Gas: El tablero energético mundial ya no será el mismo

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HUMBERTO MÁRQUEZ| La gran novedad de los estudios de la EIA es que el gas de esquisto abunda en territorios antes considerados pobres en hidrocarburos o dependientes de importaciones: China, Estados Unidos y Argentina encabezan la tabla, pero otras grandes reservas están en Sudáfrica, Australia, Polonia, Francia, Chile, Paraguay, Suecia, Pakistán o India.
Países que siempre dependieron de hidrocarburos importados, Chile, Paraguay, Polonia o Ucrania, pero sobre todo grandes consumidores, Estados Unidos o China, podrían autoabastecerse de gas natural en un futuro nada lejano y, además, exportar.

El gas recuperable en rocas de esquisto o “shale gas” quizá supere varias veces en cantidad el de las reservas probadas de gas convencional en el planeta, según la Administración de Información de Energía de Estados Unidos (EIA, por sus siglas en inglés), y existen adicionalmente cuantiosos volúmenes de este hidrocarburo en arenas y otras categorías de gas no convencional.

Pero la gran novedad de los estudios de la EIA es que el gas de esquisto abunda en territorios antes considerados pobres en hidrocarburos o dependientes de importaciones: China, Estados Unidos y Argentina encabezan la tabla, pero otras grandes reservas están en Sudáfrica, Australia, Polonia, Francia, Chile, Paraguay, Suecia, Pakistán o India.

“El tablero energético cambia y se realinearán los mercados. Países que nunca habían tenido esta disponibilidad de energía ya no serán consumidores netos, avanzarán a la suficiencia energética y podrán ser exportadores”, señaló a IPS el presidente de la Asociación Venezolana de Procesadores de Gas, Luis Albero Terrero.

Con la mayor oferta de gas “pueden abaratarse los precios de los combustibles fósiles, frenarse el crecimiento de las energías alternativas, y desarrollarse nuevas alianzas, nuevas inversiones y redes comerciales”, dijo Terrero.

Las reservas probadas de gas convencional en el planeta suman 6.608 billones de pies cúbicos (TCF, por trillion cubic feet, en nomenclatura inglesa), unos 187 billones de metros cúbicos, según estadísticas del grupo británico BP, y los depósitos más grandes están en Rusia (1.580 TCF), Irán (1.045), Qatar (894), y Arabia Saudita y Turkmenistán, con 283 TCF cada uno.

Un estudio de la EIA publicado en abril de 2011 encontró prácticamente el mismo volumen (6.620 TCF o 187,4 billones de metros cúbicos) de shale gas recuperable en apenas 32 países, y los gigantes son otros: China (1.275 TCF), Estados Unidos (862), Argentina (774), México (681), Sudáfrica (485) y Australia (396 TCF).

Además, países secularmente dependientes de proveedores extranjeros contarían con una ingente base de recursos en relación con su consumo, como Francia y Polonia, que importan 98 y 64 por ciento, respectivamente, del gas que consumen, y que tendrían en rocas de esquistos o lutitas reservas superiores a 180 TCF cada uno.

En América del Sur, el tradicional gigante en hidrocarburos, Venezuela, tendría en este gas solo 11 TCF, la vigésima parte de sus reservas de gas convencional, y en cambio Brasil y Chile, que actualmente importan alrededor de la mitad del gas que consumen, cuentan con depósitos en lutitas por 226 y 64 TCF, respectivamente.

Paraguay tendría 62 TCF, casi tres veces el gas convencional de Bolivia, que es el principal exportador de la subregión, y Uruguay, que importa 100 por ciento pues carece de hidrocarburos, tiene en reservas de gas de esquisto de al menos 21 TCF.

Se trata de “la más grande innovación en energía, en lo que va de siglo, en términos de impacto y escala”, según el analista estadounidense Daniel Yergin, autor del voluminoso clásico “Historia del Petróleo”, al destacar que ya un tercio de todo el gas que se produce en su país proviene de yacimientos de lutitas.

