García Linera y los retrocesos del progresismo latinoamericano
Álvaro Verzi Rangel
El gran problema del progresismo es que no ha sido capaz de ofrecer un nuevo modelo, afirmó el exvicepresidente boliviano Alvaro García Linera, y sostuvo que si bien gobiernos de este signo en Latinoamérica han modificado la estructura de clases, no han ofrecido un nuevo modelo. El progresismo está en huelga de ideas, graficó.
Mucho se ha escrito sobre el agotamiento o el fin de ciclo progresista y el actual giro conservador. La reflexión sobre los progresismos realmente existentes en América Latina nos inserta en otro escenario político, bastante pesimista, que nos advierte sobre las derivas, límites y mutaciones de los proyectos progresistas.
Durante su disertación que realizó en el Centro Cultural de la Cooperación de Buenos Aires, el intelectual boliviano hizo un examen de los avances y retrocesos que ha tenido el progresismo latinoamericano donde ha gobernado. Recordó que en los últimos 40 años creció la economía popular, porque la mitad de la población no tiene empleo formal hoy, ni lo va a tener en 20 o 40 años.
Habló de la necesidad de “superar los horizontes históricos” heredados de las viejas irrupciones plebeyas y advirtió que los cambios producidos por esas experiencias modificaron profunda y positivamente las sociedades, logrando transformar “las estructuras de clase” pero su mismo éxito obliga a renovar la agenda, así como las formas y tácticas de lucha, enfrentándose sin remilgos a los agentes del viejo orden.
García Linera sostuvo que la tibieza y el denominado “centrismo” político son seguras rutas hacia el fracaso. Ejemplificó los casos del MAS boliviano y del peronismo argentino para señalar que en ambos las propuestas de regresar al poder para volver a hacer lo de antes están condenadas al fiasco.
Se requiere diseñar un “nuevo horizonte de cambios” que capte la nueva realidad del universo popular, su sensibilidad y sus aspiraciones actuales, afirmó, tras recordar la primera oleada exitosa de transformaciones sociales, “que vino acompañada de un plan de acción que permitió la implementación de esas grandes transformaciones”.
Recordó que en ese periodo “el progresismo en América Latina sacó a 70 millones de latinoamericanos de la extrema pobreza, les permitió comer tres veces al día”.
Insistió en que será la militancia la que, desde abajo, conviviendo día a día con el pueblo, sus sufrimientos y sus sueños, ofrecerá a sus líderes los elementos para la gestación de una nueva propuesta transformadora y no al revés. Esta no podrá ser la creación intelectual de un líder o una líderesa sino el resultado de un nuevo ciclo de movilización del campo popular.
El teórico boliviano acotó que ese progresismo “tiende a convertirse en prisionero de su propia obra”, al ser incapaz de gestionar la transición entre aquella primera oleada exitosa, y la siguiente. “Las primeras reformas cumplieron una función, en un contexto. Pero quedarse solo repitiendo lo bueno que hicimos, fue un error estratégico grave”, dijo.
Señaló que las transformaciones sociales, “no necesariamente llegan por un recambio generacional. El líder conduce, expresa la experiencia histórica de lo popular, porque de allí emanan, del pueblo. Y permanece hasta que haya otra efervescencia popular de la que surja otro gran líder. Por eso Cristina (Kirchner) y Evo (Morales) permanecen. Por eso, la izquierda en la Argentina nunca ha podido avanzar, porque no supo entender el olor plebeyo de lo popular que tiene el peronismo”.
En su artículo “Un mundo brutal”, García Linera señaló que EEUU protegerá a occidente del comunismo, o ahora del asiatismo bárbaro y que está bien para los seguidores de Walt Disney que se fascinan con las historias de fantasías. Hoy, el poder duro de las armas de disuasión es un negocio más, como vender cerveza.
“Los «valores de Occidente» que engatusaron a las antiguas generaciones ahora son una vulgar mercancía que se exhibe en el escaparate del supermercado como la pasta dentífrica o el tocino”, sostuvo.
El político y teórico marxista boliviano señaló que si hasta hace poco la expansión de la OTAN, la guerra por encargo en Ucrania o la invasión de Libia y Afganistán se las justificaban con la retórica de combatir las autocracias, hoy descaradamente se anuncia que es solo un método para controlar territorio y someter fuerza de trabajo barata.
“Cínicamente y ante los ojos de millones de ciudadanos Trump les echa en cara a los ucranianos que occidente paga por cada joven muerto que tienen en combate y, encima, sin rubor alguno, les reclama que sus muertos valen menos de lo que han recibido y que deben devolver parte de ese dinero con la entrega de sus minerales. La moral bucanera ha sustituido a la ilusión universalista”, concluye.
La extrema derecha es un fenómeno estructural y no hay que tenerle miedo; “Hay que abandonar la ilusión de que la gente no va a aguantar. La gente no aguanta cuando, además de tener un deterioro de sus condiciones de vida, hay una esperanza por la cual vale la pena unirse, reunirse, gastar tiempo, caminar, marchar y protestar”.
Ese nuevo modelo debe contener reformas de segunda generación, agregó, que contenga un nuevo estado de situación posible, porque las experiencias de los progresismos latinoamericanos sacaron a mucha gente de la pobreza, y eso implica que ahora esas personas tienen aspiraciones nuevas de ascenso social, distintas a las de quince años atrás.
La investigadora argentina Marístella Svampa señalaba en 2017 que los diferentes gobiernos progresistas aumentaron el gasto público social, lograron disminuir la pobreza a través de políticas sociales y mejoraron la situación de los sectores con menos ingresos, a partir de una política de aumento salarial y del consumo. Sin embargo, afirmó, no tocaron los intereses de los sectores más poderosos.
Las desigualdades persistieron, al compás de la concentración económica y del acaparamiento de tierras. En esta línea, los progresismos realizaron pactos de gobernabilidad con el gran capital, más allá de las confrontaciones sectoriales que marcaron la agenda. Sólo realizaron tímidas reformas del sistema tributario, cuando no inexistentes, aprovechando el contexto de captación de renta extraordinaria, añade.
También en 2017, el periodista y comunicólogo uruguayo Aram Aharonian escribió el libro “El progresismo en su laberinto. Del acceso al gobierno a la toma del poder” con una provocación al análisis de lo sucedido, cuando algunos gobiernos progresistas intentaron poner a los más humildes como sujetos de política y no meros objetos de ella, encarrilando las ideas de democracias participativas, dignidad e inclusión social, soberanía e integración regional.
social, la derecha se propone concretar un cambio cultural que rompa los valores progresistas y los lazos solidarios que se habían tejido durante tres lustros. Y para esta derecha del siglo XXI, el pensamiento crítico es un obstáculo para el progreso, señalaba
Aharonian insistía en el rescate del pensamiento crítico y en la construcción de nuevas democracias desde abajo, “abandonando la denunciología y el lloriqueo, que intentan confundirse con resistencia popular”.
Pero tiene razón García Linera, que apela a la acción de la sociedad civil movilizada, a la que definió “en un preocupante estado de parálisis. Si nos quedamos viviendo sólo del pasado, queriendo repetirlo en contexto que han cambiado, nos desfasamos. El gran problema del progresismo es que no ha sido capaz de ofrecer un nuevo modelo en la actual coyuntura histórica”.
*Sociólogo y analista internacional, Codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia y analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)