un nuevo leit motiv de la “guerra contra el terrorismo”, tras el cuál incrementó la represión de todos los palestinos.

Y cuando el alto al fuego estaba a punto de ser firmado por Hamás, Israel asesinó a otro de sus líderes junto a su familia, incluyendo a nueve niños. A este acontecimiento, siguió una respuesta violenta y ésta, a otra más.

Emilia Morales recuerda en Público.es que durante los últimos 25 años, el conflicto armado se ha recrudecido o calmado intermitentemente, pero su raíz continúa intacta. Ni antes ni ahora, el gobierno israelí se ha planteado la retirada de los colonos de los territorios que lleva décadas ocupando ilegalmente. Tampoco la llamada comunidad internacional se lo ha exigido. Mientras tanto, el apartheid al que es sometida la población palestina continúa vigente, alimentando el rencor de futuras generaciones.

*Sociólogo  y analista internacional, Codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia y analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)