La búsqueda de gas no convencional debe ir acompañada de tecnologías que reduzcan el gasto de recursos –la explotación de una plataforma con seis pozos puede consumir 170.000 metros cúbicos de agua– y los efectos dañinos como influir en movimientos sísmicos, contaminar aguas subterráneas y superficiales, y afectar el paisaje.

Terrero recordó, como ejemplo, que la explotación del crudo extrapesado de la Faja del Orinoco y los yacimientos bajo el Mar del Norte se consideraban tecnológicamente inviables hace décadas y hoy día son áreas en plena producción. Las perforaciones en el Ártico abundarán a partir de 2012.

Además, los altos precios del petróleo, con crudos de referencia a más de 100 dólares el barril de 159 litros, animan a las operadoras a buscar, producir y comercializar, junto con el shale, el llamado “tight gas”, propio de arenas más finas, y los petróleos también guardados en esquistos o arenas, conocidos como “shale oil” y “tight oil”.

“Vamos hacia una mayor disponibilidad de combustibles fósiles. Petróleo, gas y carbón representan 80 por ciento de la matriz energética global y seguirán enseñoreados de ella durante décadas”, observó a IPS el catedrático de geopolítica y energía en la Universidad Central de Venezuela, Kenneth Ramírez.

En 2010, el mundo consumió 12.000 millones de toneladas de petróleo equivalente, de las que 4.028 millones fueron petróleo (3.571 en 2000), 3.556 millones de carbón (2.400), 2.858 millones de gas (2.170), 776 millones de hidroelectricidad (600), 626 millones de energía nuclear (584) y solo 159 millones de energías renovables (51 en 2000), según BP.

Para Ramírez, “la presencia abundante y la nueva distribución de yacimientos de shale gas y otros hidrocarburos no convencionales afectarán los pronósticos sobre la relación entre energía y economía, y tiene efectos geopolíticos importantes”.

“Un primer efecto es que los mayores y mejores hallazgos se producen fuera de la Organización de Países Exportadores de Petróleo” (OPEP), que así ve disminuir su influencia sobre el mercado mundial de energía a largo plazo, según el experto.

En paralelo, destacó Ramírez, Rusia debe emprender una carrera para afianzarse como gran actor global con base en sus recursos energéticos; un país como Canadá emerge como potencia; y Estados Unidos, con abastecimiento seguro, podrá sentirse menos atado a los vaivenes de Medio Oriente.

Otro tanto puede decirse de las naciones emergentes del Sur, como China, India, Sudáfrica y Brasil, que dispondrían de abundante gas no convencional.

En América Latina, la producción de Bolivia o Trinidad y Tobago, o los proyectos costa afuera de Venezuela ya no lucen tan imprescindibles a largo plazo, en tanto México en su norteño estado de Coahuila y Argentina en la sureña provincia de Neuquén perforan para sus primeras producciones de gas y petróleo de esquistos.

La gran limitación del shale gas, pese a las expectativas de la industria en el desarrollo de tecnologías menos dañinas para el ambiente, es el impacto sobre el entorno tanto de su producción como de su manejo.

Para extraerlo de las lutitas se apela a un método bautizado “fracking” (fractura hidráulica), con la inyección de grandes cantidades de agua más arenas y aditivos químicos. La huella de carbono (la proporción de dióxido de carbono que libera a la atmósfera) es mucho mayor que la generada con la producción de gas convencional.

Como se trata de bombardear capas de la corteza terrestre con agua y otras sustancias, se incrementa el riesgo de dañar subsuelo, suelos, napas hídricas subterráneas y superficiales, el paisaje y las vías de comunicación si las instalaciones para extraer y transportar la nueva riqueza presentan defectos o errores de manejo.

La liberación de más metano influye también sobre el calentamiento del planeta. Pero, hasta ahora, las advertencias ambientales no parecen detener la sed global por recursos energéticos como los que contienen las diminutas lutitas.